Enigma 111

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Por Román Ceano

El martes 6 de junio de 1944 era un día que se sabía histórico desde antes de que empezara. Convocados por la Historia, cada uno de los participantes actuó sabiendo que para bien o para mal toda su vida sería juzgada por ese momento. En el bando alemán, Rommel era uno de los que más había subrayado la importancia decisiva de las primeras veinticuatro horas pero cuando llegó el momento estaba en Alemania de permiso. Engañado por los meteorólogos, que le habían dicho que el tiempo impediría el asalto aliado durante esa semana, había acudido al cumpleaños de su esposa. Cuando le llegaron las noticias del desembarco quizás recordó su famoso cruce del Mosa en 1940, que recibía ahora una réplica fuera de escala. Los alemanes enfrentaban ahora un enemigo (dos si contaban a los rusos) que no solo igualaba sino que superaba largamente la dimensión a la que ellos hacían la guerra. La mecanización exhaustiva, la planificación minuciosa y la logística a gran escala ya no eran un patrimonio alemán.

La lucha por las playas y la zona inmediatamente posterior fue rápida y desde el primer momento tuvo un claro ganador. Los tanques resultaron no ser la solución al problema de proteger a la infantería, porque muchos de ellos se hundieron antes de llegar a la costa y el resto los destruyeron los alemanes sobre la arena. Algunas barcazas embarrancaron antes de llegar y sus ocupantes tuvieron muchas bajas por ahogamiento al descender. La situación más peligrosa se produjo en una de las playas estadounidenses, en la que el ablandamiento defectuoso hizo que la primera oleada fuese masacrada desde los búnkers alemanes. Sin embargo, tal como había sucedido en Salerno, el tiro directo de los cañones navales de gran calibre despejó rápidamente el camino. Expeditas las playas, la llegada continua de nuevas oleadas que traían soldados a miles, ahogó cualquier resistencia de la segunda línea. Al caer la noche, los aliados habían obtenido una superioridad local que aseguraba que no serían "devueltos al mar".

En ese momento el mando aliado se dio cuenta que había cometido un error increíble. Sin ser conscientes, habían asumido que el desembarco sería decisivo. Ahora comprendían que en realidad solo era el approach a una batalla que ni siquiera había empezado. El enemigo había sufrido pérdidas negligibles y seguía en posesión de toda Francia excepto cinco playas. Las añagazas habían logrado que las divisiones panzer y en especial las del Waffen SS no estuvieran apostadas detrás de las dunas costeras, pero esas unidades seguían existiendo y muy pronto caerían sobre las tropas desembarcadas.

El MI5 a través de Alarico insistió al estado mayor alemán en que la acción del día 6 había sido solo una finta y que el golpe principal lo descargaría Patton en Calais. Con eso se ganaron algunos días, pero cuando fue evidente que la acumulación de tropas enemigas en Normandía era un gran peligro en si misma, Ultra constató que las divisiones blindadas recibían órdenes de acudir urgentemente. Cuando llegaron comenzó la verdadera batalla, que no tuvo en absoluto la vistosa épica del desembarco. Fue una batalla de desgaste de la misma naturaleza que la batalla de Kursk y luchada con la misma feroz violencia asesina, aunque con menos tanques en los dos bandos. Los aliados tenían una gran ventaja en artillería, sobretodo por el uso de los cañones navales, cuyo alcance y precisión los convirtió en el principal temor de los alemanes. Los bombardeos de alfombra de los aviones de Harris -retirados provisionalmente de su tarea de exterminio de la población alemana- sembraron el terror entre amigos y enemigos, convirtiendo en ruinas cualquier edificación independientemente de lo que hubiera dentro.

Los temores de Rommel se hicieron realidad y la aviación táctica aliada imposibilitó el movimiento de grandes unidades a la luz del día. Tras varios desastres, sus colegas aceptaron que la táctica convencional germana de crear una poderosa fuerza de tanques uniendo varias divisiones para lanzarlas en un ataque coordinado, era irrealizable. En el alto mando alemán se instaló entonces la doctrina contraria, que llamaba a crear pequeños grupos de tareas y utilizarlos de manera reactiva para tapar huecos. Rommel tampoco estuvo de acuerdo porque eso dificultaba mucho crear una ventaja decisiva en algún punto, pero las discusiones sobre doctrina se perdían en la urgencia de los hechos consumados. El solapamiento del mando entre los varios generales a cargo de la defensa de Francia impedía un proceso racional de decisión que impulsara una estrategia definida. Ultra descifraba los sermones de Hitler ordenando "la destrucción inmediata de las tropas desembarcadas" y las embarulladas respuestas de sus generales donde se prometía obedecer a la vez que se afirmaba que era imposible.

