Enigma 101

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Por Román Ceano

Tras el desembarco de los Aliados en el norte de África, mientras los alemanes ocupaban el sur de Francia, Kesselring había ordenado ocupar Túnez, haciendo cruzar tropas desde Sicilia. El Mediterráneo es tan estrecho en ese punto que no le pareció prudente dejárselo a los americanos que avanzaban desde Argel. Estos lanzaron un pequeño ejército que intentó llegar antes de que los alemanes consolidaran sus posiciones. Cuando llegaron los estadounidenses, el general Von Arnim se había atrincherado utilizando las líneas y fuertes franceses, haciendo inviable un golpe de mano.

La prudencia estatégica de Kesselring había salvado al Afrika Korps, dando a Rommel una alternativa al suicidio colectivo. Podía incorporarse al perímetro de Von Arnim, y ayudar a organizar una defensa activa, realizando salidas que desarticularan los preparativos de asalto aliados o situándose en la reserva para acudir a los puntos de ruptura.

Estaba claro que Montgomery se detendría en Tripoli a reorganizar toda la logística para dejar de abastecerse por tierra desde Egipto. Como el puerto estaba muy maltrecho por las demoliciones sistemáticas, le llevaría semanas volver a ponerlo operativo. Era el momento de ocuparse del otro brazo de la pinza -los americanos- tal como Napoleon enfrentó a Blucher antes de lanzarse contra Wellington. Un golpe enérgico por sorpresa los desorganizaría y les haría retroceder. Una vez frenado el avance aliado desde el oeste, sería el momento de sorprender al Octavo ejército, cuando reanudara su cansino avance desde el este.

El problema de Rommel era que ya no podía dar las órdenes tal como se le ocurrían. Tras sus negativas a aceptar la batalla final y sobre todo tras su huída de Tripoli, había rumores de que el mando de sus tropas se le daría a Von Arnim o quizás incluso a un general italiano. Rommel sabía que con las fuerzas bajo su mando –una división Panzer y dos divisiones de infantería- no podía realizar ninguna maniobra relevante. Por ello estaba dispuesto a aceptar el mando de Von Arnim a cambio de poder utilizar libremente las dos divisiones Panzer de que disponía éste.

Al final se acordó que él y Von Arnim actuarían conjuntamente sin que ninguno tuviera mando sobre el otro. Se negoció un plan de operaciones genérico pero con el acuerdo de que se iría adaptando sobre la marcha a las oportunidades que surgieran. No era la situación ideal pero Rommel confiaba que la inercia de los combates le permitiría imponer su criterio a base de hechos consumados.

Churchill y Roosevelt se habían reunido en Casablanca en Enero para felicitarse por como había cambiado la situación desde que en su anterior encuentro habían recibido juntos la noticia de la caída de Tobruk. Churchill convenció a Roosevelt de que en lugar de desembarcar en Francia a través del Canal de la Mancha -como proponían sus generales- era mejor saltar de África a Sicilia y de allí a la península itálica, porque era probable que el régimen de Mussolini se derrumbase al primer golpe. Roosevelt dijo que aceptaría una rendición pactada de Italia pero que Alemania debería rendirse incondicionalmente.

Como visualización de su acuerdo decidieron fusionar el Octavo Ejército británico de Montgomery con el Primer Ejército americano de Eisenhower, creando una estructura al mando del general Alexander que llamaron Decimoctavo Ejército. Sobre el terreno ambos ejércitos siguieron actuando por su cuenta, aprovechando que los separaban 200 kilómetros uno del otro. Mientras los británicos avanzaban cautamente hacia el este desde Trípoli, los estadounidenses preparaban laboriosamente el asalto sobre Túnez desde el oeste.

A pesar de la fogosidad de algunos de sus generales –como p.ej. George Patton- que ardían en deseos de entablar combate, el Primer ejército americano no estaba actuando más deprisa que el británico porque Eisenhower no quería moverse hasta tener organizado el aprovisionamiento. La impresionante maquinaria logística estadounidense se desplegaba sobre la meseta argelina en una compleja red a gran escala de rutas y depósitos.

