Por Román Ceano
El 23 de Octubre de 1942 había luna llena, la segunda después de la que había presidido la batalla de Alam Halfa -que sería llamada por los ingleses “el Primer Alamein”.
La primera noticia para los alemanes fue un devastador bombardeo de artillería que duró horas y horas, como no se había visto ninguno desde la preparación de las grandes ofensivas de la Gran Guerra. Iluminó la noche, haciendo temblar el suelo del desierto mientras el trueno ensordecedor se apoderaba de las mentes. Aunque gracias a las trincheras y los pozos sólo los impactos directos eran mortales, muchos soldados alemanes e italianos quedaron seminconscientes a causa del ruido y la sensación de aplastamiento.
Mientras los alemanes se acurrucaban unos contra otros en sus agujeros, los zapadores ingleses se adentraron en los campos de minas abriendo anchos pasillos. La infantería les siguió para neutralizar los nidos de ametralladoras que les protegían, mientras los tanques cargaban combustible y munición.
El plan de Montgomery consistía en activar todo el frente avanzando en todas las zonas, pero con la intención de romper en un punto concreto situado a unos seis kilómetros de la costa. La sierra de Miteiriya tenía una orientación oblicua con respecto a ésta y estaba detrás de los campos de minas. Se trataba de abrirse paso hasta esa sierra y, una vez tomada por la infantería, barrer hacia el sur toda la posición alemana utilizando las divisiones acorazadas.
La primera parte del plan funcionó razonablemente bien, aunque a costa de terribles pérdidas una vez los alemanes empezaron a disparar tras cesar el bombardeo. Los zapadores y la infantería abrieron pasillos por los que pasaron las brigadas de tanques hasta llegar a la sierra de Miteirirya (en realidad una sucesión de colinas bajas y redondeadas). Una vez allí todo se atascó. Los alemanes se defendían con determinación y, tal como había pasado en la Gran Guerra, los bombardeos causaban bajas pero no limpiaban el terreno en absoluto. Los centros de recogida de heridos se llenaron de soldados mutilados en diversos grados que esperaban con estoicismo morir o ser evacuados, según el diagnóstico de cada uno.
Las cifras de pérdidas de blindados empezaron también a escalar. Si se mantenían en los pasillos de los campos eran presa de la artillería germana y si vagaban a campo abierto topaban con minas. Los comandantes de tanques fueron a quejarse a Montgomery de que no podían pasar de la sierra y de que la batalla había degenerado en una carnicería en que se luchaba metro a metro.
Montgomery estaba decepcionado por haber sobrestimado la capacidad de los tanques para la ruptura, pero se daba cuenta de que planteada como una batalla de atrición tampoco era una mala idea. Al modo de los comandantes de la Gran Guerra, estimó que puesto que podía reponer sus pérdidas y los alemanes no podían, un uno por uno le daría a la larga a la victoria. Así que envió de vuelta a los comandantes con la orden de persistir.
En palabras de un oficial inglés que estuvo en la batalla, “nunca sabremos la mayor parte de cosas que pasaron allí, porque los únicos que podrían explicarlas están muertos”. Lo que ha quedado escrito es que la batalla en torno a la sierra fue atrayendo a más y más unidades de ambos bandos durante varios días, mientras la artillería pesada y la aviación inglesa machacaban a los alemanes sistemáticamente. Fue una pesadilla de humo, polvo, sangre, mutilación y muerte mientras 300.000 hombres, en su mayoría jóvenes, se lanzaban unos a otros metales ardientes o se acuchillaban con bayonetas. El mundo contempló con horror como la batalla de fintas y carreras que esperaban, se había convertido en una orgía macabra más allá de cualquier descripción.
Rommel podría habérsela ahorrado por su estado de salud, pero fue sacado del hospital en Alemania por una llamada de Hitler y enviado a El Alamein. Cuando llegó constató que se trataba de lo que eufemísticamente los militares llaman “una batalla de material”, significando que ambos bandos tienen pérdidas enormes pero más o menos igualadas (y que por tanto ganará el que tenga más fuerzas a disposición). Quería retirarse a buscar espacio en que poder maniobrar, pero continuaba la misteriosa maldición por la que ningún barco que transportase combustible podía cruzar el Mediterráneo. Así que tuvo que quedarse allí a lanzar a sus hombres hacia la sierra donde morían a miles, como mariposas lanzándose a una hoguera.
Montgomery seguía la batalla a través de los informes de su estado mayor, pero también a través de los mensajes descifrados de Enigma. Tras una semana de atrición en las colinas de Miteirya y sus alrededores, Montgomery lanzó una ofensiva desde ellas hacia el noroeste para dominar una eminencia de apenas unos metros, pero que permitía corregir el tiro de artillería sobre varios kilómetros de posiciones alemanas. La artillería pesada inglesa estaba haciendo estragos con su bombardeo continuo, pero desde allí podría dañar aún más a los alemanes disparando sobre sus concentraciones.