La táctica de tapar huecos imposibilitó un ataque de todo o nada pero tuvo la virtud para los alemanes de encerrar a los aliados en una estrecha franja de terreno. Los refuerzos llegaban de acuerdo a los optimistas planes trazados antes del desembarco y las tropas se amontonaban en el escaso terreno disponible. Los alemanes temían mucho más a los británicos que a los estadounidenses y pensaban que su mayor efectividad era lo que había hecho que el mando aliado les diera el flanco izquierdo, mucho más expuesto pero que podía permitir una ruptura que cortara las líneas de abastecimiento germanas. Por ello el peso del contraataque de las divisiones acorazadas -la mayoría Waffen SS- cayó sobre británicos y canadienses. La cabeza de playa frente a Caen estaba tan comprimida que las tropas rebosaban hacia el norte, hacia las playas estadounidenses, mientras esperaban que los fallecimientos y mutilaciones en primera línea les hicieran sitio.

Los estadounidenses por su parte luchaban una caótica batalla de encuentro en los pantanos del hinterland tras sus playas. El terreno era confuso, el mando poco experimentado y el desorden mayúsculo. Las tropas alemanas que llegaban del sur no podían compararse al núcleo del ejército alemán que golpeaba desde el norte. Poco a poco los estadounidenses tomaron el control de los pantanos y se abrieron paso hacia la península del Cotentin, al noroeste de su lugar de desembarco.

En los días siguientes al desembarco se produjo un desfile de VIPs por la cabeza de playa. Con un ojo en los libros de historia, Eisenhower, Montgomery y De Gaulle pisaron la tierra francesa. La visita más pintoresca fue la de Churchill, que había tenido que ser convencido de no participar en el desembarco por el propio rey de Inglaterra. Tras tratar de acercarse al frente, intentó convencer a sus acompañantes de que le dejaran subir a un destructor inglés y entablar combate con él contra alguna batería costera. Lograron disuadirlo y así perdió Churchill su última oportunidad de estar bajo fuego enemigo, la situación que él consideraba como la más estimulante que se podía vivir.

El día 18 llegó la borrasca que había causado el aplazamiento del 5 al 6. Nunca antes se había registrado en junio en esa zona un fenómeno de tal magnitud. Los veteranos de la marina inglesa empezaban a ver algo sobrenatural en el odio con el que el clima trataba a los humanos desde que había empezado la guerra cuatro años atrás. La flota fondeada frente a las playas levó anclas y más de un barco tuvo que alejarse porque al pairo iba a capotar. Los que volvían a Inglaterra para recoger tropas y dejar los heridos tardaron doce horas en recorrer la distancia. Las playas fueron arrasadas por olas descomunales que destruyeron toda la infraestructura y las barcazas que no pudieron ser remolcadas fuera del agua a tiempo. En tierra, la infantería de los dos bandos agradeció el silencio y descansó bajo la lluvia, anonadada por la violencia de los combates que había sufrido.

