Enigma 95

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Por Román Ceano

Sin que Turing llegara a saberlo hasta mucho después, unas semanas más tarde dos viejos conocidos suyos llegaron también a las islas. Eran Rejewski y Zygalski, que tras una larga y dramática peripecia habían logrado escapar a la captura por los alemanes.

La única vez que habían coincidido los tres era en Enero de 1940 –dos años antes- cuando Turing les había visitado en el centro de descifrado montado por Bertrand en el Chateau de Vignolles, en Seine-et-Marne. Tanto ellos como el resto de polacos acogidos por los franceses habían permanecido allí descifrando mensajes de Enigma, hasta que la cercanía de las unidades alemanas a mediados de Junio les había obligado a retirarse hacia el sur.

El anuncio del Armisticio les encontró en Toulouse. Parecía seguro que los alemanes ocuparían toda Francia, por lo que Bertrand decidió enviarles a Argel. Si los alemanes decidían ocupar también el Magreb Francés, les llevaría unos días cruzar el mar y habría tiempo para exfiltrarlos. Desde Londres, el SIS insistía en que los polacos debían ser enviados inmediatamente a Inglaterra para proteger el secreto de Enigma. Los franceses no estaban de acuerdo, sobre todo Betrand, que no quería perder la posición privilegiada en el mundo secreto que le daban las mágicas habilidades de Marian Rejewski, Henry Zygalski y Jerry Rozyckilos.

Cuando se hicieron públicas las condiciones del Armisticio, se vio que éstas eran sorprendentemente benignas. En Mein Kampf Francia aparece como un enemigo atávico cuya abyección moral y odio antigermano exigen una destrucción completa. Sin embargo, los alemanes gestionaron la derrota francesa de una forma muy diferente a como habían tratado la polaca, absteniéndose de masacrar o esclavizar a la población.

Tan sólo la mitad norte de Francia y la costa Atlántica serían ocupadas militarmente. Los franceses podían seguir siendo un estado soberano gobernado por sus propios líderes. Les serían arrebatadas Alsacia y Lorena, pero tanto el resto del Hexágono como las colonias en África y Ultramar continuarían siendo tan francesas como antes de la guerra.

No está claro qué buscaban los alemanes con esta magnanimidad. Quizás querían mostrar a los ingleses una cara amable o quizás pensaron que ocupar y guarnicionar toda Francia sería un esfuerzo absurdo. También es posible que la rastrera adoración a Hitler mostrada por la extrema derecha francesa que tomó el poder bajo Petain, les hiciera pensar que los franceses aceptaban su inferioridad de forma natural.

Cualquiera que fuera el motivo, limitaron su odio a una serie de actos simbólicos. Obligaron a los franceses a firmar la rendición en el mismo vagón de tren en que se había firmado el armisticio de 1918. Organizaron en París un desfile de la Victoria que pasó bajo el arco del Triunfo y descendió por los Campos Elíseos, para burlarse del que se había hecho por ese trayecto para celebrar la firma del tratado de Versalles.

Colgaron banderas con el símbolo nazi en todos los lugares que les pareció estimulante mancillar, desde la torre Eiffel hasta el palacio de la ópera, y se hicieron fotos sonriendo con el memorial levantado sobre la tumbas de los franceses caídos en Verdún como fondo. Finalmente prohibieron al gobierno francés residir en París y lo obligaron a instalarse en Vichy, una pequeña ciudad cuya falta total de glamour contrastaba en el empaque de la Ciudad Luz, donde tendría su sede la ocupación.

El ejército francés, obligado por las condiciones del Armisticio a desmovilizar a una gran parte de sus soldados, sufría estas humillaciones con un estado de ánimo parecido al del ejército alemán en 1918. La disciplina y el espíritu de cuerpo obligaban a aceptar la ocupación y a colaborar con el enemigo, mientras que el patriotismo individual llamaba a la insurrección.

El hundimiento de la flota francesa por los ingleses en Mers El Kebir alivió algo la tensión interna. El gobierno de Petain pudo mostrar a Francia como una nación víctima de la lucha entre Inglaterra y Alemania, que debía trabajar unida para salir de esa dinámica. La hostilidad contra los alemanes podía ser presentada como una traición, por cuanto arrojaba a Francia en manos de los ingleses y le impedía tener un proyecto nacional independiente. La prioridad de los franceses debía ser el retorno a los valores tradicionales del cristianismo y la familia. El verdadero patriotismo obligaba a aceptar la ocupación alemana como una oportunidad de regeneración moral y refundación de la nación francesa.

