Enigma 78

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Por Román Ceano

Aunque los ingleses siempre gustan de subrayar el carácter accidental e improvisado de sus éxitos, lo cierto es que Bletchley Park siempre se distinguió por lo contrario. Por mucho que sus criptoanalistas tuvieran el pensamiento lateral y la intuición inverosímil como sus armas más efectivas, los chispazos de genio que han pasado a la Historia resultaron devastadores para el enemigo porque se sustentaban en un armazón de extenuante trabajo sistemático llevado a cabo tanto por ellos mismos como por batallones de personal subalterno.

Por ello, cuando a principios de la primavera de 1942, Tiltman concentró su atención en el incremento de los aullidos, los archivos de Bletchley Park contenían abundante información sobre el tema, incluyendo una hazaña criptográfica doble en la que él mismo había participado el verano anterior.

La incorporación más reciente al dossier sobre los “aullidos” era un extenso interrogatorio a Peter Wohlrab, un oficial de inteligencia alemán capturado en el norte de África tras derribar la RAF el avión en que volaba. Wohlrab declaró ser un anti-nazi que había huido a Suiza antes de la guerra pero que había sido expulsado de ese país y reclutado a la fuerza en el ejército alemán en 1940. Se alegraba de haber sido capturado y se ofrecía para colaborar en todo lo que pudiera.

La transcripción del interrogatorio a Wohlrab tenía páginas y páginas en las que éste detallaba minuciosamente su paso por diferentes estaciones de intercepción por toda Europa como traductor al alemán de los mensajes ingleses. Cuando había sido derribado, su misión era traducir en tiempo real las conversaciones por radio de los pilotos ingleses con los aeropuertos.

En un momento de la transcripción, los interrogadores le preguntaban si había oído hablar de un sistema llamado “Geheimschreiber”, que en alemán significa “escritura secreta”. Wohlrab les dijo que había oído referirse mediante ese nombre a un teletipo experimental que transmitía los textos cifrados. No sabía cómo se cambiaba la clave ni qué técnica de cifra empleaba el sistema. Al parecer sólo unos pocos tenían acceso a él, hasta el punto que se rumoreaba que contenía explosivos que detonaban si el operador que manipulaba el teclado no comenzaba con una secuencia determinada. Esto era probablemente falso, pero ilustraba el secretismo que rodeaba al proyecto.

La razón por la que los interrogadores de Wohlrab le habían preguntado sobre “Geheimschreiber” era que sabían que una unidad concreta del cuerpo de señales alemán había estado en el norte de África. Los servicios secretos ingleses, ayudándose de descifrados de Enigma, de emisiones en claro y de pensamiento lateral, los habían seguido en un periplo que había comenzado en la propia Alemania muchos meses atrás. Siempre que esa unidad particular llegaba a un lugar, muy pronto comenzaban a oírse los característicos aullidos.

El secreto en el lado alemán tenía su contrapartida con un nivel de secreto similar en el lado inglés, y por ello muy pocos sabían que Kenworthy podía leer muchos de esos aullidos sin ningún problema. Para ello conectaba al receptor de radio un ondulador diseñado por él mismo que consistía en un pequeño brazo que se movía arriba y abajo siguiendo las frecuencias recibidas, de forma parecida a como los sismógrafos registran las vibraciones del suelo. Las tiras de papel se guardaban en rollos que Kenworthy estudiaba, tal como debían hacer los sabios de la biblioteca de Alejandría con los papiros, desenrollando por un lado mientras arrollaba por el otro.

Existían diferentes tipos de “aullidos” que creaban patrones diferentes pero todos tenían una estructura análoga. El secreto de su extraña textura auditiva quedaba en evidencia al observar las ondulaciones sobre el papel. La distancia entre las crestas de las ondas no tenía cualquier valor sino que sólo tomaba dos. Así que los aullidos estaban formados por combinaciones de dos (o a veces cuatro) tonos que se entremezclaban de forma aparentemente caprichosa. Pero incluso esta variación no era aleatoria, ya que las duraciones de cada tono eran siempre múltiplos de la duración mínima.

El secreto de los aullidos, y lo que los convertía en una emisión en claro, era agrupar estas unidades mínimas en grupos de cinco y considerar un tono (o una pareja de tonos si había cuatro) como “cruces” y el otro (o los otros) como “puntos”. Haciendo eso, los extraños alaridos se revelaban como una sucesión de caracteres escritos en un alfabeto perfectamente público, denominado código Baudot.

Éste era el código utilizado por los teletipos (llamados télex o teleimpresora según el país y la época). La tecnología del teletipo se había extendido por el mundo durante los años 30, compitiendo con el Morse y el teléfono. Concretamente en Alemania había tenido considerable éxito y las empresas alemanas como Siemens o Lorenz, eran líderes del mercado mundial.

