Enigma 46

Enviado por Roman en

Por Román Ceano

Aunque Bletchley Park no era un objetivo, porque los alemanes ignoraban su existencia, la cercanía del cruce de ferrocarriles hacía que muchos aviones perdidos descargaran sus bombas en la zona antes de volver a Francia. Las alarmas aéreas eran continuas y todos corrían cada vez a lanzarse a una larga trinchera excavada por el contratista muy cerca de los cobertizos. Cuando sonaba la segunda sirena, volvían a salir y continuaban con su trabajo, sucios de tierra.

La sección aérea de Cooper no tenía cobertizo y seguía en una de las salas de la mansión. Los mensajes cifrados con Enigma eran procesados por los Cobertizos 6 y 3 pero ellos tenían mucho trabajo con los códigos que usaban los aviones entre sí y con los aeropuertos. Sobre la mesa se amontonaban pequeños libros de claves arrebatados a los prisioneros o recogidos de restos de aviones. Muchos de ellos estaban manchados de sangre como ominoso recordatorio de lo que estaba en juego. Aunque eran fáciles de resolver, había muchos y cambiaban bastante a menudo por lo que Cooper estaba en un estado constante de agitación para mantenerse siempre al día. Había desarrollado un tic muy notorio que consistía en golpearse con la mano derecha el hombro izquierdo todo el tiempo. A veces entraba en la sala, decía algo ininteligible y volvía a salir a toda prisa.

Entre sus obligaciones estaba la de desplazarse a prisiones militares para asistir a los interrogatorios de algunos pilotos capturados. Un día estaba sentado tras una mesa con varios oficiales de Inteligencia esperando para uno de esos interrogatorios. Consultaba absorto sus notas cuando entró un alemán impecablemente vestido de uniforme y con la gorra bajo el brazo. Marcó el paso de la oca hasta estar frente a la mesa y golpeando los tacones hizo el saludo nazi mientras gritaba "Heil Hitler". Al oir el grito, Cooper salió de su ensoñación y al alzar la vista vio al oficial. Sobresaltado, no se le ocurrió nada más que levantarse de golpe y saludarlo de igual forma con otro sonoro "Heil Hitler" brazo en alto. Al darse cuenta de su error, intentó sentarse precipitadamente con tan mala suerte que el taburete se volcó y Cooper cayó al suelo con gran estruendo. A raíz de éste y otros episodios, algunos miembros de la inteligencia militar aérea pidieron su relevo por alguien más convencional. Denniston, muy acostrumbrado a las excentricidades de los criptoanalistas de BP, se negó en redondo, sabiendo que ése era el precio que pagaban por tener genios en plantilla.

El día 19 de Agosto comenzó un período de mal tiempo que duraría hasta el 22 y durante el cual no hubo ataques. La pausa fue aprovechada para reparar aeropuertos y aviones, así como para evaluar la marcha de la batalla hasta ese momento. La conclusión no podía ser más optimista. Las continuas pérdidas del enemigo -que quintuplicaban las inglesas- unidas al hecho de que mientras los ingleses fabricaban aviones día y noche los alemanes no parecían reforzarse en absoluto, hacían que a esas alturas los ingleses tuvieran más aviones de caza que los alemanes.

Aunque la organización que fabricaba y reparaba los aviones, puesta en pie por un empresario amigo personal de Churchill, estaba exhausta después de que todo su personal hubiera trabajado dieciséis horas diarias durante dos meses y daba signos de desfallecimiento, no había duda que la guerra total de los ingleses había batido a los alemanes, que se habían comportado como un ejército antiguo acampando ante las murallas de una ciudad. La imposibilidad de recuperar los pilotos caídos sobre la isla habría sido en cualquier caso una desventaja, pero los errores garrafales de Goering al darles más de un mes de ventaja y no exigir a Berlín un continuo aporte de refuerzos, habían sellado el destino de la batalla.

A pesar de eso los ataques continuaron a partir del 22, pero con mucha menos decisión y reservando los preciosos Stukas, que fueron enviados a Alemania para preparar la invasión de Rusia, que estaba sustituyendo en la imaginación de Hitler las frustraciones de la batalla de Inglaterra.

Hasta entonces, y obedeciendo según algunos autores un pacto secreto establecido antes de la guerra a través de la mediación sueca, ambos bandos habían evitado atacar objetivos civiles. A principios de septiembre, después de que un bombardero alemán dejara caer por error algunas bombas en un suburbio de Londres, Churchill ordenó a la flota de bombardeo estratégico bombardear Berlín. La respuesta alemana no se hizo esperar y el día 28 de Agosto los alemanes pusieron en marcha un nuevo plan, consistente en demoler Londres abandonando los costosos e inútiles ataques a los aeropuertos de la fuerza de caza. Atacando desde gran altura podrían romper la disyuntiva entre precisión y grandes pérdidas, porque para bombardear ciudades no hacía falta casi ni apuntar. Mediante bombardeos nocturnos masivos pensaban doblegar Inglaterra o reducirla a escombros sin que los cazas ingleses pudieran hacer nada.

Esa noche, cuando empezaron los bombardeos, Churchill se negó a bajar al refugio y por el contrario subió a la azotea del 10 de Downing Street con una botella de coñac y su guardaespaldas personal. En silencio, y dando cortos tragos, observó al enemigo en acción, como había hecho durante toda su vida militar. En sus memorias consignó que Londres se le apareció como un enorme dinosaurio al que disparaban unos cazadores. Era tan grande que no podían fallar, pero era tan poderoso que podía absorber todo el castigo sin que lo derribaran.

Al amanecer visitó los destrozos causados por las bombas y aunque para estándares civiles la destrucción era tremenda, para alguien que había visitado ruinas de ciudades belgas demolidas durante la Gran Guerra por las cortinas de artillería pesada de los Big Bertha, no era algo en absoluto impresionante. Por mucho que dijeran los expertos, los alemanes no podían demoler Londres sin multiplicar por cien su fuerza. Además, la gente lo recibía con vitores y cantando espontáneamente el Rule Britannia. Tal como había pasado en las ciudades españolas como Barcelona, el bombardeo aéreo más bien había movilizado a la población civil que otra cosa y a la que cesaba el estruendo el ánimo volvía rápidamente. Muchos inocentes iban a morir, pero Alemania no ganaría la guerra de esa forma.

 

© Román Ceano. Todos los derechos reservados.