Enigma 51

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Por Román Ceano

Mientras la desesperanza invadía a todos los implicados en ayudar a los convoyes a burlar el bloqueo, Knox vivía un período de plenitud profesional y personal. Crecientemente apartado de los intentos de descifrado de la Enigma Naval, y sin nada que añadir al exitoso criptoanálisis de la Enigma militar -que con el refuerzo de la Bomba era ya rutinario- fue asignado a trabajar contra la Marina italiana en el Mediterráneo. Este cuerpo usaba Enigmas comerciales sin panel de conexionado y por tanto susceptibles de ser atacadas con rodding.

Aunque nunca realizó ningún acercamiento de naturaleza sexual hacia ninguna, se rodeó de las mujeres más guapas de Bletchley. En la Granja tenía su feudo y procuraba que le asignaran a cualquier belleza con la que se cruzara por el jardín o en la cafetería. Así fue como reclutó a Mavis Lever. Pronto se hicieron muy amigos, ya que compartían la fascinación por la cultura clásica. Ambos eran capaces de intercambiar largos párrafos de poesía de Virgilio, aunque Knox, que se sabía de memoria casi toda la producción de este poeta latino, gustaba en decir la última palabra.

Ella por su parte, sentía una gran simpatía hacia Knox. Le hacía gracia su forma de comportarse, a ratos un culto y elegante compañero de charlas y a ratos un sabio estrafalario. Algo que siempre provocaba la cariñosa hilaridad de Mavis era que Knox solía confundir la puerta de un armario con la salida siempre que intentaba apresurarse sin dejar de pensar. Lo veía levantarse, entrar en el armario y salir desorientado intentando no perder la concentración pese a todo.

Lo que convirtió su amistad en una de las leyendas imperecederas de BP, fue que Mavis Lever descubrió la llave a los mensajes de la Marina italiana. Convertida rápidamente en una experta en rodding, a pesar de las parcas explicaciones que se le dieron, Knox la puso a trabajar en un problema que aunque supuestamente trivial se resistía de forma incomprensible. A pesar que las Enigmas italianas eran vulnerables al rodding, resultaba muy díficil descifrar la mayoría de mensajes por la carencia de palabras probables.

Knox estaba convencido que la mayoría comenzaban con la expresión PERX ("para" en italiano, con la X como espacio entre palabras). Él mismo lo había intentado durante semanas sin obtener ningún resultado, pero con la molesta sensación de estar siempre a punto de hacerlo.

Una noche que Mavis se había quedado sola en la granja, tuvo la intuición de que lo que suponían una X era en realidad una S. Dando vueltas a palabras que empezaran por PERS, probó PERSONALE. De pronto todo el mensaje empezó a descifrarse letra tras letra como una cremallera. Trabajosamente, pero sin perder la pista ni una vez, compuso PERSONALEXPERXSIGNORE, que resultó ser la primera frase de casi todos los mensajes. Hasta entonces nunca había descifrado un mensaje cifrado con Enigma y muchas veces había dudado que fuera posible para nadie más que para su mentor. Por la mañana, Knox le dio un cariñoso abrazo y desde ese día pudieron descifrar cualquier mensaje de la red italiana. La Granja se convirtió así en un alegre lugar de trabajo en el que se desplumaban a docenas los mensajes italianos entre citas clásicas y chascarrillos sacados de “Alicia en el País de las Maravillas”.

Aunque el escenario principal de la guerra se había trasladado a las frías aguas del Mar del Norte, en el Mediterráneo el pintoresco régimen italiano buscaba también un lugar en la foto. Mussolini había sido el modelo en los primeros tiempos del partido Nazi. Cuando éstos apenas eran un puñado de militantes marginales, el Duce ya gobernaba Italia con la escenografía milenarista que luego adoptaría Hitler. Él fue el primero en popularizar los mítines brazo en alto y el culto a la personalidad que los alemanes vestirían con ropajes wagnerianos. Sin embargo Hitler, al declarar la guerra, le había arrebatado la iniciativa. La sucesión de aplastantes victorias germanas, que contrastaban dramáticamente con las catastróficas campañas coloniales italianas de pre-guerra, le habían borrado prácticamente del escenario internacional.

