Enigma 09

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Por Román Ceano

A mediados de diciembre de 1931, el Mayor Gwido Langer estudiaba cómo reforzar sus redes de agentes en el interior de Alemania, una vez se había demostrado en la práctica que la cifra con Enigma era inescrutable. Una mañana le dijeron que Gustave Bertrand, del Deuxieme Bureau francés estaba en Varsovia y quería verle. Los franceses asesoraban a los polacos desde la firma de un tratado de ayuda mutua en 1921 y Langer se preparó para otra sesión de suficiencia y pedantería francesas. Esta vez -sin embargo- no era una visita cualquiera. Bertrand abrió el bolsón que portaba y le enseñó una copia del auténtico manual de operación de la Enigma I del ejército de tierra alemán. Le dijo que tenía una fuente dentro del ejército alemán y que necesitaba ayuda para utilizar el material que le suministraba. Bertrand no le contó casi nada a Langer de sus problemas personales, pero esa visita era una jugada desesperada.

Un año atrás, un individuo que trabajaba en la oficina de cifra alemana había contactado con la embajada francesa en Berlín para ofrecer secretos a cambio de dinero. Hans Tilo Schmidt era un individuo algo obeso, que había visto con desesperación como su suegro pasaba de una confortable riqueza a la más abyecta pobreza durante la crisis económica. Hombre de gustos caros y mucha afición a la vida nocturna, su sueldo de funcionario le resultaba completamente insuficiente y había decidido complementarlo mediante la traición a su país.

Como los franceses no tenían infraestructura alguna en Berlín le habían citado en un hotel en Bélgica, cerca de la frontera alemana. En la primera cita llegó a un acuerdo con el agente francés Lemoine para intercambiar secretos por grandes cantidades de dinero. Concretamente, prometió a Lemoine que pondría en sus manos todas las comunicaciones alemanas. Éste le entregó una cámara Leica y le instruyó en su manejo. También le explicó el procedimiento que usarían para concertar las citas y le dio unos mínimos consejos de seguridad.

Bertrand era el encargado del departamento de criptoanálisis francés y -al igual que los polacos- también había chocado con Enigma. Cuando se enteró de la promesa de Schmidt a Lemoine pidió -y obtuvo- permiso para participar en la segunda cita como especialista en cifra. Alojados en el mismo hotel, por la noche se encontraron los tres en la habitación de Schmidt. Cuando éste abrió su cartera aparecieron cuatro libritos. Un rápido examen reveló que eran manuales de operación de Enigma pertenecientes a la aviación y al ejército de tierra. Dos describían sistemáticamente los pasos sucesivos del procedimiento de cifrado, mientras los otros dos explicaban los principios básicos. Schmidt también les entregó unos carretes, que les aseguró contenían fotografías detalladas de una máquina Enigma. Bertrand y Lemoine salieron de la habitación para hablar entre ellos. Bertrand opinó que con ese material podrían descifrar mensajes de Enigma y que debía pagarle mucho dinero. Lemoine volvió la habitación y pagó a Schmidt cinco mil marcos en efectivo.

Aunque Bertrand estaba al mando de los criptoanalistas franceses, él mismo no era uno de ellos. A pesar de su entusiasmo por el botín, cuando llegó a Paris los técnicos le dijeron que no servía para nada. Era interesante saber cómo se operaba la máquina pero ello no ayudaba a descifrarla. En las descripciones faltaba lo más importante, que era el cableado de las ruedas. Pero incluso si la fuente consiguiese el cableado no serviría para nada. Enigma era un sistema seguro y, por tanto, ni siquiera disponiendo de una se podía descifrar. Harían falta las claves diarias y, a menos que su fuente pudiera obtenerlas, ningún mensaje podría ser leído. Además, cada vez que se cambiasen deberían ser obtenidas de nuevo.