Cuando cesó el mal tiempo se reanudaron las operaciones. Montgomery, al mando de las playas anglo-canadienses lanzó una serie de ofensivas que denominó con nombres de carreras de caballos famosas para sugerir que serían grandes movimientos. Todas resultaron sangrientos fracasos con avances mínimos a costa de pérdidas enormes. Por suerte para los ingleses y canadienses, los alemanes obedecían a Hitler y en lugar de atrincherarse, lanzaban también ofensivas suicidas. El peso del número y el cañoneo naval fueron alejando poco a poco el frente del mar. Esto metió la batalla en el llamado bocage, una cuadrícula infernal de setos impenetrables y carreteras semienterradas donde se luchaba un tipo de guerra claustrofóbica que los alemanes llamaban buschkrieg. La batalla de desgaste consumía las divisiones de los dos bandos en quince días, lo cual obligaba a una continua reposición. A mediados de julio los alemanes estaban agotando sus reservas humanas pero el precio pagado por los británicos había sido el sacrificio de toda la generación de soldados creada en la campaña de África. El mando británico se daba cuenta que pronto no quedarían soldados que lanzar a la matanza. Además de la escasez de soldados para reemplazar las bajas, se estaba produciendo otro problema: los supervivientes estaban hartos de la guerra y empezaban a negarse a obedecer. A los oficiales veteranos aquello les recordaba mucho las disyuntivas de la Gran Guerra: comprometer muchas fuerzas en las ofensivas desangraba el ejército pero sin la ruptura acabarían muertos igualmente.

El 20 de Julio el Cobertizo 4 descifró un mensaje sorprendente que circuló a toda velocidad por los canales de diseminación. Lo enviaba el cuartel general de la marina a todos las unidades. Decía que Hitler había muerto y que el nuevo Fhurer era el mariscal Witzleben. La expectación duró unas horas hasta que otros mensajes confirmaron que Hitler seguía en su puesto. De informaciones de la Reistencia se dedujo que en Paris había habido algún tipo de golpe de estado entre los propios alemanes y que la Gestapo y las SS había salido triunfadores. Hasta después de la guerra no se pudo aclarar con exactitud qué había pasado y por ello no se pudo apreciar hasta que punto ese momento era un punto de inflexión para el régimen alemán. En un gobierno que había hecho de la tortura y el asesinato de masas su principal instrumento político, quedaba no obstante un rastro de inteligencia. Esa inteligencia comprendía que la guerra estaba perdida y que los rusos pronto entrarían en Alemania para tomar cumplida venganza de las atrocidades genocidas que se habían cometido en su territorio. Quizás Inglaterra y EEUU aceptaran la paz a cambio de que los alemanes abandonaran los países que ocupaban en Europa Occidental. Puestos a soñar, quizás las armas germanas pudieran entonces forzar algún tipo de empate con los rusos. Era una idea descabellada e irrealizable pero ese clavo ardiendo impulsó a algunos oficiales a intentar acabar con Hitler. Su fracaso y la venganza posterior -que incluyó a cualquiera que tuviera notoriedad fuera del partido Nazi- hicieron perder al estado alemán los últimos vestigios de racionalidad. Los ocho máximos responsables fueron torturados y ejecutados con toda crueldad. Su martirio fue grabado en cine y Hitler declaró con delectación que visionarlo era su forma favorita de pasar las veladas. Uno de los ocho era el general Erik Fellgiebel, responsable del Cuerpo de Comunicaciones y el creador del sistema nervioso que representaba al red de teletipo. Muchos de sus colaboradores fueron también ejecutados o represaliados. La desaparición u ostracismo de todos los oficiales con preparación en telecomunicaciones tuvo la consecuencia para Ultra de que dejó de existir la posibilidad de una reforma del sistema de cifrado que evitara la intercepción.

Cuando julio se acercaba a su fin, la batalla de Normandía rugía desde hacía dos meses. En el flanco izquierdo el mortífero empate seguía consumiendo miles de vidas humanas por semana sin que la balanza se inclinara hacia ninguno de los bandos. La creciente escasez era simétrica y no desequilibraba la balanza. En cambio, en el flanco derecho los estadounidenses con su proteica abundancia de hombres y equipo estaban creando una ventaja material cada vez mayor. Sus soldados habían llegado a las playas a principios de junio como una muchedumbre de civiles disfrazados de verde. Aquellos dos meses de combate sin interrupción la habían convertido en un ejército de soldados. El aporte continuo de hombres jóvenes de todas las constituciones y caracteres, había producido una selección natural. Los que eran demasiado altos, demasiado lentos, o no podían resistir la presión, morían a centenares, mientras quedaban aquellos que se habían adaptado y eran capaces de sobrevivir matando con eficacia. El ambiente ultracompetitivo entre los mandos hacía que aunque no caían en combate eran sustituidos al primer fallo o a la primera vacilación. por otros que siguieran el estereotipo americano: flexibles, agresivos, con iniciativa y capaces de gestionar la generosa abundancia de medios. Al acercarse agosto 200 000 veteranos fogueados y dirigidos con toda profesionalidad preparaban la ruptura definitiva.