La maniobra fue ejecutada a un coste pavoroso por la novena división australiana. Los alemanes decidieron que era el momento de la verdad y lanzaron contra ella un ataque final desesperado. Los australianos no se retiraron ni se descompusieron como unidad, a pesar de que los individuos componentes de ésta caían a docenas. Unos días después, se hizo tocar a un gaitero solitario música fúnebre, mientras los pocos supervivientes de la división se estremecían y muchos no podían contener el llanto.
El infierno de los australianos [Play music]
Nada puede consolar a alguien que ha perdido a todos sus camaradas de juventud, ni hacer que deje de sentirse culpable por haber sobrevivido. Pero quizás con el paso de los decenios, algunos de aquellos hombres, ya convertidos en ancianos, sintieran una punzada de orgullo por haber estado allí. En cualquier caso, ésa fue la acción decisiva de la batalla decisiva. El 3 de noviembre, tras el enésimo fracaso en desalojar a los australianos, y comprendiendo que al Afrika Korps le quedaban pocas horas de existencia operativa, Rommel comunicó a Hitler que se retiraba de El Alamein.
El mensaje fue interceptado, descifrado y llevado hasta Montgomery, cuya reacción no ha llegado hasta nosotros. También fue interceptada la respuesta de Hitler, en la que le pedía Rommel que muriese con todos sus hombres sin retirarse ni un metro. Supuestamente fue en ese momento cuando por fin comprendió la verdadera naturaleza de Hitler. Sin embargo aún no estaba preparado para desobedecerlo, así que suspendió la retirada. Pasó veinticuatro horas decidiendo si dejarse capturar o dispararse con la Luger. Cuando el día cuatro por la tarde vio que aún estaba vivo y libre, pidió permiso de nuevo para retirarse y esta vez le fue concedido.
El general Von Thoma se presenta a Montgomery tras ser capturado
Esa noche Churchill estaba cenando en el palacio de Buckingham con el rey y la esposa del presidente Roosevelt, de visita en Londres durante uno de sus temerarios viajes por los frentes de guerra. El primer ministro parecía ausente toda la cena, como si tuviera la cabeza en otro sitio. Tras el postre salió murmurando "que iba a telefonear". Volvió bailando por el pasillo mientras cantaba a voz en grito “Roll Out The Barrel” (la canción que en España se conoce como “Buena cerveza es lo que tenemos aquí” ).
De madrugada su humor fue cambiando cuando comprobó que Montgomery no perseguía a los restos del Afrika Korps que se retiraban en desbandada por la llanura, sin municiones y sin combustible. Churchill se desgañitaba enviando mensajes llamando la atención del comandante del Octavo Ejército sobre desciframientos concretos de Enigma de esa misma tarde. “¿Ha visto los mensajes QT/7789 y QT/7903?” “Bonifacio confirma que el enemigo está muy débil y completamente desorganizado”.
Montgomery no pensaba hacer nada más esa noche. Aquella era la primera victoria inglesa de la guerra. La había obtenido él nada menos que contra el legendario Zorro del Desierto. La batalla había terminado y era una victoria del atacante que quedaba en posesión del campo de batalla. Era la segunda vez que vencía a Rommel en apenas dos meses y no era el momento de poner en peligro un logro tan espectacular.
Aunque Churchill nunca perdonó a Montgomery haber dejado escapar a Rommel, no podía dejar pasar la ocasión de dar una buena noticia al país. Hizo interrumpir la programación de la BBC para leer un comunicado y al día siguiente todas las iglesias de Inglaterra repicaron sus campanas a la vez en señal de júbilo. Hacía tres años que no sonaban.
Pocos días después, mientras el Octavo Ejército iniciaba por fin la persecución, los americanos desembarcaron en varios puntos del norte de África en posesión del gobierno de Vichy, tal como Churchill y Roosevelt habían acordado. Tras combates intensos pero cortos, los franceses se rindieron y se empezó planear la conquista de toda el área para usarla como trampolín hacia Italia.
Noticias sorprendentes llegaron de Rusia. Al principio como rumores y más tarde plenamente confirmadas. El gigantesco ejército acorazado que debía avanzar hacia el Caspio, se había detenido para tomar Stalingrado. Al llegar el invierno, una vez los ríos se habían helado, varios millones de rusos armados con miles de tanques, aviones, cañones y todo tipo de equipamiento habían contratacado por los flancos y cerrado el cerco. 600.000 soldados alemanes estaban atrapados a miles de kilómetros dentro de la estepa. Esa batalla era la más grande que se había librado jamás en la historia de la humanidad y sus dimensiones excedían cualquier comprensión. Pero estaba claro que los alemanes habían encontrado un adversario capaz de igualar la escala a la que planteaban la guerra y capaz también de aplastar por lo menos uno de sus monstruosos ejércitos.
Con gran sentido de la oportunidad, captando que la guerra había dado un vuelco, Churchill acuñó otra de sus frases lapidarias, refiriéndose al Segundo Alamein pero también al nuevo escenario creado por el cerco ruso a orillas del Volga. Fue mucho más prudente que otras veces, porque quería sonar realista tras tanto tiempo de prometer fantasías delirantes y victorias imposibles: “Quizás esta victoria no sea el principio del fin, pero es ciertamente el fin del principio.”
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