Por Román Ceano
El 15 de Agosto de 1942, mientras Churchill emprendía el largo regreso desde Moscú, BP interceptó un mensaje personal de Rommel para Hitler. Estaba cifrado con la clave Roja, por lo que el Cobertizo 6 lo leyó con toda facilidad. Quizás Rommel no disponía de ninguna otra clave común con Kesselring en Roma –su superior directo- o quizás la usó por algún motivo. En cualquier caso no tenía porqué saber que esa clave era más vulnerable que cualquier otra. A partir de Roma, el mensaje viajó en Pez, siendo rastreado para ser usado como palabra probable.
Rommel explicaba en el mensaje sus planes futuros con todo detalle. Esperaría a la luna llena de finales de Agosto y entonces atacaría las posiciones inglesas mediante una maniobra envolvente por el sur. Las unidades acorazadas romperían el frente justo al norte de la depresión del Qattara, avanzarían hacia el este y girarían hacia el norte a través de la línea de colinas denominada Alam Halfa. Rommel comunicaba a Hitler que no tenía munición ni combustible para abastecer los pocos tanques que le quedaban. Prácticamente suplicaba por la vida de sus hombres al pedir suministros con la máxima urgencia.
No se sabe a ciencia cierta si cuando el mensaje descifrado fue transmitido a Montgomery, éste había ya dicho a alguien o no que Rommel pensaba atacar a través de Alam Halfa. Según la versión de la mayoría de historiadores militares británicos, el mensaje sólo confirmó su convicción previa. Hay que tener en cuenta que hasta los años ochenta nadie sabía qué papel había jugado Enigma en la guerra en el norte de África. La seguridad que mostró Montgomery mientras preparaba una defensa contra ese ataque en particular, se consideró producto de su habilidad para anticipar las acciones de Rommel y la determinación con la que defendió su conclusión, producto de la insultante seguridad en sí mismo que desplegaba con sus subordinados.
Hoy sabemos que aunque quizás Montgomery había llegado a la conclusión por su cuenta, leyó el mensaje el día 16. Algunos de los historiadores oficiales insisten en que lo leyó el 17 para darle a Montgomery 24 horas de defensa de su conclusión sin respaldo del descifrado. Resulta inverosímil que un mensaje tan importante no le fuera comunicado de forma inmediata, pero no deja de ser una discusión académica, puesto que preparó la batalla con esa certeza y por tanto el resultado de ésta quedó unido inextrincablemente al descifrado de Enigma.
De vuelta a casa por la misma ruta de la ida, el 17 de Agosto Churchill hizo escala otra vez en El Cairo. Feliz ante la noticia de la interceptación del mensaje, viajó hasta El Alamein para examinar personalmente las posiciones inglesas en la ruta de Rommel. Durante un par de días debatió con Alexander y el propio Montgomery tanto las peculiaridades de la guerra en el desierto como las variantes de la batalla que se avecinaba. Visitó varias unidades militares y entre ellas la suya propia, el 14 de Húsares, con la que había cargado en Ombdurman para cortar la retirada de los derviches.
Antes de partir hacia Gibraltar dejó escrita una directiva para Alexander en la que le ordenaba dirigir todos los esfuerzos “a tomar prisionero o destruir completamente (...) el ejército italo-alemán al mando del mariscal de campo Rommel, así como la totalidad de sus guarniciones y aprovisionamientos en Egipto y Libia”. Le dijo al general Brooke, que volvía con él en el avión, que lo había hecho porque era importante enfatizar la unicidad del objetivo común. Se hace difícil pensar que a esas alturas pudiera quedar alguna duda sobre la misión que Churchill encomendaba a Alexander, a Montgomery y todos los que dejaba atrás el Liberator mientras se alejaba hacia el sur, presto a virar a poniente en cuanto cayera la noche.
Ser víctima de los desciframientos de Enigma producía una sensación muy desagradable. Tal y como le había pasado a Donitz cuando perdía submarinos a docenas en encuentros casuales o veía a los convoyes aliados tomar rutas erráticas que esquivaban como por azar a sus manadas de lobos, ahora Rommel sentía que la mismísima Providencia estaba contra él.