La característica diferencial de la comunicación por teletipo era que, así como en el Morse cada carácter tiene una longitud diferente, en el Baudot todos los caracteres tienen una longitud de cinco espacios. En lugar de puntos y rayas, se utilizan cruces y puntos, que son en realidad voltaje o ausencia de éste. Al ser un sistema posicional, la ausencia de voltaje se puede utilizar como señal.

La gran ventaja de la longitud fija de cáracter e impulso (o ausencia de impulso) es que permite sincronizar el envío y la recepción automáticos. Con ello se pueden alcanzar velocidades de transmisión sostenidas inalcanzables para un operador humano, y además es relativamente sencillo multiplexar varios mensajes para enviarlos por el mismo cable.

La desventaja del teletipo es que hace falta una canal de comunicación muy estable, por lo que sólo se podía usar entre localidades conectadas mediante cables de buena calidad. Los operadores humanos tienen una gran tolerancia al error y son capaces de tomar decisiones sofisticadas durante la recepción, por lo que había sido fácil pasar del cable a la transmisión aérea. En cambio, los sistemas automáticos de envío basados en el código Baudot tendían a desincronizarse, al carecer de comprensión semántica o sintáctica.

Un equipo comercial –llamado Hellscreiber y considerado el antepasado del fax- que también había sido probado por ejército alemán, utilizaba redundancia para poder conectar equipos mediante transmisión de radiofrecuencia, pero lo hacía de una forma tan primitiva que multiplicaba por 18 el tamaño del texto a enviar.

En general el teletipo fue desplazando al morse para aquellas aplicaciones para las que se disponía de buena infraestructura y que podían ser sistematizadas. En esas circunstancias, un solo teletipo podía hacer el trabajo de docenas de operadores Morse.

Como los operadores no podían transmitir más deprisa que una cierta velocidad, primero se tecleaba el mensaje a velocidad humana en una perforadora. Esto generaba una tira de papel en la que cada carácter estaba representado por cinco posiciones. Las posiciones perforadas correspondían a impulsos (cruces) mientras las que quedaban sin perforar correspondían a no-impulsos (puntos).

Las tiras de papel eran introducidas en el equipo emisor, que las leía a velocidad de transmisión. Una instalación convencional de un sistema de teletipo constaba de un número de operadores perforando para alimentar un solo transmisor. Para su uso comercial en una empresa, se podía disponer de una perforadora en cada departamento y llevar a la estación de transmisión las tiras. La recepción podía ser mediante una perforadora o directamente a la impresora.

Para que la tecnología pudiera difundirse y cualquier receptor pudiera recibir de cualquier emisor, se había definido un estándar de velocidad “por defecto” de 10 caracteres por segundo, lo que representaba enviar 50 “cruces” o “puntos” en ese período de tiempo. Esta velocidad de transmisión se caracterizaba en la jerga de los operadores de teletipo como “trabajar a 50 baudios”, en honor a Henry Baudot, el ingeniero francés que había comprendido la ventaja de una longitud fija del carácter, estableciendo el primer alfabeto en 1877.

Aunque seguía llamandose Baudot, en las convenciones internacionales de organizaciones postales y de telégrafos se habían realizado en este alfabeto tres mejoras. En primer lugar se había casi doblado el número de caracteres posible desde los 48 originales hasta 94, para incluir los números (que hasta entonces se habían escrito con todas sus letras), signos de puntuación, operadores (+,-,=,), retorno de carro, “line feed”, el “&” y el signo de la libra esterlina.

Para ello se definieron dos caracteres “shift” de cambio de alfabeto. Al recibir uno de ellos, se debía cambiar el “modo” y a partir de ese momento interpretar los grupos de cinco señales (cruces o puntos) siguiendo un alfabeto auxiliar. Lógicamente existía otro carácter para volver al alfabeto de defecto. En la época, todo esto causaba algo de confusión pero hoy es corriente en muchos lenguajes gráficos todos los teclados (p.ej. en HTML <x>, </x> o la tecla num de los teclados).

El segundo cambio introducido en el alfabeto original tenía relación con el mantenimiento de los equipos. Una vez quedó claro que el Baudot no sería usado por humanos -ya que éstos preferían el Morse- desapareció el motivo para conservar en el código una lógica mnemotécnica. La perforación de los agujeros en el papel y la lectura de esas perforaciones eran la causa del desgaste tanto de los dispositivos de grabación como de las cabezas lectoras. Para minimizar las tareas de mantenimiento de los equipos, se procedió a asignar los caracteres en función del uso, dando a los más utilizados aquellas combinaciones que requerían menos perforaciones en el papel.

La tercera modificación, la menor de las tres, consistió en retirar el uso de las cinco puntos, para evitar la ambigüedad de que el papel perforado sin tratar tuviera significado. Así quedaron fijados definitivamente los 93 valores del código Baudot tal como se popularizaron durante el primer tercio del siglo XX y tal como se los encontró Kenworty dentro de los extraños aullidos.

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