Enigma 29

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Por Román Ceano

Langer les dio la bienvenida y les explicó que los polacos conocían al detalle los planes alemanes. Sabían con certeza que les atacarían antes de 60 días. Podían incluso nombrar las unidades que participarían y el grado de preparación de cada una. No estaban asustados, porque pensaban que podrían resistir hasta que los franceses e ingleses les reforzaran. Los tres países iban a luchar juntos contra Alemania y la iban a derrotar.

Por ello había llegado la hora de la sinceridad. Iba a mostrarles un arma secreta muy poderosa que ahora podrían usar también sus dos aliados. Ante la estupefacción de los presentes, Langer les dijo que conocían el cableado de Enigma y además podían descifrarla con mucha facilidad. A continuación les mostró las instalaciones y los métodos que habían estado usando. Pidió excusas por haberles engañado en la reunión de París y brindó por la nueva colaboración. Finalmente les explicó el problema logístico que tenían para fabricar más Bombas y les ofreció trabajar en equipo.

Knox estaba muy sorprendido. Cuando le presentaron a Rejewski, le preguntó directamente por la conexión entre el primer hueco y el teclado. No conocer eso es lo que le había convencido de que no podía deducir el cableado. Rejewski le dijo que los alemanes nunca habrían introducido codificación ahí porque, en su forma de ver las cosas, eso no formaba parte del dispositivo de cifrado. Una vez habían descartado -al igual que Knox- el cableado original de la Enigma comercial, los polacos habían probado el siguiente más sencillo y había resultado ser ése. Las conexiones estaban hechas siguiendo el orden alfabético en la dirección de las agujas del reloj. Aclarado este punto, le explicó todo el resto del método usado para conseguir el cableado, aunque la ignorancia matemática de Knox le impidió seguirlo con soltura.

Según explicaría Denniston a los pocos que estaban en el secreto, en el coche que les conduciría de vuelta al aeropuerto, Knox cantaba celebrando que ya tenían el conexionado del teclado a las ruedas. Esto era un poco absurdo, porque en el portaequipaje tenían una réplica de Enigma, pero para la forma de ver las cosas de Knox, ésa era la única revelación. Probablemente consideraba que podría haber deducido el cableado por su cuenta, sin trucos matemáticos. La verdad es que no se puede descartar, porque el genio de Knox no era algo común. En cualquier caso no lo había conseguido y el hecho de pensar que era capaz sólo servía para mortificarlo aún más.

Una cierta sensación de ridículo, ante él mismo y ante sus colegas, fue naciendo en Knox a medida que se dio cuenta de que lo que le habían dicho ya no le servía para nada. Además la revelación era una tontería, puesto que cualquiera que hubiese probado alguna combinación habría probado ésa la primera. Era como una adivinanza del tipo “¿cuántos huevos pone un gallo a la semana?”. Existen fuentes que afirman que la configuración le había sido sugerida a Knox, pero que él la había descartado diciendo que nadie era tan imbécil como para hacer algo así. Ahora ya era demasiado tarde. Sólo quedaba aplicar los métodos desesperantemente laboriosos inventados por los polacos. De artista del lenguaje, había sido súbitamente degradado a instrumento de un método inventado por otros.

Cuando Whelchman se presentó con sus ideas, Knox terminó de estallar. Ahora parecía que cualquiera excepto él podía inventar métodos para descifrar Enigma. Nada menos que el novato al que había echado del grupo se presentaba con la misma solución que Zygalski le había explicado y que él debería haber encontrado años antes, si no se hubiera detenido por un juicio estúpido sobre la psicología de los constructores de Enigma.

El pensamiento de Whelchman sin embargo no podía concentrarse en encontrar alguna racionalidad al enfado de Knox. Su atención se desviaba al hecho de que, aunque fuera de la forma más estrafalaria posible, éste había confirmado que Enigma se podía descifrar. Al volver al colegio estaba anonadado por la enormidad de lo que sabía. Todo era cierto; el doble indicador era un agujero de verdad y existía un método para romper la clave cada mañana. Podrían leer miles de mensajes. Imaginó el télex vomitando papel mientras las sacas se amontonaban por el suelo y los mensajes eran descifrados a mansalva. Pero su mente organizada y práctica no lograba visualizar cómo él y sus dos ayudantes hacían todo eso. Lo que le mostraba más bien era cómo se volvían locos tratando de aplicar las hojas a todos a la vez, descifrándolos a velocidad de vértigo, entre gente entrando y saliendo que pedían a gritos informes sobre batallas en curso. Lo que vio fue un caos insoportable, que terminaría con un colapso mientras las sacas les enterraban vivos. Poder hacerlo no era hacerlo. Saber cocinar no es lo mismo que alimentar a un regimiento. Y desde luego, intentar alimentar un regimiento con tres cocineros y un hornillo era un camino al desastre seguro.

