Enigma 67

Enviado por Roman en

Dilly el Dodo

Por Román Ceano

“Puedes no haber vivido mucho bajo el mar
y quizás nunca hayas sido presentada a una langosta,
por ello quizás no sepas cuan divertida es
la Contradanza Langostera...”

-- Lewis Carroll

Tras la batalla de Matapán, el tráfico de la Enigma de la Marina italiana fue transferido a la rutina de los Cobertizos, dejando una vez más a Alfred Dillwyn Knox ocioso. Denniston lo utilizaba como un gabinete de investigación y lo retiraba del descifrado de mensajes en cuanto lograba describir un procedimiento. Knox encontraba un gran placer en la investigación de métodos para romper los diferentes tipos de Enigma, pero se resentía de que una vez se podían leer los mensajes concretos a cientos, y empezaba por tanto la verdadera diversión, era apartado por Denniston.

Knox alegaba interés académico (“ver el producto de la investigación”) pero estaba claro que le gustaba atisbar la trastienda de la guerra y experimentar el vértigo de la acción clandestina. En el erudito especialista mundial en papiros griegos -que era su imagen pública- vivía el alma de un espía.

Pero esta vez Knox no protestó, porque el siguiente trabajo parecía muy prometedor, sobre todo comparado con seguir leyendo los mensajes de la Marina italiana una vez había dejado de ser un peligro. En efecto, le habían hecho llegar mensajes que en su época en el colegio, Whelchman había identificado como pertenecientes a una red muy especial. Sus indicativos eran muy diferentes de los de las “redes de colores” y parecían usar cuatro ruedas.

Ahora en el MI5, el departamento de contraespionaje, se sospechaba que era la red interna que unía la central del Abwehr en Berlín con las estaciones en las embajadas alemanas. Aunque el Abwehr era una organización militar que dependía del Alto Estado Mayor, en sus actividades en el exterior de los países ocupados se comportaba como un servicio secreto civil, utilizando la cobertura diplomática y sus privilegios (extraterritorialidad, valija e inmunidad). Las estaciones en cada embajada centralizaban y coordinaban las redes de agentes bajo la supervisión del “residente”, como se llama en la jerga al que dirige el servicio bajo la tapadera de un cargo menor tipo agregado cultural, agregado comercial, etc...

Si Knox lograba romper ese cifrado entregaría el control del sistema nervioso de la inteligencia alemana a los británicos. Para lograrlo necesitaba “palabras probables” para aplicar el rodding o por lo menos algo de contexto para poder hacer hipótesis. Los agentes y fuentes locales del Abwehr en las ciudades con embajada eran controlados mediante entrevistas clandestinas, pero los que operaban lejos -y especialmente los que operaban desde dentro de Inglaterra- se comunicaban con la estación de alguna embajada mediante emisoras de onda corta que desplegaban muy poco tiempo para evitar la goniometría. Era lógico pensar que algunos de esos mensajes serían transmitidos íntegros a Berlín para su análisis y que para ello se utilizaría la red principal.

Hacía ya muchos meses que Oliver Strachey dirigía un grupo de criptoanalistas especializado en los códigos de los agentes alemanes sobre el terreno y que tenía su sede en el colegio Elmers, desocupado por Whelchman cuando se mudó al Cobertizo 6. Estos códigos, de lápiz y papel, eran muy sencillos, para poder ser usados en condiciones de clandestinidad y por agentes reclutados que carecían de entrenamiento especializado.

Oliver Strachey era un veterano de la Sala 40, pero además era hermano de Lytton Strachey, el escritor del grupo de Bloomsbury amigo de Knox desde sus tiempos de estudiante. Para hacer aún más fácil la conexión, en el grupo de Oliver Stratchey, llamado ISOS en clave, trabajaba Denys Page, especialista en papiros griegos que conocía y admiraba a Knox por su trabajo público.

