Enigma 100

Enviado por Roman en

"El tiempo existe porque todo no pasa en el mismo momento"

-- Albert Einstein

 

INICIATIVA

Por Román Ceano

El Paso Kasserine no tiene la importancia estratégica de las Puertas Cilicias, las Termópilas o el paso de Khyber. Es tan solo el más grande de una serie de valles anónimos labrados por los oueds en las estribaciones orientales de la meseta argelina. Árboles moribundos y ruinas milenarias testimonian que en la antigüedad clásica había sido un lugar mucho más acogedor. Nunca mereció una sola página en los libros de historia hasta que en él cosechó su última victoria el general Erwin Rommel.

Generaciones de aficionados al género de la literatura militar han disfrutado con el romanticismo del episodio, que contiene ingredientes de muchas tradiciones narrativas. El héroe cansado, la ocasión perdida, la última batalla y el genio incomprendido se dan cita en un escenario de western, con matorrales leñosos torturados por el viento añadiendo una nota más de nostalgia y desolación.

Los periodistas americanos contemporáneos hicieron encajar la derrota de su ejército en el optimista arquetipo narrativo que Hollywood convertiría en marca de fábrica estadounidense. Los éxitos trascendentes comienzan con un estrepitoso fracaso. Al igual que los héroes clásicos entraban en la leyenda rebelándose contra los designios divinos, el héroe americano se rebela contra sus propias debilidades. El fracaso se las muestra y le da la energía necesaria para derrotarlas.

Los ingleses por su parte recibieron la derrota de sus primos americanos con silenciosa hilaridad, recordando con sorna el viejo dicho cuartelero “no sabes lo que es la guerra hasta que has luchado contra alemanes”. Los historiadores militares británicos de postguerra utilizaron la batalla del Paso Kasserine para demostrar lo injustas que habían sido las críticas a Montgomery por su avance a paso de caracol desde El Alamein, hasta la frontera de Túnez.

La historiografía militar reciente ha seguido un curso opuesto al de la historiografía general. Mientras esta última se ha ido matizando de fascinación por la contingencia, aquella ha ido perdiendo anécdota y ganando estudio del contexto. Actualmente se prefiere analizar las guerras como un producto social y se busca el resultado de las campañas más en factores estructurales que en el genio de los comandantes. Por ello, los relatos científicos de guerras y batallas ya no dedican páginas y páginas a juzgar a los comandantes contra un supuesto ideal de guerrero universal. El énfasis se pone en cómo un comandante y su ejército traslucen la tradición cultural y bélica a la que pertenecen.

Esta transformación metodológica ha hecho que Montgomery haya pasado de general timorato, lento de reflejos y entregado a cosechar gloria personal, a ser visto como un producto de la tradición de las campañas imperiales victorianas. Esta doctrina dictaba atacar solo con superioridad aplastante, en terreno conocido y no apresurarse nunca. Su inspiración la hemos de buscar en las cautas campañas de Wellington en la Península y su confirmación en el alto precio que pagaron algunos generales británicos que no la siguieron, y acabaron muertos o explicando en los Comunes una ignominiosa derrota a manos de “nativos”.

En el caso particular de la campaña del norte de África en el invierno de 1942-43, la aplicación era discutible. No había nada desconocido contra lo que precaverse y al contrario que en las campañas coloniales, el tiempo jugaba contra los británicos. Lo que había sido la mañana siguiente de El Alamein una banda de desarrapados en fuga, poco a poco fue recuperando su capacidad de combate. El carácter prudente y sistemático de Montgomery que había sido letal para el Afrika Korps antes y durante esa batalla, lo salvó de la destrucción los días posteriores.

A medida que Rommel retrocedía sobre sus propias líneas de abastecimiento, encontraba almacenes en que reaprovisionarse, iba reconstruyendo las unidades dispersas y ordenando las columnas. Por ello, las escaramuzas y contraataques con que la retaguardia alemana frenaba a la vanguardia británica, se habían ido haciendo progresivamente más violentos. En un caso de profecía autocumplida, Montgomery reaccionaba añadiendo más precaución y mayor lentitud al avance del Octavo Ejército.

Aunque la situación de Rommel mejoraba cada día, no dejaba por ello de ser desesperada. Además de calcular cuidadosamente los movimientos de sus tropas para no quedarse sin combustible, debía sostener una lucha diplomática constante con sus superiores. La derrota en El Alamein le había hecho perder prestigio y sus decisiones eran ahora aún más discutidas que antes.

Mientras él intentaba salvar a sus soldados, Hitler y los italianos habían decidido que lo que correspondía era un grand finale que pusiera un broche de oro a la epopeya. Hitler, con su visión melodramática y tremendista de la guerra, quería que Rommel dejara de retroceder y se enfrentara al Octavo Ejército en una pavorosa batalla final de regusto Wagneriano, con la orquesta tocando un fortissimo a todo volumen. Los generales italianos estaban de acuerdo en que sus soldados participasen en el suicidio ritual para llevarse al otro mundo parte de la gloria del Afrika Korps.

Rommel simulaba estar buscando el lugar cuyo nombre evocaría la batalla en los libros de historia. Cuando parecía que lo había encontrado, volvía a comunicar para decir que no le parecía ideal. Entonces nombraba otro situado más al oeste y se retiraba hacia él sin esperar respuesta. Jugaba en su favor que no lo podían destituir ya que para conseguir el efecto literario legendario, él debía morir en medio de sus soldados.

Las líneas de abastecimiento sobre las que retrocedía Rommel terminaban en Tripoli. Cuando llegó allí en enero de 1943 descubrió que no le permitían embarcar el Afrika Korps hacia Europa. En lugar de eso Hitler le ordenó que tomara ejemplo de los rusos en Stalingrado y acabara con el Octavo Ejército defendiendo la ciudad con un mortífero casa-por-casa.

A Rommel no le gustó la perspectiva de ver morir a sus hombres aplastados por la artillería británica en medio de los escombros de Tripoli o en la rattenkrieg posterior. Ordenó destruir las instalaciones del puerto y prepararse para seguir huyendo hacia el oeste, hacia Túnez.

Los habitantes de Túnez estaban viviendo un extraño invierno de espesas nieblas y copiosas lluvias de agua helada. Eran las galernas de origen ártico que tras su largo viaje, venían a morir a la costa africana. El frío que habían acarreado desde el lejano Septentrión, era consumido en violentas tormentas sobre las cordilleras litorales. A los tunecinos el gélido monzón no les había preocupado porque en el mediterráneo el agua es un buen augurio en cualquier forma que se presente. Lo que les resultaba muy preocupante es que de pronto tres ejércitos extranjeros se preparaban para utilizar su territorio como campo de batalla.

(C) Román Ceano. Todos los derechos reservados.