Enigma 53

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Por Román Ceano

El Cairo y Alejandría estaban trufados de confidentes de los alemanes, muchos de los cuales reportaban a través del consulado japonés. Cunningham jugó su rutinaria partida de golf mientras comentaba con todo el mundo lo agradable que resultaría la cena de gala que ofrecería a sus oficiales en la residencia del embajador, donde pasaría el fin de semana con su mujer. Al terminar la partida entró en el coche, mientras un asistente colocaba en él una voluminosa maleta vacía. Se dirigió a la residencia del embajador a esperar que anocheciera. En cuanto cayó la noche, volvió a salir y tras un par de vueltas para estar seguro que no le seguían, se encaminó al puerto para embarcar en el HMS Warspite, su buque insignia. Dos horas antes de la medianoche del día 26 zarpó de Alejandría con toda la flota.

Para interceptar los convoyes, los italianos podían seguir varias rutas alternativas. Cunningham decidió esperarlos bajo el cabo Matapán que era un paso obligado. Todo el día siguiente estuvo recibiendo noticias de avistamientos aéreos y escaramuzas entre elementos menores de las dos flotas. La vanguardia inglesa huía hacia sus propios destructores, pero los italianos no les seguían y no estaba claro si el grueso de la flota italiana realmente había salido de puerto. La situación era muy confusa y Cunningham decidió no moverse. Empezó a desconfiar de su propia interpretación del mensaje cifrado y a considerar otras alternativas posibles. Poco después de anochecer se retiró a su cabina descorazonado.

Cuando estaba en la bañera, entró un oficial exultante y le comunicó que toda la fila italiana estaba a la vista de radar por proa. Acudían a auxiliar a un destructor solitario que había sido torpedeado unas horas antes y no habían adoptado ninguna precaución (como desplegar una cortina de destructores). Cunningham se levantó desnudo y dictó el orden de batalla con el jabón chorreando por el cuerpo. Se vistió a toda prisa y subió al puente en el momento que todos los barcos ingleses encendían los focos. Ante él apareció la flota italiana completa mientras se oían las voces y campanas de la rutina del protocolo de fuego. Los italianos no tenían radar. La primera noticia del peligro que corrían fue que la noche se convirtió en día mientras las bengalas lanzaban su luz fantasmal y los focos los deslumbraban a bocajarro.

Fue una victoria completa. Uno a uno los barcos italianos fueron destruidos sin que la mayoría llegasen ni a disparar un tiro. 2400 italianos perdieron la vida sin una sola baja inglesa. Sólo un barco italiano logró volver a Tarento tras una huída desesperada. Era la más grande victoria desde Trafalgar, tal como se decía con fruición en los pasillos del Almirantazgo. La tarde del 29 de Marzo, John Godfrey, director de Inteligencia Naval llamó por teléfono a BP y pidió hablar personalmente con Knox. Como este último estaba en su casa, pidió que se le transmitiera el siguiente mensaje: "Diganle a Dilly que hemos ganado una gran victoria en el Mediterráneo y que se lo debemos todo a él y a sus chicas"

Cunningham en persona acudió a BP a felicitarlos. Mavis Lever y las demás se pasaron toda la tarde intentando empujarle contra una pared encalada de la Granja para que se manchara de yeso el uniforme, un símbolo del contraste entre la seriedad de su trabajo y la ligereza con la que se lo tomaban.

El 24 de Marzo, se manifestó otra consecuencia ominosa de haber trasladado tropas a Grecia desde el norte de África. Los descifrados de Enigma en el Cobertizo 6 ya hacía semanas que dejaban traslucir que Hitler había decidido reforzar a los italianos para que no perdieran toda la orilla sur del Mediterráneo enviando el equivalente a una división Panzer. Para dirigir esas unidades, se había elegido a uno de los héroes de Francia, el general Erwin Rommel, que ya en la Gran Guerra se había distinguido en los Alpes italianos por su increible capacidad para pasar de la defensa al ataque y viceversa.

Cuando durante la ofensiva de primavera de 1940, las unidades que mandaba eran batallones acorazados en lugar de tropas de montaña a pie, había logrado enormes victorias. Solía comandar el ejército desde la primera línea, moviéndose por todo el frente en un vehículo ligero tal como dictaba la tradición anterior a la Gran Guerra. Hasta ese día, se había limitado a perqueñas escaramuzas de exploración. Pero de pronto había desencadenado un brutal ataque que desbordó de forma inapelable a los ingleses en El-Agheila. Era una pérdida pequeña, pero señalaba un peligroso cambio de tendencia.

Mientras las fuerzas de tierra inglesas -cuya ausencia se hacía ahora notoria en África- se desplegaban en Grecia, los sucesos se precipitaron de una forma que les resultaría casi tan catastrófica como la muerte que acababan de eludir. Salvados por Cunningham y BP de teminar sus días ahogados en las claras aguas mediterráneas, se enfrentaban ahora a una coyuntura subitamente desesperada.