Sentado en su pupitre infantil, escribió un largo informe en el que explicaba el funcionamiento de una estación de descifrado a gran escala. Sin decir lo que sabía, partió de la hipótesis de “si algún día fuera posible”. En primer lugar, hacía falta un grupo de personas que gestionara la relación con las estaciones de intercepción y estuviera en contacto continuo con los oficiales de cada turno para dirigir las escuchas. Después haría falta un registro dedicado a analizar los indicadores y clasificarlos por redes (Roja, Azul, etc...) ya que cada una era una unidad funcional independiente, con sus propias claves diarias. Los errores en la asignación de red a los mensajes podían embozar el proceso de hallar las claves durante horas, ya que se estarían usando datos erróneos y se taparían agujeros verdaderos. También era necesario un grupo numeroso dedicado a usar las hojas para hallar las claves, antes de que cambiasen y mientras la información a obtener valiese algo. A continuación, era necesario un gran número de máquinas Enigma, para descifrar cientos de mensajes al día. Finalmente, alguien debía leerlos y resumir la información para enviarla a los diferentes destinatarios, puesto que sólo sería útil la información de un movimiento a los generales que estuvieran implicados en la lucha en ese punto.

Whelchman describió con detalle todo el funcionamiento de tres turnos de ocho horas trabajando a pleno rendimiento y calculó el numero de mensajes que se podrían tratar, dependiendo de la dimensión de la operación. Lo imaginaba como una pequeña fábrica y estudió todos los procedimientos y la documentación auxiliar que se requería para su funcionamiento. Cuando terminó fue a ver a Travis, que aprobó con entusiasmo el plan y le puso al cargo de su desarrollo. También le comunicó que se estaban haciendo esfuerzos para aumentar las estaciones de escucha, aunque había bastantes problemas ya que todas las armas rehuían dedicar recursos a eso.

Antes de la compra por Sinclair de la mansión, se recordará que ésta iba a ser destinada a la construcción de viviendas. A la cabeza del pool de inversores estaba Mr. Faulkner, un constructor local que había pensado edificar una gran urbanización -en la que su propia casa sería la más grande- a orillas del lago original que pensaba conservar. Faulkner se había contratado a sí mismo como constructor y estaba a punto de demoler la mansión cuando Sinclair contactó con él. Después de la compra, y a petición de éste, pavimentó con cemento el camino principal e instaló una nueva acometida de agua de gran calibre. Y así se convirtió en el contratista oficial de BP, realizando toda la reforma previa a la instalación allí del SIS. En la torre que coronaba la mansión habilitó la pequeña sala en la que estaban los depósitos, para que sirviera de estación de radio, tirando un cable como antena desde la ventana hasta un gran árbol cercano.

A principios de diciembre de 1939, cuando tuvo lugar la reunión entre Travis y Whelchman, Faulkner estaba construyendo una serie de cobertizos con una disposición bastante caótica. Las obras se ejecutaban a la carrera y Faulkner, él sí un gran aficionado a la caza, hasta que terminó la temporada las visitaba cada tarde, vestido a la manera inglesa para cazar el zorro. Los cobertizos se construían sobre paredes bajas de ladrillo, completadas junto con el suelo y los techos en madera de pino del Canadá. Para que fueran impermeables, les colocaba unos tejados del material que se haría popular en España con el nombre de Uralita. Unas estufas de minero tenían que calentarlos.

El primero que se terminó fue el 1, al que se trasladó por breve tiempo la estación de radio, cuyos operadores estaban hartos de las estrecheces de la sala de depósitos de agua. El 2 y el 3 se juntaron, convirtiéndose en el 3, donde debían ir los agentes de inteligencia que interpretaban los mensajes. El 4 estaba pegado a la mansión y tenía que ser ocupado por la Sección Naval. Como hacía falta mucho espacio, se hizo más grande eliminando el 5, que era contiguo. Whelchman y Travis decidieron que la nueva organización se instalaría en el cobertizo 6 -que estaba junto al 3- y que se abrirían dos ventanas conectadas por un pequeño túnel para que pudieran pasarse las cajas con los mensajes descifrados, dando inmediatamente instrucciones a Faulkner para que procediese a la modificación.