Ellos le proporcionaron toda clase de material y le explicaron lo que sabían sobre los modos de operación del Abwehr, especialmente de los agentes que trabajaban en Madrid y Lisboa, únicas capitales neutrales en el sur de Europa. Los agentes que operaban en Inglaterra dependían de la estación de Madrid, así como los que espiaban Gibraltar y el tráfico en el Estrecho desde los pueblos de la costa andaluza. Lisboa por su parte tenía vuelos directos a Inglaterra, lo que la convertía en el escenario de muchas citas clandestinas.

Las historias resultaban tan fascinantes de escuchar como de explicar y Denniston tuvo que intervenir para cortar de raíz el intercambio informal que cada vez era más público. Knox montó en cólera pero Denniston no sólo no se retractó sino que le dijo que si descifraba la Enigma de la Abwher debería enviar los mensajes a Oliver Stratchey sin guardar copia. Así que no sólo no podía tener acceso al material de ISOS, sino que además debía entregarles todo lo que obtuviera por sus propios medios.

Knox se lanzó a enviar a Denniston una serie de cartas airadas en las que razonaba de diversas maneras que como investigador no podía permitir aquellas restricciones, diciéndole que de haberse aplicado en la universidad habrían relegado a la especie humana a las tinieblas de la ignorancia. También amenazó varias veces con dimitir en caso que no se le hiciera caso, proponiendo varias remodelaciones de la estructura de BP para devolver el mando a los que se limitaban a traducir los mensajes, quitándoselo a los oficiales que “resumían”, “interpretaban” y “corregían” los textos para adaptarlos a sus prejuicios.

Denniston era él mismo un criptoanalista experto y le replicó que era más lógico atacar los indicativos. La Enigma de la Abwehr, que tenía como se ha dicho cuatro ruedas (en realidad un reflector móvil), utilizaba para negociar la clave el método de enviar las cuatro letras cifradas dos veces seguidas con la posición inicial, tal como se había hecho con la Enigma militar hasta Junio de 1940.

Pero el tema no estaba claro en absoluto. El hecho por ejemplo de que no tuviera panel de conexionado era muy extraño, ya que era la principal baza de la Enigma militar era ese panel. Debía haber algo oculto que daba confianza suficiente a los alemanes como para prescindir del panel. Knox intuía algo, pero no comprendía qué. A ratos pensaba que era una superencriptación y a ratos que no. El texto en claro le habría ayudado, pero tendría que bastarse con los indicativos.

Buscaba ciclos en los indicativos, pero cuando parecía que había compilado algunos encontraba una incongruencia. Entonces volvía a empezar, observando otra vez grupos de mensajes cifrados con la misma posición inicial, hasta que creía vislumbrar algún rastro de ciclo que al final tampoco se materializaba. No podía saber a ciencia cierta si los mensajes estaban cifrados con la misma posición inicial, por lo que la tarea tenía un punto desesperante de indefinición y duda.

Trabajaba en su despacho de la Granja sin tener en cuenta ningún horario. Por la noche se quedaba una secretaria en la habitación de al lado que le preparaba café y le vigilaba. Sobre todo cuando empezaron los síntomas de máxima concentración, como prepararse pipas con la miga del bocadillo, intentar salir por el armario o quedarse catatónico mirando al vacío hasta que alguien lo agitaba fuertemente. Muchas veces, cuando la pobre señora estaba medio adormilada, Knox salía de su despacho y le daba una rápida conferencia sin que ella atinara a comprender nada. Antes que pudiera preguntar, Knox ya estaba dentro otra vez escribiendo furiosamente.

El problema principal que enfrentaba era la escasez de mensajes. Las redes del Abwehr no tenían ni mucho menos el nivel de actividad de las del ejército, la Marina o la aviación y por ello era difícil comprobar o rechazar las conjeturas. Trazó un plan que consistía en buscar parejas (o tríos si los hubiera) de días en que el orden de las ruedas fuera el mismo y en que la posición inicial difiriera en el mismo número de pasos para todas las ruedas. Con ello esperaba obtener lo que él llamaba “cajas”, es decir trozos de ciclos, pero de un tipo muy potente que le permitiría comprobar si aquellos alfabetos cumplían con la ley de la diagonal, por la que al poner los alfabetos uno a continuación de otro en un cuadrado aparece en la diagonal la palabra QWERTZU (la estructura de la conexión del teclado con la primera rueda).

