Enigma 31

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Por Román Ceano

Durante la Navidad, Rusia había invadido Finlandia, que había pertenecido al imperio de los zares y a la que Lenin había dado la independencia durante la guerra civil para quitarles un aliado a los Rusos Blancos. A pesar de la desproporción de fuerzas (de seis a uno), el ejército finlandés, ayudado por el clima ártico especialmente duro ese invierno, había detenido a los rusos e incluso contraatacaba localmente. Los franceses y los ingleses enviaron material militar a Finlandia, aunque en cantidades simbólicas, ya que ellos mismos esperaban un ataque alemán en cualquier momento. El ministro de Marina Churchill sugirió un desembarco en Noruega para bloquear la llegada de acero sueco a Alemania. Una gran parte de ese acero salía en barco de Narvik, más allá del Círculo Polar Ártico. Churchill propuso tomar el puerto y mantenerlo mientras se convencía a los noruegos que dejasen la neutralidad y se uniesen a Inglaterra y Francia. El gabinete de guerra rechazó la idea, porque Noruega era neutral y además no era prudente atacarla en mitad de la noche polar del invierno más frío del siglo. Era la típica idea de bombero de Churchill, contra la que todo el mundo estaba prevenido.

Mientras las Type X repiqueteaban alegremente, Turing volvió a su obsesión particular, la Enigma naval. Las comunicaciones de la Marina alemana estaban protegidas por una versión del método de Enigma que usaba tres ruedas adicionales entre las que escoger y además no utilizaba el procedimiento del doble indicador, sino uno mucho más complicado que invalidaba el método de las hojas de Zygalski. Los únicos que creían que era posible descifrar mensajes de la Marina alemana eran Birch y Turing, el primero por puro voluntarismo y el segundo porque había descubierto que descifrar la Enigma Naval era la única tarea en la que era su propio jefe.

Los polacos habían entregado en la reunión del bosque de Piry, en Julio de 1939, ocho mensajes cifrados, con sus correspondientes traducciones que databan de 1937. Los habían obtenido la misma semana en que la Marina alemana había abandonado el procedimiento estándar, que aún usaban la aviación y el ejército. Los primeros días se usó el nuevo procedimiento pero sin haber cambiado la clave y varias estaciones cometieron pequeños errores que permitieron descifrar esos ocho mensajes. Turing los había estudiado antes de Navidad y pudo postular el sistema de dígrafos que se usaba para cifrar los indicativos, así como un método tentativo para resolverlo. Calculó la capacidad de cálculo que haría falta para romper la clave y llegó a la conclusión de que sin la tabla de dígrafos estaba fuera del alcance de cualquier máquina imaginable.

La cuestión de la máquina era un tema recurrente en las conversaciones de Turing. Knox estaba fascinado y procuraba ayudarlo, aunque veía muy difícil encontrar un álgebra que resolviese los mensajes “sin tener que pensar”. Denniston era escéptico y le dijo a Turing que nunca podrían leer mensajes de la Enigma naval. Whelchman, que conocía perfectamente el trabajo de Turing antes de la guerra, se convirtió en un entusiasta en cuanto se enteró. Utilizó su ascendiente sobre Travis para conseguir que éste contactase con la fábrica BTM de calculadoras electromecánicas de Letchworth, que envió a su mejor ingeniero, Doc Keen.

Aunque Turing no era capaz de construir algo de esa complicación, sí que era capaz de describir los circuitos de forma que los que él llamaba “los electricistas” (ellos a sí mismos preferían llamarse ingenieros) pudieran comprenderlos. La idea original de Turing era crear unas Enigmas en las que la corriente no recorriese dos veces cada rueda, sino que hubiera dos juegos de ruedas, uno delante y otro detrás del reflector, convertido en una rueda más. De esta forma podían encadenarse varias Enigmas. Después fue evolucionando el concepto y pensó que podía poner las ruedas horizontales, con las conexiones en dirección al reflector en dos círculos concéntricos más exteriores, y las conexiones en dirección contraria en dos círculos concéntricos más interiores. Estas conexiones sobre la superfície del disco estaban en contacto con 4 juegos de 26 escobillas que conectaban cada rueda con la siguiente al modo que los huecos estaban conectados en Enigma.

La máquina completa consistiría en una serie de estas “Enigmas abiertas”. Cada una probaría la correspondencia entre una letra de criptotexto y la letra de la palabra probable que correspondiese a la posición, configurándolas con la distancia entre posiciones de las ocurrencias. Turing sabía que si se disponía de una palabra probable suficientemente larga, se podían caracterizar unos contactos entre pares de letras que serían propios de una sola secuencia de alfabetos. Si, por ejemplo, la R cifraba la T (y lo que es lo mismo, T a la R) varias veces en una parte del mensaje y en unas posiciones dadas, ello sólo sería compatible con un subconjunto determinado de los alfabetos consecutivos de una posición de las ruedas. Estas ocurrencias se llamaban cliks y eran usadas en el rodding. Si se construía una máquina que los probara todos, se obtendría la posición inicial y por tanto la clave. Basta con conectar las Enigmas de manera que se encienda una bombilla cuando la corriente pase por todas ellas. La bombilla se conecta a la salida de la J de la última y la corriente se introduce por el conector de la A en la primera. Escribió algunas páginas sobre esto y las añadió al documento sobre Enigma que iba elaborando sobre la marcha.

