Enigma 45

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Por Román Ceano

Julio dio paso a Agosto y ahora Hitler estaba realmente preocupado. La Marina le insistía en que cruzar el canal con una flota de barcazas era difícil de por sí, ya que se trata de una de las zonas del mundo en que las mareas y corrientes son más violentas, pero que cruzarlo fuera de temporada era directamente suicida, incluso sin oposición. La época más propicia sería a finales de Agosto y después las mareas favorables no se darían otra vez hasta Octubre, cuando la mar gruesa haría imposible el cruce. Hitler montó en cólera y emitió la Directiva 17, puntualmente interceptada y traducida, en la que ordenaba perentoriamente a Goering que destruyese de forma inmediata la fuerza de cazas como primera fase de la invasión, abandonando cualquier otro de los objetivos en que había estado dispersándose durante más de un mes.

Esta vez, Goering reaccionó. En varios banquetes fastuosos empezó a planificar con su Estado Mayor un gran ataque que pudiera dar resultados decisivos. En el Cobertizo 6 se compiló una nueva palabra clave: Adlertag, "El Día del Águila". Toda la fuerza de bombardeo alemana se concentraría en destruir las instalaciones de tierra del Mando de Caza, y los cazas alemanes destruirían a los cazas ingleses cuando lo intentasen impedir.

Tal como era norma en los alemanes, una vez definido el objetivo todo el esfuerzo se galvanizó en torno a él y un plan completo empezó a emerger del túnel en el Cobertizo 3. Los analistas ingleses estudiaban con cuidado las complejas misiones diseñadas por los planificadores enemigos. El principal problema al que tenían que hacer frente estos planificadores era la diferencia de velocidad entre los bombarderos y los cazas, así como el menor alcance de estos últimos. Dowding y su staff se prepararon para contrarrestar cada misión, no sin sentir un cierto escalofrío al ver el enorme número de aviones de todos los tipos que realizarían cada asalto. El día 8 de Agosto se descifró una orden de Goering a todas las unidades que terminaba así: " Dentro de muy pocos días borraremos del mapa a los ingleses". Churchill pidió dos copias y entregó una en persona al Rey.

Los alemanes desencadenaron su primer ataque masivo el 11 de Agosto. Unidades especiales aéreas destruyeron dos estaciones de radar mediante bombardeo rasante, y por el punto ciego creado entraron cientos de bombarderos a varias alturas, protegidos por nubes de cazas BF-109 que llegaban de todos los puntos del horizonte. Durante todo el día atacaron todos los aeropuertos junto a la costa que formaban la primera línea de defensa y que en su mayoría resultaron casi destruidos.

Al día siguiente destruyeron completamente varios aeropuertos de la segunda línea, aunque ninguno de los principales porque al parecer carecían de una idea clara sobre la disposición de la fuerza inglesa. Los aeropuertos de la costa que quedaban activos fueron bombardeados con Stukas. La coordinación de los ingleses fue determinante para que sus cazas se enfrentaran solos contra varias escuadrillas alemanas, antes de que llegaran los cazas para protegerlos. Los Stukas siempre habían operado en cielos sobre los que los alemanes tenían la posesión y, sorprendidos sin escolta, fueron destrozados. Excepto en el momento mismo del picado, los Stukas eran presas fáciles. Cuando salían de éste, raseaban sin poder maniobrar y ganar altura a la vez, por lo que se convertían en blancos de prácticas.

El BF-110, supuestamente un "cazabombardero" -es decir, que podía lanzar bombas y luchar contra los cazas- resultó demasiado lento para presentar batalla, por lo que tampoco podía luchar solo. Incluso los H-111 de cuatro motores, armados con varias ametralladoras pesadas para defenderse, resultaban vulnerables una vez los cazas ingleses aprendieron a acercarse por sus puntos ciegos para dispararles a bocajarro. Sólo operando a gran altura los bombarderos podían llegar hasta sus objetivos sin ser molestados, pero entonces carecían de precisión. Por otro lado, los cazas alemanes luchaban muy incómodos si no podían alejarse de los bombarderos a los que escoltaban. Así que entre que los cazas no podían desarrollar sus tácticas de combate y que los bombarderos solos estaban inermes, cada día de batalla representaba una catástrofe para los alemanes.

Una vez el complicado plan de la misión no podía ejecutarse, cada escuadrón quedaba a su albur, sin que el control de tierra tuviera forma de organizarlos otra vez ya que ni siquiera sabía dónde estaba exactamente cada uno. Los ingleses en cambio se comportaban como un solo organismo, que concentraba sus fuerzas a voluntad. Los escuadrones despegaban, luchaban hasta ser sustituidos y luego repostaban para despegar otra vez, a la manera de los manípulos de una legión romana. En muchos momentos todos los aviones estaban luchando o repostando. La multiplicación de misiones para cada avión, el mando en tiempo real de toda la flota y la ventaja intrínseca del que defiende compensaban la enorme desproporción de medios. Pero a pesar de las pérdidas enormes, la ofensiva alemana siguió desarrollándose durante seis días más de violencia creciente.

