Enigma 79

Enviado por Roman en

Por Román Ceano

Antes de la guerra, cuando con su característica minuciosidad planeaban la gestión de su futuro imperio, los alemanes diseñaron una red de teletipos que hiciera posible la administración de la enorme porción de Eurasia que pensaban conquistar. A medida que la guerra se desarrollaba, unidades del cuerpo de señales seguían a las tropas tendiendo cables que unían las capitales conquistadas, así como estableciendo en ellas centros de comunicación de alta tecnología dotados de personal numeroso y bien entrenado. Todas las líneas convergían en Prusia, en un centro de comunicaciones ultramoderno capaz de recibir y enviar cientos de miles de baudios durante las 24 horas del día.

En el plan maestro de comunicaciones, Enigma debía servir sólo para el tráfico interno de los grupos de ejército, mientras el tráfico estratégico estaba reservado al teletipo sobre línea terrestre. Este plan se demostró ilusorio, porque los éxitos militares no fueron seguidos por una consolidación política de la ocupación. La brutalidad demencial, la voluntad genocida y la esclavización sistemática a que fueron sometidos los pueblos ocupados, hicieron que la pacificación dependiera de la presencia física de unidades militares en todo el territorio.

Tanto en Rusia como en los Balcanes, grupos de irregulares merodeaban en las zonas fuera de control de las unidades alemanas, haciendo de los flamantes cables un objetivo preferente. En unos minutos era posible causar un gran daño con muy poco riesgo cuando la línea atravesaba zonas boscosas o de difícil acceso para los alemanes. A medida que se organizaban y empezaban a recibir apoyo exterior, la acción de estos grupos se fue sofisticando. Aprendieron a sabotearlas de manera que la reparación exigiera examinar cada poste en cientos de kilómetros, lo que les daba oportunidad de emboscar a su antojo a los soldados del cuerpo de señales. Incluso en Europa Occidental, donde en 1942 no existían guerrillas como tales, el sabotaje de los cables empezaba a ser un problema.

Incluso antes de que fuera evidente que el ejército alemán no podía proteger la red terrestre contra la acción enemiga, los ingenieros del cuerpo de señales habían recelado de la factibilidad práctica de algo tan grandioso y descomunal. Conocían los problemas de mantenerla en su propio país y en condiciones de paz, por lo que podían imaginar lo que sería hacerlo en un imperio como el que imaginaban los delirios nazis.

Este convencimiento les había llevado a desarrollar tecnologías que utilizaran el éter como soporte de la transmisión de teletipo. Ésa era la razón de los viajes de los ingenieros nombrados por Wolhrab. El aumento en las recepciones de aullidos por el equipo de Kenworthy significaba que la tecnología estaba lista y entraba en operación.

La idea de transmitir los secretos más valiosos por radiofrecuencia, contaba con muchos detractores en la jerarquía del ejército. Para evitar las críticas, siempre se planteaba que los enlaces no utilizaran emisores normales sino transmisores direccionales. Estos transmisores son a las antenas lo que los focos a las bombillas, emitiendo un haz muy concentrado que en teoría sólo puede ser percibido en la trayectoria.

Pero tal y como la práctica fue demostrando, las ondas de radio tienen mucha tendencia a rebotar y dispersarse de mil maneras incontrolables. Al principio se pensó en enlaces situados a poca distancia los unos de los otros para poder usar emisores de baja potencia. A la larga, para evitar el riesgo creciente de sabotaje, hizo falta incrementar la potencia. El caos del éter empezó a empujarlos de tanto en tanto hasta las antenas de Kenworthy y aunque era una tarea infinitamente más difícil que interceptar el morse de Enigma, la supuesta imposibilidad de captarlos a larga distancia se demostró como completamente falsa.

