Enigma 38

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Por Román Ceano

Churchill fue a ver al rey. Le dijo que estaba a punto de suceder un gran desastre y que el destino le había puesto en la situación de tener que decidir su naturaleza. O bien un cuarto de millón de ingleses se rendían a los alemanes o bien eran exterminados. En cualquier caso Inglaterra quedaría inerme y sin suficientes soldados para defenderse. Finalmente, le comunicó que algunos miembros del gabinete eran partidarios de preguntar a Hitler, a través de Mussolini, cuáles serían las condiciones para un armisticio, pero que él jamás aceptaría eso mientras fuese primer ministro. Volviendo a sus habitaciones en el Almirantazgo vio cómo se instalaban puestos de ametralladoras y sacos terreros en toda la zona de Whitehall. La opinión pública estaba inquieta porque veía que los franceses se tambaleaban y estos puestos no incrementaban el optimismo...

El sábado, a primera hora de la tarde, Lord Halifax, Ministro de Asuntos Exteriores, se reunió por iniciativa propia con el embajador italiano. Mussolini había intentado sacar ventaja de la guerra sin participar en ella, a base de pedir que le entregaran los puertos de la orilla Dálmata del Adriático como condición para mantenerse neutral. En la reunión, Halifax le preguntó al embajador italiano qué quería para no invadir Francia desde el sur. En lugar de pedirle Trieste como de costumbre, esta vez el embajador italiano tenía nuevas ideas. Le dijo que las circunstancias habían cambiado y que ahora tenían un tratado con Alemania, por lo que ya no podían negociar solos. Dijo que en cualquier tratado futuro entre Italia e Inglaterra habría que contar con Alemania como parte integrante del mismo. Halifax aceptó que Inglaterra estaría dispuesta a negociar un “tratado amplio”, sin descartar explícitamente una paz inmediata con Alemania.

Poco después, en París, se reunía el Comité de Guerra francés con asistencia del presidente Lebrun, el primer ministro Reynaud, el general Weygand y varios ministros, entre los que se encontraba el general Petain, el hombre que durante la Gran Guerra había conseguido que los ejércitos franceses no se retiraran de Verdún a base de fusilar a miles de soldados propios. El ambiente era muy sombrío y todo el mundo estuvo de acuerdo en que se habían hecho muchas cosas mal y ahora estaban derrotados. Algunos dijeron que la culpa era de haber seguido a los ingleses, poniéndose de esa manera por el asunto de Polonia, que al fin y al cabo no era tan importante. Ahora los ingleses se irían a su isla y los franceses tendrían que enfrentar solos a los alemanes. Quizás era la hora de negociar un buen trato, a pesar de que les habían dicho a los ingleses que nunca buscarían una paz separada.

El Domingo a las 9 de la mañana Churchill reunió el gabinete de guerra para analizar los informes que llegaban de París. Los belgas estaban a punto de rendirse, lo que no era extraño puesto que su ejército estaba destruido y apenas sí resistían algunas unidades mezcladas con franceses e ingleses dentro del cerco. Pero lo peor era que los franceses también estaban a punto de rendirse.

En la reunión, Halifax hizo un largo discurso en el que planteó que el objetivo tenía que ser restablecer la situación de preguerra y que si esto podía conseguirse sin una larga lucha había que pensarlo. A continuación explicó su conversación del día anterior con el embajador italiano. Churchill replicó en términos vagos que no podía aceptarse la hegemonía alemana, aunque no quiso seguir insistiendo porque veía que en el gabinete de guerra había muchas dudas y algunos consideraban que Halifax insinuaba cosas muy razonables. Él mismo dudaba, porque no estaba seguro de que la ética de un oficial de caballería del siglo XIX fuera conveniente para dirigir el Imperio.

Después de la reunión, Churchill y Chamberlain comieron con Reynaud, que se había presentado en Londres para decirles que los franceses estaban derrotados sin esperanza. Churchill le contestó que tenían que seguir luchando, pero que en cualquier caso los ingleses seguirían solos “hasta el final”.

A las dos se reunió el gabinete de guerra otra vez y Halifax no perdió tiempo, lanzando otra perorata sobre el mismo tema que la de la mañana, pero terminando con una pregunta a Churchill: “Si fuera posible un trato que preservara el Imperio y los asuntos vitales para la nación ¿estaría dispuesto a discutirlo?”. Churchill no se atrevió a decir que no y aceptó que podrían existir circunstancias en las que Inglaterra pudiera aceptar una paz que incluyera pérdidas de territorios, siempre que no afectaran a su “fuerza vital”. Había comentado en público la idea de devolver a Alemania sus colonias en ultramar, anexionadas por Inglaterra y Francia después de la rendición en la Gran Guerra.

Por la noche, Churchill reunió otra vez al Gabinete de Guerra. Empezó diciendo que no era aceptable pedir a Mussolini que solicitara a Hitler que tratara bien a los ingleses, y eso era a su parecer la idea francesa. Halifax tomó el guante y contestó que no veía ningún peligro en pedir a Mussolini que sondeara a Hitler. Chamberlain opinó que el tema era dificil y que ambos podían tener razón, pero que lo que estaba claro era que en caso de negociar era mejor hacerlo solos, sin Francia. Viniendo de un hombre que había vendido a los checos nadie dudaba de cuál era su plan. Churchill intentó terminar la discusión diciendo que lo mejor era no decidir nada y esperar el desenlace de la batalla en curso. Lo más probable era que terminase en catástrofe, pero en la guerra nunca hay que dar nada por descontado. Halifax no estaba de acuerdo y presentó un documento con una estrategia de negociación con Alemania a través de Italia, que no llegó a votarse por la oposición de Chamberlain.

Churchill notaba cómo la desconfianza hacia él crecía no sólo en el gabinete de Guerra sino en todo el país. Sólo hacía catorce días que era primer ministro y habían sido los catorce días más catastróficos de la historia de Inglaterra. Había afirmado ante todo el país que Francia resistiría, y tan sólo una semana después su rendición era inminente. ¿Por qué no negociar? ¿Quizás sólo para demostrar que había tenido razón desde el principio?. Churchill se tambaleaba internamente. Una vez liquidados los ejércitos cercados, los alemanes podían estar listos en cuestión de días para dar el salto. El riesgo crecía por momentos y la opinión pública ahora estaba extremadamente preocupada.

Esa noche no cenó apenas porque se sentía enfermo y se acostó temprano. Por la tarde le habían dicho que Gort, comandante de los ejércitos ingleses cercados, había decidido dejar de coordinarse con los franceses y se encaminaba hacia Calais y Dunkerke a toda velocidad. Decía no saber qué iba a hacer al llegar; quizás fuera posible organizar un perímetro abastecido por la Marina. Lo que estaba claro es que nadie estaba siguiendo las órdenes de Weygand, y que los ejércitos franceses estaban siendo destruidos por la aviación alemana y su propia falta de costumbre para la guerra de movimiento.

Por su parte Hitler, en un mensaje descifrado por BP, había ordenado el ataque final a la bolsa. Se abandonó la idea del perímetro y se decidió intentar embarcar algunas unidades bajo el fuego. Los cálculos más optimistas decían que se salvarían unos 40.000 si todo iba bien, menos de un sexto de los ingleses que habían empezado la batalla quince días antes. ¿Podría sobrevivir él a eso como primer ministro? ¿Sería Dunkerke (Calais estaba a punto de caer en manos alemanas) el nombre final de la lista de desastres churchillianos?. El destino otra vez se reía en su cara.

 

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