La goniometría reveló que la estación de teletipo de la línea Medusa se había retirado desde París hasta Coblenza, en el Rhin, indicando a las claras la percepción germana de lo que iba a pasar. Coincidiendo con el traslado, los alemanes tomaron una precaución adicional y empezaron a cambiabar de forma diaria la configuración de las ruedas de Atún. A pesar de ello el desciframiento no se detuvo porque el conjunto Testería-Newmanry tenía una maestría estadística que permitía sacar todo el provecho a los dos Colossus de que disponían. Churchill había ordenado que se fabricaran cuatro al mes pero era dudoso que Dollis Hill pudiera suministrar mensualmente más de uno.

Patton llegó secretamente a Normandía mientras Garbo seguía desgañitándose para convencer a los alemanes de que seguía en Dover preparando el asalto a Calais con su temible grupo de ejércitos fantasmas. En la toma de posesión como comandante del Tercer Ejército, Patton se dirigió a sus soldados en un enérgico discurso que aparece extractado al principio de la película de Franklin J Schafner. Terminaba con una pintoresca variante del discurso de Enrique V en la víspera de San Crispín: "Algún día dentro de treinta años, vuestro nieto os preguntará qué hicisteis en la Segunda Guerra Mundial. En lugar de confesar que estabais moviendo estiércol con una pala en Louisiana, podréis mirarle a los ojos y decir que cabalgasteis con el gran Tercer Ejército Americano y con un hijo de la grandísima perra llamado George Patton ".

Heredó de Rommel el título de mejor comandante y la prensa internacional lo glorificó al estrellato militar. Su competidor para el puesto, Montgomery, era considerado por la opinión pública no-inglesa un buen organizador, aunque demasiado lento y prudente. Los soldados bajo su mando en cambio, lo consideraban un general al que no le importaba sacrificarlos a miles y lo habían silbado más de una vez cuando visitaba sus cuarteles durante la primavera. Para su desgracia, Montgomery nunca dejaba de ponerse en ridículo ante la prensa con sus intentos de presentar el fracaso de sus intentos de ruptura como maniobras concebidas para atraer a los alemanes lejos de los americanos. Aunque ciertamente las ofensivas tenían ese efecto, los periodistas no se dejaban engañar por las justificaciones ex-post y lo ridiculizaban sangrientamente.

Los historiadores militares ingleses como Keegan o Beevor siempre señalan que Patton tuvo mucha suerte porque mientras Montgomery cargó con la culpa por los dos meses de estancamiento, este llegó justo a tiempo para aprovechar la ruptura. Esta fue conseguida por el general Omar Bradley cuya ofensiva convirtió por fin la superioridad material en el flanco derecho en una ventaja estratégica definitiva. La operación Cobra comenzó con un ablandamiento a cargo de bombarderos pesados que tendieron una alfombra rectangular de destrucción completa sobre las posiciones de la Panzer Lehr -una de las pocas divisiones de élite que enfrentaban los estadounidenses. La Panzer Lehr dejó de existir pero los bombarderos mataron también a gran cantidad de tropas propias, acostumbrados a demoler ciudades e incapaces de planificar una aproximación precisa. Cuando los tanques y la infantería del Primer Ejército Americano avanzaron, lo hicieron por un paisaje lunar del que de cuando en cuando emergían solitarios soldados alemanes vestidos con andrajos y caminando como zombies, ajenos a todo y desquiciados por las bombas hasta un punto desconocido desde la Gran Guerra. Se había creado una brecha de 30 kilométros de ancho que sellaba el destino de los alemanes en Normandía y en toda Francia.