Los servicios secretos franceses eran por tradición la rama más anglófila y antigermánica del ejército. Durante generaciones habían compartido con sus colegas británicos la lucha contra la amenaza alemana. Les dolía el hundimiento de la flota y la muerte de los marineros franceses, pero su preparación intelectual les permitía ver con más claridad que a los oficiales de otras ramas las falacias de los colaboracionistas. Incluso aceptando que los intereses de Francia fueran opuestos a los de Inglaterra, estaba claro que también eran opuestos a los de Alemania. Si los alemanes habían impuesto un armisticio deliberadamente análogo al tratado de Versalles, los franceses debían tratarlo como éstos habían tratado aquel.

El Armisticio prohibía -por ejemplo- que Francia tuviera servicios secretos, por lo que todos los oficiales y civiles que trabajaban en ellos debían ser desmovilizados. Louis Rivet, el director durante muchos años del Deuxieme Bureau, procedió ostentosamente a convertirlo en una pequeña estructura burocrática con poquísimas atribuciones.

Sin embargo, de forma secreta obtuvo un permiso verbal del ministro de la guerra del gobierno francés, el general Weygand para reconstruirlos clandestinamente. Weygand no había tenido una actuación nada lucida durante al batalla de Francia y había sido de los primeros en aceptar la derrota. Sin embargo, su nacionalismo francés de ultraderecha era xenófobo y radicalmente antigermánico. Era el único del gobierno de Petain que si quería regenerar Francia y extirpar de ella la debilidad del humanismo y la democracia, lo quería para poder vengarse algún día de Alemania.

Los alemanes sospechaban de él, y varios miembros de su servicio de seguridad eran confidentes del Abwehr o de otras agencias, infiltrados allí mediante sobornos y presiones. Las reuniones entre Rivet y Weygand tenían siempre dos niveles. En uno se hablaba de banalidades mientras que el otro, que se desarrollaba en los escasos momentos que estaban solos, era la verdadera reunión.

Aunque el gobierno francés era ahora un aliado de Alemania, los servicios secretos alemanes de ésta le seguían dando tratamiento de enemigo. Tanto en Vichy como en el resto de la zona no-ocupada estaban creando grandes redes de espionaje, trabajando con el objetivo de tener por lo menos 30 000 agentes que controlarían Francia como alternativa a la ocupación militar.

Rivet se sabía también vigilado. Contactó con discretamente con Paillole, el antiguo segundo de la sección de contraespionaje del Deuxieme Bureau, que como se recordará, también había participado junto con Lemoine, Bertrand y Perruche en la operación Asché. Paillole era muy joven pero extraordinariamente inteligente, capaz y decidido. Rivet le encargó que montara un servicio de contraespionaje clandestino que evitara que los agentes alemanes se infiltraran en la zona no-ocupada de Francia. Además y como primera tarea, debía trasladar los archivos del Deuxieme Bureau y esconderlos en un lugar seguro.

El estatus de la organización de Paillole sería ambiguo, ya que aunque formalmente operaría como una organización secreta del gobierno francés, en realidad tan sólo un miembro de ese gobierno, Weygand, conocería su existencia. Además estaba claro que si algunos miembros concretos del gobierno se enteraban, le denunciarían a los alemanes. La mayor diferencia práctica entre la organización de Paillole y un grupo privado sería que recibiría fondos ilimitados del gobierno y que, aunque el ejército como tal no le ayudaría, de la mayoría de oficiales sólo podía esperar un apoyo incondicional, a poco que les revelase la naturaleza de sus actividades.

Paillole reconstruyó la sección de Contraespionaje del Deuxieme Bureau reclutando personalmente a cada uno de los agentes y asegurándose de que fueran personas de toda confianza. En Octubre de 1940 ya tenía una red de estaciones que cubría todas las capitales de provincia de la zona no-ocupada por los alemanes. Su organización trabajaba bajo la cobertura del ministerio de Agricultura.

Dentro de ese ministerio se había creado un nuevo departamento, llamado de Trabajos Rurales. A cada una de las dependencias de ese ministerio se le había añadido una delegación de este nuevo departamento, que reportaba directamente a la central. El gobierno de Petain propugnaba un regreso a la vida rural como antídoto a la corrupción decadente de la modernidad y este departamento cuadraba con ese afán. Los veteranos del ministerio se dieron cuenta de que los miembros de Trabajos Rurales eran un poco torpes e ignorantes en cuestiones agrícolas, pero o bien lo atribuyeron al enchufismo, o bien se dieron cuenta de la realidad y decidieron callar.