Resentido y con ganas de participar en la gloria, en septiembre organizó un ataque desde Libia, conquistada años antes, tras un recital de incompetencia y brutalidad gratuita del general Graziani. Nominalmente, el plan consistía en avanzar por la costa y conquistar Egipto, cortando el canal de Suez. Hitler lo autorizó, ya que cerrar el Mediterráneo obligaría a los suministros y tropas ingleses, que venían de las regiones orientales y australes del Imperio, a rodear África. La larga costa atlántica africana aparecía como un buen terreno de caza para sus submarinos.

El ataque resultó tan desastroso como de costumbre, y unos pocos blindados ingleses, junto con un par de brigadas de infantería, resistieron a una enorme fuerza que avanzó descoordinadamente y en desorden. Ante las pérdidas enormes que estaba sufriendo, Graziani se detuvo a unos sesenta kilómetros del punto de partida y a más de 200 del canal de Suez, en cuanto le pareció que había obtenido un éxito suficientemente decoroso. Aunque Mussolini le instó a seguir avanzando, Graziani se negó, alegando que debía preparar a conciencia la fase siguiente.

Mientras Graziani le daba largas, Mussolini decidió realizar un movimiento aún más dramático. Hitler había ocupado los pozos de petróleo de Rumanía sin avisarle y ahora él iba contestar con su propia ofensiva sorpresa. A finales de Octubre, desde otra de las posesiones conseguidas durante los años anteriores a la guerra, Albania, lanzó la invasión de Grecia que le daría el dominio del Mediterráneo oriental y que, en su fantasía, crearía un segundo brazo de la pinza que amenazaba Egipto. Si todo iba bien, Turquía se uniría al Eje y permitiría el paso de sus ejércitos hacia el Canal.

Como no podía ser menos teniendo en cuenta los precedentes, esta campaña resultó un nuevo fracaso. Planeada desde Roma sobre un mapa, el plan obligó a los soldados italianos a avanzar en lo más crudo del invierno por unas sierras escarpadas y nevadas. El ejército griego, aunque mal armado y peor abastecido, plantó cara con determinación.

A base de unos padecimientos apocalípticos, frenó a los italianos hasta que estos empezaron a desintegrarse. Luego les persiguió hasta bien dentro de Albania y por fin las hostilidades se detuvieron con ambos bandos exhaustos. El Almirantazgo colaboró en la neutralización del peligro italiano mediante una operación muy novedosa técnicamente. El 11 de Noviembre, aviones torpederos ingleses hundieron un acorazado y varios barcos más en el puerto de Tarento, en la punta del tacón de la bota italiana.

Espoleado por Churchill, el comandante inglés en Egipto -Wawell- lanzó un ataque contra los italianos en el norte de África, destinado a recuperar la zona perdida dos meses antes. Reforzado con los nuevos tanques Matilda de gran blindaje, el ejército inglés avanzó de forma continua desde principios de diciembre hasta finales de enero.

Una vez que los alemanes habían demostrado la utilidad práctica de los principios de Liddell Hart sobre guerra de tanques, éstos eran la nueva doctrina inglesa y resultaban extraordinariamente efectivos contra los italianos, cuyas tácticas estaban diseñadas para destruir ejércitos de indigenas. Tras dos meses de derrotas, el ejército italiano decidió una retirada general hacia Bengasi.

El general O'Connor decidió dar un golpe de gran estilo. Envió un pequeño destacamento blindado a través del desierto, que adelantó al grueso del ejército italiano y cortó la carretera de la costa. Sin darse cuenta del peligro que corrían, los italianos tardaron un día entero en preparar el ataque para abrir la carretera. Cuando el pequeño destacamento estaba a punto de ser desbordado, llegó el grueso del ejército inglés, que les tomó por el flanco y la retaguardia acorralándolos contra el mar. Exhaustos y moralmente derrotados, los italianos se rindieron en masa.

Era el 7 Febrero de 1941 y la batalla de Beda Fomm culminaba la campaña en la que Inglaterra conseguía su primera victoria de toda la guerra. Más de 130.000 prisioneros, 130 carros de combate y 800 cañones quedaban en manos de los ingleses, además de 100 kilómetros adicionales de costa.

 

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