Enigma 34

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Por Román Ceano

En lugar de inventarse la clave -como en la Enigma terrestre- el operador debía buscar un grupo de tres letras en el libro de códigos del día, codificarlo con la Enigma en la posición inicial para ese día -que también sacaba del mismo libro- y usar el resultado como posición inicial para el mensaje. Para comunicar al receptor la clave usada, le aplicaba un cifrado mediante un sistema de dígrafos. Para hacerlo, del libro sacaba un nuevo grupo de tres letras y procedía a añadirle una letra de su invención. También le añadía una letra de su invención al primer grupo de tres letras y luego ponía los dos grupos de cuatro letras obtenidos uno encima del otro. Tomaba cada una de las columnas de dos letras y, con una tabla de sustitución de dígrafos que cambiaba cada mes, las iba sustituyendo. Finalmente, ponía los dos nuevos grupos de cuatro letras uno a continuación del otro y los transmitía en claro (o sea tal cual estaban, que tampoco podía decirse que fuera “en claro”).

Poco antes Doc Keen y sus ingenieros habían instalado su máquina en el Cobertizo 1, que estaba vacío desde que la estación de radio se había desmontado, tras decidir que los alemanes podían localizar el lugar por goniometría y que sería más prudente ceñirse al teléfono y al telex. La máquina se había bautizado como Victoria y era un diseño muy ingenioso, que utilizaba para hacer girar los discos una tecnología adaptada de la que la BTM tenía para los carros del papel de sus calculadoras. Cuando hallaba un resultado positivo se detenía al instante, gracias a las válvulas de efecto termoiónico (tiatrones). Al final Doc Keen había situado verticalmente las ruedas de las 30 Enigmas abiertas que contenía, por lo que la máquina presentaba un frontal lleno de círculos. Hacía ruido de máquina de tricotar acelerada y efectivamente se encallaba, calentaba y estropeaba continuamente. A pesar de eso, era un hito de la ingeniería haber resuelto todos los problemas prácticos en sólo tres meses, a pesar de estar usando tecnología punta en la que había que aprender sobre la marcha.

Turing y Twinn la usaron para descifrar algunos mensajes interceptados en las fechas que cubría el libro, pero como no disponían de las tablas de dígrafos correspondientes no pudieron ir más lejos y descifrar mensajes interceptados en otras fechas. La máquina no iba muy bien, ya que daba cantidades ingentes de positivos porque los ciclos no caracterizaban una sola combinación de alfabetos sino cientos de ellas. Antes de empezar a pensar en cómo mejorarla enviaron un memorándum a Travis ,repitiendo las conclusiones de unas semanas atrás. Faltaba la tercera rueda y el libro de dígrafos de cada mes para que la máquina, mejorada o no, tuviera alguna utilidad.

El ministro de marina Churchill emitió nuevas órdenes aún más explícitas: “Si un submarino alemán emerge, debe impedirse a toda costa que la tripulación lo abandone para que así se vea obligada a desactivar las bombas de relojería que utilizan para destruirlos. Con este fin, debe amenazarse a los que se asomen a la torreta realizando disparos de intimidación con armas ligeras. En caso necesario debe dispararse a matar, para que permanezcan dentro hasta que el submarino sea abordado”.

 

 

El destino reparte las cartas,
pero nosotros somos los que las jugamos.

-- William Shakespeare



¿A QUÉ PRECIO?

Durante todo el invierno, mientras la maquinaria de Whelchman deglutía los mensajes, Knox había examinado cuidadosamente la inmensa cantidad de información sobre el uso de Enigma que iba quedando a la vista. Estudiaba compulsivamente los procedimientos de la red Roja y las costumbres de los operadores. Su intención era buscar atajos que permitieran reducir al mínimo el tiempo de manipulación de las hojas. Acostumbrado a atisbar sombras, encontró en aquella avalancha de material en claro una infinidad de procedimientos que permitían descartar millones de casos de un solo golpe.

El principal problema del método de las hojas era que para cada posición de las ruedas existía un juego diferente, hasta un total de 60. Si con diez mensajes hembra había suficiente, resultaba que en promedio hacían falta 300 colocaciones (600 en el peor de los casos). Sabiendo la posición de las ruedas, sólo había que poner diez hojas del juego correspondiente a esa posición. Knox y Jefreys eran dos expertos en hallar el orden de las ruedas, puesto que se recordará que ésa es la primera fase del rodding. Disponían además de las hojas de Jeffreys, que permitían extender las inferencias sobre la rueda derecha hacia las otras más cómodamente que deduciéndolas cada vez. Cuando el rodding es realmente infernal es cuando no se está seguro de si la palabra probable utilizada es correcta, porque uno se rompe la cabeza intentando encajar algo que no sabe si debe encajar. Pero ahora ése ya no era el problema.

En Enero, Knox había descrito un procedimiento para encontrar palabras probables completamente seguras basado en el envío de mensajes multiparte. Para dificultar el descifrado, los alemanes evitaban enviar textos de más de 250 caracteres y por ello los que eran más largos se partían en trozos, que se enviaban consecutivamente en mensajes separados cada uno con su indicador. Knox descubrió que los operadores solían usar la posición en que quedaban las ruedas después de cifrar la primera parte como posición (que se enviaba en claro) para cifrar las tres letras que indicaban cómo se cifraría la segunda. Bastaba restar la longitud del primer mensaje de las tres letras para obtener la posición inicial del primero y utilizarla como “palabra probable”, ya que en este mensaje aparecía cifrada con la clave enviada en claro (pero enmascarada por la posición de anillo).

