Enigma 76

Enviado por Roman en

Por Román Ceano

La sala de índices dedicada al Afrika Corps se encontraba bajo una presión tremenda para ayudar en la derrota de Rommel. También el Cobertizo 4 –que seguía llamándose igual, a pesar de estar ahora distribuido en uno de los bloques de hormigón- participaba en el esfuerzo, ayudando a hundir los convoyes de suministros para Rommel. La concentración de esfuerzo llevó a que el control sobre la navegación entre Italia y el norte de África fuera total, gracias al descifrado continuo de la clave Azul Claro de Enigma así como de la máquina italiana C38m. Aunque a veces algún convoy lograba pasar, a efectos prácticos Rommel estaba aislado y abandonado a su propia suerte.

Aunque las redes originales -las caracterizadas por Welchman y algunas más- seguían nombrándose por colores, ante la proliferación de claves se había optado por una nueva nomenclatura. Las redes de la aviación se nombraban como flores o insectos; las del ejército de tierra como pájaros y las de la marina con nombres de pez. El ánalisis de las redes Tábano, Pinzón y Langosta indicó que a pesar de su extrema debilidad, Rommel lanzaría su ataque el 26 de Mayo. Sólo disponía de combustible para cuatro días pero tenía pensado abastecerse de los suministros que arrebatara al enemigo, lo cual durante milenios ha sido señal inequívoca de genio o locura, dependiendo del resultado de la campaña.

Se sabía por otros desciframientos que los alemanes estaban preparando también una nueva campaña en Rusia que incluía un movimiento de dimensiones épicas. Un ejército acorazado de casi un millón de hombres avanzaría miles de kilómetros hasta alcanzar las orillas del mar Caspio. El milenarismo y la devoción por la guerra a gran escala estaban haciendo perder al alto estado mayor alemán cualquier sentido de la proporción.

Aunque aquel ejército era imparable e indestructible no estaba claro que pudiera poner en funcionamiento los pozos de petróleo cuando llegara a su destino. Estos son muy vulnerables al bombardeo, al igual que los oleoductos. De hecho los británicos se ofrecieron a los rusos para bombardear los pozos antes que llegaran los alemanes, pero Stalin les contestó que ellos mismos podían hacerlo si llegaba el caso.

Resultaba extraño que Hitler autorizase en aquel momento el despilfarro de recursos que representaba la ofensiva de Rommel, pero quizás había sucumbido también al delirio de la pinza sobre Oriente Medio. En cualquier caso no había duda de que el Africa Korps iba a lanzar los dados otra vez y los ingleses tendrían oportunidad de infligir a los alemanes su primera derrota.

Auchinlek, comandante de las fuerzas inglesas en el norte de África, se sintió aliviado al saber que iba a ser atacado, ya que eso le evitaba tener que realizar el ataque que Churchill le pedía a todas horas. Si Rommel iba a atacar, era mejor esperar y defenderse que intentar atacarlo en sus posiciones fortificadas.

Auchinlek siempre había trabajado disimuladamente con esa hipótesis. Mientras simulaba construir un trampolín para la ofensiva, había creado una posición defensiva formidable. Se trataba de una línea continua de campos de minas que se extendía desde la costa hasta 100 kilómetros tierra adentro. Varios boxes –fuertes al aire libre a base de fosos antitanque, trincheras y alambre de espino- protegían los campos de minas aprovechando la disposición del terreno. Las fuerzas acorazadas inglesas, más numerosas que nunca, se habían situado detrás pero cerca de la parte del obstáculo más lejana al mar, para poder detener a los alemanes si intentaban rodearlo.

En los extremadamente lujosos clubes de oficiales del Cairo, durante suntuosas cenas y en las posteriores veladas sicalípticas se había discutido acaloradamente qué haría Rommel. De esas discusiones había salido toda la disposición inglesa a través de un amplio consenso. Por un motivo histórico, Egipto dependía formalmente de la India y sus oficiales reunían lo peor de la tradición del Raj.

Acostumbrados a ser la policía del Imperio, nadie sabía cómo desplegar una división acorazada o cómo maniobrar con un cuerpo completo. El único que supuestamente sabía hacerlo, O’Connor, el vencedor de Beda Fomm -por quien todos suspiraban desde sus mullidos sofás lanzando volutas de humo de habano- había caído prisionero en su primer encuentro con Rommel. Ahora languidecía en un castillo a orillas del Rhin y allí permanecería lo que quedara de guerra.

Gracias no solo a BP sino también a escuchas sobre el terreno de mensajes tácticos enemigos y sobre todo gracias a las infiltraciones de largo alcance realizadas por comandos capaces de viajar por el desierto y aparecer muy detrás de las líneas, los ingleses tenían bajo vigilancia a los alemanes. No podían saber qué haría Rommel, pero sabiendo cuándo atacaría y estando alerta en todas partes quizás pudieran derrotarlo.

