Enigma 109

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Por Román Ceano

La vida personal de los habitantes de Bletchley Park tenía también una parte pública y una secreta. Por razones diversas muchas parejas ocultaban su relación y se citaban a escondidas en lugares discretos, sobre todo en Londres durante los permisos de fin de semana. Un motivo muy común para este comportamiento era que no estaban permitidas las relaciones afectivas entre personal del mismo departamento. Llegaron a realizarse matrimonios clandestinos que no fueron revelados a los superiores hasta después de la guerra. Otro buen motivo era la homosexualidad de muchos criptoanalistas, sobretodo los provenientes de la universidad. La tercera razón era que muchos estaban casados y tenían una familia esperando en la vida civil.

El celo en la ocultación no alcanzaba el nivel utilizado para los secretos militares y una red de rumores, sospechas y confidencias animaba la vida social. El ambiente desesperado de los primeros meses de la guerra -cuando la derrota era más que probable- se había ido aligerando a medida que la balanza se decantaba hacia Inglaterra. En la primavera de 1944 esa descompresión hizo que la vida en Bletchley Park a ratos derivara desde el drama épico original hacia la comedia romántica o el melodrama sentimental.

El episodio más sonado fue el romance entre la veinteañera Christine Brooke-Rose y el coronel estadounidense Telford Taylor, quince años mayor. No solo ambos estaban casados sino que el marido de ella trabajaba también en Bletchley Park -aunque en una sección diferente. Taylor no era un militar de carrera, sino un prestigioso abogado que antes de la guerra había trabajado para varias agencias del gobierno. Estaba en Bletchley Park para gestionar la relación de alto nivel entre los servicios de ambos lados del Atlántico. Él había sido uno de los redactores de los tratados secretos de colaboración entre EEUU y el Reino Unido. Pertenecía al patriciado de la Costa Este al igual que Bundy, y exhibía el mismo patrón de comportamiento; calidez de trato y una refinada educación, pero sin la languidez decadente de los aristócratas ingleses. Brooke-Rose era una mujer atractiva y muy cosmopolita a pesar de su juventud, que trabajaba en el Cobertizo 3 como traductora de los varios idiomas que hablaba con fluidez.

Se conocieron cuando ella fue asignada a explicar a Taylor la rutina de su cobertizo. Congeniaron y resultó que sus puestos de trabajo estaban muy cerca uno del otro por lo que se encontraban constantemente en los cambios de turno o en las pausas. Una vez la relación hubo empezado, se citaban secretamente en Londres sin que al principio trascendiera nada al submundo de cotilleos de los pubs y las cenas en los hoteles. Al cabo de algunas semanas, el marido de ella fue ingresado en un hospital por neumonía. Quizás eso hizo que bajaran un poco la guardia porque fue precisamente en ese momento que los corrillos de rumores empezaron a señalar a la pareja. La cosa fue creciendo hasta que no se hablaba de nada más. Antes de que se enterara por terceros, en cuanto su marido salió del hospital, Brooke-Rose se lo confesó todo. Él le dijo que no se preocupara y en cuanto volvió a Bletchley Park fue a estrechar la mano a Taylor. Esto hizo mucha gracia al americano que probablemente esperaba más un puñetazo que un comportamiento tan británico.

La infantería de Bletchley Park -las Wrens- también vivía la primavera de 1944 como una liberación momentánea de las tensiones dramáticas de la guerra. Muchas habían entablado relaciones románticas con soldados estadounidenses estacionados en los campamentos. Ambas partes de la pareja tenían muy poco tiempo libre por lo que estas relaciones tenían un fuerte componente epistolar. No todas eran relaciones sentimentales, abundaban los grupos de amigos que incluían Wrens y soldados americanos, que se comunicaban mediante notas para salir todos juntos.

En los campamentos solían organizarse bailes donde tocaban prestigiosas orquestas traídas desde los EEUU. El propio Glenn Miller estaba de gira non-stop por Inglaterra, protagonizando conciertos de éxito multitudinario. Cuando éstos se celebraban cerca de Bletchley, la organización encargada de gestionar los autobuses montaba un servicio para las Wrens que enlazaba sus lugares de residencia con el campamento americano correspondiente. Se constató que en los viajes de vuelta los vehículos iban casi vacíos porque la mayoría de chicas no regresaba a casa una vez terminado el evento.

