Enigma 30

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Hay un tiempo para cada propósito;
un tiempo para amar y un tiempo para odiar,
un tiempo para orar y un tiempo para matar.

-- Eclesiastés

Velando armas

Por Román Ceano

A principios de Enero, los viejos informes de Sinclair sobre el ejército alemán eran repasados febrilmente, junto con los reportes sobre la campaña de otoño en Polonia. Los estrategas ingleses estaban perplejos por la movilidad de los alemanes, su capacidad de ruptura y su habilidad para realizar movimientos coordinados a gran escala. Había que remontarse a los pequeños ejércitos napoleónicos para encontrar tanta destreza en la maniobra. Pero el nuevo ejército alemán era todo menos pequeño. Se sabía que más de 50 divisiones acechaban a lo largo de la frontera. Durante la Gran Guerra, una fuerza inglesa muchísimo mayor que la que había cruzado ahora el Canal, no había podido conseguir más que un mortífero empate.

Los franceses eran mucho más optimistas y no daban tanta importancia a la movilidad de los alemanes ni al tamaño de su ejército. Consideraban que el factor clave seguía siendo la potencia de fuego. La llanura polaca había facilitado los movimientos de una forma imposible de reproducir en el nuevo campo de batalla. El plan francés, fruto de años de preparación meticulosa, buscaba fijar a los alemanes y destruirlos a cañonazos. En el flanco derecho, donde tenían frontera con Alemania, habían construido una franja inexpugnable de bunkers de hormigón con paredes de 15 metros de grosor, separados por fosos antitanque, campos de minas y dientes de dragón, y erizados de armas de todos los calibres. Desde luego allí no habría ruptura ni movimientos envolventes.

Por lo que hace al flanco izquierdo, tenían previsto entrar en Bélgica y organizar allí una defensa en fuerza, usando como obstáculos sus anchos ríos y profundos canales. Defendiendo los puntos de cruce, los alemanes quedarían bloqueados en las cabezas de puente y en el lado contrario. La artillería, el arma francesa por excelencia durante medio milenio, les aplastaría con una masiva lluvia de fuego. Calculaban un mes de batalla continua si los alemanes persistían más allá de lo razonable.

El problema era que los belgas se negaban a permitir el paso, porque veían en la estrategia francesa una excesiva inclinación a plantear la batalla en territorio ajeno. El Estado Mayor francés planificaba hasta el menor detalle extensos planes de despliegue, con los que buscaba trabar combate sobre los cursos de agua, mientras los políticos intentaban convencer a los belgas para que dejasen entrar a los ejércitos de las democracias en su territorio. Los belgas alegaban que si el ejército francés tomaba posiciones en Bélgica, estaría flanqueando al alemán y le obligaría a atacar. Quizás los alemanes quisieran aceptar su neutralidad para no añadirse enemigos, ya que precisamente aquellos ríos y canales les protegían de ser una presa fácil. Bélgica aspiraba a ser algo más que el campo de batalla de todas las guerras europeas, y esta vez permanecería neutral. Bélgica hacía un llamamiento a las partes para que dirimieran sus diferencias por medios pacíficos, a la vez que llamaba a Alemania a abandonar Polonia como muestra de buena voluntad.

¿Respetarían los alemanes la neutralidad belga y atacarían por el flanco derecho francés?. ¿Buscarían un trato sobre Polonia con Francia e Inglaterra?. ¿O, por el contrario, el ataque era cuestión de horas?. Y en ese caso, ¿cuál era su plan de batalla?. Como quiera que Menzies, el sucesor de Sinclair, había comunicado jubiloso a sus jefes que podía leer los mensajes de Enigma, ahora le pedían que desvelara los planes alemanes. Querían saber por lo menos la fecha y la dirección general del ataque.

Catastróficamente, Menzies no tenía nada que ofrecer. Poco antes se había descubierto que el método de las hojas de Zygalski no funcionaba. Jeffreys amontonaba frenéticamente hojas 20 horas al día, sin que nunca quedaran agujeros libres. Todo el resto de personal de Whelchman esperaba en vano y los intentos al azar de descifrar algo terminaban con una indigesta sopa de letras. Algo estaba mal y Turing intentaba encontrarlo junto con Twinn, pero por mucho que se esforzaban no veían ningún error. Knox estaba convencido de que los alemanes habían cambiado el procedimiento, y recordaba que ya había advertido que el método de los indicadores dobles era una chapuza que sería pronto corregida.

Denniston y Knox discutían de forma cada vez más acalorada, porque este último quería contactar inmediatamente con lo polacos, mientras el primero quería mantener el secreto del fracaso y resolverlo. Además Knox pretendía compartir con ellos el método del rodding, si al final las hojas resultaban un fracaso. La discusión fue subiendo de tono hasta que Knox amenazó con irse a su casa si no podía trabajar junto a los polacos.

