Enigma 99

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Por Román Ceano

Un día de finales de octubre, los cables que hacían de antena en el patio del Chateau se llenaron de golondrinas, algo que no había sucedido nunca. Pasaron allí la noche y al amanecer se fueron. Langer le dijo a Bertrand que eso era una señal y que pronto deberían partir. Tan sólo una semana después, Londres pidió a Bertrand que no se moviera más del chateau porque pronto “la cosecha sería buena”. Los expertos militares británicos habían calculado que los alemanes tardarían una semana en llegar a Uzés a partir del día de los desembarcos.

En los cuarteles franceses se discutía con acaloramiento. Muchos oficiales consideraban que en caso de que los alemanes cruzasen la línea de demarcación, debían entablar combate. Un año antes, Petain había querido que todos los oficiales jurasen no levantarse en armas contra el gobierno –el juramento que por ejemplo había hecho Weygand- , pero al final sólo los de más alto rango habían sido obligados. Los que no habían jurado, jugaban con la idea de lavar la afrenta de 1940 oponiéndose a la invasión que se avecinaba.

El día 6 de Noviembre, cuando Bertrand pensaba que su único problema era la amenaza de invasión, los vigías del turno del amanecer localizaron una camioneta Chevrolet con una antena circular de goniómetro en el techo y precedida por un Citroen negro. Estaba en la carretera, a 800 metros de la verja del chateau acercándose lentamente...

Con premura y en silencio realizaron un procedimiento ensayado para el caso. Langer ya había realizado la primera fase, consistente en apagar el emisor y tomarse un rápido trago de ron de la botella que guardaba en su habitación para emergencias. Cerraron todos los porticones de las ventanas y guardaron el material comprometedor en escondites preparados de antemano. En una sala escogida para ese fin se escondieron todos menos Bertrand, su mujer y el capitán Louis –los habitantes legítimos. Bertrand ya estaba en bata y pijama, por lo que no le hizo falta disfraz. Se dirigió a la puerta principal y se preparó para hacer el papel de chatelier sorprendido por aquella extraña visita a una tan hora tan intempestiva.

Antes de llegar a la altura de la verja, el convoy tomó el camino que conducía hasta dos granjas prácticamente contiguas al chateau. Bertrand subió al piso de arriba y desde la ventana pudo ver como el convoy se paraba ante las granjas. Del Citroen descendieron tres hombres con cachiporras de caucho que registraron detenidamente los edificios aporreando y maltratando a las familias que vivían allí.

Lo hacían de una forma tan ostentosa que pensó que eran franceses simulando diligencia ante los que conducían la camioneta. Quizás fueran hombres de la Prefectura que sabían perfectamente que la señal venía del chateau y buscaban precisamente desviar la atención de los agentes de la Funkabwehr hacia los granjeros. Tras buscar y buscar sin encontrar nada sospechoso, hicieron un gesto negativo, subieron al Citroen y se alejaron por el camino, seguidos dócilmente por la camioneta con su absurdo remate en el techo.

Hacia la una de la tarde, tanto los habitantes del chateau como los de las granjas, observaron con pavor como el convoy se acercaba de nuevo. Pasó de largo sin hacer caso a la reja del chateau y sin tomar el desvío de las granjas. Se perdió de vista y todos cruzaron los dedos para que no volviera. Falsa esperanza, porque hacia las 22:00 volvió y estuvo toda la noche moviéndose muy lentamente por los alrededores.

Betrand ya había tenido suficiente. Con la Funkabwehr acampada en su puerta no podía poner el emisor en marcha, por lo que no tenía sentido continuar allí. Tampoco era lógico esperar, ya que pronto se produciría el desembarco y con él la invasión alemana del resto de Francia. Al amanecer ordenó el desmontaje total para proceder al abandono de la estación. Él mismo llevó parte del material a casa de Françoise Boutain, la heroica secretaria del ayuntamiento que había suministrado las cartillas. Volviendo hacia el chateau se cruzó con el convoy, que seguía buscando infructuosamente la señal de radio.

Durante todo el día siguiente, 7 de noviembre, los polacos y los españoles fueron evacuados en pequeños grupos siguiendo el plan previsto. Bertrand se dirigió a Vichy a reportar a Rivet el fin de Cadix. Estando allí, el día 8 se enteró de que los ingleses y los americanos habían desembarcado en varios puntos de la costa norte de África y que las guarniciones francesas les presentaban batalla.

