Enigma 71

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Por Román Ceano

Donitz estaba impaciente por comenzar la nueva campaña. Convocó a los mejores capitanes para que pasaran la navidad en los puertos de Bretaña aprovisionando los submarinos y estuvieran listos para partir lo antes posible. Sus grandiosos planes se vieron obstaculizados por la triste realidad, ya que sólo disponía de media docena de submarinos. A los hundimientos masivos de la campaña anterior se había unido el envío al Mediterráneo de una flota que supuestamente debía aislar Egipto para facilitar el ataque del Afrika Corps. Donitz consideraba Egipto un objetivo secundario y llegó a entrevistarse con Hitler para abogar por concentrar el foco en el Atlántico.

Sus esfuerzos sirvieron de poco, porque tanto en Alemania como en Inglaterra –de hecho en todo el mundo- las hazañas de Rommel eran inmensamente populares y se seguían con gran atención. Aunque estaba claro que era un escenario secundario, su notoriedad le garantizaba el foco mediático. No faltaban en Berlín y otras capitales, los visionarios de salón que afirmaban que Egipto podía ser la llave de Oriente Medio para Alemania, o incluso que el Africa Korps formaba junto con los ejércitos en Rusia, una pinza enorme que devoraría toda Eurasia. Donitz tuvo que conformarse con lo que tenía, confiando que el éxito le permitiera pedir en el futuro más recursos.

Cuando fueron llegando los capitanes que renunciaban a sus permisos de Navidad, observó con orgullo que los desastres de 1941 no les habían restado ni un ápice de combatividad. Los estadillos de aprovisionamiento revelaban claramente que los submarinos debían ser preparados para viajar una extraordinaria distancia y aunque nadie decía nada en voz alta, pocos albergaban dudas de cuál sería el rumbo. Antes de la declaración de guerra por parte de Roosevelt, había habido choques con la flota estadounidense, en muchos de los cuales los capitanes alemanes habían renunciado a disparar para no crear un casus belli. Ahora podrían actuar guiados únicamente por la lógica de las operaciones.

Uno de los primeros en presentarse llegó a Bretaña incluso antes de ser invitado. El capitán de submarinos Reinhard Hardegen viajaba de permiso con su mujer por Italia cuando se enteró de que Alemania estaba en guerra con EEUU. Inmediatamente se dirigió a Lorient, donde encontró a Donitz mirando cartas del Atlántico Occidental.

Hardegen y su tripulación cargaron el submarino U-123 hasta los topes, asumiendo grandes incomodidades para disponer de quince torpedos junto con combustible extra y los pertrechos para un viaje mucho más largo que las patrullas del año anterior.

Riguroso y sistemático, Hardegen decidió partir el 23 de Diciembre para evitar que la tripulación se emborrachara durante los permisos de Navidad. En medio de una multitud –formada por soldados de las guarniciones cercanas- que lo vitoreaba desde los muelles, el U-123 zarpó al anochecer.

En Nochebuena, Hardegen ordenó que el submarino se sumergiera cincuenta metros para encontrar aguas tranquillas y se detuviera completamente. En medio de esa oscura paz entre dos aguas celebraron una fiesta tradicional alemana de Navidad. Leyó unos pasajes de la Biblia, se sirvió una cena especial, la tripulación cantó villancicos -acompañados por el acordeón de un mecánico- y finalmente se sirvió una copa de ponche. Después el submarino emergió y navegó hacia el oeste a través de la noche.

Un par de días después, el centro de control en Kernevel, cerca de Lorient, transmitió la palabra clave y Hardegen abrió el sobre con las órdenes. Con toda solemnidad aunció el destino de la patrulla por la megafonía interior del submarino: se acercarían a la costa de EEUU cerca de la desembocadura del río San Lorenzo y a continuación la seguirían hacia el sur, destruyendo prioritariamente mercantes de más de 10 000 Tm y petroleros de cualquier tamaño. Algunos se alegraron y otros se entristecieron temiendo no volver, pero ninguno dejó de pensar que era un momento histórico.