De mala gana, pero conocedor de la tozudez de Knox, Denniston aceptó enviar a Turing con un juego de Hojas de Zygaski para cinco ruedas (los polacos sólo habían tenido para tres) y un juego de Hojas de Jeffreys (que eran una ayuda para el rodding, que permitía identificar la rueda media y la lenta una vez se tenía identificada la rápida) también para cinco ruedas. Uno de los dos juegos no haría falta, pero nadie sabía cuál.

El 7 de Enero de 1940, en medio de las más estrictas medidas de seguridad y escoltado férreamente por el servicio secreto, Alan Turing voló a París, y desde allí se desplazó hasta Vignolles para visitar a los polacos. Después de la destrucción de su país, Langer, Rejewski y su grupo se habían establecido allí, bajo la protección de los servicios franceses, para formar una estación de descifrado que trabajaba sobre Enigma usando las intercepciones francesas y entregándoles el material. Copia de parte de este material era enviado a Inglaterra en unas carpetas rojas, que se hicieron características por contener siempre información de primera calidad.

El encuentro de Turing con Rejewski y sus compañeros resultó extremadamente productivo. Revisaron las hojas de Zygalski que había traído Turing y descubrieron que estaban mal, porque el cableado de las ruedas que se había usado para hacerlas tenía algunos errores. Los alemanes no habían cambiado el procedimiento y fue un alivio comprobarlo.

Después de hallar este problema, el humor de todos era excelente y departieron durante dos días sobre los arcanos de Enigma, mientras el residente de la estación inglesa en París intentaba poner cara de entenderlo todo. La poderosa mente de Turing, que llevaba cuatro meses en contacto con la sabiduría empírica de Knox, había creado todo un corpus de teoría, que ahora pulió hablando con aquellos expertos, con siete años de experiencia en descifrar Enigma a sus espaldas. Durante la comida de despedida, Turing y los polacos discutieron vivamente sobre las ventajas del sistema monetario decimal frente al sistema inglés, que sería la pesadilla de los extranjeros hasta 1973. Turing demostró algebraicamente que para que ‘n’ comensales partieran cuentas en un restaurante, el sistema inglés era mucho más conveniente, ya que era menos probable que alguien tuviera que aflojar un penique para redondear.

Cuando Turing volvió a BP, Coleman, que como se recodará estaba al cargo de la dirección de la Sala de Intercepción que planificaba las escuchas, ofreció tres enormes paquetes de las claves Verde, Azul y Roja, cada uno de los cuales contenía mensajes de un solo día, puesto que la clave se cambiaba a diario. Con esas claves había estado fracasando Jeffreys. La misma tarde de su llegada, y con las hojas corregidas chapuceramente, a base de nuevos agujeros hechos de cualquier manera y con los erróneos tapados con papelitos y goma arábiga, Knox, Jeffreys, Turing y Twinn atacaron una vez más los mensajes de la red Verde. Clareaba la mañana helada del día siguiente cuando por fin se halló la primera clave. Fueron corriendo a la sala donde estaban las Type-X modificadas y, cuando el sol de invierno estaba ya alto en algún lugar más allá de las espesas nubes, apareció un mensaje en perfecto alemán.

Todos los presentes habían aprendido el idioma para leer a Goethe, Schiller y Kant, excepto Turing y Twin, que lo habían aprendido para leer a Leibnitz, Euler y Hilbert. Desde luego ninguno conocía aquella jerga militar prusiana, hecha aún más incomprensible por las abreviaturas y convenciones. Así que nadie entendió qué decía el mensaje, pero a nadie le importó. Al día siguiente cayó la clave Azul, y esta vez si que todos comprendieron el mensaje, puesto que era una poesía para niños muy popular en Alemania. Finalmente cayó la Roja, que resultó ser otra vez jerga militar, pero un poco más comprensible que la Verde.

Se determinó que la red Azul era una red de práctica, en la que los operadores se entrenaban en el uso de Enigma, y para ello usaban textos clásicos alemanes o canciones infantiles. Curiosamente, antes de haberla descifrado, se monitorizaban cuidadosamente el número diario de mensajes de la red Azul, porque se pensaba que tenía relación con un ataque inminente, y varios aumentos repentinos de tráfico hicieron que se enviaran falsos avisos al Estado Mayor. Se pospuso el descifrado de los mensajes almacenados de la red Azul y se restringieron las escuchas de sus frecuencias al mínimo.

La red Verde era una red del Estado Mayor, dedicada a la coordinación de tareas logísticas. Para conseguir que aquella información sirviese de algo, habría hecho falta una organización aún más grande que la que tenían, puesto que para poder comprender plenamente los mensajes era preciso estar al tanto del día a día de todas las unidades que los intercambiaban. Se continuó con las escuchas de la red Verde, pero los mensajes se guardarían de momento.