A partir del 4 de Agosto, Ultra fue informando sobre los movimientos de algunas divisiones Panzer SS retiradas del flanco derecho alemán para contraatacar sobre la brecha. La diseminación fue lenta y el aviso llegó al cuartel general de la división que iba a recibir el ataque muy poco antes de los mensajes de las unidades que lo estaban ya sufriendo en la zona de Mortain. Tras los problemas iniciales causados por la sorpresa y la gran calidad de las tropas alemanas, la ofensiva fue neutralizada por la superioridad aérea y artillera de los estadounidenses. La prensa americana sacó mucho jugo a este episodio que pudo narrar casi en directo y que tenía una estructura dramática muy apreciada por su público: un revés inicial por poca atención, la enérgica reacción y el rescate final del "batallón perdido" tras su heroica resistencia en la Colina 314, llamada por algunos Colina 317 y convertida algo artificialmente en la clave de la batalla.

En ese punto de la guerra y del relato tomó el relevo Patton con su Tercer Ejército. Cruzó la brecha a toda velocidad y giró hacia el este, "doblando la esquina" como se dice en la jerga del fútbol americano. Había prometido que sus soldados cabalgarían junto a él y eso era algo más que una metáfora. Aunque no tenían caballos, ninguno viajaba a pie y en cuanto el avance tomó inercia se movían como una exhalación por la campiña francesa, ya libres del bocage. Si los alemanes intentaban formar un punto de resistencia, la vanguardia los fijaba mientras otras unidades los flanqueaban. Observadores de artillería y aviación coordinaban rápidamente el fuego de apoyo táctico. La artillería autopropulsada y una provisión continua de aviones de ataque a tierra, aseguraba la instantaneidad. El Tercer Ejercito de Patton representaba la implementación final de la doctrina de Lidell-Hart que Guderian y Rommel habían puesto en práctica y que De Gaulle había defendido inútilmente en los años treinta contra los partidarios de la Línea Maginot (muchos de ellos corruptos por los constructores que querían la gigantesca contrata).

El avance fulminante del Tercer Ejército capturó la imaginación de todos porque la guerra de movimiento suscita mucha más fascinación que la de desgaste, que es la más común. Tan solo se detuvo en Argentan y no fue por motivos militares sino para evitar tomar Falaise que había sido nombrada tantas veces por Montgomery en sus ruedas de prensa que no podía ser ocupada por nadie que no estuviera bajo su mando, a riesgo de repetir el conflicto de Messina. Esta concesión a la amistad anglo-estadounidense permitió que huyeran muchas unidades alemanas y evitó que fuera destruida la totalidad del ejército alemán en Normandía que representaba más de un tercio de las fuerzas germanas.

Tras la parada forzosa, Patton y Bradley presionaban a Eisenhower para que les dejara continuar la persecución de los alemanes en fuga. La doctrina de Liddell-Hart era una traslación a los ejércitos de acero y gasolina de la doctrina de la caballería desde tiempo inmemorial. Cuando el ejército enemigo ha perdido la cohesión y está en fuga, hay que impedir a toda cosa que se detenga para reorganizarse. Si la persecución es suficientemente enérgica las fuerzas enemigas son destruidas, como sucedió en el ejemplo canónico de esta estrategia: la persecución de los prusianos por la caballería de Murat tras la batalla de Iena. Aunque como profesional, Eisenhower comprendía la conveniencia de ese curso de acción, desde su puesto tenía que atender otras consideraciones también relevantes. De Gaulle había movilizado sus contactos de alto nivel y desde todas las instancias llovían peticiones sobre Eisenhower para que procediera a la liberación inmediata de París.

Las presiones no eran solo exteriores sino que en el propio seno del Tercer Ejército habían una unidad que estaba exigiendo ese curso de acción con un tono cercano al amotinamiento. Se trataba de la Segunda División Blindada que aunque estaba bajo el mando de Patton se consideraba a sí misma francesa -puesto que esa la nacionalidad mayoritaria de sus componentes- y había sido autorizada a enarbolar la tricolor. Su comandante era el general Leclerc, para entonces una leyenda viviente tras sus épicas marchas por el desierto y sus victorias en África, al principio en solitario y luego integrado en el ejército americano. La Deuxieme DB, como se autodenominaba la unidad, estaba haciendo secretamente acopio de suministros para dirigirse a Paris, incluso si para ello hacía falta insubordinarse y desobedecer a Gerow -su superior directo- o al propio Patton, de que quien dependían en última instancia.

