Enigma 44

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Por Román Ceano

En el Ministerio del Aire siempre se le había considerado demasiado defensivo, por su oposición a gastar todo el presupuesto en la flota de bombardeo estratégico. Esto le había traído muchos retrasos en los ascensos y le había condenado al puesto que ahora tenía. Lejos de decepcionarse, Dowding se tomó su nuevo trabajo con entusiasmo...

Calculó la distancia de su aeropuerto a la que era efectivo un caza de forma que pudiera volver a repostar. Utilizando esto como unidad, creó sectores que disponían de un aeropuerto principal y varios auxiliares. Cada sector tendría asignados unos escuadrones determinados, que serían dirigidos a la batalla desde una sala de control situada en el aeropuerto principal. Dependiendo de la dirección del ataque, los escuadrones podían ser reasignados por un control central de los sectores de cada región. Todos los controles regionales (llamados Grupos) serían coordinados por el Mando de Caza en Stanmore, cerca de Londres.

Los centros de control -tanto de los aeropuertos como de los grupos- y el propio de Stanmore fueron diseñados por Dowding personalmente. Quería que la experiencia de la batalla para los oficiales al mando fuera lo más parecida a lo que estaban acostumbrados, para que pudieran tomar decisiones rapidas y correctas. Para que la batalla se pudiera visualizar en tiempo real situó una mesa grande con un mapa a gran escala de la zona de control. Desde una sala un poco más alta, y separados en algunos controles por una vidriera anti-ruidos, los oficiales dictarían las ordenes para cada escuadrón o para aeropuertos enteros. Unas operadoras armadas con palos de croupier moverían fichas sobre la mesa, que representarían las unidades propias o enemigas, siguiendo las instrucciones que recibían de otras operadoras situadas en los laterales y que estaban en contacto telefónico con puestos de guardia repartidos por todo el territorio. Dowding había creado una red de miles de puestos, aprovechando estafetas de correos, comisarías de policía, clubs de golf o cabinas aisladas servidas por miembros de la milicia.

Aunque Dowding quedó pronto satisfecho de cómo podrían conducir la batalla una vez desatada, le preocupaba la experiencia polaca, en la que todos los aviones habían sido destruidos sin haber llegado a volar. Los cazas ingleses necesitarían tiempo para despegar y ganar altura, tanto para no ser aniquilados en tierra como para no enzarzarse en condiciones muy desventajosas con los alemanes, dominándoles desde arriba. Poner aviones centinelas lejos de la costa era condenarlos a una muerte segura y mantener todo el día esas patrullas requería un desgaste tremendo. La solución de amplificar el sonido, experimentada por muchos países, era extremadamente engañosa y daba tantos falsos positivos como falsos negativos.

En una demostración con unos científicos dos años antes de la guerra, había encontrado la solución. Al parecer alguien del arma aérea se había dirigido a ellos para preguntarles si era posible fabricar un "rayo de la muerte" que derribase aviones en pleno vuelo. Se había reportado que los alemanes eran capaces de matar un conejo a tres metros con una fuente de microondas "sin tocarlo". Los científicos habían contestado que de momento no era posible matar nada más grande ni más lejos, pero que quizás en el futuro pudiera hacerse. De momento se les estaba ocurriendo que podría usarse esa misma fuente para localizar el objetivo, ya que esas ondas tienen una frecuencia tan alta que rebotan y leyendo el eco se sabría dónde concentrar el tiro. Wattson-Watt, que estaba entre ellos, había usado este método para seguir tormentas y predecir su dirección.

Dowding asistió a una demostración en la que un avión inglés voló sobre un equipo mientras los militares miraban la pantalla y comprendió que aquello era la respuesta. Gracias a su esfuerzo personal, ahora una línea continua de estos dispositivos seguía la costa inglesa del Canal. La señal de vuelta era muy confusa, siendo imposible discernir la distancia, altura y composición de la flota enemiga. Pero lo que estaba claro es que nada podría adentrarse sobre el Canal sin ser detectado. Cuando llegase a tierra, los puestos de observación, ya en sobreaviso, transmitirían el resto de detalles. Durante el invierno anterior a la invasión de Francia, Dowding organizó prácticas continuas durante meses, hasta que todos los implicados adquirieron experiencia suficiente.

A finales de Julio el sistema funcionaba perfectamente y toda la cadena del Mando de Caza podía dirigir los escuadrones hacia el enemigo mirando las mesas, con la misma facilidad con la que una ajedrecista estudia una jugada. Sin embargo Dowding no estaba nada contento, porque había preparado su batalla para luchar sobre Inglaterra y Churchill le obligaba a escaramucear sobre el Canal sufriendo grandes pérdidas.

Goering consideraba que las cosas iban bien y enviaba mensajes con las condecoraciones que impondría en sus giras relámpago por los aeropuertos. En cambio Hitler se estaba poniendo muy nervioso porque veía como el tiempo fluía de manera improductiva. Para ver si podía terminar sin necesidad de luchar , hizo un discurso en el que anunció que "un gran imperio iba a ser destruido por la estupidez de sus líderes, que se empeñaban en una guerra inútil que él intentaba evitar". Un colaborador de Lord Halifax estableció contacto a través de la diplomacia sueca, pero cuando Hitler lanzó octavillas con su discurso sobre Inglaterra, la población hizo acopio y en todos los pubs y casas particulares se convirtió en el papel higiénico de uso. Ante esto, Hitler lanzó la Directiva 16, que fue interceptada, traducida y enviada a Londres desde BP. Era una exhortación a Goering para que entablase una batalla decisiva que destruyera las defensas inglesas.

Goering organizó algunas degustaciones y libaciones junto a sus consejeros, durante las que se decidió seguir con las erráticas misiones de bombardeo, buscando objetivos según el clima y el humor de cada día. Por otro lado, y para cumplir la orden de Hitler de hacer algo decisivo, se organizaron grandes flotas de cazas que volaban sobre los aeropuertos ingleses realizando maniobras desafiantes para obligar a los cazas enemigos a atacarlos. Pero Dowding no seguía el libreto melodrámatico del Barón Von Richtoffen, sino que era más bien adepto a las tácticas antirrománticas del Duque de Wellington. Bajo sus órdenes estrictas, los cazas ingleses eludían el contacto, esperando a que a los alemanes se les acabase el combustible y decidieran volver a Francia para perseguirlos brevemente. Churchill exigía que entablasen combate y las primeras reuniones habían terminado con Dowding exigiendo a Churchill a gritos que lo relevara si no estaba de acuerdo con él. Sin embargo, poco a poco este último se se fue dando cuenta de la verdadera magnitud de la amenaza que enfrentaban y de la conveniencia de no dejarse llevar por el instinto.

 

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