Enigma 37

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Por Román Ceano

El Lunes trece de Mayo se reunía el parlamento para escuchar al nuevo Primer Ministro, que presentaría su gobierno. Como era un gobierno de todos los partidos, en principio no se realizaría votación de investidura, porque se asumiría que todos los diputados apoyaban la decisión de sus respectivas direcciones. Los enemigos de Churchill habían calentado el ambiente y todo el mundo esperaba una versión alargada hasta la náusea del discurso de Enrique V en Azincourt.

Churchill subió al estrado con la actitud grave pero resuelta que empezaba a ser su marca de fábrica. Dijo que aún no se había hecho cargo de la situación exacta, pero que quería hacer una declaración.

Si me preguntáis ¿cuál es tu política? os diré ¡guerra!, la guerra por tierra mar y aire contra la tiranía más negra de todo el largo y sombrío catálogo de la infamia humana. Si me preguntáis ¿cuál es tu objetivo? os diré ¡victoria!, la victoria a cualquier coste, a pesar del terror y por largo que sea el camino, porque sin victoria no hay supervivencia. Me creo en el derecho de pedir la ayuda de todos y os digo ‘venid conmigo, vayamos adelante con la fuerza de nuestra unidad.

Aunque los recalcitrantes señalaron con disgusto el tono lírico, el resto de la cámara apreció la brevedad y contundencia, que fueron premiadas con un aplauso moderado.

El martes 14 por la mañana muchos de los centenares de tanques que habían sido vistos en los bosques el Domingo ahora estaban en el lado francés del Mosa. Habían cruzado sobre un puente de barcas que habían construido bajo el fuego francés, después de tomar unas pequeñas áreas en la orilla enemiga mediante lanchas neumáticas. Mientras se intentaba reducir estas áreas, un poco más al norte otro ataque había asegurado un puente y se estaban construyendo varios más. Allí el cruce se había hecho por la mera fuerza del número y se calculaba que algunas unidades alemanas habían sufrido bajas del 70% sin dispersarse. No era sólo un ejército numeroso y bien armado, sino también fanático hasta el suicidio.

Varias oleadas de bombarderos ingleses y franceses no sólo no habían podido destruir los puentes, sino que ni siquiera habían reducido el tráfico a través del río, sufriendo además terribles pérdidas. Así se entabló la primera batalla de tanques de la historia, cuando cayeron sobre los alemanes que acababan de cruzar, varias divisiones blindadas francesas dotadas de los monstruosos Renault, el carro más poderoso de su época. A pesar de su formidable blindaje y sus potentes bocas no pudieron con las nubes de rápidos Panzer IV, que los acribillaban desde todas direcciones, con su característica táctica en la que unos se movían mientras otros disparaban, moviéndose como un pelotón de infantería ligera. Si los carros franceses hubieran actuado todos juntos habrían tenido una buena oportunidad, pero atacaron dispersos a la manera antigua, en un frente de 30 Km y mezclados con la infantería, que los abandonó en seguida, inerme en aquel choque de metal contra metal en campo abierto.

Los alemanes limpiaron la zona, la ensancharon y por la tarde disponían de 80 Km de río con nuevos puentes recién construidos para organizar el cruce del resto de las dos divisiones acorazadas. Una vez destruidas las divisiones francesas ya no tenían enemigo delante, puesto que el grueso de los franceses seguía en el Dyle, muy al noroeste. La inspección aérea a gran altura reveló que otras cinco divisiones acorazadas habían aparecido desde las colinas y esperaban para cruzar, completando aquella terrorífica ala izquierda alemana apoyada desde el aire por más de mil aviones de bombardeo en picado. Todo había sido efectivamente un truco alemán, pero el ataque de diversión había sido la invasión de Bélgica y Holanda, no esos tanques que eran en realidad el esfuerzo principal.

Por la tarde el primer ministro francés, Reynaud, llamó a Churchill para decirle que los alemanes preparaban una ofensiva contra París y reclamando más ayuda. Éste le contestó que lo estudiaría. Aunque no dijo nada, no creía que los tanques fueran hacia París, lo cual a su juicio profesional habría sido un mal menor.

Después de anochecer llegó la noticia de que Holanda se había rendido, porque los alemanes estaban demoliendo Rotterdam con un bombardeo masivo que no cesó a pesar de la rendición. Hitler quería enseñar las consecuencias de oponerse a sus designios. “Bombardeo masivo” se unió a “paracaidistas” y “planeadores” en la lista de palabras ominosas que se discutían en voz baja en los círculos militares británicos. BP seguía mudo y el mundo se estaba derrumbando sobre la cabeza de Churchill.

