Enigma 77

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Aullidos binarios

Por Román Ceano

El zorro tiene muchos trucos.
El erizo sólo uno,
pero es muy bueno.

-- Esopo

Las memorias de los que hicieron la guerra en Bletchley suelen empezar con el estrafalario recibimiento que dispensó a los autores algún excéntrico personaje. El gag del soldado Filby es uno de los más famosos.

Empeñado en causar buena impresión, marchó desfilando en solitario desde la cancela en el muro hasta la puerta de la mansión. Tras interrogar marcialmente al centinela que la controlaba y recibir de éste las indicaciones oportunas, entró en el edificio marcando el paso enérgicamente.

Desde el primer momento se dio cuenta de que algo iba mal. Sus botas claveteadas golpeaban la tablilla del pavimento causando un estruendo ensordecedor. La gente le miraba frunciendo el ceño, pero la misma incomodidad de la situación le hacía golpear con más fuerza. Finalmente llegó ante la puerta y entró sin llamar.

Puesto que la persona que buscaba era un oficial, el soldado Filby decidió terminar su aproximación enfatizando el carácter militar del encuentro. Caminó con pasos extra enérgicos y se cuadró tras dar tres patadas al suelo que sonaron como tres descargas de fusilería. Iba a presentarse con un grito pero pensó que debía esperar a que su interlocutor se girara. Éste estaba trabajando en un escritorio de estilo antiguo que se utilizaba de pie. Tenso como un arco y rígido como una barba de ballena, el soldado Filby contempló en posición de saludo la espalda de un hombre alto que vestía chaqueta civil pero los pantalones de un regimiento escocés.

Los estampidos reverberaron durante largos minutos mientras se dispersaban en ondas de amplitud decreciente. Primero desaparecieron del aire y después, mucho más tarde, de los sistemas auditivos internos de ambos hombres. Cuando el silencio había vuelto a ocupar el despacho y otra vez era posible oír el rasgar de la plumilla sobre el papel, el coronel Tiltman se giró y con la alegre camaradería de un viejo compañero de colegio le preguntó : "¿Es realmente necesario que uses esas malditas botas?".

John Tiltman estaba a cargo de un departamento llamado Sección Militar que trataba con todos los mensajes enemigos interceptados que no estuvieran cifrados con Enigma. Aunque esto incluía una colección muy heterogénea de sistemas de cifrado (la Hagelin utilizada por los italianos, los diferentes códigos utilizados en radio verbal por los pilotos, cifras manuales para uso diario en puertos, claves de mapas, etc...) la Sección Militar había ganado su fama por el desciframiento de códigos japoneses.

Era escocés, pero a diferencia de los demás escoceses de BP, ni pertenecía a la Marina ni había estado en la Sala 40. La Gran Guerra la pasó en Francia, donde fue ascendido de soldado a raso a oficial y finalmente repatriado con condecoración tras recibir una grave herida. Después de la rendición alemana fue enviado a Siberia con el contingente internacional que debía ayudar a los Rusos Blancos a destruir la recién constituida República de los Soviets.

La expedición resultó un desastre y las tropas fueron evacuadas de vuelta a Inglaterra. Tiltman aprendió ruso con la intención de volver a Siberia para seguir luchando como asesor de una guerrilla de Rusos Blancos. Pero por fortuna para él, durante el curso los profesores descubrieron su increíble habilidad lingüistica. Eso le libró de un destino más que peligroso ya que los entusiastas informes hicieron que fuese reclutado por el CG&CS para traducir mensajes rusos interceptados.

Esos mensajes eran descifrados por Ernst Fetterlein, un miembro exiliado de los servicios secretos zaristas recién llegado a Londres. Apenas hablaba inglés, por lo que sus traducciones macarrónicas causaban desaliento a los analistas, que sentían que se estaba perdiendo la mayor parte del significado.

Tiltman intentó por mera diversión aplicar a algunos textos cifrados los métodos que veía utilizar al ruso. Resultó que tenía una facilidad para descifrar aún más asombrosa que para los idiomas, por lo que al poco tiempo dejó las traducciones y pasó trabajar con los mensajes en crudo.

Por mucho que la amenaza rusa se vistiera de revolución proletaria su percepción por el Imperio Británico seguía los clichés casi centenarios del Gran Juego. Tiltman fue enviado a reforzar el esfuerzo de espionaje en Asia Central para ayudar al Raj a gestionar la supuesta presión eslava hacia el Pérsico. Recorriendo todo tipo de paisajes y supervisando puestos de escucha en las más remotas localizaciones, obtuvo una sólida experiencia de campo en técnicas de intercepción.

En Asia tuvo sus primeros contactos con mensajes japones, y cuando los nipones sustituyeron a los rusos como preocupación principal del Foreign Office, Tiltman se lanzó a descifrar japonés. Su leyenda tal como se contaba a los reclutas en Bletchley, incluía haber aprendido japonés por sus propios medios. Al parecer, cuando se dirigió a la institución imperial para el estudio de lenguas orientales, los doctos profesores se negaron a acortar los cursos de seis años que impartían al personal del cuerpo diplomático.

Tiltman en seis meses de autoenseñanza ya descifraba textos japoneses. No sólo eso sino que además diseñó un cursillo de la misma duración para los reclutas de BP, que llenó rapidamente de criptoanalistas en ese idioma la escuela Elmers, antigua sede de Whelchman a su llegada.

A finales del invierno de 1942, cuando llegó el soldado Filby, todo este esfuerzo se estaba mostrando inútil. Los americanos habían mecanizado el descifrado de las máquinas japonesas y estaban montando centros de descifrado a gran escala. Para conservar el monopolio de Enigma, los ingleses se habían visto obligados a ceder en la división del trabajo, así que toda la infraestructura en BP dedicada a Japón debía ser desmantelada.

Como en tantas otras partes de esta historia, resulta imposible saber en que momento un antiguo conocido de Tiltman contactó con él. Ni siquiera los contemporáneos tenían una idea clara. El memorandum que esa persona dirigió al coronel tiene escrita una anotación a mano que indica que a pesar de estar numerado como “tercero”, no constaba quién había recepcionado los otros dos.

El remitente era Harold Kenworthy, responsable de intercepciones de la policía metropolitana. Se habían conocido muchos años atrás, cuando cazaban espías del Komintern ocultos en Londres, interceptando sus emisiones clandestinas. Ambos eran expertos en sus campos, mucho más allá de la mera dedicación profesional. Si Tiltman descifraba cualquier cosa en media tarde, Kenworthy distinguía entre los ruidos que poblaban el espectro radioeléctrico con la facilidad con que un melómano fanático distingue los instrumentos de una orquesta.

El mensaje que Kenworty intentaba hacer llegar a los oficiales responsables de BP, era que habían aumentado espectacularmente las ocurrencias de un tipo muy especial de fenómeno radioeléctrico. Se trataba de unos ruidos muy característicos que iban y venían por entre la estática. A ratos parecían un flautista desafinando terriblemente, pero las más de las veces hacían pensar en animales heridos, ululando desgarradoramente de dolor.

Los operadores de la estación de escucha de la policía en Denmark Hill –de la cual Kenworthy era el responsable- los reportaban como “mugidos” o “balidos”. Para ellos se trataba sólo de una curiosidad, y su aumento lo adjudicaban a algún efecto no-lineal de la estática. Sin embargo, tanto Tiltman como Kenworthy sabían perfectamente de qué se trataba y porqué un aumento en su ocurrencia era una extraordinaria noticia. En cuanto el tercer memorándum de Kenworthy llegó a Tiltman, éste se olvidó de los japoneses y se preparó para una operación a gran escala.

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