Enigma 62

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Por Román Ceano

El Cobertizo 3 abastecía a través de la sala de télex de Winterbotham a una audiencia ávida de noticias que contemplaba desde palco de proscenio el desarrollo de la ofensiva. Nuevas redes de Enigma fueron identificadas y seguidas. Muy pronto una de ellas acaparó la atención horrorizada de los espectadores secretos.

Se le había dado el color Naranja y era utilizada al parecer por las unidades de las SS, las más politizadas del ejército. Los desciframientos narraban toda clase de atrocidades cometidas sistemáticamente contra la población civil. En lugar de dedicarse a las tareas normales de un ejército de ocupación más o menos brutal, los alemanes estaban exterminando clases enteras de población y muy especialmente a los judíos, que conformaban grandes minorías tanto en el campo como en los núcleos urbanos.

Sin distinción de sexo ni edad eran reunidos en las afueras de las ciudades y masacrados tras haber sido obligados a cavar sus propias tumbas. Por el tono de los mensajes, los analistas del Cobertizo 3 llegaron a la conclusión de que los comandantes sobre el terreno rivalizaban ante sus superiores en cifras de civiles muertos. Winterbotham sentía escalofríos al recordar sus conversaciones y ver de pronto realizadas todas aquellas delirantes pesadillas de destrucción y genocidio.

Basándose en los desciframientos de la red Naranja, el Cobertizo 7 que trabajaba en las redes militares que no usaban Enigma, atacó una variante del Playfair usada por la policía. Aunque debería haber sido segura, el empeño alemán en usar frases estereotipadas y la disponibilidad de palabras probables procedentes del Cobertizo 6, la hicieron muy vulnerable. Se podía seguir en detalle el proceso de asesinato en masa de decenas de miles de inocentes, que pronto serían cientos de miles. Primero eran agrupados, luego transportados y finalmente ametrallados o ejecutados uno por uno en orgías de muerte sin precedentes en el mundo civilizado. Algunos días hasta 15.000 civiles desarmados eran ofrecidos en holocausto a la locura mortal de los Nazis.

Churchill ordenó que se compilaran todos los mensajes redactados como si vinieran de fuentes sobre el terreno. Puso a varios oficiales a construir una hipotética acusación judicial. Ante la perplejidad de sus colaboradores afirmó que algún día los responsables serían juzgados y ahorcados por todos esos crímenes.

Ese pensamiento le consoló un tiempo pero al final perdió los nervios y en un discurso público aludió directamente a lo que estaba sucediendo. "Desde los tiempos de la invasión mogola en el siglo XVI" afirmó ante los periodistas "no había habido nunca una matanza de civiles tan sistemática y sin piedad, ni a esta escala ni a nada que se aproxime a esta escala. Estamos en presencia de crímenes que carecen de denominación".

Aunque algunos dijeron que esto ponía en riesgo el secreto de Enigma, Churchill alegó que la información podía proceder de la clave Playfair. Los alemanes en cualquier caso dejaron de transmitir la noticia de sus aberrantes actividades por radio. Las únicas informaciones no militares que siguieron transmitiendo eran las -también delictivas pero mucho menos macabras- hazañas de una unidad especial que se dedicaba a saquear el tesoro de los zares y de la iglesia rusa para regalarlo a los mandatarios para que adornasen sus villas de recreo.

Y así, entre risas leyendo mensajes sobre las peleas infantiles de los jerarcas nazis por cada despojo de guerra, escalofríos a medida que el frente se desplazaba hacia el este haciendo más precaria la supervivencia del régimen sovietico, y el horror más abismal ante las atrocidades ahora ya sólo inferidas con dificultad de textos secundarios, pasó aquel Agosto de muerte. Sin la tensión ante el peligro inminente, los ingleses tenían tiempo de sobra para reflexionar sobre los negros tintes que tomaba el futuro de la humanidad.

 

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