A medida que avanzó la primavera este ambiente festivo empezó a enfriarse. El estado mayor de Eisenhower, comandante de las fuerzas aliadas que iban a asaltar la costa francesa, planificaba meticulosamente la gigantesca operación y las unidades acampadas empezaron a recibir borradores de su plan de batalla. Los soldados rasos eran ajenos a estas comunicaciones pero sabían que la hora se acercaba porque notaban el cambio de comportamiento en los oficiales.

A pesar de la mutación radical en la experiencia de la guerra que habían causado la tecnología moderna -infinitamente más mortífera- y el tamaño descomunal de las nuevas batallas, persistía en los militares de carrera -sobre todo en los británicos- la voluntad de considerarse parte de una tradición. El cruce del canal de la Mancha tenía una larga historia y evocaba las gestas legendarias de personajes shakespirianos como el Príncipe Negro, Eduardo III o Enrique V. La última vez que se había realizado con éxito duradero -aunque en dirección contraria- había sido en 1066, cuando Guillermo el Bastardo, Duque de Normandía, llamado a partir de entonces "Guillermo el Conquistador", derrotó en la ladera de la colina de Senlac al ejército sajón de los hermanos Haroldo, Gyrth y Leofwine Godwinson.

Pero la erudición militar en las salas de oficiales no podía compararse a la que desplegaban los universitarios reclutados por el servicio secreto. Para ellos el verdadero referente era el cruce del Jhelum por Alejandro Magno dos milenios atrás. Tras cruzar el Indo y penetrar en el Punjab, los macedonios encontraron al ejército de Purushottama Rajà, parapetado tras un caudaloso río que bautizaron Hydaspes. Era una fuerza poderosa que contaba con carros de arqueros, infantería pesada y más de cien elefantes. Durante algunos días buscaron un vado practicable, pero Purushottama siempre llegaba antes y los bloqueaba desde la otra orilla. Un cierto día, finalmente pareció que Alejandro se había decidido por un punto concreto y que intentaría el cruce con oposición, una maniobra que había practicado muchas veces, aunque nunca en un río de esas dimensiones. La noche anterior a la batalla, los macedonios alimentaron grandes hogueras, y velaron las armas de la forma más ruidosa posible. El amanecer reveló la verdad a Purushottama. Las hogueras y el ruido habían sido parte de un engaño. Corriente arriba y en su propio lado del río, pudo ver las falanges formadas con la caballería de los Alegres Compañeros trotando en el flanco derecho.

Los alemanes desde luego no tenían elefantes en Francia pero sí las temidas divisiones Panzer, incluyendo algunas pertenecientes al Waffen SS y formadas por jóvenes veteranos adoctrinados para el martirio desde la infancia. Eran unidades con larga experiencia de combate en el frente ruso y si caían sobre las fuerzas de desembarco aliadas antes de que éstas contasen con suficiente tanques, las aplastarían. Los aliados estaban desarrollando un elaborado plan para atraer a los blindados alemanes al lugar equivocado y tener así tiempo de desplegar sus propias divisiones acorazadas antes de que éstos llegaran al punto de desembarco.

El papel de Krateros en el Jhelum lo desempeñaba el general Patton. Tenía a su mando el Primer Grupo de Ejércitos que amenazaba con cruzar en la zona de Calais, el punto más estrecho del Canal de la Mancha. Patton acababa de volver después de su suspensión y no encontraba ninguna gracia a la broma que le habían hecho. Su mando era un ejército imaginario de soldados inexistentes, tanques hinchables y camiones de madera sin ruedas. En vez de hogueras, se utilizaban emisiones radiofónicas. Una unidad de comunicaciones recorría incansablemente los desolados campamentos llenos de tiendas vacías, intercambiando mensajes con el estado mayor del Grupo utilizando un repertorio completo de indicativos.

Además de por sus propias fotos aéreas y por la goniometría, los alemanes estaban siendo intoxicados de una tercera forma. Todos los agentes que tenían en Inglaterra eran en realidad agentes dobles que trabajaban contra ellos. Su principal red -la Organización Arabal- estaba dirigida sobre el terreno por el agente Alarico con el código del Abwehr V-mann 319. De él dependían 27 confidentes que había ido reclutando laboriosamente. Estos incluían funcionarios, marinos, pilotos de líneas aéreas extranjeras, etc... Alarico disponía incluso de un sargento del ejército estadounidense y de un contacto en Buffalo (NY), en el territorio continental de los EEUU.