Sintiendo la cercanía de las fuerzas aliadas, las unidades dela Resistencia en París entraron en modo insurreccional. Se desataron huelgas y empezaron a levantarse barricadas. El 15 de Agosto la policía se sublevó y se desataron combates dispersos por el control de las comisarías. El 18 se declaró una huelga general y se empezaron a levantar barricadas en todas las calles. El general Choltitz tenía orden de destruir la ciudad pero en lugar de eso hizo un trato con la Resistencia a través del embajador sueco. Retiró sus tropas de la calle y se puso a esperar la Liberación. París cayó en unos de esos momentos de la historia en que el tiempo queda suspendido. Los milicianos hacían guardia en las barricadas y los alemanes patrullaban tímidamente sus zonas de control entablando algún tiroteo lejano si se sentían amenazados. Un testigo presencial escribió "París recuperaba su memoria más profunda de barricadas y revolución, el olor a pólvora y sudor." Los oficiales alemanes se dedicaron a consumir las reservas de alcohol que les quedaban mientras oían a lo lejos retazos de la marsellesa cantada a voz en grito por las ventanas abiertas al húmedo calor del agosto parisino.

Eisenhower también tenía ganas de liberar París porque no veía posible retrasarlo hasta finales de septiembre como aconsejaba la racionalidad militar. Existía el riesgo de que los comunistas tomaran el control, de que se desatara una guerra civil entre estos y los gaullistas, de que los alemanes los aniquilaran a todos como habían hecho en Varsovia, que demolieran la ciudad para organizar una resistencia desesperada en las ruinas o que el desabastecimiento causara una catástrofe sanitaria. A última hora de la tarde del día 22 se reunió con Bradley y Patton para comunicarles su decisión. Poco después envió un mensaje a Leclerc diciéndole que al día siguiente otra división lo sustituiría en el guarnicionado de Argentan y que por tanto quedaba libre para avanzar sobre París. En medio de escenas de gran emoción apenas disfrazada por la contención militar, la Segunda División Blindada se preparó para partir al siguiente amanecer.

Tras un día de marcha en que cubrieron 250 kilómetros, llegaron al castillo de Rambouillet, el lugar favorito de Napoleón y acamparon en sus jardines. A la mañana siguiente los soldados se afeitaron y compusieron de la mejor forma porque también sentían el viento de la Historia soplar a su alrededor. Leclerc ignoró a propósito las órdenes de Gerow de atacar a los alemanes en Versalles y dió un rodeo para evitarlos, obstruyendo a varias divisiones americanas y causando un terrible enfado en su superior. A pesar de todos los esfuerzos por avanzar dejando atrás los puntos de resistencia alemanes se entablaron varios combates que fueron frenando y dispersando la división. Hacia las 19:00 horas, Leclerc se dirigió a las primeras líneas para ver qué estaba pasando, ya resignado a no entrar en la capital hasta el día siguiente.

Por azar o de manera intencionada -las fuentes difieren mucho en este punto- encontró la unidad de un oficial al que conocía perfectamente desde la época heroica de la insurrección en Camerún. Era el capitán Raymonde Dronne, que estaba al mando de la Novena Compañía del Tercer Batallón del Regimiento de Marcha del Chad, con su pintoresco escudo del camello y el ancla. Esa compañía estaba formada por españoles que habían sustituido a los negros, vetados por el mando estadounidense. Eran veteranos de la Guerra Civil española, reclutados como carne de cañón de los campos de concentración para refugiados, pero que se habían ganado el respeto de Leclerc por su valentía temeraria y su contagioso idealismo. Acostumbrados a hacer la guerra desde la miseria, la cornucopia estadounidense los había convertido en soldados modernos que se movían en sólidos y rápidos semiorugas, y disparaban a mansalva sabiendo que tenían munición infinita. Es dudoso que Leclerc los estuviera buscando porque habría sido mucho más lógico convocarlos por radio que vagar por los arrabales de París haciéndose el encontradizo. Lo que sí es probable es que se alegrara al verlos,

Leclerc hizo llamar a Dronne y le preguntó qué estaba haciendo. Este le contestó que acababan de ver la torre Eiffel a lo lejos pero que estaban retrocediendo para reagruparse con el resto de la división. El general le contestó que eso era una tontería, lo tomó del brazo y le ordenó "Váyase inmeditamente y entre en París. Dígale a la resistencia que mañana toda la división estará allí." Para ayudarle, puso bajo su mando una unidad de zapadores y tres Shermans del Regimiento de Carros 501, la unidad favorita de De Gaulle.