La misma tarde del 25, mientras unidades de infantería italiana simulaban atacar a través de los campos de minas cerca del mar acompañados de algunos tanques de atrezzo, carros ligeros sudafricanos seguían de lejos a las tres divisiones blindadas del Afrika Corps que sigilosamente rodeaban el obstáculo por el flanco del desierto. Las brigadas acorazadas inglesas fueran alertadas y se prepararon para sorprender. El estado mayor en el Cairo se felicitó, ya que la finta de Rommel no les había engañado y por tanto en la batalla de tanques subsiguiente tendrían superioridad numérica.

Pero cuando las divisiones Panzer llegaron hasta los ingleses y éstos les atacaron furiosamente, se terminó la ilusión. La descoordinación a todos los niveles y la inferioridad de material hizo que en pocas horas el Afrika Corps derrotara al conjunto de la fuerza acorazada inglesa, que se dispersó hacia el Este con gran desorden. Durante las 24 horas siguieron las batallas de encuentro, en las que los alemanes siempre lograban superioridad numérica gracias a su superior coordinación y habilidad para la maniobra.

Hubo algún momento de inquietud cuando aparecieron unos tanques muy lentos y de puntería nefasta, pero que disparaban pepinazos terribles protegidos por una coraza impenetrable excepto a bocajarro. Había pocos y no sabían coordinarse, así que terminaron como los Renault en el Mosa en 1940. Los oficiales alemanes bajaron de sus carros para examinar los restos humeantes y los prisioneros les dijeron que eran del nuevo modelo Grant, traídos de los Estados Unidos de America.

Rommel avanzó por detrás del obstáculo pero se limitó a rechazar los ataques ingleses sin perseguirlos hacia el este. Si lo hubiera hecho probablemente podría haberlos destruido, pero un detalle de su plan estaba fallando estrepitosamente. Había encargado a los italianos que abrieran la ruta para su línea de abastecimiento, pero éstos no parecían ser capaces y muchos tanques del Afrika Corps estaban parados sin combustible. Dispuso un perímetro defensivo cuya espalda era precisamente el sistema de campos de minas, y se dispuso a esperar a que los italianos abrieran la ruta.

En el extremo del obstáculo más lejano del mar, en un terreno llano sin más defensa natural que la extrema letalidad del clima, se alzaban las ruinas de un fuerte turco abandonado , nombradas en los mapas italianos como Bir Hakeim. En árabe significa “el pozo del sabio”, pero nadie encontró ningún un pozo en las cercanías que pudiera justificar el nombre.

Alrededor del fuerte se había instalado un box guarnicionado por la Primera Brigada Francesa (llamada de la Francia Libre para distinguirla de las unidades con obediencia al gobierno de Vichy). Estaba formada por dos batallones de la Legión Extranjera, dos de infantería colonial africana y uno de infantería de marina. Mas de la mitad de los soldados eran extranjero; la mayoría de ellos españoles, congoleños, indochinos e incluso algunos alemanes.

Les mandaban oficiales que habían recorrido medio mundo buscando entrar en combate bajo la bandera tricolor. De Gaulle había convencido a Churchill de que Francia merecía una segunda oportunidad y ahora ellos se aprestaban a borrar con sangre la ignominiosa traición de Petain, que desde 1940 les quemaba por dentro. Aunque les habían dado el lugar más inhabitable y más expuesto, tan altas miras hacían que la moral fuera muy alta.

Conscientes de la verdadera disposición de ánimo del mando inglés, habían cavado refugios, trincheras, fosos y habían enterrado tanquetas para usarlas como nidos de ametralladoras fijos. Cuando por fin no hubo más que cavar, se dedicaron a otear el liso horizonte como debían haber hecho las guarniciones anteriores del fuerte, fuera cual fuera su procedencia.

Sobre las nueve de la mañana del día 27 llegó la división acorazada Ariete que se lanzó a un asalto con todo. Los anchos y tupidos campos de minas dieron cuenta de más de la mitad de los carros italianos, mientras los cañones franceses de 75 destruían los restantes uno tras otro. Tan sólo seis sobrevivieron a la carga y llegaron al perímetro, donde fueron neutralizados con cócteles Molotov o disparándolos con armas cortas por las mirillas. Dentro del folclore de la batalla se afirma que durante toda la acción se oían gritos de “¡Como en Madrid...!” lanzados por los españoles, muchos de los cuales eran veteranos de la Zona Universitaria, del Jarama o de Guadalajara.