Tanto él como Rivet estaban en una posición imposible. Como patriotas querían que los franceses echaran al mar a los americanos, pero también como patriotas querían la derrota de los alemanes. Maldijeron a los americanos por haber desembarcado en territorio francés y al gobierno de Vichy por no haber sido capaz de hacer un trato con ellos. Un grupo de civiles franceses, en su mayoría judíos, había tomado las armas en Argel y aguardaban allí la liberación de la ciudad por los aliados.

Tal y como era de esperar, los alemanes invadieron inmediatamente el resto de Francia. En algunos cuarteles del ejército francés se hicieron amagos de salir a oponer resistencia, pero al final nadie hizo nada. Ese día el gobierno francés dejó de tener legitimidad. Pasó a ser considerado como un títere de los alemanes por todos los franceses que hasta entonces no lo hubieran ya considerado así.

Rivet y varios oficiales más de inteligencia huyeron en avión a Argel para unirse a los aliados. La parte “sumergida” del Deuxieme Bureau, con Paillole a la cabeza, pasó a la clandestinidad. Rompió sus lazos con Vichy y contactó con Londres para comunicar su nuevo status. Ahora serían la red Kleber, que acabaría convirtiéndose en la rama más célebre y más efectiva de la Resistencia Francesa. Había terminado el tiempo de la ambigüedad.

Bertrand volvió al sur a toda prisa para llegar a Cadix antes de que los alemanes ocuparan Uzes. Él y su mujer Mary cargaron un coche con los archivos y huyeron del lugar. En medio de la marea de unidades alemanas que colapsaban las carreteras, les transportaron a un lugar seguro. Luego se dirigieron a Cannes, donde Mary alquiló en un solo día cuatro viviendas amuebladas, utilizando cuatro identidades diferentes que le proveyó Bertrand.

El equipo Z estaba oculto en escondites preparados previamente en Antibes, Niza y en el propio Cannes. Betrand les reagrupó utilizando las nuevas viviendas. Los alemanes habían confiado a los italianos la ocupación de la Costa Azul. Gracias a la diligencia de Bertrand, cuando éstos ocuparon Cannes tanto él como los polacos estaban seguros y sin depender de una traición o de una confesión arrancada bajo tortura, puesto que las direcciones sólo eran conocidas por él.

Pasaron algunas semanas encerrados, mientras la policía secreta italiana reforzada por la Gestapo peinaba la zona mediante redadas y controles. Bertrand no estaba contento porque pensaba que Rivet debería haberse llevado a los polacos en su avión. Ahora les tenía a su cargo y debía salvarlos él mismo. Sabía que no sería fácil ni para los propios polacos ni para los miembros de la red Kleber que participaran.

Betrand contactó con Londres para poner en práctica los planes de evacuación por mar que había acordado con Dunderdale. La primera quincena de Diciembre se realizaron tres intentos de embarcar, que fueron suspendidos porque la vigilancia previa indicó que las patrullas italianas eran demasiado numerosas. Un miembro de la resistencia fue detenido durante una de las vigilancias.

A continuación se exploró la posibilidad de una evacuación a través de Suiza, aprovechando la complicidad de varios agentes de aduanas de esa nacionalidad. Los motivos por los que este plan fue desestimado varían según las versiones. Bertrand alegó en sus memorias que Suiza no era un buen destino porque los polacos habrían quedado atrapados allí. Hugh Sebag-Montefiore, en su excelente libro sobre Enigma, dice que el problema fue que los suizos no recibieron su soborno a tiempo.

Sebag-Montefiore tuvo acceso a las memorias de Langer, que nunca han sido publicadas. Constató una gran divergencia entre éstas y la versión de Bertrand. Este último se presenta a sí mismo desviviéndose por salvar a los polacos, mientras que Langer le acusa de desentenderse. Para comprender la divergencia, Sebag-Montefiore remite a la enemistad previa a la guerra, cuando Langer engañó durante años a Bertrand.

Para probar la mala fe francesa, los autores polacos citan a Paillole, que en sus propias memorias reconoce que la red Kleber no hizo lo suficiente para ayudar “a los polacos a cruzar los Pirineos”. Esta utilización está fuera de contexto, ya que Paillole se estaba refiriendo a ese momento concreto, no a toda la fuga desde Uzes. Los franceses movilizaron muchos agentes y recursos para mover clandestinamente a 20 personas de un lugar a otro durante varias semanas.

