Enigma 33

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Por Román Ceano

El 8 de Abril Hinsley estaba muy nervioso. Hacía una semana que la actividad de radio de la red que él suponía que era la de la flota del Báltico, era desusadamente alta. A pesar de que no podía entender ni una palabra de los mensajes, había llegado a la conclusión de que los alemanes tramaban algo. Ese día en concreto el patrón había cambiado. Había menos comunicaciones pero más regulares, y un par de triangulaciones que había obtenido comparando mensajes con indicación goniométrica le indicaban que la fuente navegaba frente a la costa sur de Noruega. Espoleado por Phoebe Seniard, llamó al Almirantazgo mediante el teléfono de manivela para comunicar sus sospechas. Una voz muy amable le dejó explicarse, le dio las gracias y le colgó sin más. Hinsley se quedó con la sensación correcta de que no le habían dado ninguna importancia.

Ese día en el Almirantazgo estaban muy ocupados con otra cosa. Hacía unas semanas que finalmente el gabinete de Guerra había aceptado el plan del ministro de marina Churchill de lanzar una acción contra Narvik, junto con dos desembarcos más al sur para conquistar todo el norte de Noruega. La flota inglesa estaba a punto de partir con la fuerza expedicionaria a bordo.

Al día siguiente, cuando Lord Halifax, el ministro de asuntos exteriores, llegó a Whitehall para redactar un comunicado explicando a la prensa internacional las razones de lo que al fin y al cabo iba a ser una invasión inglesa de un pais neutral, se encontró con un mensaje del embajador noruego. Decía que durante toda la noche, una fuerza hostil de barcos se había abierto paso a cañonazos por el fiordo que conducía a Oslo. Aunque los fuertes costeros habían hundido varios buques, a esa hora estaba claro que no podrían detenerlos y la caída de la capital era inminente. Paracaidistas alemanes habían ocupado el aeropuerto, donde aún se luchaba. Tenía noticias de cuatro desembarcos más en cuatro puntos muy separados.

Los barcos que Hinsley había sospechado existían, y formaban una gran flota que estaba protegiendo el desembarco alemán. Los alemanes, con la misma sensibilidad estratégica de Churchill, se les habían adelantado y estaban invadiendo Noruega tres días antes de la fecha que éste había arrancado trabajosamente al Gabinete de Guerra, pero casi tres meses después de la que él proponía al principio.

Los alemanes estaban aplicando un plan completo de ocupación, larga y minuciosamente preparado. Mercantes y buques disfrazados se habían desplegado durante días como apoyo para la invasión. Era como un mecanismo de relojería, más exacto aún que el que había destruido Polonia. Cinco desembarcos simultáneos, como punto de partida a una serie de rápidos movimientos convergentes sobre objetivos ocupados previamente por paracaidistas, desarticularon cualquier acción defensiva del ejército noruego o de la fuerza inglesa, que apenas estaba desembarcando cuando los alemanes ya coronaban su plan.

Una brigada inglesa remontó el rio desde Andalsnes hacia Lillehammer, pero una fuerza alemana de tropas de montaña les derrotó completamente y tuvieron que retirarse maltrechos. Era la primera vez que ingleses y alemanes cruzaban las armas en tierra. El ministro de defensa noruego Quisling, que era un simpatizante nazi, se hizo nombrar primer ministro fraudulentamente y aunque el rey Hakon lo rechazó, su acción provocó el colapso del gobierno y un gran desorden en un momento crucial.

En BP el cobertizo 6 caracterizó una nueva red, a la que dio el color amarillo. Era la utilizada por las unidades que participaban en la invasión de Noruega. Desde el mismo momento del desembarco las operadoras de Chatham fueron captando cientos de mensajes, a medida que la sofisticada máquina de guerra alemana se desplegaba y las unidades se iban reportando una vez en tierra. Preparada para una guerra móvil a gran escala, todas sus comunicaciones se hacían por morse cifradas con Enigma. Aunque siempre con 24 horas de retraso por la laboriosidad del metodo de las hojas, la totalidad de los mensajes alemanes fue decodificada y pasó a través del dispositivo preparado por Whelchman, con la consiguiente satisfacción profesional de los participantes.

Pero, al igual que las intuiciones de Hinsley, esto no sirvió de nada. Si bien los procedimientos en los cobertizos 6 y 3 funcionaron a la perfección, sólo algunos miembros del estado mayor repararon en el arma que tenían entre manos.

Narvik era el objetivo principal, porque era la terminal del ferrocarril que transportaba el mineral de hierro de las minas suecas de Kiruna para ser embarcado hacia Alemania. En el estrecho fiordo se desarrolló una furiosa batalla naval de dos días, que terminó con ventaja inglesa aunque a un gran coste. El General Macksey, que había desembarcado durante la batalla naval, estaba apostado a las afueras del puerto sin decidirse a atacar. Churchill, que no tenía mando sobre él ya que pertenecía al ejército de tierra, le enviaba continuos mensajes ordenándole un ataque inmediato. Por los informes redactados en el cobertizo 3 que tenía en la mano, sólo un puñado de alemanes lo defendían, ya que la fuerza principal estaba más al Sur. Macksey contestaba que la situación no era propicia y Churchill no tenía forma ni de darle una orden directa ni de convencerle sin comprometer el secreto de Enigma.