Así pues se trataba de hacer girar las ruedas muy deprisa y parar de golpe cuando se alcanzase una posición en la que se cumpliese la condición establecida. Turing había calculado la velocidad de giro ideal, ya que ésta era la que determinaba la longitud temporal de la prueba. Doc Keen escuchó esas velocidades estupefacto, ya que los actuadores que usaban en sus máquinas electromecánicas de cálculo no reaccionarían a tiempo y de hecho lo más probable es que no reaccionasen nunca, ya que la corriente llegaría a la bombilla sólo durante milésimas de segundo. Turing había calculado los tiempos exactamente y si las ruedas giraban más lento para dar tiempo a los actuadores a reaccionar en los casos positivos, la prueba duraría meses.

Doc Keen volvió a Letchworth con el convencimiento de que hacía falta algo revolucionario. Sólo había un dispositivo biestable capaz de conmutar a aquella velocidad y eran las válvulas de gas. Se trataba de una especie de bombillas sin filamento que contenían deuterio. En su interior había dos placas metálicas paralelas y muy cercanas, cada una conectada a una entrada. Se mantenía el gas a una temperatura alta mediante una resistencia y por un efecto termoiónico, en caso de que se diese voltaje a un cebador, la corriente pasaba entre las dos placas sin apenas resistencia. Se podían usar como actuadores a base de colocar el cable cuyo voltaje se quería comprobar conectado al cebador. En caso de que hubiera voltaje, la corriente pasaba por el circuito principal. Las válvulas reaccionaban de forma prácticamente instantánea, pero eran muy aparatosas y frágiles, además de desprender mucho calor y por tanto requerir mucha potencia para funcionar.

Estaban en fase de experimentación y sería una pesadilla diseñar circuitos eléctricos con ellas, puesto que todos los voltajes debían ser calculados cuidadosamente y los circuitos cargados de forma exacta. Por si fuera poco, las partes mecánicas (y sobre todo las escobillas de los conectores que tocaban a las ruedas) sufrirían un desgaste brutal a tanta velocidad. Por ello, lo más probable era que la máquina resultara un trasto, que se pasaría la mayor parte del tiempo averiada y en mantenimiento. Durante su estancia en BP, Doc Keen se dió cuenta de que la ingeniería militar tiene otras normas que la civil. En una situación normal, un aparato poco fiable es rechazado por los clientes que buscan otra solución. En cambio en la guerra muchas veces no hay más alternativa que intentar lo imposible cruzando los dedos. Todo el mundo sabía lo que significaba el bloqueo de las islas por los submarinos y Doc Keen no dejaría de explorar el límite de la tecnología si con eso podía ayudar.

Mientras los ingenieros de Letchworth cavilaban sobre cómo construir un prototipo, Turing generalizó el concepto para que no hicieran falta palabras probables tan largas como las que requería el primer diseño a base de cliks (que requería largas “frases probables”). Los contactos entre criptotexto y palabras probables determinaban ciclos, al igual que lo hacían los dobles indicadores que habían usado los polacos hasta que en 1938 se había cambiado el procedimiento de codificar las claves con la misma posición inicial. Con picardía y palabras probables se conseguía caracterizar ciclos muy complicados, cuya aparición sólo era compatible con muy pocas posiciones. Turing dibujó los circuitos variables que debían conectar las ruedas para que se pudiera programar cada sistema de ciclos que debía ser comprobado. Al principio llamó a su máquina ‘Enigma de Lechtworth’, pero a las versiones mejoradas las llamó Bomba, en homenaje a la máquina polaca (que trabajaba sólo con los indicadores).

Turing entregó a Travis el diseño final, junto con un memorándum en el que se decía que, incluso si se pudieran usar válvulas, para que su máquina funcionara, hacía falta conseguir el cableado de las tres ruedas de uso exclusivo naval. También ayudaría tener el máximo número de mensajes en claro, para tener palabras probables de las que se carecía casi completamente (sólo se tenían los ocho mensajes entregados por los polacos). Finalmente, si se deseaba que la máquina resolviese las claves en tiempos razonables para que la información fuese útil, haría falta la tabla de dígrafos de cada mes, que podría entonces ser simulada con circuitos a la entrada.

La Marina fue informada de la necesidad de capturas. Conseguir ese material no parecía tarea fácil ya que los alemanes lanzaban al agua todo lo que se refería a Enigma en cuanto tenían la mínima sospecha de que podía caer en manos inglesas. Disponían de unas bolsas lastradas a tal efecto y además los libros de códigos estaban escritos en una tinta extremadamente soluble, que se borraba con sólo mojarse un poco.

 

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