Los archivos del SIS muestran una activa comunicación entre Daunderdale y Bertrand, en la que este último muestra gran preocupación por los polacos. Concretamente insiste que la estación inglesa en Barcelona prepare la recepción, sabiendo que una vez cruzaran la frontera ni el viejo Deuxieme Bureau ni la nueva red Kleber podrían hacer nada por ellos. Se hace difícil creer, como afirmó Langer muchos años después, que Bertrand se desentendió de la fuga porque él no iba a participar.

Si hacemos caso a Bertrand, una vez pasada la primera oleada de represión posterior a la ocupación de Cannes por los italianos, Langer y varios de sus compañeros empezaron a abandonar la disciplina de la vida clandestina. Gracias al dinero que les había enviado el gobierno polaco desde Londres, disponían de abundante efectivo que gastaban en bares y tabernas. Betrand nombra una especial fijación por la garnacha de Banyuls, un vino dulce típico del Ampurdán y del Rosellón parecido al Madeira.

La policía de Cannes tenía contactos con la organización de Bertrand. Les avisó de que aquellos extranjeros tan alegres y prósperos empezaban a suscitar sospechas. Bertrand decidió que ése era el momento de disolver la compañía. Desde que los polacos habían bajado del avión que les traía de Rumanía en otoño de 1939, Bertrand les había tratado de forma continua, con el único paréntesis en el tiempo que pasaron en Argel tras la batalla de Francia. Ahora, en enero de 1943 se despidieron unos de otros para encarar cada cual su incierto destino.

Miembros de la resistencia francesa condujeron a los componentes del antiguo equipo Z desde Cannes hasta Toulouse, donde les ocultaron, en condiciones bastante precarias, en los desvanes de unas granjas abandonadas. Descartadas la opción del embarque nocturno desde una playa y la opción suiza, sólo quedaba la frontera española. Se les comunicó que cruzarían en tres grupos y que los guías les serían presentados en Perpignan.

Al final se decidió que dos de los grupos cruzarían juntos la frontera, pero que viajarían a Perpignan por separado los días 12 y 13 de enero. El tercer grupo lo formaban únicamente Zygalski y Rejewski, que se quedaron solos en el desván. Cada día les traían comida y la promesa de que pronto partirían. En una ocasión fueron enviados a Perpignan, pero al llegar les dijeron que el guía no había aparecido y que debían volver a Toulouse.

Tras una nueva espera, fueron enviados en tren y con nuevas identidades falsas a Aix-les-Termes. Al llegar allí, fueron recibidos por dos chicas que simularon ser conocidas suyas, corriendo hacia ellos por el andén y besándolos efusivamente. La pequeña estación estaba vigilada por su cercanía con la frontera y los desconocidos resultaban muy sospechosos.

Tras varios días en Aix-les-Termes, las chicas les presentaron a un hombre que se presentó como parte de la red dedicada al cruce de la frontera. Les dio billetes para Latour de Carol e instrucciones sobre dónde encontrarse con el guía, en unos matorrales junto a la estación. Rejewski y Zygalski hicieron lo que se les habían indicado, llegando al lugar a media tarde.

Al anochecer por fin alguien se acercó a ellos. Era el mismo hombre de Aix-les-Termes. Les acompañó a una casa donde cenaron y les dijo que durmieran un poco. A medianoche les despertó y partieron a pie.

El Pirineo tiene en ese punto una enorme brecha y se puede cruzar la frontera sin subir de cota, pero para evitar la vigilancia debían tomar el camino difícil. Ascendieron durante horas en la oscuridad siguiendo los pasos del guía. El frío no era extremo pero hacía la marcha inconfortable y el terreno irregular se sumaba al desnivel para dificultar el avance. Cuando estaban ya muy cansados notaron que por fin el camino empezaba a descender.

En ese momento el guía se volvió muy locuaz. Les explicó todos los peligros que corría y lo terrible que era su trabajo. A pesar de su buena fe, todo el mundo se aprovechaba de él. Por ejemplo, ese mismo cruce que estaban haciendo no lo había cobrado. Quizás ellos quisieran reparar la injusticia en caso de que llevaran dinero para hacerlo.