Necesitado de fuerza bruta, Knox se dirigió al Cobertizo 7 de Frederik Freeborn donde trabajaban las máquinas de tarjetas perforadas marca BTM, ya que esta marca, además de fabricar las bombas, también proveía material de oficina para archivo. Freeborn aceptó organizar una búsqueda sistemática, peinando todo el archivo con sus máquinas. Probablemente Knox necesitó una gran persuasión para conseguirlo ya que eran equipos con muchísima demanda.

Cuando Freeborn le entregó los resultados, Knox quedó en estado de shock. Mientras que ninguna pareja de días mostraba esa característica, algunos mensajes lo mostraban entre sus dos indicativos. Es decir, que parecía que el operador había tecleado la clave una primera vez, luego había movido las cuatro ruedas una posición y finalmente había tecleado la clave por segunda vez. ¿Por qué a veces el operador hacía eso? ¿Queé sentido podía tener?

Cavilando le llegó la inspiración de cuál era el secreto de esa Enigma tan extraña: las ruedas tenían muchos puntos de giro en lugar de sólo uno. Eso era lo que hacía que las secuencias fueran tan confusas, ya que muy pocas veces estaban todas las ruedas quietas más allá de unas pocas teclas. También era eso lo que provocaba que no fuera tan improbable como en otros tipos de Enigma que las cuatro ruedas (en realidad tres ruedas y un reflector móvil) girasen juntas al pulsar una sola tecla, así como el resto de combinaciones de giros conjuntos y/o consecutivos que Knox procedió a bautizar con nombres de animales marinos.

Lo que para una persona normal habría sido la confirmación que la Enigma de la Abwehr era indescifrable, para Knox fue el signo de que por fin estaba a punto de lograr su objetivo. Tras unas horas de abstracción mental, determinó que el caso en que las cuatro ruedas se movían a la vez sobre la misma pulsación permitía atacar nada menos que el cableado de las ruedas.

Los giros podían localizarse buscando violaciones de la regla de la diagonal (también llamada sustitución QWERTZU) de manera si no fácil, si por lo menos posible. Una vez localizados se podían discriminar los del tipo que resultaba útil, a los que llamó “langostas”, en homenaje a la Contradanza de la Langosta que aparece en Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll.

Este libro era muy popular entre los lingüistas y lógicos anglosajones de la época por su lógica estrafalaria y sus estrambóticos juegos de palabras de gran erudición. El libro estaba además muy unido a la tradición del criptoanálisis, ya que al final de la Gran Guerra, Birch había compuesto una versión en la que cada personaje secundario era un miembro de la Sala 40 (Knox era el Dodo, De Grey el Lirón, etc...). Esta versión se había representado en una pantomima secreta con la que el exitoso grupo de criptoanalistas había celebrado el final de la contienda. Knox había aportado poemas originales para la ocasión, que eran variantes de los recitados de Alicia y el resto de personajes.

Utilizando mnemotécnicos sacados del libro de Lewis Carroll así como adivinanzas y poemas del mismo origen, Knox puso a todo su equipo a trabajar en los mensajes de la Abwehr interceptados durante años. El Cobertizo 7 hacía cribados sistemáticos que luego eran entregados en la Granja para su tratamiento. Tan sólo Mavis Lever –la heroína de Matapán- y Margaret Rock entendían algo de lo que estaba pasando; el resto de las 17 chicas de la Granja hacía el trabajo casi a ciegas, contentas de estar ayudando pero abrumadas por la complejidad inhumana del material que manejaban.

 

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