El príncipe Pedro, regente de Yugoslavia, firmó el 25 de Marzo un acuerdo con Alemania para unirse al Eje. Ese mismo día, en Belgrado se produjo un estallido popular de protesta antialemana que lo depuso cuando el ejército se sumó al alzamiento. La noticia llegó a Hitler mientras despachaba con el ministro japonés de asuntos exteriores Matsuoka, en visita oficial. Éste pudo verle resoplando y mascullando como un loco al enterarse que su maniobra diplomática había fallado. Matsuoka fue cortesmente invitado a marcharse. Al salir se cruzó con varios generales que entraban a la carrera con mapas en la mano. Hitler ordenó la invasión de Grecia y Yugoslavia en ese mismo momento y sobre su mesa revisó los planes exhaustivamente. Exigió que se modificasen para dar un castigo ejemplar a la ciudad de Belgrado.

Diez días después las divisiones alemanas cruzaban la frontera yugoslava. Quizás la orden de ataque había sido precipitada, pero el Alto Estado Mayor germano demostró haber preparado la campaña a conciencia. Destrozaron a un ejército de un millón de hombres sufriendo sólo ciento cincuenta y una bajas. Belgrado fue demolida hasta los cimientos mediante bombardeos de alfombra que duraron tres días.

Simultáneamente realizaron el asalto a Grecia. Los griegos, que se habían empeñado en concentrar sus fuerzas en Albania para una ofensiva final contra los italianos, fueron desbordados y rodeados. La línea de defensa que habían creado en la frontera búlgara también fue desbordada por tropas alemanas de montaña que franquearon varias cumbres nevadas de más de 2000 metros, consideradas impracticables por los estrategas griegos. Cuando Yugoslavia se rindió, el ejército griego enfrentó una situación insostenible. Los alemanes explotaron su ventaja material y de posición penetrando por varios ejes. Rompieron las sucesivas líneas de defensa que plantearon los griegos.

Las líneas llevaban nombres muy evocadores, puesto que esa geografía era la misma que la de las guerras Médicas o la guerra del Peloponeso. Una de ellas estaba situada nada más y nada menos que en el antiguo paso de las Termópilas. Pero ni los nombres famosos ni la leyenda de los 300 impidieron que el ballet acorazado avanzara incontenible.

Churchill vio de pronto que no era a un caso como Noruega o Gallipoli a lo que se enfrentaba el cuerpo expedicionario recién llegado -ya que en esos dos casos la retirada había sido sencilla. Aquello se parecía mucho más a la batalla de Francia, con los blindados alemanes moviéndose a toda velocidad hacia los puertos mientras los ingleses intentaban llegar antes en medio de un ejército aliado en descomposición.

Esta vez sin embargo, el descifrado de los mensajes de la red Roja en BP pudo aprovecharse exhaustivamente. Unidades de inteligencia que viajaban con los estados mayores, comunicaban los movimientos alemanes con mucha anticipación, de forma que los ingleses podían retirarse organizadamente y eludir los cercos planteados por las rápidas divisiones Panzer. El embarque desde los puertos estuvo bien montado y un puente aéreo y marítimo hacia Creta permitió evacuar rápidamente gran cantidad de tropas, evitando que cayeran prisioneros o quedaran cercados en un nuevo Dunkerque. Los ingleses se salvaron con profesionalidad de una gran catástrofe, pero habían sufrido una nueva derrota sin paliativos.

Mientras todo esto sucedía al norte del Mediterráneo, Rommel realizaba una serie de pequeños golpes culminados por la ofensiva de triple eje sobre Mechilli que destrozó las posiciones inglesas, tomó prisioneros a todos los generales ingleses vencedores en la batalla de Beda Fomm y recuperó todo el territorio perdido por los italianos durante el invierno, llegando incluso a conquistar Sidi Barrani, más allá de la frontera. Algunas unidades inglesas y australianas se replegaron sobre Tobruk, donde quedaron aisladas (aunque abastecidas por el puerto).

Aunque todos los militares del mundo estaban aún comentando la maestría mostrada por los alemanes en la campaña de los Balcanes, poco a poco Rommel empezaba a atraer las miradas. Había cambiado el vehículo ligero utilizado en Francia por una avioneta, dirigiendo las tropas en tiempo real desde el aire. Si era necesario, aterrizaba junto a los comandantes que no entendían lo que les decía por radio o no le obedecían con suficiente rapidez.

Había descubierto que el cañón antiaéreo de 88 mm era muy eficaz contra los tanques ingleses que se movían al descubierto por las llanuras despobladas y los convirtió en la reina del campo de batalla. Su creatividad desarrolló una versión ultraligera de la guerra de movimiento, utilizando esos cañones -que se podían desmontar, remolcar con camiones y montar otra vez en muy poco tiempo - a la manera de la artillería montada, asegurando posiciones muy por detrás de las líneas enemigas.

No tenía inconveniente en adentrar sus fuerzas en el desierto profundo para rodear a los ingleses que utilizaban la carretera de la costa como eje, ya que desde el aire le era fácil controlarlas personalmente y evitar que se perdieran por los caminos apenas marcados que cruzaban los páramos resecos, siguiendo la hamada (el desierto de suelo duro) y esquivando los ergs (las zonas de arena). Su fuerza era ridículamente pequeña, pero Churchill, siempre atento a la componente sicológica, lo marcó como un objetivo prioritario.

 

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