Enigma 55

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Por Román Ceano

Twin y Turing estaban haciendo buen uso del libro de claves encontrado en el Krebs. Aunque ya estaban caducadas cuando llegaron a sus manos, las estaban utilizando junto con la Bomba para completar la tabla de dígrafos. Ésta quedó más o menos completa durante el mes de Abril. Estaban a un paso pero aún hacían falta más capturas. Quizás con el libro de claves de Mayo y Junio pudiera entrarse finalmente en la rutina de las redes de la Enigma militar.

Hinsely en persona halló la respuesta al problema. Los alemanes solían destacar arrasteros en la zona de Islandia a fin de recoger datos meteorológicos que luego usaban para hacer previsiones. Él conocía más o menos sus posiciones por los mensajes rutinarios que envíaban. La mayoría de mensajes estaban codificados con un nomenclátor pero a veces recibían y enviaban mensajes cifrados con Enigma. Así que esos barcos tenían a bordo máquinas y libros de claves. Hinsley escribió un memorándum sugiriendo que serían una presa fácil puesto que el envío continuo de los partes permitía obtener su posición. La idea cuajó y los cuatro destructores más rápidos de la Armada partieron hacia Islandia en busca de una presa concreta, el Munchen, cuya posición y tiempo de patrulla Hinsley comunicó de forma exacta.

El mismo Somali que había capturado el Krebs resultó ser por casualidad el que avistó al Munchen el día 6 de Mayo, muy cerca de la costa de Islandia. La tripulación del barco alemán quedó anonadada cuando de pronto su soledad ártica desapareció por culpa de cuatro destructores que se acercaban a más de 30 nudos. Sin darle tiempo a nada, rodearon el pequeño buque y lo acorralaron contra el hielo costero. Luego empezaron a dispararle andanadas como si quisieran hundirlo, aunque procurando no tocarlo.

Desde el puente del Somali, observando por entre las columnas de agua levantadas por los obuses, vieron que la tripulación embarcaba en dos botes de goma y salía remando a toda velocidad. Lo hicieron con tanta precipitación que uno de los marineros cayó al agua y en lugar de pararse para que subiera, lo remolcaron para no perder tiempo.

El mismo oficial de señales Warmington realizó el abordaje, aunque esta vez tuvo que seguir un protocolo para el registro del barco que le habían entregado antes de salir de Scapa Flow. Un oficial llamado Haines, destacado por la oficina de inteligencia del Almirantazgo para la operación, le acompañó en todo momento. El capitán del Somali quedó desolado cuando se le comunicó que toda la operación sería secreta para siempre y que nunca podría jactarse ante nadie de ella. El Munchen fue conducido discretamente a un puerto amigo y desapareció para siempre.

Antes que los documentos capturados en el Munchen llegaran a BP tres días después, sucedió otro episodio importante, aunque éste fue completamente casual. Comenzó como tantos ataques de submarinos a convoyes.

El U-110 era el submarino del capitán Lemp, famoso por haber hundido por error un paquebote de línea al principio de la guerra. Tras serle perdonado por Donitz el consejo de guerra, había vuelto al mar para convertirse en uno de los más exitosos comandantes de los "tiburones grises", como gustaban llamarse a sí mismos los submarinos alemanes.

El convoy, de unos treinta barcos, se dirigía hacia EEUU cargado con lastre, escoltado por algunos barcos de guerra ligeros. Las órdenes eran esperar a que llegaran el resto de componentes del grupo y entonces atacar. Alertado por el control central de tráfico en Inglaterra -el cual a su vez se nutría de la información de Hinsley- de que había submarinos radiando su posición, el convoy se había entregado a varias maniobras violentas. La escolta de destructores patrullaba con agresividad, y varias veces habían lanzado cargas de profundidad a los tres submarinos que ya habían llegado, si éstos intentaban merodear demasiado cerca.

Las órdenes que les llegaban de la Bretaña Francesa (donde estaba el control de submarinos de Donitz) eran esperar, no sólo para atacar en grupo, sino también porque normalmente la escolta volvía a su base en Islandia una vez el convoy estaba suficientemente hacia el Oeste. Quizás por causa de los cambios de dirección o porque no habían captado los mensajes, ningún otro submarino aparecía y Lemp empezaba a impacientarse. Cuanto más al oeste, más combustible gastaba y por tanto menos tiempo podría permancer en el mar después del ataque.