La columna de semiorugas y tanques encabezada por el coche de mando de Dronne, se dirigió hacia el norte guiada por un voluntario vecino de Antony, el lugar en que habían encontrado a Leclerc. Llegaron a la plaza de la Porte d'Italie en menos de quince minutos sin haber visto ningún alemán ni haber recibido fuego. Estaba desierta porque los vecinos al oír el ruido habían huido despavoridos pensando que era una columna alemana. Algunos valientes se asomaron a las ventanas y gritaron "Americains, americains..." lo que hizo que una multitud acudiera en tropel. Al ver que eran franceses, se desató una euforia histérica que inmovilizó los vehículos mientras los soldados eran besados, abrazados y zarandeados.

Tras no pocas dificultades, Dronne logró sacar la columna de la plaza y la dividió en dos unidades que envió por diferentes recorridos. Una seguiría el Boulevard de L'Hôpital para cruzar el Sena por el puente de Austerlitz mientras la otra seguiría la avenida de los Guibelins hasta la rue Monge y luego por esta a buscar la calle de la Cité. Las dos columnas debían converger en el ayuntamiento, ocupado por la Resistencia desde varios días atrás.

El avance de la Novena Compañía por París se convirtió en un carnaval de multitudes huyendo, aplaudiendo o estallando en lagrimas. Muchos miembros de la Resistencia se subieron a los vehículos para participar en el desfile triunfal. Poco después de las 21:15 el semioruga Guadalajara, sin haber tenido contacto alguno con el enemigo, estacionó frente al ayuntamiento. El resto de la compañía fue llegando en medio del delirio colectivo de las miles de personas que salían de todos sitios. Las campanas de París empezaron a sonar todas a la vez y la ciudad se declaró liberada a pesar de que los alemanes seguían ocupando muchos puntos fuertes. La Novena tomó posiciones alrededor del ayuntamiento de forma algo teatral y se dispuso a pasar la noche, en teoría de guardia pero en la práctica de fiesta. Dronne intentó mantenerse despierto pero iba dando cabezadas mientras oía las canciones que conocía tan bien: "...nada pueden bombas donde sobra corazón...", "...en la puerta de la fonda hay un moro Mohamed...", "...niña bonita, no te enamores... ", "..serenos, alegres, osados, cantemos soldados...". Y así cantaron hasta el amanecer la única gran victoria de su vida militar, que paradójicamente llegó en la acción más sencilla de todas y sin ni siquiera tener que disparar un tiro.

El día 25 se produjo la verdadera liberación de París cuando entró la Segunda División en pleno y se dedicó a desalojar a los alemanes de los edificios que aún conservaban. Estos tenían a gala no rendirse sin que les hubieran disparado y si bien en algunos casos se conformaban con la formalidad, en otros entablaban combate y debían ser reducidos por la fuerza. La toma de los reductos se producía a la vez que las celebraciones y la en muchos casos la multitud jaleaba a las tropas propias que combatían a pocos cientos de metros. La lucha más violenta se produjo en la plaza de la Concordia y los jardines de las Tullerías donde tuvo lugar una batalla de tanques. Da testimonio de la extraña naturaleza de la jornada que algunos carros franceses se lanzaron al combate bajando por los Campos Elíseos, tras oír el ruido mientras celebraban en L'Etoile un homenaje al soldado desconocido.

Pacificada la ciudad y muertos o hechos prisioneros todos los alemanes, París se entregó a varios días de fiestas, desfiles, carnavales y celebraciones. La Novena Compañía del Tercer Batallón del Regimiento de Marcha del Chad se convirtió temporalmente en la guardia de honor de De Gaulle acompañándole en sus paseos y actos públicos, recibiendo su respeto y el de sus compatriotas. Por las noches, acampados en el Bois de Boulogne, recibían a cientos de ciudadanos que venían a felicitarles. Entre estos no faltaban nunca jóvenes parisinas deseosas de ver de cerca a los héroes y ofrecerles su estimación.

 

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