Enigma 70

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Esta noche hay luces brillantes en mi país.
En las granjas y ciudades se habla de lucha.
Nuestros barcos de guerra surcarán el mar,
recordando al buen Reuben James.

-- Woody Guthrie

ESTANCAMIENTO

Por Román Ceano

Los oficiales de la Marina alemana sufrían un agudo sentimiento de inferioridad con respecto al ejército de tierra. Éste era heredero de la gloriosa tradición de las campañas de Federico el Grande contra el Imperio Austro-Húngaro, que habían permitido a Prusia ascender desde el estatus de provincia rebelde al de potencia regional. Salía en todos los libros de historia salvando a Wellington en Waterloo, y cincuenta años después como el contundente instrumento con el que Bismark había unificado todos los pueblos de habla germana. Aunque el intento de obtener el status de potencia mundial por la fuerza –la Gran Guerra- había sido un catastrófico fracaso, la metabolización de la derrota como una traición “de los políticos” había permitido al ejército de tierra mantener intacto su prestigio. Los sucesivos desfiles por siete capitales europeas, culminando en el de los Campos Elíseos en 1940, habían ahogado cualquier recuerdo de ese desastre en la ruidosa gloria de las divisiones Panzer.

Para emular tanta Historia, la Marina no tenía nada que mostrar. Perpetuamente estrangulada por la falta de presupuestos y por el Skagerrak, hasta la Gran Guerra no había tenido oportunidad ni de entrar en combate. Y en esa contienda su único gran hecho de armas, la batalla de Jutlandia, había consistido en una frustrante serie de encuentros menores en los que los barcos alemanes se habían salvado a base de volver a puerto a toda máquina para permanecer allí hasta el armisticio. Como resultado de éste, los ingleses habían confinado todos los barcos en la base de Scapa Flow, donde los hundieron sus propias tripulaciones para que no engrosaran la flota británica como consecuencia de la prohibición de Versalles.

Mientras que en poco tiempo se puede movilizar un ejército, hacen falta muchos años para construir una gran flota capaz de disputar la supremacía en el mar. La obsesión de Hitler por acelerar la guerra, consecuencia de la profecía de un vidente que le dijo que moriría joven, sorprendió a la Marina alemana antes de que pudiera tener una flota de acorazados, y con su primer portaviones sólo como un lejano proyecto.

Pero aunque los marinos no eran oficiales del ejército, sí que poseían la fiera determinación por prevalecer en el campo de batalla que se suponía era el núcleo anímico del guerrero teutón. No habían tenido tiempo de crear una flota de batalla que pudiera soñar con desafiar en mar abierto ni a una fracción de la marina real británica, pero muchos oficiales, con Donitz a la cabeza, opinaban que los submarinos –relativamente pequeños y por tanto de construcción bastante más rápida- darían a Alemania la victoria contra el Imperio Británico.

El genio alemán para la ingeniería había sido siempre su mejor arma, por mucho que los románticos soñaran con fantasías raciales o virtudes morales. Ya en la Gran Guerra, los submarinos habían sembrado el pánico en el Atlántico, y aunque no lograron estrangular a Inglaterra, sí que demostraron que el bloqueo era factible.

Con esa sensación de haber llegado al momento de la verdad, había planificado y ejecutado Donitz la campaña de 1941. Las manadas de lobos deberían haberle dado en un solo año toda la gloria que el ejército había acumulado durante dos siglos, poniendo al Imperio Británico de rodillas. Aunque la percepción entre los altos mandos alemanes y en el propio Hitler fue que el intento había sido muy meritorio, comparado con las expectativas de Doenitz el resultado había sido desconcertantemente catastrófico. No sólo ningún mes se había logrado el medio millón de toneladas de hundimientos de mercantes que los analistas consideraban necesario, sino que una proporción enorme de submarinos no había vuelto a puerto. Las circunstancias en que todo había sucedido le hacían rascarse la cabeza con incredulidad.

Las patrullas aéreas inglesas parecían estar por todo el océano, a veces incluso muy cerca del límite de la autonomía de sus aviones. Los convoyes seguían unas trayectorias erráticas cuya única característica común era que evadían a los submarinos incluso antes que estos llegasen a sus posiciones de intercepción. Algunos episodios sonaban a magia negra, como cuando un submarino inglés apareció en medio de la noche en una playa de las islas de Cabo Verde en la que se habían citado tres submarinos alemanes, o la forma en que la infraestructura de barcos nodriza había sido destruida tras una serie de encuentros casuales.

Aunque se le había concedido sólo como tributo a su ignorancia en criptografía y a su superstición, Donitz había logrado que se instalara en los submarinos una nueva máquina Enigma de cuatro ruedas. Era menos potente de lo que aparentaba, ya que la cuarta rueda no era igual que las otras y no tenía movimiento durante el cifrado. Para implementarla de forma fácil se había rediseñado el hueco del reflector y se había hecho caber la rueda junto con un nuevo reflector más fino, pero sin cambiar los mecanismos de giro para dejar intacta la parte complicada del diseño.

Los ingenieros alemanes se habían burlado un poco de Doenitz ya que el cambio sólo multiplicaba la complejidad por 26. Seguramente pensaron que ya que no comprendía porqué Enigma era indescifrable tampoco se daría cuenta de que la cuarta rueda, al ser fija durante el mensaje, no añadía más que un orden de magnitud. Pero Doenitz ansiaba buenos presagios y con esa seguridad extra –cualquiera que fuera- y un nuevo plan, pensaba forzar la victoria en la campaña de 1942.

El nuevo plan se basaba en una reflexión táctica producto de las conversaciones con sus capitanes. Hundir un barco con torpedos requiere una gran pericia, porque éstos deben viajar varios minutos durante los cuales el objetivo no para de moverse. Hay que lanzarlos tras laboriosos cálculos de trayectorias y velocidades, en el momento exacto y con un margen de error muy pequeño en el ángulo. Cuando inicia la maniobra de disparo, el submarino deber moverse siguiendo una trayectoria rígida.

Un barco militar es mucho más rápido que un mercante –aunque no tanto como un submarino- y dispone de mucha tripulación para poder organizar guardias continuas. Si el submarino ataca emergido, es fácil verlo venir y acometerlo de forma que al esquivar el ataque pierda la referencia y tenga que volver a empezar. Incluso sumergido, como la zona ideal de tiro es pequeña se puede acotar la búsqueda lo suficiente como para que sea factible encontrar un periscopio entre las olas. Así que incluso con protección insuficiente, los convoyes con escolta son un problema mayor y hacen falta varios submarinos coordinados para enfrentarlos. En cambio, un mercante solitario navegando pesadamente en una dirección fija es un blanco de 100%.

Por las lecturas goniométricas y por los desciframientos del tráfico aliado, Donitz sabía que los mercantes no recorrían en convoyes todo el trayecto desde EEUU. Éstos se formaban al sur de Groenlandia, donde se citaban con sus escoltas que así ahorraban combustible. Consecuentemente, el plan para la nueva campaña era trasladar la guerra al oeste y atacar a los mercantes cuando navegaban en solitario.

Desarrollando la idea, Donitz se encontró que podía acometer un objetivo aún más ambicioso. Con suerte y determinación, podía ser posible cortar las rutas costeras estadounidenses. La economía americana era el origen de los suministros que llegaban a Inglaterra en los convoyes. Dañarla a la vez que se destruían los mercantes más deprisa de lo que se podían reponer –el famoso medio millón de toneladas mensual- podía darle a Alemania la victoria, y a la Marina la gloria imperecedera que se le había escapado el año anterior de forma tan absurda.

 

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