Al mediodía del 9 de Mayo, Lemp navegaba a altura de periscopio paralelo al convoy y con éste por el través de babor. De pronto le pareció ver una oportunidad y decidió atacar sin esperar nada más. Dio las órdenes pertinentes de forma tan repentina que el timonel salió del váter abrochándose a toda prisa.

Tras maniobrar con pericia, lanzó tres torpedos en abanico. El protocolo de lanzar los torpedos incluía una serie de procedimientos manuales (vaciar el tubo, activar el torpedo, configurarlo, cargarlo en el tubo, cerrar la compuerta, inundar el tubo y disparar) que se iban cantando y repitiendo en voz alta. Cuando Lemp dió la orden de disparar el cuarto, no sólo éste no salió del tubo sino que además se disparó por accidente el último procedimiento, que consistía en embarcar en los tanques de proa agua suficiente para compensar el peso del torpedo, a fin que la nave no se desestabilizara.

Al compensar el agua el peso de un torpedo que no había abandonado el tubo, el submarino se inclinó por proa visiblemente y empezó a hundirse de punta. A pesar de ser un fallo, era algo que se entrenaba intensivamente y la tripulación se hizo de nuevo con el control en pocos minutos volviendo a altura de periscopio.

Pero cuando cuando el agua se escurrió del visor, Lemp vio la proa de un barco que se acercaba hacia él a toda velocidad. Inmediatamente dio la orden de "¡inmersión! ". Era otra maniobra rutinaria que consistía en hundirlo de proa con los hidroplanos, llenar los tanques de agua y ponerlo a toda máquina. Los marineros que estaban libres de servicio corrieron a proa para acumular peso en ese punto. Pero esta vez el barco estaba demasiado cerca como para llegar a una profundidad en que se pudiera maniobrar sin ser localizado.

Las cargas de profundidad empezaron a sacudir el submarino como si lo estuviera coceando un toro salvaje del tamaño de una montaña. Crujidos y gemidos metálicos rodeaban a la aterrorizada tripulación y podían oirse perfectamente en medio del estruendo ensordecedor de las bombas. Mezclado con todo ese pándemonium, se oían también las hélices de varios barcos que debían haberse unido al primero. Duró una eternidad pero terminó de pronto. Cuando el eco de la última carga se hubo apagado, en la penumbra de las luces de emergencia empezaron a oirse las voces del control de daños.

Los medidores de profundidad no funcionaban. El timón no respondía. Las baterías del motor eléctrico de inmersión estaban dañadas. Había varias vías de agua. Como confirmación, el olor del gas venenoso que se produce cuando el agua de mar toca los productos que contienen las baterías, empezó a extenderse desde la sala de máquinas. Y para colmo, el circuito de aire comprimido que se usa para expulsar el agua de los tanques no tenía presión.

Aunque sin medidores de profundidad para comprobarlo, Lemp dedujo que se hundían como una piedra y que sin aire comprimido no podrían revertir la situación. Tenían muchos kilómetros bajo la quilla pero nunca llegarían al fondo. La presión creciente aplastaría el casco del submarino y perecerían incluso antes que los matara el gas venenoso. Lemp pidió por el intercom a la tripulación que pensaran en algo bonito, como por ejemplo que se imaginaran que estaban llegando a su casa y besaban a su familia. Luego se hizo el silencio.

Mientras las almas de los oficiales y marineros viajaban hacia Alemania para recibir a la muerte en buena disposición, notaron que el submarino se agitaba de una forma extraña y continua. Al instante todas las almas volvieron a sus cuerpos, porque comprendieron al unísono qué significaba ese movimiento. Eran olas y de momento no iban a morir.

La voz burlona de Lemp rompió el silencio antes que nadie tuviera tiempo de dar un grito de celebración. Imitando la cantinela de un conductor de tranvía de Berlin dijo "Uhalndstrasse, última parada, todo el mundo fuera" y la tripulación se agolpó bajo la torreta, intentando correr sin precipitarse mientras un torrente humano subía por la escalerilla.

Cuando se dispersaban por la cubierta para hacer sitio a los que venían detrás, un espectáculo dantesco se ofreció a sus miradas. Estaban rodeados de destructores ingleses que los cañoneaban y ametrallaban con todas las armas a la vez. Dos de ellos se dirigían hacia el submarino para embestirlo. Empezaron a saltar al agua mientras a uno de ellos una bala de cañón le arrancaba la cabeza.