Los archivos del Deuxieme Bureau, fueron trasladados a la cuevas en que se curaba el queso en la población de Roquefort. Allí dentro se pusieron en funcionamiento y los burócratas que les atendían trabajaban disfrazados de queseros. A la larga, toda la infraestructura asociada a la comercialización del queso Roquefort fue utilizada como tapadera.

Paillole se instaló en Marsella, en una mansión junto al mar donde montó el mando operativo de su red. Era una ciudad grande, que conocía muy bien y en la que tenía contactos en la policía que le ayudarían a protegerse tanto de los agentes alemanes como de los traidores en el interior del gobierno francés.

Muy pronto y para horror de los miembros de la extrema derecha colaboracionista, la organización de Paillole empezó a entregar a la policía espías al servicio de los alemanes para que fueran juzgados como traidores. De forma secreta, reunía pruebas que entregaba a agentes de policía de probada confianza y éstos presentaban los cargos.

La prensa de París abominaba de estas detenciones y acusaba no sin razón a antiguos miembros de los servicios secretos franceses de no comprender la nueva situación. La ambigüedad era enorme y mientras algunos de los detenidos fueron ejecutados por ser agentes extranjeros, otros fueron liberados. Los alemanes tendían a considerarlo un asunto interno francés y mientras ningún alemán fuera molestado, toleraban la represión de sus propios agentes.

Durante el verano de 1940, Bertrand salió de su escondite y estableció también contacto con Rivet. Le hizo saber que el equipo que había trabajado en Vignolles estaba a salvo íntegramente en Argel. Si le daban financiación y una cobertura adecuada, podía traerles otra vez a Francia. De esta manera, los servicios secretos franceses volverían a tener a su disposición la magia de los desciframientos de Enigma, como había sucedido hasta la evacuación de emergencia. Rivet quedó encantado de poder vulnerar otra provisión del armisticio y disponer además de la mejor fuente posible sobre las intenciones alemanas.

Bertrand localizó un “chateau” en venta cerca de Uzès. Este pueblo tenía un pintoresco casco urbano de origen medieval y era famoso por su privilegiado microclima, que había enamorado al poeta Racine. Estaba en el centro del triángulo formado por Avignon, Nimes y Arles, nada lejos por tanto del Mediterráneo y sus puertos.

El edificio era el Chateau de Fouzes, un caserón enorme construido con un estilo muy sobrio y cuya silueta imitaba vagamente la de un castillo, con torres cuadradas en las esquinas. Estaba bastante lejos del casco urbano y tenía un amplio jardín cerrado por un muro. Era el lugar ideal para montar la estación. Ni era un lugar remoto en que las visitas causaran sospechas, ni estaba dentro de una aglomeración. Un par de granjas agrícolas eran sus únicos vecinos y como la propiedad tenía acceso directo desde la carretera, era posible entrar y salir sin ser controlado desde ningún edificio.


Chateau de Fouzes.

La compra fue autorizada y los fondos transferidos a Bertrand. A finales de septiembre de 1940, acudió a la notaría Alliez, en Uzès, para firmar las escrituras de compra. Se presentó como M. Barsac y enseñó al notario toda una panoplia de papeles expedidos a ese nombre. Eran falsos porque Barsac no existía, pero los habían extendido los mismos funcionarios que lo hubiesen hecho si hubieran sido verdaderos.

El notario Alliez dio fe de la transacción y felicitó al nuevo propietario dándole la bienvenida al selecto círculo de chateliers de la región. A Bertrand le incomodó un poco la promesa del notario de presentárselos a todos para que se integrara más fácilmente en la vida social de Uzès. Confesó que él y su mujer eran un matrimonio bastante aburrido que salía poco de casa. Además tardarían en instalarse ya que deseaban hacer obras, así que lamentablemente debían posponer unas semanas la grata ocasión de conocer a tan distinguida compañía.

Utilizando otra identidad falsa sustentada también con papeles verdaderos, Bertrand se presentó al comandante de la prefectura de Nimes y le informó que trabajaba para el gobierno francés en una misión secreta. Visitó luego al jefe de la gendarmería de Nimes y al responsable de la comisaría de Uzès. Les mostró sus credenciales y se aseguró de que cualquier actividad sospechosa reportada por las patrullas de policía o cualquier pregunta extraña emanada de alguna autoridad, le sería comunicada inmediatamente.

Todos eran patriotas recomendados por gente que los conocía y cuyas credenciales habían sido comprobadas previamente. Comprendieron la necesidad de discreción, sobre todo en caso de visita a la zona de las comisiones de supervisión del armisticio. Estas comisiones estaban formadas por funcionarios franceses y alemanes que recorrían la zona no-ocupada comprobando el cumplimiento del tratado.