En un informe interno se recomendó que Bertrand quedara fuera de la operación y que se orientaría a Schmidt a recabar información sobre el rearme alemán. En Alemania, la inofensiva república de Weimar tenía los días contados y los viejos demonios del Reich se acercaban cada vez más al poder, disfrazados de modernidad post-democrática. El material se envió a los ingleses, que agradecieron formalmente el envío pero no hicieron ninguna pregunta ni enviaron una lista de la compra para la fuente.

Ésa era la razón de que Bertrand estuviera en Polonia. Sabía por compañeros suyos que los polacos habían estado trabajando sobre Enigma y quería que Langer utilizase el material para descifrarla ya que,de lo contrario, él estaría fuera de la operación Asché. Langer le prometió que estudiarían su potencialidad y que ellos mismos no disponían de ninguna información adicional. Langer sí que tenía una lista de la compra. Sobre todo y ante todo hacía falta el cableado de las ruedas. Una vez obtenido esto haría falta un suministro continuo de claves diarias. En caso de que las claves diarias resultasen imposibles de obtener, quizás utilizando parejas de mensajes en claro y cifrados hubiera alguna forma de hallarlas, por lo que debía pedir a la fuente la máxima cantidad de mensajes en claro, para cuadrarlos con los cifrados que captaban sus estaciones de escucha.

Acordaron un procedimiento especial para comunicarse directamente utilizando los seudónimos Bolek (Bertrand) y Luc (Langer), por el que circularían las claves. De vuelta a París, Bertrand consiguió convencer a sus superiores de que los polacos veían posible descifrar Enigma si se les suministraba un poco más de material. A pesar de la reticencia de Lemoine se acordó seguir pidiendo a Schmidt material relacionado con Enigma y en concreto el cableado de las ruedas, juegos de claves y todos los mensajes en claro que pudiera obtener. Por los manuales de procedimiento se sabía que se editaban libritos mensuales de claves, que se asignaban a cada mes sobre la marcha.

Lemoine, Bertrand y Schmidt se vieron varias veces durante la primera mitad de 1932. Schmidt traía kilos y kilos de mensajes en claro, muchos con su pareja en criptotexto. Con la cámara Leica fotografió varias máquinas Enigma y más manuales de operación y mantenimiento, pero nunca se atrevió -o tuvo ocasión- de desmontar las ruedas, ni tuvo acceso a claves. Por ello siempre acudía sin claves diarias ni de ese mes ni de ninguno y sin el cableado que, según él, sólo era conocido por media docena escasa de personas. Bertrand cada vez lo trataba peor, puesto que cada vez su posición personal era más insostenible. Un agente llamado Perruche empezó a participar en las citas. Perruche no estaba interesado en Enigma sino en el rearme alemán y Lemoine no se cansaba de repetir a sus jefes del Deuxieme Bureau que sería mucho mejor suspender los viajes de Schmidt al extranjero, porque eran muy peligrosos.

Mediante tinta invisible o esteganografía, sería posible que éste suministrase información por correo con mucho menos riesgo. En caso necesario podía incluso montar un sistema de buzones en Berlín o concertar citas cortas para intercambiar sobres. Cualquier cosa menos esos viajes al extranjero cargado de material extremadamente peligroso. Bertrand, por el contrario, estaba dispuesto a correr el riesgo de sacrificar la fuente, porque sabía que con los métodos más seguros Schmidt sólo podría proporcionar información militar concreta, en lugar de las pilas de mensajes cifrados y en claro que Langer le decía que serían una buena alternativa a las claves cuando se tuviese el cableado.

Bertrand se resistió de todas las maneras a quedar fuera y puso a Schmidt bajo una extraordinaria presión. Un día de mediados de Agosto de 1932 Schmidt pidió a través del procedimiento establecido para urgencias, una cita en el mismo Berlín. Acudió Lemoine en un operativo bastante arriesgado y Schmidt le pasó dos libritos de claves que le dijo que se usarían en Septiembre y Octubre. Las claves fueron enviadas a París por valija diplomática y de allí a Varsovia. Bertrand fue poco después y Langer le dijo que si no conseguían el cableado antes de que las claves entraran en operación, no servirían de nada y caducarían.

 

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