Enigma 54

Enviado por Roman en

Por Román Ceano

En Bletchley Park se descifraban mensajes en los que se pedía a Rommel desde Berlín que renunciara a la ofensiva y se limitase a defenderse. Él los desobedecía, esperando que el éxito haría que le perdonasen, al igual que habían sido no ya perdonados sino condecorados los generales que llegaron al mar sin órdenes en la campaña de Francia. Los oficiales ingleses más dinámicos le admiraban profesionalmente y consideraban que contra el establishment militar de El Cairo (imbuido de defectos burocráticos que habían paralizado la evolución militar inglesa durante los 20 años anteriores a la guerra, perjudicando gravemente sus propias carreras), sería un enemigo formidable.

El 26 de Abril, mientras los convoyes ingleses surcaban el Egeo una y otra vez entre la costa griega y Creta, una gran bandera nazi fue izada en la Acrópolis. Esta vez Churchill, como era primer ministro, no tuvo que responder ante nadie. Algunas voces se alzaron recordando la silueta familiar de la campaña griega -romanticismo en la planificación, retraso en la ejecución y final desastroso- con el añadido de que haber desguarnecido el norte de África estaba poniendo en peligro Egipto. Pero Inglaterra estaba bajo el fuego -los bombardeos sobre Londres que no habían cesado en todo el invierno se estaban recrudeciendo- y por tanto no era el momento de hacer "política de salón". La derrota se acogió con el tranquilo fatalismo que destilaba Churchill y que había aprendido en los campos de batalla, emulando a los oficiales que desde el Renacimiento habían cambiado la ferocidad medieval de la carga por la serenidad bajo el fuego como distintivo del valor.

En sus memorias, Churchill dice que en esa época sus pesadillas estaban pobladas de submarinos. El hundimiento de la estrategia balcánica y la pérdida de la costa del norte de África se mezclaron con la desazón que ya conocía de la Gran Guerra: valiosos convoyes vagando por un océano infestado de enemigos invisibles. Cada día recibía los partes de hundimientos. Además, un grupo de expertos preparaba unos diagramas con la evolución de los suministros y reservas de cada materia prima. Aunque no estaban en niveles críticos, declinaban apreciablemente. Los estadounidenses habían decidido ayudar a Inglaterra enviando suministros, sin necesidad de que les fueran pagados. Pero para que fueran útiles debían cruzar el Atlántico.

Durante lo más crudo del invierno, se había desarrollado una especie de pausa en los hundimientos. El mando de submarinos, consciente del desgaste que había sufrido la flota el año anterior en medio de las galernas árticas, había concedido muchos permisos en Navidad, restringiendo las misiones. Pero con la llegada del buen tiempo la actividad había vuelto y los hundimientos tendían a incrementarse. Los diagramas sobre la mesa de Churchill mostraban sus líneas declinantes para cada categoría de bienes necesarios para la guerra.

Sentado en la sala de control de los convoyes, diseñada de forma similar a las que habían dirigido la aviación durante la batalla de Inglaterra, contemplaba el arrastrarse de los barcos sobre el tablero mientras evolucionaban en zig-zags con una lentitud desesperante, esquivando a su mortal enemigo invisible.

La tensión había creado una fuerte enemistad entre el Almirantazgo y BP. Hinsley ya había sido desoído durante la invasión de Noruega. No sólo había previsto el desembarco alemán, sino que además había avisado del peligro que corría el "Glorious", que fue hundido con sus dos escoltas en la misma zona sin que nadie le avisara del peligro que corría.

Se habían hecho intentos de coordinación entre BP y el departamento de Godfrey. En uno de ellos Hinsley había visitado la base de Scapa Flow, para que por lo menos viera con sus ojos los barcos. Hinsley también había dado un cursillo sobre análisis de tráfico en el Almirantazgo. La presencia de un veinteañero de pelo largo y vestido de cualquier manera, explicando abstrusos métodos de razonar basados en suposiciones gratuitas, no había impresionado nada a los oficiales de inteligencia naval. Cuando Hinsley llamaba al Almirantazgo para comunicar una intuición, o no se le hacía ningún caso o bien se le pedía que reportara los hechos en crudo, sin sacar conclusiones arbitrarias.

A medida que el status de Hinsley en BP iba subiendo (gracias al partido increíble que sacaba de los mensajes sin descifrar), el desprecio del Almirantazgo se hizo más insultante. Hinsley y sus compañeros protestaron formalmente por escrito, afirmando que los oficiales del Almirantazgo no sólo eran incapaces de entender nada, sino que además actúaban movidos por los celos y la envidia. Birch transmitió su malestar por los canales oficiales, pero lo único que obtuvo fue más desplantes. El Almirantazgo exigió que los mensajes descifrados le fueran enviados inmediatamente para que ellos los analizaran.

El único que descifraba mensajes era Knox -los de la Marina italiana- y cuando se enteró dijo que pedirle que actuara de esa forma era un insulto a su honor académico. Esto demuestra el espíritu de cuerpo que se había creado en BP, ya que poco antes el mismo Knox protestaba porque Travis no le dejaba descifrarlos a él mismo, sino que una vez hallada la clave le obligaba a pasarla a la sala de réplicas de Enigma. Ahora Knox consideraba que todo lo que se hiciera en BP estaba hecho por sus camaradas y para él era como si lo hiciera él mismo.

La enorme diferencia entre lo que opinaban de Hinsley sus colegas y lo que opinaba el establishment oficial se reflejó en otro incidente que sucedió en algún momento del invierno de 1941. Hinsley usaba un coche con chófer para no depender del servicio de autobuses, que se había establecido con los que habían sido enviados para la evacuación el verano anterior. Un administrador de intendencia del Servicio Secreto escribió un largo memorándum explicando que el rango de Hinsley, auxiliar administrativo, no podía darle derecho a coche cuando la mayor parte del personal, muchos de ellos oficiales, se desplazaban en autobús. Birch volcó en el sujeto toda la rabia acumulada contra el Almirantazgo y nunca más se volvió a hablar del coche de Hinsley.

Como muestra del aprecio que tenía Birch por Hinsley, le invitó a acompañarles a él y a Travis a las reuniones semanales del Comité de Coordinación de la Batalla del Atlántico que acababa de crear Churchill y que presidía él mismo. A estas reuniones asistía la plana mayor del Almirantazgo y Hinsley fue testigo allí de la forma enérgica de tratar a los mandos militares que tenía el primer ministro. Para él resultó muy satisfactorio conocer en persona a Churchill y ver que su aproximación a la guerra no incluía el respeto ciego por la jerarquía basada en los galones que era propia del Almirantazgo.

 

© Román Ceano. Todos los derechos reservados.