Como la organización del GC&CS era tan secreta, no tenía asignación de mobiliario, a diferencia del resto de ramas del gobierno que lo solicitaban a una oficina central. Green era el oficial encargado de conseguir el mobiliario para los cobertizos, pero sus peticiones chocaban con el escepticismo de los intendentes, que no veían claro qué departamento era el que hacía la petición, ni cuál era la necesidad de aquellas cantidades de sillas y mesas en medio de una guerra. Green alquiló un par de camiones y se dirigió a Londres. Paró los camiones frente a unas dependencias del gobierno que sabía que estaban en desuso y simplemente cargó los camiones hasta los topes, volviendo triunfante a la mansión con el botín. Meses después aún sonreía, pensando en el caos administrativo que aquella desaparición debía haber provocado en los inventarios de los burócratas.

Mientras se completaban los cobertizos, Whelchman y Travis procedieron a reclutar todo el personal necesario. John Colman, un científico de profesión, fue puesto al cargo de la Oficina de Intercepción que coordinaría las estaciones Y de intercepción con BP. Stuart Milner-Barry y Hugh Alexander eran dos campeones de ajedrez, que al empezar la guerra estaban disputando un torneo en Argentina. Ambos eran matemáticos, pero trabajaban para empresas bancarias en Londres. Abandonaron rápidamente sus trabajos para acudir a la llamada de Whelchman. Éste contactó también con los más brillantes de entre sus antiguos alumnos, y entre ellos con el joven genio John Herivel. En pocos días dos docenas de las mentes más preclaras de Cambridge y las universidades escocesas habían sido reclutados. Se dio la circunstancia de que muchos de ellos estaban siendo contactados por el canal regular, y las maniobras de acaparamiento de Whelchman provocaron gran nímero de quejas, hasta el punto de que se estableció un servició de personal para que en el futuro se repartiera éste con más equidad.

Para llevar a cabo la decodificación, se adquirieron gran cantidad de máquinas Type-X, que era la versión inglesa de las máquinas de rotores, y se modificaron para simular Enigmas. El equipo de Whelchman lo completaría el propio Jeffreys que en cuanto terminara de perforar las hojas quedaría al cargo de la Sala de los Montones de Hojas, que debía encontrar la clave cada mañana. Como se ha dicho, el túnel que conectaba los cobertizos 3 y 6 permitiría pasar los mensajes a los oficiales de inteligencia, por lo que la organización de Whelchman no necesitaba hacer esa parte del trabajo.

A medida que se acercaba la navidad, todo el mundo fue instalándose en los cobertizos y empezó a experimentar su poca habitabilidad. La estufa de minero casi no calentaba y si se tiraba más leña de la prudente, un humo espeso invadía el cobertizo, por lo que se hacía necesario abrir las ventanas. Ese invierno sería uno de los más fríos del siglo, y se hizo normal trabajar con guantes y abrigos dentro de los cobertizos. El almirante Sinclair, que ya estaba gravemente enfermo, no dejó de temblar durante una visita que hizo. Les dijo que el dinero se había acabado y que tendrían que seguir así hasta la primavera por lo menos. Esa visita sería su último contacto con su obra, ya que falleció poco después.

Se celebró una cena de Nochebuena en la mansión, en la que todos se pusieron sombreros de papel y silbaron espanta-suegras que se habían fabricado. A pesar de que pusieron buen ánimo y el ambiente fue muy cálido, las cosas seguían yendo rematadamente mal. Las hojas de Zygalski no funcionaban, a pesar de que la perforación estaba terminada. Sólo Peter Twin, un matemático que trabajaba ahora en el grupo de Knox, había decodificado algunos mensajes, pero haciendo servir claves enviadas por los polacos desde París. En medio de la noche helada cantaron villancicos, haciendo uso de ese rasgo inglés tan marcado de comportarse de forma ligera y jovial cuando lo que uno quiere es llorar.

Después de conquistar Polonia y esclavizar a sus habitantes, los alemanes habían dado por terminada la campaña de 1939. Ahora, un pequeño cuerpo expedicionario inglés esperaba la primavera junto a los franceses en las fronteras belga y alemana de Francia. Al otro lado de la frontera se preparaba para la siguiente campaña la terrorífica máquina de guerra que había pulverizado a los polacos en una semana. Todo el mundo sabía que más pronto que tarde los alemanes atacarían a Francia e Inglaterra, que al fin y al cabo le habían declarado la guerra unilateralmente. En ese año que iba a empezar, 1940, una vez más lucharían las dos mitades del imperio de Carlomagno, sobre el barro de Flandes y en las orillas del Rhin.

 

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