En la localidad de Tebesa, tras una zona abrupta cruzada por una serie de valles desde los que se accede a la gran llanura costera tunecina, estaba la base de aprovisionamiento de retaguardia para toda la zona sur. Era un gran centro logístico en el que se estaba realizando un enorme acopio. El reconocimiento aéreo alemán lo había localizado y Rommel no podía apartar de su imaginación aquellos montones de suministros.

La primera División Acorazada estadounidense había tomando posiciones avanzadas sobre la llanura hasta una distancia de veinte y treinta kilómetros de las bocas de los valles. Aunque el objetivo de esa fuerza era defender los accesos a la meseta, no esperaba ser atacada y consideraba que su mera presencia inhibiría cualquier acción enemiga.

Al alba del 14 Febrero de 1943, la Primera y Veintiuna divisiones Panzer al mando de un subordinado de Von Arnim cayeron sobre la Primera división estadounidense avanzando desde dos direcciones convergentes. El efecto fue fulminante y los novatos soldados americanos levantaron el campo abandonando vehículos intactos y gran cantidad de material. Dos tercios de la División quedaron destruidos y los alemanes obtuvieron combustible para continuar la ofensiva, así como muchos vehículos de transporte casi sin estrenar.

Para las unidades americanas, la única experiencia de combate previa a su encuentro con los Panzer había sido la corta lucha contra las fuerzas coloniales francesas unas semanas antes. No estaban preparados para hacer frente al dinamismo y a las sofisticadas tácticas de los veteranos carristas alemanes.

Al día siguiente, el Afrika Korps propiamente dicho –es decir el conjunto de unidades bajo el mando directo de Rommel- avanzó desde sus posiciones 50 Km más al sur siguiendo un gran arco que le haría reunirse el día 18 de febrero con las dos divisiones de Von Arnim en la población de Kasserine. En sólo tres días y sin apenas pérdidas, los alemanes habían tomado posesión de toda la llanura. Los únicos problemas se los habían puesto las lluvias torrenciales, los oueds desbordados y los caminos intransitables.

Una vez tomada la llanura, se planteó qué hacer con los valles. Ziegler, el subordinado de Von Arnim, traía órdenes de taponarlos. Asignó sus dos divisiones Panzer a sendos pasos y si avanzó por ellos fue más porque no encontró resistencia que porque quisiera cruzarlos. Rommel quedó contrariado porque su idea era lanzar un ataque unificado con las tres divisiones Panzer a través del tercer valle, el más grande y por el que pasa la línea de ferrocarril, el que sería llamado con el tiempo el Paso Kasserine.

Rommel era un soñador y aquellos dos días de pequeñas victorias le habían hecho concebir grandes esperanzas. Quería usar el Paso Kasserine para acceder a la meseta y apoderarse de la cantidad ingente de suministros que los americanos habían acopiado en Tebesa. Con el combustible de Tebesa tendría autonomía para realizar el tipo de guerra de movimiento que le había hecho famoso desde el Mosa hasta El Alamein. Quizás podría ir destruyendo las divisiones americanas una por una ya que sobre la meseta argelina tendría espacio para maniobrar.

Kesselring viajó a Kasserine, en la boca del valle, a entrevistarse con Rommel para decidir entre las dos alternativas. Lo vió agotado y enfermo, al borde del colapso físico. Kesselring no era un romántico ni un soñador y sabía que sobre la meseta había una fuerza infinitamente superior a la de Rommel, que además podía ser reforzada de forma indefinida por el río de hombres y suministros que llegaban desde América.

Autorizó el ataque por el Paso Kasserine y ordenó a Ziegler que ayudase con una de sus dos divisiones, pero le dijo a Rommel que tras destruir la base de suministros en Tebesa, retrocediera hacia la costa a ocuparse de Montgomery, y no iniciara ninguna ofensiva estratégica contra el grueso de la fuerza estadounidense. La posición de Kesselring no era tan sólida como días antes porque los italianos se estaban poniendo de parte de Rommel.