Alarico era Joan Pujol García -Garbo para el MI5- y ninguno de sus confidentes existía. Él y su controlador Tomas Harris habían creado una trama de personajes inventados a los que daban vida de la forma como hoy en día se hace en las series de televisión. El Abwehr retransmitía las aventuras de la pintoresca red a las más altas instancias alemanas que esperaban ávidos los nuevos episodios que enviaba Pujol tecleando morse con premura, como si lo hiciera clandestinamente. En 1944, tras varios años de práctica, la pareja Pujol-Harris alcanzó el cénit de su creatividad. Sus personajes dedicaron muchos esfuerzos a averiguar los planes aliados para la temporada de 1944 y recogieron múltiples indicios que apuntaban todos en la misma dirección: un gran peligro se cernía sobre el Muro Atlántico ya que George S. Patton, el más temible general americano, había sido puesto al mando de una fuerza colosal que muy pronto desembarcaría incontenible en las playas de Calais.

Bletchley Park monitorizaba las reacciones alemanas al engaño ayudando a enfatizar más aquellos detalles que resultaban verosímiles y desmintiendo o matizando lo que resultaba chocante para la audiencia. Tal como el foco del alto mando aliado se había desplazado desde Italia hasta el norte de Francia, los recursos de Bletchley Park dedicados al enlace Brema (Roma-Berlín) se habían reasignado al enlace Medusa (Paris-Berlín). La configuración de ruedas de Abril de Medusa resultó muy indigesta tanto para los métodos manuales como para los Dragones porque utilizaba las nuevas limitaciones de autoclave. Unos meses antes, habría sido imposible descifrar nada pero gracias a Colossus y a la estadística bayesiana de Turing, resultó poco menos que trivial. Los criptoanalistas tomaron un mensaje de la línea Brema que suponían había sido transmitido también por Medusa. Mitch y Good programaron el Colossus para que comparara el perfil estadístico de ese mensaje con cada uno de los transmitidos a través de Medusa. Así se obtuvo "el más probable" que se asumió era el correcto. Del texto plano y el cifrado se pudo deducir el pineado de las ruedas, abriendo Medusa para los quince días que duraba una configuración. La evidencia estadística obtenida de los mensajes de esos quince días hizo que no hubiera problemas con Medusa nunca más.

La rotura de Medusa, permitió monitorizar de forma muy exacta la posición y el estado de preparación de cada unidad. El alto estado mayor alemán quería informes completos muy frecuentes que hacían las delicias de los planificadores aliados del desembarco. Además de estos datos objetivos, se obtenía una radiografía de las expectativas y estado de ánimo de las fuerzas de ocupación que debían defender Francia.

Si -supuestamente- los aliados iban a invadir con Patton, Hitler decidió oponer su general más popular y temido. Así regresó de las sombras en que le había sumido la batalla de Medenine el general Erwin Rommel. El mando alemán en Francia estaba mal definido y tenía muchas superposiciones pero sobre el papel Rommel comandaba las tropas que estaban cerca de la costa, las que debían rechazar el asalto. Desde el primer momento le llamaron la atención las playas de Normandía y su similitud con las de Salerno, pero las pruebas en favor de Calais eran tan abrumadoras que tuvo que admitir que era solo una corazonada. A pesar de eso, nunca dejó de visitarlas y de ordenar a las guarniciones de esa zona que mejoraran los atrincheramientos.

El problema de Rommel era que el resto de generales no sabían lo que les esperaba y no creían lo que él les decía. Cuando insistía en estacionar tropas en Normandía, le contestaban que lo razonable era poner las divisiones Panzer en un punto del interior desde el que tuvieran acceso rápido tanto a la zona de Calais como a Normandía. La movilidad era la base de la doctrina militar alemana y daba una flexibilidad que permitía evitar el debate entre las dos zonas de desembarco. Lo razonable era crear una gran fuerza acorazada y estacionarla en Amiens-Abbeville desde donde podría contraatacar en las dos direcciones. Rommel se desgañitaba advirtiendo que en cuando comenzase el ataque nada podría moverse de día sin ser aniquilado. Su experiencia en África de las cortinas de artillería, los bombardeos de alfombra tácticos y el ataque aéreo de precisión no era compartida por los que habían servido en Rusia. Quizás debería haber nombrado como había tenido que ser retirado en camilla durante la batalla de Halam Halfa por la impresión que le causó el diluvio de fuego aliado. Rommel visualizaba la batalla como la resistencia de bolsas aisladas sometidas a un castigo brutal día y noche. Por ello quería situar sus fuerzas en las playas de desembarco, donde esa resistencia bastaría para vencer.