El segundo argumento con que eran bombardeados los que alertaban en Berlín contra el teletipo por radiofrecuencia era una segunda garantía más objetiva y que ya estaban usando contra las intercepciones de los cables. Se trataba de una técnica de cifrado inventada en Estados Unidos específicamente para proteger las transmisiones de teletipo y basada en los avances en electromecánica. Como todas las técnicas de cifrado, se consideraba segura más allá de cualquier límite razonable.

El desarrollo de centralitas de teléfono a gran escala, había familiarizado a los ingenieros norteamericanos con la implementación de lógica booleana en circuitos eléctricos. Esto permitía la aplicación intensiva en el teletipo del cifrado descrito durante la Gran Guerra por un empleado de la división de desarrollo de la ATT llamado Gilbert S Vernam.

La idea de Vernam era considerar independientemente cada uno de los cinco flujos de “cruces y puntos” y cifrarlo sumándole una secuencia conocida por el emisor y el receptor. Esta suma no era una suma convencional, sino la aplicación de una de las aritméticas binarias descritas por Boole. Esta aritmética en particular tiene asociada una única operación, llamada adición. Aunque pueda ser descrita como una “suma binaria de módulo 2” en realidad se trata de un operador lógico, por lo que el término “adición” parece abusivo y algo arbitrario al no-especialista. Sea como sea que lo llamemos, sus normas son muy sencillas; traducidas al lenguaje actual de unos y ceros establecen que 1+1=0, 0+0=0, 1+0=1 y 0+1=1.

Utilizando esta aritmética es posible construir un álgebra en la que los alfabetos se pueden sumar. Basta tomar la combinación de cruces y puntos (1s y 0s) de cada uno de los dos caracteres a operar, aplicar la aritmética descrita en el párrafo anterior para cada posición, y finalmente buscar a qué carácter corresponde el resultado. En el álgebra obtenida, el elemento neutro es el carácter representado por cinco puntos. Además, cada carácter es su propio inverso, por lo que una secuencia sumada a sí misma produce una sucesión del carácter representado por ese elemento.

Como la adición es simétrica, sumando la misma clave al texto cifrado se obtiene el texto en claro otra vez. En este sentido el cifrado Vernam ofrece de forma natural aquello que en la Enigma debió forzarse introduciendo el reflector. Eso no evita que la simetría sea también una fuente de debilidad, como sucede en la máquina Enigma. De hecho, la facilidad para operar textos cifrados y para despejar la secuencia añadida al texto en claro, obliga a que dicha secuencia deba ser inmensamente larga.

Se daba la circunstancia de que Tiltman había descifrado un texto cifrado en Vernam en el verano de 1941 gracias a una serie de circunstancias excepcionales. Los operadores que realizaban las pruebas solían prepararlas chateando en abierto. Aunque en el modo de operación normal se trabajaba con las cintas de papel descritas antes y se cifraban los envíos, también era posible conectar un teclado directamente al teletipo y teclear sobre él. Lo que cada operador escribía en su teclado aparecía en la impresora del otro en tiempo real.

Los ingenieros del cuerpo de señales hacían un uso muy liberal de esta forma de comunicación, no sólo para preparar las pruebas, sino también para intercambiar chismes. Kenworthy solía ser un ávido lector de estas conversaciones y podía leerlas casi directamente sobre las ondulaciones de tinta. En cambio, cuando los operadores activaban el cifrado sólo podía transcribir la sopa de letras resultante sin entender nada. Una ventaja del sistema de teletipo era que se tecleaba y leía en claro, aunque la transmisión estuviera cifrada. Bastaba tocar un interrutor para cambiar de en claro a cifrado.

La dedicación de Kenworthy tuvo su premio. El 30 de agosto de 1941 fueron interceptados dos mensajes cifrados que parecían diferentes pero que los operadores alemanes en sus conversaciones en abierto daban por iguales y escritos con la misma clave. La explicación era que aunque se trataba del mismo mensaje, el operador lo había tecleado directamente –sin usar la tira de papel- y había introducido pequeños cambios abreviando algunas palabras y extendiendo otras.

© Román Ceano. Todos los derechos reservados.