Los ingleses sin embargo no podían anticipar los movimientos enemigos, porque aunque en una pared del control central en Stanmore había una cabina con un télefono directo a BP, los alemanes escogían de su menú de misiones las que más se adaptaban al tiempo meteorológico de cada día, transmitiendo estos cambios de planes por línea terrestre. Los oficiales miraban las fichas enemigas moverse sobre la mesa tratando de anticiparse con las propias, "como una defensa de rugby que jugara contra varias delanteras a la vez".

Cada día algún aeropuerto sufría un demoledor bombardeo, pero como la carga frontal de los cazas ingleses deshacía no sólo las grandes formaciones sino incluso los escuadrones, muchas veces cada avión se veía obligado a buscar el blanco por su cuenta. Una vez solos, los navegantes de los aviones que no eran guías solían bombardear el primer aeropuerto que veían, por lo que los principales rara vez recibían más que una fracción de la carga que tenían destinada. La fuerza aérea inglesa se había renovado completamente desde 1939 y los cientos de aviones abandonados en aeropuertos secundarios resultaron ser un objetivo muy goloso para los aviones solitarios o los escuadrones cuyo guía se perdía. De los aeropuertos incluidos en la red del Mando de Caza, tan sólo uno junto a la costa tuvo que ser abandonado definitivamente. El resto nunca pasó cerrado más de un día y medio, porque sólo la pista era imprescindible y era más facil de reparar que de dañar.

Algunos días, en el control del Grupo 11 (que cubría el suroeste de Inglaterra, por donde llegaban la mayoría de ataques) las operadoras veían una nube de humo detrás de los oficiales. Sabían que era el primer ministro Winston Churchill que seguía la batalla sobre la mesa, con discrección pero con la misma intensidad que si hubiera estado en la cima de Bussaco junto a Lord Welleseley. Cuando todos los aviones ingleses estaban en el aire y aparecía una nueva ficha alemana sobre el mar, se agitaba ligeramente hasta que algún escuadrón amigo entablaba combate. Era una experiencia tan intensa para él que al anochecer abandonaba la sala rendido. El día 15, después de una jornada durísima pero saldada una vez más con ventaja inglesa (21 aviones perdidos contra casi 100 del enemigo), le dijo con voz trémula al General Ismay que le acompañaba en el coche de vuelta: "Por favor, no me hable durante un rato. Nunca he estado tan conmovido." Tras un largo silencio, pronunció una frase como si fuera una oración: "Nunca en la historia de los conflictos humanos, tantos habían debido tanto a tan pocos".

Los civiles presenciaban la batalla desde el suelo, mientras veían caer una lluvia de cartuchos y de cuando en cuando aviones y/o pilotos de ambos bandos. Los pilotos alemanes eran detenidos rápidamente por la milicia, mientras los propios eran invitados a una rápida copa en la casa club o en el pub local y luego enviados a su aeropuerto o al hospital más cercano, según su estado. Los aviones ingleses recibían al poco rato de caer la visita de unos talleres móviles que, o bien desmontaban las piezas utilizables, o si era posible los reparaban para ser enviados volando a los talleres.

La ofensiva alemana alcanzó su paroxismo el día 18 de Agosto, en el que todos sus aviones volaron y algunos varias veces. Aunque varios aeropuertos fueron muy dañados, los atacantes sufrieron pérdidas aún más catastróficas si cabe que los días anteriores. Acostumbrados a no tener apenas bajas en las anteriores campañas, los pilotos alemanes empezaban a perder sus nervios ante la masacre diaria a la que estaban sometidos.

También los pilotos ingleses se vieron afectados por la fatiga del combate, y el espíritu deportivo del principio fue siendo sustituido por una negra resignación. Los entierros de los pilotos muertos, en muchos de los cuales se ponían algunos ladrillos junto con los restos para que no se notara que el ataúd estaba prácticamente vacío, eran momentos de especial dramatismo en los que todos se juramentaban para seguir hasta el final. Pilotos polacos y checoslovacos, que se unieron a los escuadrones ingleses para sustituir a los caídos, inyectaron una gran dosis de odio, y su ansia enfermiza de matar alemanes terminó de acrisolar la nueva personalidad de la fuerza de caza. Ya no eran los audaces aficionados al vuelo deportivo que se habían alistado por sentido del deber, sino un grupo de veteranos supervivientes sin más sentimiento que hacer prevalecer su determinación asesina sobre las oleadas de metal que asaltaban los aeropuertos a todas horas.

 

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