No pudo dormir mucho, porque a las seis le llamó otra vez Reynaud exigiéndole que protegiera Paris. Churchill le dijo que el impulso alemán perdería fuerza y que se prepararan para contraatacar en cuanto el enemigo flaqueara. Eso había hecho Foch en el Marne y eso debían hacer ellos. Esta idea era un talismán para Churchill, puesto que esa sencilla norma le había permitido profetizar el fracaso de las dos ofensivas críticas de los alemanes durante la Gran Guerra: la de apertura en 1914 y la que precedió al colapso en 1918. Le dijo a Reynaud que incluso con muy poca resistencia enemiga un ejército moderno no puede recorrer grandes distancias sin desorganizarse, por lo que existe una oportunidad para el defensor si ataca justo cuando ese efecto es más grande. Pero aunque al día siguiente no se registraron avances alemanes, tampoco hubo contraataque francés, simplemente porque no había nada con lo que contraatacar. En París todo el mundo daba por hecho que la ciudad estaba a punto de caer y los ministerios empezaron a quemar los archivos, mientras el gobierno francés se preparaba para huir.

Ese mismo Jueves 16 de Mayo de 1940, Churchill, siguiendo sus viejos instintos, se presentó en París a poner orden. Se reunió con Reynaud, el ministro de defensa Daladier y el general Gamelin. Estaban destrozados y Gamelin, a quien Reynaud consideraba un imbécil, insistía en que no podía defender París. Churchill le dijo que atacara en dirección a los puentes del Mosa con el pequeño ejército que estaba reuniendo trayendo soldados de toda Francia. Pero Gamelin tenía otro plan mucho menos agresivo. Quería formar una línea para proteger París, y además había dado la orden de que el grueso del ejército que estaba en Bélgica se replegase. Según él, ahora Inglaterra debía enviar el resto de su fuerza aérea a Francia para proteger la maniobra. Churchill no tenía la menor intención de hacer tal cosa y se lo hizo saber con buenas palabras.

Esa noche durmió en la embajada y por la mañana preguntó por qué el césped que veía desde su ventana estaba lleno de grandes manchas negras. “Hemos quemado los archivos”, contestó un empleado, “¿Y hacía falta destrozar el césped para eso?”, replicó Churchill. Desde el cuartel general llegaron “buenas” noticias que le llenaron de aprensión. Las siete divisiones acorazadas que habían cruzado el Mosa no se dirigían a París, sino que habían girado hacia el Oeste, es decir, hacia el mar.

Cuando volvió a Londres estaba muy deprimido. En el avión, dijo a sus colaboradores más cercanos que los franceses durarían menos de lo que habían durado los polacos. El Domingo por la noche, a sugerencia de Chamberlain, se dirigió por radio a toda la nación. Evocó la triste suerte de los austríacos, los checos, los polacos, los noruegos, los daneses, los holandeses y los belgas, sobre los que había caído “la más negra noche de la barbarie, que no estará alumbrada ni siquiera por la estrella de la esperanza, a menos que prevalezcamos como debemos prevalecer y como en efecto prevaleceremos”. Dijo que tenía plena confianza en el ejército francés y que los franceses le habían prometido que lucharían hasta el final, “fuese este amargo o glorioso”. Aunque en los círculos informados de Londres todo el mundo sabía que había mentido, la mayoría de la gente acogió el discurso con alivio. El país entero se acostó con la sensación de estar ante desafíos casi sobrehumanos, pero con grandes posibilidades de triunfar.

El Lunes ya no hacía falta descifrar nada para saber hacia dónde se dirigían las siete divisiones acorazadas. Estaban envolviendo a los ejércitos aliados. Una bolsa tan enorme que daba vértigo, en la que iban a quedar atrapados 250.000 ingleses que ahora corrían hacia el Sur en medio de los ejércitos franceses que se estaban desintegrando otra vez, como una semana antes cuando recorrieron la llanura a la misma velocidad pero en dirección contraria. Durante un día y una noche los nombres de las ciudades francesas tomadas por los tanques alemanes iban llegando como las campanadas de un funeral: Cambrai, Arras, Amiens, Abbebille... cada una más cerca del mar que la anterior. Coordinados mediante el uso masivo de la radio, y sin depender para moverse de las piernas de sus soldados, los alemanes ni se desorganizaban, ni se detenían.

El martes por la mañana, mientras los alemanes llegaban al mar y giraban hacia el norte para ocupar los puertos accesibles a la fuerza aliada, los tanques Matilda ingleses se lanzaron contra Arras. Parecía una buena idea, ya que la vanguardia alemana ahora estaba muy lejos hacia el oeste, pero fueron rechazados con energía y contundencia. Un brazo de acero separaba Francia de los ejércitos aliados, en un abrazo que se estaba cerrando.