El debate entre los generales continuó toda la primavera sin que Rommel consiguiera imponer su criterio. Las divisiones Panzer se situaron más cerca de la costa que en la idea inicial pero tendrían un largo camino que recorrer cualquiera que fuera el punto de desembarco. Hitler ordenó que los tanques no se movieran sin su permiso, para evitar que los generales se asustaran por cualquier tontería y los llevaran al lugar equivocado. No soportaba la espera y eso le convertía en el único alemán que deseaba que se produjera el desembarco cuanto antes. Era una situación parecida a la de 1940 pero ahora era él quien estaba a merced de la iniciativa del adversario.

Toda la información procedente de Ultra apuntaba a que los alemanes se estaban creyendo el engaño, pero Menzies -el responsable del SIS- no estaba tranquilo. Como oficial de inteligencia estaba obligado a desconfiar y la fuente Ultra, a pesar de su éxito aparente, tenía algunas sombras sospechosas. Langer y el resto de miembros polacos de Cadix habían sido detenidos un año y medio atrás, y era difícil creer que ninguno de ellos hubiera hablado tras todo ese tiempo en manos de sus torturadores. Lo que en el caso de los polacos era pura especulación, en el caso de Lemoine era una evidencia. Llevaba un año y medio en el hotel Continental de París, la sede el tribunal de Excepción, pero estaba en el piso reservado a los prisioneros que colaboraban. Lo más probable era que hubiese contado todos sus secretos si es que no había cambiado de bando. Muchos de sus agentes habían sido detenidos o habían desaparecido. Algunos reportes decían que Hans Thilo-Smith había sido fusilado tras confesar todo. Su hermano -un exitoso general- había sido destituido súbitamente y no había rastro de él. El propio Bertrand había estado en manos de la Gestapo, siendo liberado en circunstancias muy extrañas. No podía descartarse que fuera un agente doble.

Menzies daba rienda suelta a su paranoia y pensaba que la única razón por la que los alemanes seguían utilizando Enigma era que querían intoxicar a los ingleses. Quizás las divisiones Panzer estaban ocultas en Normandía, esperando el desembarco mientras equipos de señales radiaban con sus indicativos desde localizaciones simuladas. Al fin y al cabo eso es lo que hacían los miembros del cuerpo de señales asignados al imaginario Primer Grupo de Ejércitos del general Patton.

Tras varios meses de esfuerzos para atraer a Bertrand a Inglaterra e interrogarlo, el 3 de Junio, un Lysander aterrizó con él y su mujer a bordo en un aeropuerto cerca de Cambridge. Estos pequeños aeroplanos realizaban gran cantidad de misiones de infiltración y exfiltración en la Francia ocupada. La obsesión de Churchill por crear en el Continente el tipo de resistencia que había ayudado a Wellington en la Península, no había dado grandes frutos operativos pero sí algunos éxitos parciales. Los vuelos de los Lysander permitían entrar y salir de la clandestinidad de manera sorprendentemente fácil. En el caso de Bertrand había costado varios meses exfiltrarlo, supuestamente porque la Gestapo lo buscaba con furia. A Menzies no le gustaba la coincidencia de que la exfiltración hubiera sido posible precisamente dos días antes del comienzo de la invasión. No se podía descartar que los alemanes lo enviaran a averiguar el lugar y la fecha del desembarco o, peor aún, a asegurarse de que los ingleses se habían creído la intoxicación.

