Enigma 08

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Por Román Ceano

A principios de 1926 la marina alemana empezó a radiar unos mensajes que causaron inquietud. Por mucho que se trabajaba sobre ellos, no parecía posible compilar el código. Pensaron que los mensajes llevaban alguna sobreencriptación y redoblaron los esfuerzos pero sin obtener resultado alguno. En 1928 casi todos los mensajes de la marina alemana resultaban indescifrables y, por la cantidad de esfuerzo invertido, empezaba a parecer que pasaba algo más grave que una simple superencriptación de un código convencional. En Julio, algunos mensajes del ejército resultaron también invulnerables y cundió el pánico a medida que la proporción aumentaba rápidamente. ¿Que método estaban usando los alemanes? ¿Cómo podía ser atacado...?

Se formó un grupo de trabajo de tres personas, dirigido por el Capitán Maximilian Ciezki, con el objetivo especifico de aclarar la cuestión. Este grupo reunió durante meses todas las evidencias y llegó a una conclusión sorprendente: los alemanes habían abandonado el cifrado mediante códigos y habían empezado a utilizar algún tipo de encriptación polialfabética mecánica. Probablemente estuvieran utilizando máquinas del tipo Hebern o Enigma y, siendo Enigma alemana, las sospechas se inclinaban por esta última. El grupo organizó un operativo en colaboración con la rama ejecutiva y consiguió adquirir de forma encubierta una Enigma comercial tipo D.

En Varsovia existía una fábrica de equipo electrónico llamada Ava, que colaboraba regularmente con la Segunda Sección. Allí se construían las antenas utilizadas en las estaciones de escucha y las pequeñas radios portátiles que se entregaban a los agentes sobre el terreno. En cuanto la máquina cruzó la frontera, agentes de la Segunda Sección la trasladaron rápidamente a los laboratorios de Ava. Allí fue examinada cuidadosamente por Ludomir Danilewicz y Antoni Palluth, los dos ingenieros propietarios de la firma y personas de absoluta confianza. Antoni Palluth llevaba prácticamente una doble vida. Además de su trabajo en Ava, solía supervisar todos los aspectos técnicos de las estaciones de escucha. Pero la parte más estresante de su colaboración era instruir en el manejo de las radios a los nuevos agentes. Con una pistola en la cintura y una identidad falsa, acudía a citas clandestinas organizadas por la rama ejecutiva en el interior de Alemania, para dar sus cursillos sobre instalación de antenas ocultas, uso de frecuencias, indicativos y mantenimiento de los equipos. Cuando era necesario, participaba en el descifrado o en cualquier tarea para la que se le requiriese. Su familia estaba acostumbrada a ver llegar una limusina negra, con soldados en el asiento delantero, que le llevaba o traía a las horas más intempestivas.

Danilewicz y Palluth desmontaron la máquina Enigma y escribieron un informe para el Mayor Podorny, responsable de la Segunda Sección, en el que detallaban el cableado de las ruedas, aunque avisando de que todos sus intentos para establecer una relación entre éste y los mensajes proporcionados por Ciezki habían fracasado. La conclusión era que, incluso si ésa era la misma máquina que usaban los militares alemanes, no había forma de descifrar los mensajes. El grupo de Ciezki siguió trabajando y mediante varias fuentes sobre el terreno, estableció conclusiones aún más preocupantes. Al parecer, la Enigma militar disponía de una especie de panel de conexionado externo que la hacía más invulnerable, si tal cosa era posible. A finales de 1931, la Segunda Sección sufrió una reorganización y el Mayor Gwido Langer sustituyó a Podorny. Se creó el Biuro Szyfrow, dividido en secciones territoriales. Ciezki fue nombrado responsable del BS4, encargado de la adquisición de comunicaciones alemanas.

A pesar de que se intensificaron hasta el paroxismo los esfuerzos para descifrar Enigma, éstos terminaron con el más absoluto fracaso. Palluth había inventado un método a base de unas tiras de papel, que intentaba aplicar cada noche en su casa. Muchas madrugadas su mujer tenía que acompañarle a la habitación, porque quedaba ciego después de horas y horas de esfuerzo infructuoso. Vencidos uno tras otro todos los que lo habían intentado (incluyendo a Ciezki y Langer), se extendió la convicción de que era una tarea imposible. Polonia estaba ahora inerme y su arma secreta había dejado de existir.

 

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