Enigma 57

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Por Román Ceano

El martes, el parlamento se tuvo que reunir lejos de su sede porque ésta había sido muy dañada, aunque por suerte la torre del Big Ben seguía en pie. Durante la sesión, Churchill pronunció la arenga que solía pronunciar durante sus visitas a las ruinas humeantes: "La tormenta ruge sobre nosotros pero no nos puede destruir".

En privado sin embargo se mostraba mucho más preocupado. Tras salir de la reunión del parlamento en aquel lugar improvisado le dijo a su chófer con tristeza : "¿Se da cuenta?... quizás nunca vuelva a hablar en la Cámara de los Comunes". Después se sumió en un estado de profunda melancolía que conmovió tanto al hombre que pensó en decir algunas palabras, aunque no encontró cuáles.

Churchill pasó la mañana del viernes en el Almirantazgo enviando mensajes a Cunningham para que no se retirara de las aguas cretenses, a pesar que la aviación alemana había hundido cuatro cruceros en tres días. Sin protección aérea, los stukas eran mortales ya que sólo estaban al alcance de las armas antiaéreas del barco el tiempo que duraba el final del picado y luego se alejaban raseando a toda velocidad. No les hacía falta ganar altura porque no había ni un avión enemigo que pudiera acorralarlos contra el agua. Y su puntería era mortal incluso con el barco en movimiento.

Desde la sala de comunicaciones del Almirantazgo, Churchill envió un mensaje cifrado a Roosevelt que constaba de tres partes. En la primera le pedía que la marina americana vigilara la zona del Atlántico que estaba demasiado lejos para los barcos ingleses ya que estos carecían de autonomía para adentrarse mucho hacia el oeste. En la segunda le contaba las tristes nuevas de Creta, aunque disimuló la estupidez de Freyberg aprovechando que los americanos no sabían que Enigma estaba siendo descifrada. Y en la tercera parte le explicaba un nuevo problema que había aparecido en el horizonte y que Churchill pensaba utilizar como una oportunidad.

En efecto, el Almirantazgo sospechaba que el acorazado pesado Bismarck, botado sólo unas semanas atrás, podía estar a punto de salir al Atlántico para atacar a los convoyes de mercantes. Esto era un gran peligro, puesto que el Bismarck era un navío enorme con cañones gigantescos, capaz de hundir cualquiera de los barcos de las escoltas sin sufrir daño alguno. Con el Bismarck en pista, los convoyes estaban tan indefensos como si navegaran solos. Los acorazados ingleses no tenían apenas autonomía y por tanto debían quedarse en puerto. Sólo se podían hacer a la mar para dirigirse a un lugar concreto, ya que vagando al azar se quedaban sin combustible en cuatro o cinco días.

Churchill terminaba su mensaje con una petición directa: "Ustedes encuentren el barco y nosotros lo hundiremos". Su sueño era que los barcos estadounidenses tuvieran un incidente con los alemanes que les obligara a entrar en guerra. Buscar al Bismarck podía crear muchas oportunidades de un tal incidente.

Después de comer, su caravana de coches se dirigió a recoger a Averell Harriman, enviado especial del presidente de los EEUU que estaba efectuando una larga visita en Londres. Roosevelt había decidido que debía ayudar a Inglaterra de todas las maneras posibles menos declarando la guerra, ya que la opinión pública no quería embarcarse en tal aventura. Harriman estaba allí a la cabeza de una amplia delegación de marinos estadounidenses a los que se había dado incluso una sala en el edificio del Almirantazgo para que pudieran seguir los acontecimientos minuto a minuto. El objetivo era establecer una cooperación operativa plena de manera que las dos Marinas actuasen al unísono, cada una en su papel.

Churchill había invitado a Harriman a pasar el fin de semana en la residencia campestre de los primeros ministros ingleses en Chatwell, para insistirle aún más con su plan de "Ustedes vigilan y nosotros actuamos".

Durante la cena se habló de Creta pero Churchill llevaba todo el tiempo la conversación al tema del Bismarck. Los ingleses tenían informes exahustivos y detallados sobre sus prestaciones, obtenidos de oficiales suecos que habían sido invitados a visitarlo por los alemanes en un ejercicio de absurdo exhibicionismo.

Averell Harriman quedó completamente convencido de la potencia terrible de aquel Leviatán, aunque sólo fuera para no volver a oir toda la conferencia otra vez. Se mostró de acuerdo en que era un peligro común a los dos países pero insistió cautamente en que los EEUU no cometerían ningún acto de guerra contra Alemania "aunque estarían tan cerca de hacerlo como fuera necesario para proteger el tráfico en el Atlántico".

Después de la cena y mientras tomaban brandy fumando grandes cigarros, llegó la noticia de que el Bismarck había sido avistado por el crucero Norfolk en el estrecho entre Islandia y Groenlandia. El acorazado alemán había surgido de la niebla navegando a toda máquina en dirección sur, en compañía del crucero pesado Prinz Eugen. Había abierto fuego con sus gigantescos cañones, y había seguido su marcha sin desviarse.

Al cabo de una hora, un poco más al sur había ahuyentado con el mismo procedimiento al segundo crucero que patrullaba el estrecho, el Suffolk, que imprudentemente se había acercado a corroborar el avistamiento. La poca visibilidad había salvado a los dos barcos ingleses, pero lo importante era que se habían confirmado brillantemente las sospechas inglesas.