Menzies había encargado a Paul Paillole, el responsable del contraespionaje del gobierno de Vichy que había montado la red secreta a la que había pertenecido Cadix, que averiguara la verdad. Los servicios secretos ingleses habían aceptado desde el principio tanto su sinceridad como la de Rivet y los habían evacuado tras la invasión de la llamada Zona Libre, en noviembre de 1942. En las turbulentas negociaciones para crear la estructura del proto-estado francés al que los aliados deberían entregar el territorio liberado, siempre habían apoyado a ambos contra el ataque de los gaullistas. Estos habían creado un gobierno en el exilio en Londres y se negaban a aceptar en él a quien no les gustaba. Rivet y Paillole fueron calumniados como Vichyistas, como monárquicos o incluso como filo-británicos. El SIS convenció al estado mayor de Eisenhower para que forzara a De Gaulle, y Koenig -el héroe de Bir Hakeim- también intercedió por ellos. Finalmente Paillole y Rivet fueron aceptados en el nuevo servicio secreto francés, aunque solo el primero tendría mando operativo. Los británicos quedaron encantados y a principios de mayo Paillole se convirtió en el oficial de enlace del proto-gobierno galo ante el alto mando aliado. Fue el único francés con acceso pleno a todos los secretos de desembarco y el primero en conocer la fecha y el lugar en que tendría lugar.

Es pues comprensible que Menzies confiara a Paillole el interrogatorio de Bertrand. No solo era una persona de la entera confianza de los británicos sino que además había sido compañero de Bertrand antes de la guerra y su superior en el departamento de "Trabajos Rurales". Él y Dunderdale se habían reunido con Paillole varias veces para darle vueltas a las paranoicas hipótesis que suscitaba la extraña falta de diligencia del Abwehr. El día antes de la llegada de Bertrand a territorio británico tuvieron una reunión final, solos en el despacho de Menzies. Éste habló a Paillole con voz tranquila y afable pero trasluciendo una gran agitación interior. Le dijo que tanto Bletchley Park como el MI 6 -las dos ramas del SIS- estaban reportando que los alemanes no sospechaban nada ni de Ultra ni de la intoxicación de Garbo. Él mismo no se cansaba de confirmarlo a todos los generales, políticos y miembros de servicios secreto que le preguntaban. Pero en realidad ambos sabían como profesionales de inteligencia que Ultra era la fuente de toda la certeza. Ultra se confirmaba a sí misma, y la seguridad de que los alemanes no conocían su vulnerabilidad procedía de que transmitían cosas que los ingleses creían ciertas. Y las creían ciertas porque pensaban que los alemanes no sabían nada de Bletchley Park. Por otro lado, el secreto que envolvía tanto el desembarco como la propia fuente impedía cualquier comprobación. Menzies creía que Bertrand era un valiente y "un gran francés" pero su historia era extraña y sospechosa. A Paillole correspondía ser el juez, y la conclusión a la que llegara sería la que prevalecería para el SIS y para el estado mayor aliado.

Tras el aterrizaje del Lysander, Gustave Bertrand y su esposa Mary, fueron llevados a Londres, a un edificio cercano al parque de Saint James, donde los recibió calurosamente Wilfred "Biffy" Dunderdale, responsable del SIS para el enlace con los servicios franceses y por ello el contacto de Bertrand desde siempre. No se veían en persona desde su accidentado encuentro en Lisboa pero habían estado intercambiado mensajes cifrados de manera continua. Dunderdale -llamado "Bill" por Bertrand- lo llevó a su alojamiento en el hotel Saint Ermins, en la calle Caxton. En la zona entre el parque St James y el Támesis tenían su sede la mayoría de servicios secretos británicos y desde los años 30, y el hotel era utilizado por el SIS para alojar agentes o personas de interés que debían ser mantenidas bajo vigilancia.

Una vez el matrimonio hubo deshecho los tres kilos de equipaje que como máximo se permitían en los Lysander, Dunderdale les ofreció un pequeño banquete en uno de los lujosos clubs al otro lado del parque. Allí acudió a saludarlos Menzies, con la probable intención de formarse una opinión sobre la lealtad de Bertrand. Por la tarde, Dunderdale sugirió que ella fuera a descansar al hotel porque su marido debía reportarse a Paul Paillole, su superior natural. Puesto que los franceses no reconocían la ocupación, las actividades de Bertrand en el Hexágono se consideraban contraespionaje.

La entrevista tuvo lugar en Alliance House, a pocos metros del hotel Saint Hermine. Dunderdale acompañó a Bertrand hasta la sala donde esperaba Paillole, se excusó y los dejó solos. Paillole estaba embargado por la ansiedad de tener que decidir qué cantidad de duda razonable le podía conceder a su camarada, con la vida de miles de soldados -y quizás el propio curso de la historia- en juego. Mientras se abrazaban y saludaban efusivamente, se fue tranquilizando. Bertrand exudaba felicidad y todo su ser resplandecía. Miraba a Paillole al fondo de los ojos, "como si quisiera verter su alma en la de él". Su impaciencia por explicarse se parecía infinitamente más al ansia de participar a un amigo de las cuitas personales acontecidas durante la separación, que al deseo de un agente doble de empezar deprisa para no perder la concentración necesaria para mentir.