Nuevos ataques se sucedieron durante los siguientes tres días, aunque ninguno tan violento como el primero. En vista del fracaso de los italianos, Rommel había decidido trazar otra ruta de abastecimiento a través de los campos de minas, pero se encontró con un box cuya existencia ignoraba, que le impedía abrirla. Cuando el día 1 de Junio un convoy de 150 camiones llevó a la guarnición de Bir Hakeim varias toneladas de agua eludiendo el cerco, Rommel perdió la paciencia y se dirigió hacia allí.

Durante una semana fue comprometiendo una proporción creciente de sus fuerzas a medida que aumentaba su frustración. Esperaba en cualquier momento un contraataque acorazado de Auchinlek sobre el perímetro defensivo del Afrika Corps y eso le ponía muy nervioso. Pero el único ataque fue el de una solitaria brigada india que penetró furiosamente hasta el centro del dispositivo para ser aplastada desde los dos lados. Superada la situación, Rommel volvió a concentrarse en los franceses, ordenando bombardeos de saturación, asaltos continuos y enviándoles ultimátums casi diarios, que daban oportunidad al comandante Koenig de rechazarlos con desdén.

Al pasar el tiempo sin que se llegara a un desenlace, Bir Hakeim empezó a suscitar una atención cada vez más amplia. Al fin y al cabo, estaba deteniendo a Rommel con sus divisiones Panzer, que se habían paseado triunfalmente por toda Europa. Cuando el día 11 de Junio la guarnición fue autorizada a abandonar la posición tras 15 días de asedio, la Primera Brigada Francesa era la unidad más popular del mundo y su gesta se glosaba en las portadas.

En cambio los ingleses habían hecho otro ridículo, desperdiciando casi dos semanas en reuniones y conversaciones para decidir qué hacer mientras el Afrika Corps yacía sin combustible. Ahora, liquidado el obstáculo y consignado propiamente en los partes de guerra el heroísmo de los defensores, Rommel se entregó de nuevo a la guerra de movimiento, destruyó las brigadas acorazadas inglesas que le salieron al paso y pocos días después se paseaba por las calles de Tobruk sin más novedad.

La noticia le llegó a Churchill cuando estaba otra vez en la Casa Blanca. Se había visto obligado a viajar para suavizar la tensión que había causado la idea de los militares estadounidenses de que Inglaterra desembarcara 100.000 soldados en Europa ese mismo verano para aliviar la presión sobre los rusos. Estos últimos parecían a punto de derrumbarse mientras el ejército alemán seguía su avance incontenible hacia el Cáucaso.

El problema era que a los estadounidenses no parecía importarles que el destino probable de los soldados desembarcados fuera la muerte y consideraban que la inversión de sangre británica valía la pena si obligaba a retirar algunas divisiones del este. Los rusos estaban cayendo como moscas y sacrificando muchos soldados propios por cada uno alemán. Bien podían los ingleses aceptar un honroso uno por uno para ayudar a la causa.

Cuando llegó a EEUU encontró el ambiente contrario al de Navidad. El tema de la India había hecho ver las cosas a la opinión pública de una forma muy diferente y el Imperio dominaba el debate. Muchas editoriales se dedicaban a criticar a Churchill y a los ingleses, que pretendían involucrar a soldados americanos en la lucha real mientras ellos dedicaban sus ejércitos a operaciones menores en el norte de África, a proteger su isla y a oprimir a los indios.

Un grupo de congresistas desempolvó las deudas inglesas al gobierno estadounidense durante la Gran Guerra, que al parecer estaban impagadas en su mayor parte. Señalaron que aunque la guerra terminara en ese mismo momento, los británicos no podrían pagar lo que debían ni en cientos de años. Inglaterra era un país derrotado y arruinado que pretendía que los demás le pagaran sus caprichos imperiales.

Tan solo Roosevelt mostró empatía con Churchill. Estaban reunidos cuando un ujier les interrumpió para entregar un papel en el que no sólo se consignaba la caída de Tobruk, sino también que ésta se había producido casi sin lucha. Al ver el Presidente como la noticia impactaba en Churchill, puso la mano en su hombro y le preguntó “¿Cómo podemos ayudarles? ”

Los militares estadounidenses se negaron a enviar una división acorazada a Egipto a hacer frente a Rommel como les pidió la Casa Blanca. Finalmente Roosvelt ordenó que se enviarán 300 tanques del nuevo modelo Sherman y cien cañones autopropulsados, para que los tripularan ingleses. Tan grande fue la insistencia en hacer el envío a toda prisa que dos barcos azucareros fueron confiscados y despachados con la carga hacia Port Said, por la ruta del cabo de Buena Esperanza.

Antes de que se despidieran, el Presidente prometió hacer todo lo posible para que sus militares aceptaran el plan original de un desembarco conjunto en las posesiones de la Francia de Vichy en el norte de África, y olvidaran la idea de un desembarco suicida en Europa.

© Román Ceano. Todos los derechos reservados.