La red Roja era la más prometedora. Se había creído que era una red del ejército de tierra, pero en realidad era una clave aérea. Se trataba de la clave con la que recibían órdenes los escuadrones de aviones que realizaban el apoyo a tierra. En todas las entrevistas con militares polacos, estos afirmaban que los aviones y los tanques actuaban de forma plenamente coordinada, y que esa coordinación era la clave de la capacidad de ruptura. Decían que ninguna unidad alemana se movía sin tener asegurado el apoyo aéreo. La clave Roja prometía información de primera mano sobre el modus operandi de los alemanes y sobre sus acciones concretas en cada momento.

Se disponía de varios meses de intercepciones de la red Roja y de algunos días determinados había cientos de mensajes. Se ordenaron los días por número de intercepciones y la maquinaria creada por Whelchman se puso a devorarlos a tiempo completo. Muy pronto, el túnel que unía el Cobertizo 6 con el 3 estaba lleno de mensajes en claro esperando traducción. Pero al descifrarlos se daban cuenta de que sólo interceptaban una fracción diminuta de los mensajes radiados en la red Roja. Si pudieran leerlos todos, podrían determinar todos los movimientos alemanes con precisión. “El otro lado de la colina” estaría a la vista.

Whelchman habló con Travis, pero éste tenía malas noticias. Las coordinación de las estaciones de intercepción estaba confiada a un comité, formado por los servicios de inteligencia de las tres armas, denominado Comité Y. Este comité destacaba por su inoperancia, ya que cada arma procuraba hacerse cargo del menor número de escuchas posibles. Cuando se descubrió que la red Roja “era una red aérea”, el ejército obligó al comité a reunirse y protestó enérgicamente. El trato era que cada arma interceptara mensajes de su contraparte alemana y por tanto era la aviación quien debía correr con los gastos de escuchar la red Roja. Pero sucedía que la aviación no tenía ninguna estación en funcionamiento, ya que la que tenía en Cheadle era en realidad un centro de comunicaciones y no dedicaba operador alguno a intercepciones. El comité decidió que Chatham dejara de interceptar la red Roja y urgió a la aviación para que empezara a trabajar.

Cuando Travis se lo contó, Whelchman montó en cólera. Contestó que quería que las expertas operadoras de Chatham siguieran trabajando en la red Roja. Travis le explicó que formalmente las escuchas las hacía cada servicio de inteligencia para sus propios fines, y que las entregaban a BP “por cortesía”, por lo que todo el asunto debía tratarse con mucho tacto. Pero Whelchman, y no digamos Knox, no pensaban ser corteses. A empujones obligaron a Travis a elevar la protesta hasta Menzies y éste logró que el comité se reuniera otra vez para decidir que Chatham seguiría con la Roja. El ejército avisó sin embargo que en caso que los alemanes atacaran Francia, cesarían las escuchas de mensajes de la aviación y se dedicarían las operadoras sólo a lecturas del ejército de tierra alemán. Esta decisión era una tontería, al igual que la repartición de las escuchas por armas, pero Menzies la aceptó, porque permitía seguir con Chatham de momento. La aviación aprovechó el trato para continuar con su política de no dedicar ni un operador a las escuchas.

Whelchman consiguió permiso de Travis para que Ellingworth visitara BP, devolviéndole la visita que él había hecho a Chatham dos meses atrás. Whelchman le mostró la sala donde varios grupos amontonaban hojas frenéticamente y le dijo que en poco tiempo hallarían la clave Roja de ese mismo día. Como la cosa se retrasaba, fueron a despachar a la oficina de Whelchman. Ahora que se podían descifrar los mensajes de Enigma, nuevos procedimientos tenían que ser establecidos. Trabajaron sobre el tema varias horas y sobre la una de la madrugada oyeron unos gritos de júbilo. Se había hallado la clave (ahora ya del día anterior) y ambos fueron corriendo para presenciar cómo eran descifrados los mensajes. Whelchman le dijo que con el desayuno, los oficiales de Estado Mayor recibirían los mensajes alemanes. Tan sólo 24 horas más tarde que los oficiales enemigos.

Una de las cosas que acordaron fue que la Sala de Intercepción tendría la potestad de determinar las prioridades en el envío del material a BP y que había un tipo (que posteriormente recibió el nombre de “Especiales de Whelchman”) que tendría prioridad total, y cuyo envío se saltaría todos los procedimientos. Al día siguiente, cuando Ellingworth se había ido, Whelchman estableció cuatro niveles más de prioridad en la comunicación entre el cobertizo 6 (recepción y descifrado) y el 3 (traducción y análisis). Las bandejas que pasaban a través del túnel sólo contendrían mensajes de la misma prioridad.

Whelchman y Travis estuvieron persiguiendo a Menzies para que instalara un sistema de tubos neumáticos que uniera todos los cobertizos, pero éste les dijo que no había presupuesto. Por ello se tuvo que seguir con el túnel entre el cobertizo 3 y el 6. Aunque Whelchman quería que las bandejas se pasaran mediante cuerdas atadas a ellas, los que trabajaban en las dos bocas acabaron hartos de líos y decidieron por su cuenta usar mangos de fregona para empujar las bandejas.

 

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