El miércoles Churchill volvió a volar a París y le dijo al nuevo comandante francés, Weygand, que debía atacar inmediatamente hacia el norte para romper el cerco. Éste le mostró un ambicioso plan en el que los ejércitos franceses cercados atacaban hacia el sureste la franja alemana de sólo 30 Km de ancho, a la vez que el pequeño ejército que había reunido atacaba hacia el norte en el mismo punto. Era un plan muy aparente, pero en realidad no había forma de conseguir aquel nivel de coordinación a un escala tan grande.

El ejército francés se estaba desintegrando después de los dos largos desplazamientos que había hecho. Si el primero había culminado en un cierto desorden, el segundo estaba creando el caos. Era quimérico imaginar que de pronto pudiera realizar una tercera maniobra, como era convertir el repliegue hacia el sur en un ataque hacia el sureste. El único movimiento del plan que se ejecutó fue el ataque furioso de un grupo compacto de tanques franceses desde el sur, que acabó destrozado por los Panzer IV. Lo había dirigido un vociferante general nombrado por teléfono el día anterior llamado De Gaulle, que había estado afirmando que si se le daba el mando de todos los tanques franceses se abriría paso, porque él sabía luchar a la manera de los alemanes.

Mientras en el Continente se adivinaba la debacle acercándose, el Miercóles por la tarde en el Cobertizo 6 se oían los alegres hurras de los criptoanalistas que vitoreaban a Knox. Usando su método de hallar “palabras probables” en mensajes multiparte y usando éstas para hacer rodding y averiguar el orden de las ruedas, había limitado las posibilidades para la clave del Lunes anterior a apenas unas docenas, que se habían probado todas hasta hallar la correcta. No es que lo hubiese descifrado mediante rodding, sino que apoyándose en el método había deducido de las desviaciones del patrón aleatorio de los operadores una serie de conclusiones provisionales que combinadas entre sí le habían permitido hacer una lista corta de claves posibles.

Menzies se reunió con Denniston, Knox y Whelchman para estudiar la situación. Concluyeron que aunque el método de los dobles indicadores estaba finiquitado, la cantidad de información sobre la red Roja de que disponían, unida a la práctica y habilidad de sus criptoanalistas les permitiría romperla casi todos los días, aunque quizás se habían terminado las entregas a la hora del desayuno y habría que esperar a la hora de la cena. El “consejo de Herivel” había sido contrastado con los archivos y se había revelado como un método seguro que, combinado con la habilidad de Knox y un poco de fuerza bruta final, permitiría seguir leyendo la clave Roja. Efectivamente pronto empezaron a caer las claves de los días de Mayo que había durado el apagón, y el túnel entre los cobertizos 6 y 3 se llenó otra vez de bandejas.

Por desgracia y tal como había sucedido en Noruega, las intenciones alemanas ya no eran un secreto. Bastaba leer los reportes de la unidades sobre el terreno. El viernes 24, mientras los informes del Cobertizo 6 volvían a llegar con regularidad a Whitehall, las dos divisiones alemanas que seguían en movimiento, ya que las otras cinco se habían estacionado a lo largo del brazo, barrían la costa hacia el norte, amenazando con separar a los ingleses del mar. El problema ya no era saber qué hacían los alemanes, sino cómo oponerse.

Ese mismo Viernes sucedió algo muy extraño, puesto que Hitler envió un mensaje a sus tropas en Francia sin utilizar cifra alguna. Les decía que se detuvieran inmediatamente.

Hacía varios días que los generales sobre el terreno, Rommel y Guderian, desobedecían órdenes de ir más despacio. Preocupados ahora ellos mismos por la enormidad de longitud que tenían sus líneas de abastecimiento, que discurrían por la estrecha franja de 30x400 Km que habían creado, pidieron detenerse. El alto estado mayor alemán pensó que si alguien que había estado avanzando sin permiso pedía detenerse, era porque había un motivo. Rommel y Guderian habían recorrido 400 Km en combate en apenas una semana, cruzando Francia a lo ancho después de haber realizado dos cosas “imposibles” más: cruzar los bosques de las Ardenas en un solo día y el Mosa en una sola noche. Los alemanes lo habían radiado en claro para sacar ventaja de algo que debían hacer igualmente. Ése fue el análisis del Cobertizo 3, pero en Londres algunos dijeron que Hitler realmente quería negociar y la idea quedó flotando, con toda su dulce repugnancia a la vista.

 

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