En los quince días previos a la ofensiva, ningún barco con combustible logró llegar a puerto. Tan sólo los que llevaban alimentos lograban pasar, dándose el curioso caso que ese suministro era del único del que no tenía especial necesidad.
Y no era sólo el aislamiento del norte de África, sino que sus posiciones frente a El Alamein también resultaban difíciles de alcanzar para los envíos desde los almacenes. Los convoyes de camiones que recorrían la carretera de la costa eran bombardeados con mortífera precisión. Incluso el suministro aéreo que se había intentado utilizar como único remedio sufría de la maldición. Los transportes en silencio radio volaban por una ruta conocida sólo por un puñado de oficiales, pero de pronto unos cazas ingleses aparecían entre las nubes.
Aislado, bloqueado y desesperado, los criptoanalistas en Heliópolis, leían sus largas lamentaciones a Kesselring, que éste contestaba de mala manera. A medida que se acercaba la luna llena, Rommel empezó a sentirse enfermo y el día en que debía empezar la ofensiva estaba en cama sin poder levantarse.
Williams era el responsable de inteligencia del Octavo ejército. Él y Montgomery pasaron toda la noche esperando sin que se produjera ningún ataque. Por la mañana les comunicaron desde Heliópolis que se había pospuesto cuatro días para intentar reunir algo más de combustible. Como Montgomery había estado profetizando que el ataque sería ese día, muchos oficiales se burlaron a sus espaldas. Él aseguró a todo el mundo que el ataque estaba cerca y muchos admiraron la seguridad en su propio juicio que mostraba.
El 30 de Agosto de 1942, poco después de anochecer, las unidades acorazadas alemanas iniciaron su avance bajo la luz espectral de la luna, mientras un sobrecogimiento por la presciencia de su líder recorría las líneas inglesas. Desde el primer momento el avance fue un desastre para el Afrika Korps. Los campos de minas parecían haberse movido de sitio y tratando de esquivarlos muchas unidades cayeron en zonas de arena fina de las que fue muy penoso salir.
El amanecer les cogió aún lejos de Alam Halfa. Toda la artillería de largo alcance inglesa cayó sobre ellos, mientras los observadores en la colinas dirigían el fuego. Docenas de bombarderos pesados de fabricación americana comenzaron una serie continua de bombardeos de alfombra tácticos, una innovación que convertía el campo de batalla en un terreno en que sin estar atrincherado no había supervivencia.
Varios oficiales habían muerto y cundía el desorden. Para evitar el pánico tuvo que acudir Rommel, a pesar de estar enfermo. Cuando llegó a la vanguardia de sus tropas, las colinas de Alam Halfa se veían a bastante distancia, a pesar de que según su plan a esa hora ya debían estar bajo control alemán. Perdido el factor sorpresa, seguir avanzando a plena luz del día parecía absurdo, máxime teniendo en cuenta que la sierra parecía haber sido reforzada de forma extraordinaria con cañones antitanques a docenas y unidades blindadas que operaban bajo su protección. Rommel decidió seguir, porque otras veces los ingleses habían terminado derrotándose a sí mismos con un movimiento absurdo o una unidad que se desintegraba en la posición clave.
El día transcurrió lentamente mientras las unidades alemanas chocaban una y otra vez con la defensa, y la mezcla de artillería y bombardeo desde aviones impedía cualquier reagrupamiento. Las defensas de la sierra no sólo no cedían, sino que se revelaban como más y más densas. Rommel no dejaba de sorprenderse de la clarividencia inglesa al calcular con tanta precisión el punto crítico en que concentrar la defensa. Por la tarde se levantó una tormenta de arena que detuvo la batalla y puso fin al bombardeo continuo.
La mera prudencia aconsejaba a Rommel retirarse, una vez estaba claro que no habría guerra de movimiento sino que sería una batalla de atrición contra la sierra, bajo el fuego aplastante de la artillería pesada y de los bombardeos de alfombra. Pero no lo hizo porque no había comprendido el cambio operado en el mando inglés. Ya no tenía enfrente oficiales con ganas de demostrar la superioridad inglesa en la guerra de movimiento y de batirse con él galantemente. Tenía enfrente a un general de la escuela de la Gran Guerra, consciente de que la defensa es superior al ataque y que no hay nada tan sólido como la posición tomada.
