Enigma 32

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Por Román Ceano

El cobertizo 4 albergaba la Sección Naval, y el análisis de tráfico (la tarea que Whelchman había realizado al principio para las intercepciones supuestamente terrestres) lo realizaba allí Harry Hinsley. Hinsley era un estudiante de Historia sin graduar, y uno de los pocos en BP que tenía un origen humilde. Su padre era un minero galés, y si estaba en Cambridge estudiando Historia, era gracias a una beca que había ganado gracias a sus extraordinarias dotes.

El comienzo de la guerra lo había pillado nada menos que en Alemania como turista, ya que pensó acertadamente que era el último verano en que un inglés podría visitarla. Consiguió llegar a Suiza la madrugada del mismo 1 de Septiembre, poco antes de que se cerrara la frontera. Haciendo autoestop volvió a Cambridge, justo a tiempo para oir el discurso de declaración de guerra de Chamberlain. En Cambridge le dijeron que si seguía estudiando podía retrasar la incorporación a filas, algo que aceptó entusiasmado. Sin embargo, al cabo de un mes, el director de su facultad le llamó a su despacho, y al acudir encontró allí a un hombre que le fue presentado como “Alistair Denniston, que trabaja para el gobierno”.

Hinsley se incorporó al Cobertizo 4 bajo las órdenes de Phoebe Seniard, con quien congenió inmediatamente. Hinsley obtuvo del análisis de tráfico resultados espectaculares, gracias tanto a su extraordinaria intuición como al hecho de que -a diferencia del Whelchman- se integró desde su llegada en una organización que ya funcionaba perfectamente bajo la dirección de Birch. Hinsley determinó que la Marina alemana sólo tenía dos redes de comunicaciones, una para el Báltico y otra para el resto del mundo. Muchas intercepciones de la Marina incluían la dirección de la fuente y por ello mediante triangulación podía determinar el origen de las señales y hacerse una idea de lo que estaba pasando. Tenía una especie de sexto sentido, que le permitía relacionar hechos completamente separados para formar un cuadro general de la situación. Según él, esta habilidad la había desarrollado mediante el estudio de pergaminos medievales, cuando intentaba resolver problemas históricos a través de menciones de tercera mano en latín corrupto vertido en caligrafía carolingia. Nadie, ni él mismo, creía que con tan pocos datos sus conclusiones fueran nada más que especulaciones. Sólo era un civil de 20 años, que jamás había subido a un barco de guerra ni tenía la más remota idea de cómo se usaba.

Por otra parte, la batalla naval en curso era fundamentalmente una batalla antisubmarina y sobre submarinos Hinsley podía decir poco. Aparecían de pronto, hundían medio convoy de mercantes y desaparecían. Destruían los barcos ingleses a una velocidad que de prolongarse unos meses dejaría a Inglaterra aislada. Los almacenes ingleses de comida y materias primas ya estaban más bajos de lo prudente. Era una idea que daba escalofríos. Pero si los submarinos eran la principal amenaza, también eran la principal esperanza para conseguir capturas, ya que tenían mucha más tendencia a rendirse que los barcos de superficie, que tenían a gala dejarse hundir.

La vida de las tripulaciones de los submarinos alemanes que hacían el bloqueo de Inglaterra era muy dura y éstas estaban sometidas a un tremendo stress que las desgastaba en pocas semanas. Enfrentadas a las galernas del Atlántico Norte durante ese invierno particularmente infernal, los oficiales hacían largas guardias en la torreta abofeteados por vientos árticos huracanados mezclados con rocíones de agua helada, mientras la tripulación, hacinada en la claustrofóbica estrechez, languidecía debajo, aquejada de mareos descomunales provocados por la frecuente mar montañosa. Nadie estaba nunca seco y para ahorrar combustible sólo se conectaba la calefacción en caso de peligro de muerte por congelación.

El 7 de Febrero de 1940, el submarino U-33 al mando del capitán Dresky salía de Wilemhaven con una misión especial. Después de una semana en seco para recuperarse de dos meses de caza de mercantes (11 barcos hundidos) en las rutas al sur de Islandia, se les había comunicado que irían a minar el río Clyde, donde estaban los astilleros que habían reemplazado a Chatham con la llegada de los barcos de hierro.

Para llegar rodearon Escocia, sin saber si temer más a los ingleses o a aquellos mares encrespados por la cercanía de tierra. Después se internaron en el canal de Irlanda, más tranquilo pero lleno de patrullas enemigas. Finalmente, intentaron remontar el estuario aprovechando las mareas, para depositar las minas lo más arriba posible del rio.

El 12 de Febrero antes del alba, después de una noche en blanco esquivando sobre cartas bajíos y campos de minas, fueron localizados a dos millas de la costa por un barco inglés. El capitán Dresky, acostumbrado a navegar con miles de metros bajo la quilla, se sumergió demasiado rápido, chocó contra el fondo que estaba a sólo 30 metros y el submarino quedó clavado en el cieno.

Un motor se estropeó intentando salir y el agua empezó a entrar por algunas de las viejas heridas que había traído de los choques con mares embravecidos, abiertas de nuevo por la lluvia de cargas de profundidad. Dresky ordenó soltar todo el aire de golpe en los depósitos de lastre y salir a la superficie, pero sin aclarar si una vez allí había que abandonar el buque o hacer alguna acción evasiva. En el último momento ordenó poner en marcha las bombas de relojería que debían destruir el submarino, pero a continuación ordenó desactivarlas.

Cuando alcanzó la superficie, la tripulación había llegado a sus propias conclusiones y a los gritos del primer oficial, llamado Schilling, que todo el tiempo había querido evacuar, se precipitaron hacia la escalerilla y empezaron a salir en tropel por la torreta. Dresky ordenó activar los relojes otra vez y siguió la corriente humana hacia el exterior. Cuando estuvo fuera le dijeron que no estaban activados, por lo que ordenó al primer oficial que volviera abajo a hundir el submarino. Mientras discutían a gritos, la torreta estalló. Heridos y conmocionados, ambos se lanzaron al agua, donde les esperaba el resto de la tripulación. Ya en el agua, Schilling pidió tres hurras por el submarino y después se ahogó.

Los ingleses recogieron a los supervivientes. Uno de ellos se había desvanecido de hipotermia y fue atendido por un enfermero, que le quitó del bolsillo tres ruedas pequeñas que parecían engranajes de bicicleta. Según el procedimiento el marinero debía arrojarlas al agua, pero no lo había hecho. Dresky había roto una norma de Donitz, que obligaba a todos los submarinos que trabajaban en tareas de minado a dejar sus Enigmas en los puertos.

Cuando las ruedas llegaron a BP se vio que dos de ellas eran de las tres de uso exclusivo naval a las que nunca antes se había tenido acceso. Estalló un debate, ya que así como para la Enigma normal existía un departamento de decodificación completo (el cobertizo 6 al mando de Whelchman), para la Enigma Naval no se había establecido, puesto que Denniston había insistido en que era una tarea imposible, a la que no valía la pena dedicar recursos. Con dos de las tres ruedas en la mano, Denniston por fin estuvo de acuerdo. Birch quería que Turing dependiese de él, pero Knox consiguió convencer a Travis de que era mejor crear una nueva sección. Esta nueva sección sería el cobertizo 8, al que se asignó a Turing y a Twin, que quedaron bajo la laxa égida de Knox. Si conseguían descifrar algo se lo pasarían al cobertizo 4 de Birch, Senyard y Hinsley, siguiendo el modelo de los cobertizos 6 y 3.

 

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