Enigma 36

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Por Román Ceano

El sábado once de Mayo de 1940, casi un millón de franceses e ingleses armados hasta los dientes avanzaban por una llanura cuyos toponímicos eran nombres de batallas. Algunas que habían luchado sus padres y tíos, pero otras mucho más antiguas, como la que lleva el nombre de un pueblo cercano al pequeño terraplén en el que Wellington esperó a Napoléon.

Por fin los belgas habían aceptado que el ejército aliado se desplegara en su país. El estado mayor francés procedió a ejecutar el Plan Dyle en su variante Breda, tal como tenía decidido desde el mes de noviembre anterior. Consistía en situar el dispositivo a lo largo del río Dyle, defendiendo el flanco derecho con el río Mosa y entregando el norte y el este de Bélgica, junto con Holanda, a los alemanes. Cuando éstos hubieran derrotado a los belgas, se encontrarían con casi todo el ejército francés, más el cuerpo expedicionario inglés, en orden de batalla apostados detrás del río.

A pesar de que la disposición de las tropas estaba perfectamente preparada y cada unidad recibió órdenes muy concretas sobre su lugar de despliegue, el movimiento masivo no había sido planificado y el ejército francés empezó a desintegrarse, por la diferencia de velocidad entre sus unidades mientras todas intentaban avanzar lo más rápido posible.

El alto mando francés no estaba preocupado, porque el canal Alberto, de 60 metros de ancho, corre 50 Km al norte del Dyle. Un fuerte inexpugnable, con paredes de diez metros de grosor y capaz de abrir fuego de artillería en todas direcciones, cubría la confluencia del canal con el Mosa. Los alemanes necesitarían una semana por lo menos para neutralizar el fuerte y poder dominar las dos orillas en aquel punto crucial.

Churchill dedicó la mañana a formar su gobierno de unidad nacional con ministros de los tres partidos. A Chamberlain le nombró Presidente del Consejo, para demostrar su voluntad de no ser revanchista. A los laboristas les dio los ministerios de Trabajo y de Abastecimientos porque confiaba en que sus relaciones con los sindicatos y su influencia en la clase obrera les permitiría poner en marcha el esfuerzo sobrehumano que hacía falta para contrarrestar el monstruo industrial volcado a la guerra que era la Alemania nazi.

Se nombró a sí mismo ministro de la Guerra, con un rango más alto que un ministro normal. Así que los ministros de cada arma, y a través de ellos todos los generales, dependían del Churchill Ministro de la Guerra y éste sólo respondía ante el Churchill Primer Ministro. Se habían acabado las discusiones con generales incompetentes y pomposos; ya no haría falta convencerlos de cosas evidentes, sino que bastaría con dar órdenes con contundencia.

Por la tarde llegó la noticia de que paracaidistas alemanes, con planeadores que aterrizaban en cualquier lugar, habían tomado el famoso fuerte inexpugnable (aterrizando en el techo), así como varios puentes sobre el canal Alberto, cuyas dos orillas estaban ahora en sus manos. La palabra “paracaidistas” causaba escalofríos en Londres y los “planeadores que aterrizaban en cualquier lugar” eran lo que faltaba.

El Domingo doce los franceses (casi con el enemigo a la vista, puesto que éste había hecho en un día lo que hubiera debido costarle una semana) consiguieron crear una línea continua con el Dyle como defensa. Aunque había un poco de desorden podía decirse que empezaban a estar preparados para la batalla que se avecinaba. La parte más dificil, el despliegue rápido a tanta distancia, se había ejecutado razonablemente, aunque el enemigo estaba mucho más cerca de lo previsto. El ejército belga en el norte se colapsó y sus restos cruzaron a toda prisa por los puentes aún en sus manos para unirse a franceses e ingleses tras el río. Los alemanes se dejaron ver pero no intentaron cruzar. En la orilla opuesta, les esperaba una miríada de armas cargadas y armadas, listas para la batalla decisiva.

Por la noche llegaron a Londres noticias sorprendentes. Hacia las cuatro de la tarde un solitario avión de reconocimiento inglés que vigilaba una zona sin ninguna actividad bélica en el vértice sureste de Bélgica, había visto algo raro y se había acercado para fotografiarlo. Era una gran zona de colinas boscosas que el plan Dyle abandonaba a los alemanes, ya que la defensa se colocaba en el Mosa. Churchill había señalado a los generales franceses dos meses atrás esa zona de colinas como el lugar idóneo para infiltrar un ejército y atacar el Mosa por sorpresa. Al fin y al cabo, en bosques se habían escondido ejércitos desde que se tenía memoria. Los generales se rieron afectuosamente de las ideas de un amateur opinando con tanta ingenuidad. “Un ejército moderno tardaría semanas en cruzar esos bosques y los tanques nunca podrían pasar”. Cuando se revelaron las fotografías mostraron, a través de las copas de los árboles, cientos de tanques avanzando por las pequeñas carreteras rurales.

Cuando llamó para pedir explicaciones, los franceses tranquilizaron nuevamente a Churchill sobre aquel extraño movimiento. Le dijeron que aquello era un amago y que el golpe principal vendría en el lugar previsto. En cualquier caso, el Mosa en ese tramo es ancho, profundo y con altas orillas. Los alemanes no podrían cruzarlo con los tanques franceses esperándoles al otro lado. Eso era un faux pas, le dijeron.

Churchill llamó a Menzies, para preguntarle por qué no se recibía nada de BP. Era imprescindible que averiguaran qué planeaban los alemanes. Menzies le dijo que la fuente había dejado de manar súbitamente. Los alemanes habían cambiado el procedimiento poco antes del ataque a Holanda y sus mensajes ahora eran inmunes a los criptoanalistas ingleses. Los “dones” estaban estudiando el problema. Sólo tenía mensajes de la red Amarilla, que decían que una gran fuerza alemana se dirigía a reforzar Narvik, donde Maksey seguía al acecho tratando de asegurar el golpe.

Efectivamente; el cobertizo 6 se había quedado atascado el viernes. No hubo forma de encontrar la clave de la red Roja para ese día, a diferencia de lo que había estado pasando durante casi cuatro meses en que se hallaba sistemáticamente. Los alemanes habían eliminado el sistema del doble indicador y ahora enviaban los mensajes con la posición inicial sin repetir. Después de casi diez años de hacerlo mal, habían corregido el error y el largo camino empezado por los polacos en 1932 terminaba allí. Churchill acogió las noticias sobre el fin del sueño en BP como un mal augurio. Sabía por experiencia que en la guerra cuando las cosas empiezan a ir mal, rara vez cambian de dirección.

 

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