Cuando a media mañana del día siguiente la tormenta de arena cesó, los alemanes reanudaron su ataque infructuoso y desesperado contra las posiciones fijas de Alam Halfa. El bombardeo de la aviación y de la artillería de larga distancia era tan intenso que el propio Rommel sufrió un ataque de nervios y tuvo que volver a su cuartel general para ser atendido. Eso le hizo comprender la futilidad de persistir. Durante varios días fue retirando las unidades sin ninguna precipitación, porque presentía que cualquier movimiento rápido haría que todo su ejército se desintegrara, tras varios días de ser martilleado con una densidad de obuses similar a la de Verdún o el Somme. Sabía que dejaba atrás la iniciativa, y que difícilmente tendría nunca más una ventana de victoria.
Cuando los restos destrozados de las unidades alemanas habían vuelto a sus posiciones previas a la ofensiva, se prepararon para un contrataque inglés. Pero pasaron los días sin que hubiera más actividad que pequeños realineamientos y choques aislados. Montgomery era el primer general de la guerra en el norte de África que no trataba de emular a Rommel con rápidas transiciones de defensa a ataque. Atacaría cuando estuviera listo y a su manera. Para él esa batalla había terminado y puesto que era un empate, el defensor había triunfado.
Los preparativos de Montgomery durarían más de un mes y medio a pesar de desarrollarse frenéticamente durante las 24 horas del día. La logística fue mejorada siguiendo un plan que Auchinlek afirmó toda su vida que había implantado él justo antes de su destitución. Se tendieron líneas de télefonos, tuberías de agua y oleoductos.
Los barcos azucareros cargados con los tanques Sherman y los cañones autopropulsados que Roosevelt había regalado a Churchill para consolarle por la caída de Tobruk, llegaron por fin, junto con un alud de soldados y suministros. Los dos cientos mil soldados de Montgomery doblaban ahora los efectivos del Afrika Korps.
Las tácticas que Montgomery iba a utilizar eran una evolución de las utilizadas en la Gran Guerra. Requerían técnicas muy precisas que la mayoría de soldados y oficiales apenas conocían. Se elaboró un plan maestro y luego se detallaron todos los planes individuales para cada una de las unidades hasta el nivel de batallón. Se puso a los soldados a entrenarse intensivamente en las diferentes habilidades y también para mejorar su tono físico.
La maniobra básica sería el avance tras una cortina de fuego de artillería. Los obuses caerían unos pocos cientos de metros delante de la infantería en puntos de caída que irían avanzando. Bien ejecutada resulta demoledora para el enemigo, que tras recibir una lluvia de proyectiles recibe la carga de la infantería enemiga. La experiencia real durante la Gran Guerra había sido terrible y muy pocas veces se había logrado la coordinación. O bien acababa la infantería bajo su propio fuego amigo o bien la cortina avanzaba tan deprisa que la infantería no podía seguirla y quedaba sola en la tierra de nadie, a merced de las ametralladoras. En interminables entrenamientos, Montgomery se preocupó de acostumbrar a todas las unidades a andar al número de pasos por minuto requerido.
También se preocupó de solucionar otro problema típico de los avances de la Gran Guerrra, consistente en que la unidades se desviaban de la trayectoria y perdían la dirección. En este sentido tan fácil sería perderse en la llanura del desierto en medio del humo y el polvo, como lo había sido en los dantescos paisajes de Flandes planchados por artillería. Unidades de policía militar trazarían y señalizarían las rutas. Carteles con los nombres de las rutas fueron impresos y se distribuyeron grandes cantidades de luces de posición para usar durante la noche.