En medio de la batalla, una pequeña acción pasó desapercibida para casi todo el mundo. El capitán del destructor inglés HMS Griffin -que patrullaba frente a Andalsnes- recibió un mensaje diciendo que un pesquero holandés había disparado un par de torpedos a otro destructor. Esto no era extraño, ya que los barcos alemanes de apoyo -incluyendo los buques tanque- se habían infiltrado por la costa noruega con los más variopintos disfraces. Cuando avistó al poco rato un pesquero holandés de nombre Polaris, pensó que era un poco extremado hundirlo a cañonazos sin comprobar su verdadera filiación. Manteniéndose en movimiento, sin acercarse, y con el pesquero en la mira de sus cañones, lanzó una lancha de abordaje para inspeccionarlo.

Al mando de la lancha estaba el teniente Alec Dennis, que indicaba la dirección a sus hombres cada vez que alcanzaban la cumbre de las olas, porque había mar de fondo y cuando estaban en los valles sólo veían las negras paredes salpicadas de espuma. Cuando ya estaban bastante cerca, desde una cresta especialmente alta, Dennis vió que el bote volcado de la cubierta era falso y ocultaba un cañón. Mediante el heliógrafo se lo indicó al barco, pero ellos continuaron remando hacia el Polaris. Unas cuantas crestas y valles más tarde estuvieron a su altura y Dennis y un par de marineros saltaron a bordo con las armas en la mano, aprovechando una ola tan alta que puso el bote más arriba que la cubierta. Dennis llevaba una pistola y al caer se le disparó. La tripulación, que no les había visto acercarse entre las olas, al oir el tiro perdió los nervios y salieron de todos sitios con las manos en alto. En una rápida inspección, Dennis vio tubos lanzatorpedos montados en cubierta. Dennis gritó que si hundían el barco les dejarían ahogarse y se dispuso a esperar la llegada del destructor, que se acercaba a toda máquina.

El capitan del Griffin ordenó que los tripulantes del pesquero fueran trasladados a bordo. Cuando iban a comenzar a izarlos, uno de ellos salió corriendo con dos enormes bolsas y las tiró al mar. Una se hundió inmediatamente, pero la otra quedó medio flotando. Un cañonero llamado Foord saltó desde la borda del destructor con una cuerda atada y se apoderó de la bolsa. Al tratar de izarlo, la cuerda de rompió y Foord se hundió con la bolsa. Al poco salió otra vez a la superficie y por increible que parezca aún la tenía asida. Trataron nuevamente de izarlo pero con una sola mano no podía sostener el cabo y cayó otra vez al revuelto mar. Todo el mundo pensó que no lo verían más, pero nuevamente apareció sosteniendo la bolsa. Foord logró mantenerse a flote y hacerse un lazo a la cintura para que lo subieran finalmente a bordo, extenuado y al borde del colapso hipotérmico. A pesar de todos estos trabajos por recuperarla, dentro de la bolsa sólo había “papeles”. El capitán del Griffin era un hombre de la vieja escuela y ordenó a Dennis que patroneara el Polaris hasta Scapa Flow con la bandera alemana en el mástil debajo de la bandera inglesa, tal como debe hacerse con los buques capturados.

Scapa Flow se había construido durante la Gran Guerra en el archipiélago de las islas Orkneys como base para controlar los accesos al Skagerrak. Hundiendo algunos barcos y tendiendo redes se había cerrado una amplia rada situada entre varios islotes. Su situación estrátegica era inmejorable y su profundo y amplio puerto permitía fondear a toda la flota dedicada a la protección de la Inglaterra metropolitana si el ataque venía -como era el caso en las guerras con Alemania- del Norte. Sin embargo desde el punto de vista de los marineros era el peor destino después de las Malvinas. Barracones de ínfima calidad, que apenas protegían de las inclemencias del tiempo sub-ártico, y una cantina de tercera hacían soñar a los que estaban destinados allí con el clima, los pubs y la compañía femenina de los puertos tradicionales de la marina, Portsmouth o Plymouth.

Dos días después de la captura del Polaris, John Godfries, oficial de inteligencia naval, paseaba arriba y abajo de los destartalados muelles esperando. Sabía lo que había en la bolsa y estaba impaciente por ponerle la mano encima. Un atronar de sirenas le hizo mirar hacia la bocana. Vio horrorizado como el pequeño Polaris entraba en la base mientras todos los otros barcos lo saludaban. Salió corriendo como un loco hacia el lugar en que estaba atracando y se encontró a un equipo de noticias filmando a Dennis y a los marineros que le acompañaban. Con ayuda de la policía militar y buenas palabras, confiscó la película y trasladó el barco a una esquina desierta. Ordenó a Dennis y a los otros mantener estricto silencio sobre la captura incluso con sus familiares más próximos. Los alemanes no debían saber que se había capturado el barco. Godfries lo registró otra vez. Estaba todo tirado por el suelo, ya que la tripulación que lo había traido se había dedicado a saquearlo para conseguir recuerdos. Encontró un par de hojas sueltas con mensajes de Enigma que envió junto con la bolsa a BP.

Al cabo de seis horas ésta reposaba abierta sobre la mesa de Turing y Twin en el cobertizo 8. A estos se había unido Alexander, el campeón de ajedrez, y los tres se lanzaron a estudiar el amasijo de papeles en completo desorden que contenía. Encontraron el libro de códigos y multitud de mensajes en claro y codificados, húmedos pero legibles. Con ellos Turing pudo confirmar sus inferencias y describir de forma segura el procedimiento usado en la Enigma naval.

 
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