Rejwski y Zygalski le contestaron con gran afecto pero fueron esquivando la cuestión del dinero. En un momento dado, el guía se giró y sacó una pistola con la que les encañonó. Era una situación peligrosa porque ambos habían oído multitud de anécdotas de viajeros clandestinos asesinados para robarles. Le dieron todo el dinero y se fue sin hacerles daño.

No sabían dónde estaban y ni siquiera podían estar seguros de no estar en el lado francés de la frontera. Quizás el guía les había engañado y les estaba entregando a la Gestapo. Ésa era una buena explicación de porque no les había matado. Tiritando de frío, esperaron a que el amanecer revelara la verdad sobre su situación y con las primeras luces del alba se pusieron en marcha siguiendo la pendiente.

Se encontraban en efecto en España, pero sin guía y sin enlaces cayeron rápidamente en manos de la Guardia Civil que les encerró. Los autores difieren sobre su lugar de encierro. Algunos, como Medrala, dicen que fueron encerrados en un campo de concentración en Lérida; otros dicen que el campo estaba en Mérida y también hay quien dice que estuvieron en la cárcel Modelo de Barcelona. Si estuvieron en un campo de concentración, el más próximo a su lugar de captura estaba en Cervera y el más grande era el de Miranda de Ebro, que fue el último en cerrarse. A los autores polacos, los nombres españoles les suenan todos igual y este autor se confiesa incapaz de determinar con certeza el lugar donde pasaron su cautiverio en España Marian Rejewski y Zygalski.

La vida en el campo de concentración no era ni mucho menos agradable, pero no hay que confundir este tipo de campo –básicamente una gran prisión al aire libre- con los campos de exterminio nazis. El gobierno de Madrid era un aliado de los nazis, que le habían ayudado a conseguir el poder, pero en el tema de los refugiados que venían de la Europa ocupada tenía una política muy pragmática. Tras detenerles, procedía a su venta a los ingleses, a los americanos o a los alemanes, según las circunstancias.

Rejewski y Zygalski fueron comprados por los ingleses. La embajada en Madrid, alertada por Dunderdale, quien a su vez había recibido noticia de los franceses, les localizó y ofreció por ellos combustible y cereales. La negociación y los trámites subsiguientes duraron tres meses, durante los cuales los criptoanalistas sufrieron algunas palizas, los rigores de la intemperie y falta de alimentación. Cuando a principios de Mayo un funcionario de la embajada inglesa en Lisboa les recogió en la frontera, estaban algo demacrados, pero en buenas condiciones de salud.

En Lisboa embarcaron en un destructor de la marina inglesa que les condujo a Gibraltar. Desde allí un avión les condujo a un aeropuerto militar al sur de Londres, donde fueron recibidos por Dunderdale. Éste les comunicó que Langer y los demás estaban desaparecidos. Ellos eran los únicos que habían logrado escapar.

Aunque no se lo dijo, serían tratados por el SIS como sospechosos, ya que podrían haber estado en contacto con el enemigo y haber sido enviados por él. El gobierno polaco en el exilio les emplearía, pero nunca serían autorizados a visitar BP o a tener contacto de nuevo con Turing.

Dejando aparte la injusticia que cometía con Rejewski y Zygalski, los dos supervivientes del equipo que había derrotado a Engima por primera vez, lo cierto es que el SIS tenía motivos para estar preocupado. No solo lo más probable era que Langer y los demás estuvieran detenidos, sino que además el propio Lemoine estaba en manos de los alemanes.

El incansable agente del Abewhr, Weygand, había capturado a su hijo y le había utilizado como rehén para evitar que Lemoine cruzara la frontera tras la invasión, como había acordado con Paillole. Después le había atraido a París mediante una elaborada trampa. Un agente doble le había ofrecido unos documentos secretos de origen italiano, que Lemoine había aceptado intentar vender en París a los alemanes. El hijo de Lemoine fue liberado en cuanto él fue capturado, por lo que no se puede descartar que acudiera a París a sabiendas de lo que le esperaba.

Menzies, Dunderdale y todos los demás, estaban horrorizados pensando lo poco que un bon vivant como Lemoine -al fin y al cabo un espía de salón- aguantaría en un interrogatorio. Era seguro que acabaría confesando, como Hans Tilo Schmidt les había proporcionado la información sobre Enigma. El secreto del descifrado de Enigma pendía de un hilo y no había nada que pudieran hacer.

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