Lemp había sido el primero en salir y ahora volvió abajo para comprobar que no había nadie. Encontró a uno de los marineros encargados de la radio que se preparaba para desmontar la Enigma siguiendo el procedimiento reglamentario. Le dijo "Déjalo, el submarino se va a hundir. Sal inmediatamente". Ambos subieron por la escalerilla hasta la torreta, bajaron a la cubierta y saltaron al agua juntos. El marinero lo perdió de vista y nadie volvió a verlo jamás. El fuego desde los barcos había cesado y los marineros se agruparon en el agua para hacerse visibles en caso de rescate.

En efecto, la corbeta Aubretia recogió a los supervivientes lanzando cuerdas y escalerillas. Más de uno murió de hipotermia al llegar a la cubierta, sumándose a los que se habían ahogado y a los que habían sido destrozados en la cubierta del submarino antes de que cesara el fuego.

Mientras la Aubretia se alejaba, los destuctores Bullgod y Broadway quedaron junto al submarino, que ni flotaba ni se hundía. Estaba bastante inclinado hacia popa y la mayor parte de la cubierta de ese lado estaba más rato bajo el agua que fuera, pero pasaba el tiempo y seguía en la misma situación. Finalmente el comandante del Bulldog reaccionó y organizó un pelotón de abordaje al mando de un joven sub-teniente de 22 años llamado Balmer. Para acompañarle seleccionó un marinero de cada sección del barco, para que en caso de que todos causaran baja durante el abordaje ninguna sufriera grandes pérdidas. Provistos ceremoniosamente de pistolas por el encargado de la santabárbara, subieron a un bote que se descolgó trabajosamente hasta el agua.

En la proa del bote, mientras se acercaban al submarino para abarloarse y saltar sobre su cubierta, Balmer pensó que si los alemanes lo habían abandonado tan precipitadamente era porque sabían que se hundiría. O quizás dentro había quedado algún fanático colocando las cargas. O las dos cosas. Pensaba todo eso mientras caminaba por la cubierta resbaladiza hacia la torreta y empezaba a bajar por la escalerilla sin poder empuñar la pistola porque tenía las manos ocupadas.

Balmer registró el submarino de proa a popa pistola en mano, oliendo el gas de cloro e intentando distinguir algo entre las sombras fantasmales de la luz de emergencia. Por fin decidió que no había nadie y ordenó al pelotón que descendiera también. Empezaron a saquear el buque sistemáticamente. Cerca del puesto de radio encontraron una extraña máquina de escribir. Cuando tecleaban se encendían luces que no correspondían a las teclas.

La arrancaron y la pusieron junto a un montón de cartas marinas con los cuadrantes secretos, los campos de minas alemanes en el Atlántico, extraños libros de códigos y un sinfín de papeles en alemán. Luego formaron una cadena para trasladarlo todo a cubierta y al bote.

Cuando Balmer salió, los barcos se habían alejado mucho y estaban lanzando cargas contra los otros dos submarinos. A veces se alejaban tanto que se perdían de vista entre las olas. Tras varias horas de espera sobre la cubierta Balmer ordenó que se sacaran las raciones de supervivencia del bote, que resultaron ser unos bocadillos secos. Mientras los demás los consumían en cubierta él bajó y se sentó en la mesa de cartas de la cabina del capitán rodeado de sus fotografías y recuerdos personales, entre los que destacaba una Cruz de Hierro.

Mientras estaba allí sentado, oyó varias explosiones cercanas y pensó que los barcos se habían acercado persiguiendo a uno de los submarinos. Quizás el submarino terminaría de hundirse con aquellas sacudidas o a lo peor harían explotar las cargas puestas eventualmente por la tripulación. Balmer salió a cubierta disfrazando nuevamente su inquietud con un jocoso desenfado.

Cuando por fin volvieron los barcos era casi de noche. El Bulldog le echó un cabo porque querían remolcar el submarino en vista que no se hundía. Subieron todos a bordo del destructor y pusieron rumbo a Scapa Flow con el submarino tambaleándose detrás. Poco después del amanecer, la inclinación de la popa se fue haciendo más pronunciada hasta que hubo que cortar el cabo. Al poco, el submarino se puso vertical y desapareció bajo las aguas deslizándose hacia atrás.

El capitán del Bulldog lamentó haber perdido tan exótica presa, pero en el Almirantazgo dieron un suspiro de alivio al no tener que preocuparse más por él. Los marineros capturados fueron interrogados y la mayoría manifestaron su convencimiento de que se había hundido durante el rescate. Se dio la orden a todas las tripulaciones inglesas implicadas de guardar secreto absoluto y el episodio desapareció con el submarino.

 

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