Bertrand se trasladó a vivir a Nimes con su mujer mientras realizaba algunas obras en el edificio. Adquirió tres coches y dos camionetas. Uno de los coches se lo quedó para su uso personal y el resto del parque móvil lo ocultó en varios garajes. Satisfecho con todas estas provisiones, tomó el barco hacia Argel.

Los miembros franceses de la desmantelada estación de Vignolles habían sido desmovilizados. En cambio los polacos y los españoles –llamados por Bertrand equipos Z y D respectivamente- seguían en Argel utilizando las falsas identidades que les había proporcionado para la huida desde la estación Bruno en Seine-et-Marne.

 


El Equipo Z. Desde la izquierda, 1. Henri Braquenié. 2. Piotr Smoleński. 3. Edward Fokczyński. 5. Maksymilian Ciężki. 7. Gwido Langer. 8. Mary Bertrand, esposa de 9. Gustave Bertrand. 13. Henryk Zygalski (detrás, con gafas). 14. Jan Graliński. 18. Jerzy Różycki. 20. Marian Rejewski.

 

Los españoles aceptaron inmediatamente la palabra de Bertrand de que su trabajo se dirigiría contra los alemanes. En cambio los polacos hicieron saber por boca de Langer que no querían trabajar para Francia puesto que ahora era una aliada de Alemania. Además el gobierno francés no reconocía al gobierno polaco en el exilio que tenía su sede en Londres. Ellos tan sólo obedecerían a ese gobierno y pedían ser exfiltrados a Inglaterra para poder ponerse a sus órdenes.

Bertrand contactó con Rivet y éste hizo gestiones ante un representante del gobierno polaco en el exilio que estaba en Vichy, intentando infructuosamente algún tipo de reconocimiento. Aunque no se sintió autorizado para ordenar que los criptoanalistas trabajaran para el gobierno que acababa de rechazar su petición, prometió hacer gestiones en Londres y comunicar la respuesta.

Pasaron los días sin que hubiera noticias y los miembros del Equipo Z empezaron a impacientarse. Diffi Dunderdale –el responsable del SIS para relaciones con los servicios franceses- presionaba para que los polacos fueran enviados a Inglaterra inmediatamente. Cuando ya se iba a proceder a la evacuación, Bertrand logró convencer a Langer de que podían esperar la autorización del gobierno polaco en Uzès.

El uno de Octubre, Betrand reportó secretamente a Rivet que el nuevo centro de criptoanálisis empezaba a operar en el Chateau de Fouzes con el nombre clave “Cadix”, quizás como homenaje al equipo D, formado íntegramente por funcionarios de la República Española, destruida por militares rebeldes tras una larga guerra civil. Los criptoanalistas españoles se ocuparían de todas las cifras alemanas excepto Enigma, que quedaría a cargo de Rejewski, Roziky y Zygalski, los tres miembros del equipo original que la habían descifrado.

Bertrand y su mujer dejaron la casa de Nimes y se trasladaron al chateau junto con el capitán Louis, que se presentaba como su chófer-mayordomo. Simulaban vivir allí los tres solos pero en realidad eran 32 personas, ya que además de ellos dos y el capitán Louis, había 7 españoles, 15 polacos y 5 franceses. Para garantizar el suministro de alimentos, a Bertrand le fue recomendado contactar con la secretaria del ayuntamiento, François Boutane. Una vez aclarado que se trataba de una misión oficial, ella aceptó falsificar varias docenas de cartillas de racionamiento con las que Betrand adquiría los víveres en diferentes establecimientos, en un amplio radio alrededor de Uzès.

Aunque la estación Cadix ya estaba casi completamente instalada, para completarla Bertrand debía acometer una serie de misiones de gran riesgo. El equipo D se dedicaba a las cifras manuales –variantes del Playfair en su mayoría- para lo que no requería más que lápiz y papel. En cambio, el equipo Z se iba a dedicar a Enigma y le hacían falta réplicas de éstas para poder trabajar.

Las tres que se habían usado en el Chateau de Vignolles eran de fabricación polaca. Dos traídas por Langer y los demás en su huída a través de Rumanía, y la tercera regalada a los franceses durante la reunión en el bosque de Piry del verano de 1939. Esta última había sido desmontada por Palluth para hacer los planos con que fabricar réplicas. Las tres habían sido destruidas durante la evacuación de la estación Bruno.

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