Ahora el Hood, el crucero de batalla más poderoso de la flota inglesa y el Prince of Wales, el más moderno, se dirigían hacia los barcos alemanes para interceptarlos. Churchill estaba muy excitado e insistía en que no se acostaran sin saber el desenlace. La conversación siguió hasta que a las tres de la mañana se retiraron agotados a dormir sin que hubieran llegado más noticias.

Poco antes de las nueve, Harriman fue despertado por unos porrazos en su puerta. Cuando abrió, entró Churchill muy agitado y vestido con un jersey amarillo que apenas cubría el camisón de dormir. "Se está desarrollando una gran batalla. El Hood ha sido hundido pero el Prince of Wales sigue combatiendo" dijo antes de salir corriendo otra vez hacia el télex. Durante el desayuno informó a Harriman del desenlace provisional: "El Prince of Wales se ha retirado de la lucha y ahora persigue a los alemanes junto a los dos cruceros que lo avistaron ayer. Toda nuestra flota de acorazados se dirige hacia el Bismarck y el Prinz Eugen para interceptarlos.".

No le dijo que el capitán del Prince of Wales había sido obligado bajo órdenes suyas a detallar todos los desperfectos de su barco -el puente de mando destruido, la mayoría de oficiales muertos, impactos de gran calibre por todo el buque, varias vías de agua, un solo cañón (de los diez que montaba) todavía operativo, etc...- antes de ser perdonado por haberse retirado del combate sin haber sido hundido. Churchill estaba muy disgustado por la contundente derrota y rogó a Harriman con todo el énfasis posible que solicitara al presidente Roosevelt toda la ayuda posible ante aquella terrible amenaza.

Durante el día fueron llegando reportes indicando que los alemanes seguían rumbo sur a toda máquina seguidos desde el horizonte por sus tres perseguidores. Cuando bajaba la visibilidad se acercaban para seguirlo con el radar y si aclaraba volvían a alejarse.

La fuerza H -un portaviones, dos acorazados y una escolta de cruceros, con base en Gibraltar- navegaba hacia el norte para sumarse a la flota principal (otros dos acorazados, un portaviones y muchos barcos menores) que trataba de interponerse en la trayectoria de los alemanes.

Después de la cena llegaron noticias de que aviones con base en el portaviones de la flota principal habían avistado al Bismarck y le habían lanzado torpedos que no le habían causado daño alguno a pesar de haberle acertado de pleno. Se trataba de aviones anticuados, con aspecto de biplanos de la Gran Guerra. Volaban muy lentamente y era muy díficil lanzar los torpedos desde ellos. Si los acorazados ingleses eran lentos y anticuados, la fuerza aeronaval era aún peor.

El domingo por la mañana se enteraron que los tres perseguidores habían perdido el rastro durante la noche. Esto llenó a Churchill de consternación, pero también le permitió insistir a Harriman que debían ayudarle a encontrarlo. Churchill tenía la corazonada de que el Bismarck había vuelto hacia el norte y así se lo hizo saber al Almirantazgo.

Churchill gustaba de dirigir directamente las operaciones de la Marina y para ello tenía en los puestos más altos a personas obedientes. Estos se sumaron entusiásticamente a la opinión y apenas nadie osó discutirla. Rápidamente se cursaron órdenes a la flota principal para que persiguiera al Bismarck hacia el norte.

Mientras tanto, en Bletchley Park, Hinsely estaba llegando a la conclusión contraria. Había estado estudiando el tráfico de mensajes de Enigma que el Cobertizo 8 intentaba descifrar sin éxito, así como todo el tráfico de mensajes de todas las redes navales alemanas. Había observado que después de cada mensaje del Bismarck se desataban diálogos entre el centro del control alemán en París y los buques que navegaban en la zona del Atlántico frente a la costa francesa. Por la tarde, tras un nuevo mensaje del Bismark con el mismo efecto que los anteriores, decidió que era hora de hacer algo.

Hinsley levantó el telefono directo y llamó al Almirantazgo. La contestó una voz aburrida que se interesó vagamente por lo que decía. Hinsely estaba esperando eso y esta vez iba a imponerse como fuera. Empezó a gritar de la forma más maleducada que "él sabía donde estaba el Bismarck y hacia dónde iba" y que era importante que esa persona se lo comunicara a sus superiores de forma inmediata. Finalmente consiguió que le pasaran a un oficial que le conocía personalmente.

Tras varias horas de conversaciones, la opinión de Hinsley prevaleció y se dio orden de efectuar reconocimientos aéreos hacia el sur. Aunque no se dio orden de dar la vuelta a la flota principal que seguía navegando hacia el norte, su comandante decidió efectuar el cambio de rumbo por su cuenta al escuchar mensajes enviados a otros barcos. Ya era casi de noche así que hasta el día siguiente no se sabría si Hinsley había acertado.

A las diez de la mañana del lunes, un hidroavión americano -aunque con una tripulación mixta- localizó al Bismarck navegando a toda máquina con destino a Brest, miles de millas al sur de donde Churchill y sus almirantes habían dicho que debía estar. Se cursaron órdenes para que a partir de ese momento las intuiciones de Hinsley fueran consideradas con la maxima atención.

 
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