A medida que la primavera sucedía al invierno, encontró muchas otras formas de hallar “palabras probables”. Muchos operadores tenían tendencia a usar diagonales del teclado, palabras pronunciables o bien ponían HIT como posición inicial para teclear LER y enviarlo como clave del mensaje. Knox probaba de forma sistemática estas combinaciones guiándose por su intuición. Les ponía nombres pintorescos cuando las explicaba a los demás y así empezó a nacer una jerga compartida sólo por los criptoanalistas de BP.

La acumulación de mensajes empezó a permitir determinar palabras probables de forma aún más directa. Una vez identificado el mando superior de la unidad a la que pertenecía la estación de radio receptora, era fácil deducir palabras probables de las primeras frases, puesto que los alemanes empezaban sus mensajes con los títulos completos del receptor. Los pomposos títulos estaban formados por las larguísimas palabras compuestas características del idioma alemán, que eran un objetivo ideal para los ataques de Knox y su equipo. También solían usar mensajes enviados a horas fijas con textos repetitivos ,como por ejemplo mensajes con el texto “nada que reportar”. Estos mensajes absurdos, eran especialmente distinguibles a simple vista por su longitud fija y proporcionaban una “palabra probable” completamente segura. Para cuando la clave Amarilla empezó a operar en Noruega, Knox entregaba cada día el orden de las ruedas antes de que se hubieran acumulado suficientes “hembras” para comenzar con las hojas. A veces fallaba con la rueda lenta, pero siempre clavaba las otras dos.

Herivel, el antiguo alumno de Whelchman, era uno de los que amontonaba hojas y odiaba esa tarea con toda su alma, por lo que estaba empeñado en encontrar una alternativa. Cada noche, después de cenar, se tumbaba frente al fuego y pensaba sobre el problema. Knox le había explicado una de sus ocurrencias, que consistía en preguntar hacia qué lado gira un reloj. Herivel había contestado que hacia la derecha y Knox le contestó “Dices eso porque no eres el reloj. Él cree que hace girar las agujas hacia la izquierda.” Para Knox esto resumía su método y Herivel encontró una aplicación inesperada a esta extraña reflexión. Hizo un razonamiento que mezclaba la visión rigurosa de los matemáticos con el pensamiento lateral de los veteranos.

En lugar de concentrarse en los mensajes en sí, se imaginó al operador alemán sentado en su mesa a primera hora de la mañana. El procedimiento correcto era coger el libro y mirar qué ruedas debían usarse ese día. A continuación el operador debía colocar la configuración de anillo que también sacaba del libro, es decir hacer resbalar el neumático sobre la llanta hasta que un pequeño punto sobre la sujeción coincidiese con la letra sobre el neumático que le tocaba a cada rueda. Después debía colocar las ruedas en la máquina, ponerlas en una posición cualquiera que enviaría en claro y en esa posición codificar dos veces seguidas tres letras cualquiera. Finalmente debía codificar el mensaje usando las tres letras codificadas.

Antes de que Knox y Jeffreys empezaran a dar la posición de las ruedas reduciendo así drásticamente el número de pruebas, Herivel había estado dos meses siguiendo el riguroso procedimiento de análisis de las hojas. Aunque siempre había sentido el impulso de saltarse algún paso nunca había conseguido encontrar la forma. Sin embargo el operador alemán sí que podía saltarse algún paso si era un vago, si tenía prisa porque se había dormido o simplemente porque estaba bajo fuego enemigo y le costaba concentrarse. Una vez tenía las ruedas del día en la mano, lo más práctico era meterlas en la Enigma para no equivocarse después, y una vez colocadas configurar los anillos. Si lo hacía así, cuando hubiese terminado, lo más probable era que la señal sobre la sujeción, que era solidaria con la circuitería de la rueda, estuviese en la parte más alta de la rueda, ya que era donde el acceso era más fácil. Era una tentación mover un poco las ruedas para cubrir el expediente y usar esa posición para codificar la clave del mensaje.

Por tanto, el operador poco cuidadoso enviaba en claro una combinación de letras que se parecía a la configuración de anillo. Como todos los operadores usaban la misma configuración de anillo y la misma Posición Inicial, si varios de ellos movían poco las ruedas en el primer mensaje del día, habría una desviación estadística muy fuerte en favor de posiciones que cumpliesen esa norma. Si la primera rueda tenía una configuración de anillo digamos B (es decir, que el operador veía la marca sobre la sujeción al lado de la B y en lo más alto de la rueda) los operadores perezosos de esa red comenzarían con claves que en esa rueda tendrían Y,Z,A,B,C o letras cercanas a ésas. Los criptoanalistas leerían muchos primeros mensajes con esas letras. Este principio podía extenderse, ya que quizás para el segundo mensaje las movía otra vez solo un poco. Herivel se lo comentó a Whelchman que lo incorporó al procedimiento. Pero desgraciadamente este método tan ingenioso no funcionaba en absoluto. Cada día los métodos de Knox ofrecían el orden de las ruedas y las hojas descargaban el golpe fatal, antes de que el “consejo de Herivel” hubiese hallado la clave.

 

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