Bertrand había traído de Francia un informe por escrito de sus actividades y se lo había entregado a Dunderdale por la mañana. La imprudencia de viajar clandestinamente con una confesión completa en el equipaje incrementó las sospechas inglesas sobre él. Quizás ese documento estaba escrito bajo inspiración alemana tal como los mensajes de Garbo eran producto de ideas emanadas del Comité XX del MI5. Paillole tenía sobre la mesa el informe pero le pidió a Bertrand que le contara sus aventuras de palabra, algo que éste hizo recreándose hasta en los detalles más nimios.

Primero comentaron la triste suerte de los polacos. Bertrand estaba algo molesto con Rivet -el responsable del Deuxieme Bureau- por no haberlos evacuado. Tanto Rivet como varios oficiales de alto rango, habían despegado en tres aviones desde el aeropuerto de Istres, muy cerca de Cadix, para huir de los alemanes. En esos aviones había muchas plazas libres pero los polacos, Bertrand y su mujer habían sido abandonados a su suerte. Tras separarse de ellos en las circunstancias explicadas en el capítulo correspondiente, Bertrand había seguido de lejos sus peripecias. Enterado de la captura de Langer por los alemanes, intentó ayudarle elaborando un plan de fuga en cuya preparación gastó una fortuna. El plan fracasó porque Langer y su compañero de cautiverio fueron deportados a Alemania antes de que se pudiera llevar a cabo.

Tras la invasión alemana de la Zona Libre, Bertrand se instaló con su mujer a las afueras de Cannes como parte de la red Kleber, formada por los oficiales del Deuxieme Bureau que habían pasado a la clandestinidad. La Costa Azul fue ocupada por Italia con lo que la presión era mucho menor que en las zonas de ocupación alemana. Bertrand viajó frecuentemente a París y Vichy, donde contaba con una red de agentes y confidentes. Su mujer cifraba los mensajes que eran enviados a Clermont-Ferrand, donde operaba la estación de radio clandestina de Kleber puesto que Bertrand había dejado su radio oculta en Cadix. Cuando los alemanes ocuparon Italia tras la caída de Mussolini, sustituyeron también a los italianos como ocupantes del sur de Francia y el ambiente en Cannes se espesó mucho. La red Kleber buscó un nuevo alojamiento para el matrimonio en Brioude, cerca de Clermont-Ferrand. Resultó un traslado muy oportuno porque el mismo día en que partieron se presentó la Gestapo en su domicilio a preguntar por ellos.

Bertrand estuvo unos meses inactivo, esperando que su pista se enfriara y recuperándose del desgaste que produce la exposición continua al peligro. Hacía casi cuatro años que vivía en la clandestinidad y las explosiones de adrenalina que sufría en los controles mientras sus papeles falsos eran examinados cuidadosamente, se sumaban a la fatiga causada por el permanente estado de alerta. Se había reído de Langer y su creencia en los signos del Más Allá, pero la tensión nerviosa a veces le impulsaba a él también hacia la superstición, aunque fuera disfrazada de misticismo católico.

A finales de 1943, decidió volver a la acción y prepararse para la fase final de la guerra. Por fin el imperio alemán se tambaleaba y era el momento de golpearlo con fuerza. Decidió que necesitaba volver a comunicarse directamente con Inglaterra, sin utilizar la estación de Clermont-Ferrand como intermediaria. Envió mensajes pidiendo un aparato de radio tanto a Rivet que estaba en Argel, como a Londres. Desde Argel no recibió respuesta pero en cambio Dunderdale -que desde hacía meses estaba intentando convencer a Bertrand para que saliera de Francia - contestó en pocos días a través del complicado canal indirecto. De forma inmediata se pondría a disposición de Bertrand un emisor del mismo modelo que el que se le había suministrado en Lisboa y que había dado un rendimiento tan bueno en Cadix. Le sería entregado en París y el SIS dejaba a su criterio la elección del lugar y la fecha de la entrega.

 

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