El día 20 a mediodía los granaderos alemanes y la infantería italiana, tras una feroz lucha cuesta arriba tomaron al asalto las dos colinas que flanquean la estrecha entrada al Paso Kasserine, desalojando a los estadounidenses. A continuación, la Duodécima división Panzer arrolló las defensas que bloqueaban la carretera. Más allá de la entrada, el valle se ensancha y se convierte en una llanura algo accidentada pero suficientemente lisa como para que los tanques pudieran maniobrar. Los Panzer IV la limpiaron rápidamente y al anochecer llegaron a las escarpaduras de la cabecera, al pie de la meseta.

La Décima división Panzer, la que había prestado Ziegler, entró también en el valle y avanzó hacia la derecha. En ese lado la ladera sube de forma suave hacia una cuenca muy amplia en cuyo centro estaba la pequeña aldea de Thala, desde la que también se podía acceder a la meseta. Dicha aldea estaba protegida por una veterana brigada acorazada inglesa que a pesar de la inferioridad numérica aprovechó su conocimiento del terreno para resistir hasta la noche. Se estaban reequipando con tanques Sherman por lo que no dudaban en sacrificar sus viejos tanques de fabricación británica que en cualquier caso irían a desguace.

Aunque los desembarcos en el norte de África se habían querido hacer sólo con norteamericanos para no ofender a los franceses, al final se habían incluido ingleses disfrazados con uniformes estadounidenses. Los historiadores ingleses nunca se cansan de insistir en la importancia del fracaso del ataque de la décima Panzer sobre Thala ya que un eventual triunfo es probable que la hubiera llevado a la meseta y a atacar la retaguardia de las unidades que protegían el acceso desde el valle principal.

Pero esa rama particular del árbol infinito de la cadena causal quedaría sin ser visitada. Thala resistió y la cabecera del valle principal era demasiado abrupta para ser tomada en un asalto blindado. El lado izquierdo del valle, a diferencia del derecho, está cerrado por riscos casi verticales. Dispone de algunos pasos muy abruptos y fáciles de defender, que a esas horas ya estaban vigilados férreamente.

El día 21 de febrero fue un día de calma mientras los dos bandos se observaban y reflexionaban sobre el empate alcanzado. Se han vertido ríos de tinta narrando las grandes cosas que habrían sucedido si el terreno hubiera sido mínimamente practicable. Se ha dicho siempre que Rommel, habría seguido atacando hasta hallar un punto débil por el que meter todo el Africa Korps, desbordar a los defensores y alcanzar Tebesa. Eso resulta una gran ucronía porque el terreno estaba allí antes de que llegara Rommel y no puede ser tratado como una contingencia sobrevenida casualmente.

Rommel tardó todo el día 21 en asumir que el avance era imposible. Mientras recorría el valle y observaba los riscos, se fue incrementando el bombardeo americano de artillería que tenía una gran precisión gracias a los puestos de observación situados en las alturas. La lluvia había convertido el polvoriento paisaje en un barrizal intransitable. Muy pronto todo el peso de la fuerza enemiga caería sobre el valle y no sólo no podía salir de él en dirección oeste sino que ni siquiera podía moverse dentro con facilidad. Rommel decidió retirarse sin esperar a ver qué hacían los americanos.

Al amanecer del día 22, los estadounidenses descubrieron que los alemanes se habían ido durante la noche. La reocupación aliada del valle fue laboriosa porque los zapadores del Afrika Korps habían realizado un rosario de pequeñas demoliciones y habían instalado gran cantidad de trampas explosivas. La persecución se retrasó tanto que cuando las unidades americanas salieron del valle hacia Kasserine, ya no había rastro ni del Afrika Korps ni de las dos divisiones de Ziegler. Volvieron a ocupar las posiciones sobre la llanura que tenían el día 14 cuando empezó la ofensiva alemana, y después siguieron con sus cuidadosos preparativos para el asalto a Túnez.

Aunque fue una batalla menor, la derrota estadounidense en el Paso Kasserine tuvo consecuencias inmediatas en el bando alemán. Rommel fue rehabilitado y se le dio el mando sobre Von Arnim para que pudiera disponer de sus dos divisiones Panzer sin tener que pedírselas por favor. A cambio se le exigió que derrotara a Montgomery y recuperara Tripoli, prometiéndole tropas y suministros sin fin si lo lograba. Víctima de su propia leyenda, Rommel aceptó el desafío.

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