A los peligros de la tierra de nadie tradicional (alambradas, ametralladoras, morteros y francotiradores) se les unía en El Alamein la presencia de cientos de miles de minas de todos los tipos, desde las antitanque hasta las saltarinas, que antes de explotar saltaban y podían liquidar un pelotón. Los ingleses odiaban la forma alemana de usar las minas, porque mientras que ellos solían situarlas en campos bien señalizados para disuadir el paso del enemigo, sus oponentes no las señalizaban, para así causar el máximo número de bajas. La ofensiva empezaría con los zapadores abriendo largos pasillos a través de los enormes campos de minas. Aunque éstos disponían de algunas docenas de rudimentarios buscaminas, seguirían basando sus tácticas en arrastrarse por el suelo pinchando con la bayoneta cada medio palmo.
Montgomery esperaba mucho de los tanques. Los comandantes de las brigadas acorazadas fueron instruidos para no cargar como la caballería, a la que tenían como modelo, sino a disparar desde posiciones fijas concentrando el fuego en los objetivos, avanzando junto con la infantería y apoyándola. Los nuevos tanques Sherman podían compararse en rapidez, blindaje y potencia de fuego con los Panzer, así como entablar combate con los 88, lo cual era una novedad esperanzadora. Por desgracia tenían una tendencia a incendiarse súbitamente que creaba en las tripulaciones una gran ansiedad.
La artillería de largo alcance y los bombarderos pesados realizarían respectivamente cortinas y alfombras, así como ataques puntuales sobre objetivos tácticos. La artillería era el arma en que Montgomery confiaba más, pues había logrado una superioridad aplastante en número y calibre de las piezas. Por su parte la aviación tenía el dominio del aire hasta muy detrás de las líneas del Afrika Korps, lo que se utilizaría para garantizar que no le llegaran refuerzos.
Se desarrolló una compleja operación de engaño para ocultar tanto el lugar como la fecha del ataque. Con este propósito se colocaron tanques inflables en la zona sur, cuando en realidad el la penetración se había preparado en el norte. Además los suministros a primera línea se transportaban durante la noche y se enterraban para ser sacados el día de la ofensiva.
Los alemanes eran realistas y sabían que sin combustible no podían atacar, por lo que se atrincheraron en posiciones muy bien estudiadas. Dedicaban la noche a cavar y a enterrar minas hasta totalizar más de medio millón, muchas de ellas inglesas capturadas en Tobruk.
Cavaron posiciones para semienterrar a los tanques y que operaran como artillería fija. Los blindados cubiertos hasta que asoman sólo la torreta resultan extraordinariamente difíciles de destruir y son un enemigo formidable para los que operan de forma convencional. La idea era resistir hasta que estuvieran todos muertos o bien hasta que les llegara combustible suficiente para poder retroceder algunos kilómetros, buscando espacio en donde luchar a campo abierto.
Rommel se encontraba muy mal y su médico le hizo una revisión a fondo. Le diagnosticó presión muy alta, inflamación infecciosa grave del aparato digestivo y difteria, aunque limitada de momento a las vías altas. Debía ser ingresado en un hospital de forma inmediata, antes de que estas tres dolencias se combinaran en una crisis fatal. Inició el regreso a Alemania por la ruta contraria a la que seguían los suministros y a pesar de la debilidad, aprovechó el viaje para abroncar a todos los responsables de logística por la escasez en que tenían a sus hombres.
A medida que se alejaba de la triste realidad de la llanura polvorienta en la que su ejército se estaba enterrando en vida, el ambiente a su alrededor fue cambiando. Cada vez la gente con que se cruzaba estaba de mejor humor y le vitoreaba espontáneamente. Los que se atrevían a acercarse le deseaban suerte en la próxima batalla y le decían que ya tenían ganas de que empezara. Le confiaban que nunca dudarían de sus victorias y que sabían que siempre vencería aunque fuera a base de milagros.
Al llegar a Alemania fue recibido como un gran héroe y le fueron impuestas todo tipo de condecoraciones en largos banquetes, majestuosas paradas y agotadores desfiles. Si Churchill quería usar el norte de África como revulsivo de la moral inglesa, Goebbels lo usaba para presentar la guerra como algo noble y valiente, una aventura viril digna de los espíritus fuertes y puros. Rommel al final se contagió del ambiente y prometió “una gran victoria”, antes de ingresar por fin en el hospital.
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