El día 3 de Enero Kernevel contactó de nuevo indicando a Hardegen la posición de un mercante averiado que iba a la deriva y ordenándole que lo hundiera. Éste navegó a toda máquina un día entero para llegar a la posición. Cuando encontró el mercante lo estaban remolcando a través de una espesa niebla. Descubrió que sorprendentemente lo escoltaban dos destructores y tuvo que huir a toda prisa. La maldición parecía perseguir a los submarinos alemanes también en el nuevo año.

El secreto de tanta fatalidad se encontraba a un océano de distancia, en un cobertizo construido chapuceramente en el jardín de la mansión conocida como Bletchley Park. El cobertizo 8 estaba detrás del naufragio de la estrategia de Donitz para 1941 y ahora había estado a punto de destruir a Hardegen antes de que llegara a su zona de operaciones.

El mensaje desde Bretaña con la posición del mercante había sido interceptado, descifrado y transmitido a Winn en el Almirantazgo. Este oficial era el responsable de la Sala de Control de submarinos, donde los buques de Donitz transitaban por un mapa gigantesco en forma de alfileres con cabezas de color, expuestos y vulnerables como moscas en un cristal. Él era quien se lo había comunicado a los estadounidenses.

Aunque la sala de control recibía información de muchas fuentes incluyendo goniometría, interrogatorios a prisioneros enemigos, etc... sus fuentes más preciadas eran el telex y el teléfono con que se comunicaba con el Cobertizo 4 en BP. Este cobertizo trabajaba en coordinación con el Cobertizo 8, que obtenía las claves utilizando la estadística inventada por Turing como apoyo al método llamado Banburismus.

Mediante Banburismus podían determinar el orden de las ruedas al cabo de entre 24 y 36 horas del cambio de éstas. Una vez obtenido, en tres o cuatro horas más podían estar descifrando en tiempo real, tras encontrar el resto de la clave. Como los alemanes cambiaban el orden de las ruedas cada 48 horas, todo el sistema funcionaba en ciclos que se alargaban tres días.

Al mediodía del primer día, cuando se producía el cambio de ruedas, comenzaba el apagón, que duraba hasta la segunda noche. Si era un ciclo fácil, porque los mensajes y las claves encajaban rápido en el Bamburismus, se ganaban unas horas, pero la mayor parte de veces la ventana de tiempo real se abría al amanecer del tercer día para cerrarse al mediodía, cuando todo volvía a empezar.

Distaba de ser el ideal pero permitía controlar la situación perfectamente. Los turnos de los criptoanalistas, las horas de bomba y la planificación de las operaciones por la Marina se organizaban para que todo culminase durante las ventanas de tiempo real en que se obtenía una superioridad aplastante sobre el enemigo, con todos sus planes a la vista y leyendo los mensajes de los submarinos a la vez que los oficiales alemanes en los centros de mando. Luego la incertidumbre iba creciendo hasta la siguiente ventana.

El aviso de Winn a sus colegas al otro lado del Atlántico, sirvió de bien poco. Al igual que había hecho el Almirantazgo inglés en la Gran Guerra, los expertos llegaron a la conclusión de que forzar toda la navegación mercante a agruparse en convoyes era engorroso e innecesario. Al agrupar los objetivos, pensaban que eso facilitaría el trabajo al enemigo, puesto que no podían dar a cada convoy una escolta suficiente.

Cuando los ingleses mostraron su horror ante estas conclusiones, los americanos dijeron que “ahuyentarían a los submarinos de la zona de navegación mediante patrullas muy agresivas” para crear rutas seguras. La resistencia del Almirantazgo inglés a adoptar la estrategia de convoyes durante la Gran Guerra aún ahora se estudia como case study de incompetencia y autoengaño, pero que los estadounidenses 25 años después repitieran el error merecería una categoría aparte.

 

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