Enigma 89

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Por Román Ceano

La llegada del invierno septentrional estaba poniendo fin a la campaña naval de 1942 en el Atlántico norte. En el Almirantazgo se hacía balance y el resultado no podía ser más amargo. Millones de toneladas de carga y miles de hombres habían ido a parar al fondo del mar. A pesar del esfuerzo supremo de los estadounidenses para fabricar barcos Liberty a cientos, a pesar del espectacular desarrollo tecnológico de la detección aérea y a pesar del enorme esfuerzo en mejorar las tácticas, había sido una campaña catastrófica y era dudoso que la causa aliada pudiera resistir otro año así.

El Almirantazgo volcó toda su frustración en un memorándum enviado a BP a finales de Noviembre, casualmente mientras los bolsones de Petard viajaban hacia Inglaterra. Escrito en un lenguaje agresivo, decía que “la campaña antisubmarina es la única de esta guerra en que BP no está haciendo ningún aporte, siendo como es la única campaña crítica que puede por sí misma causar la derrota.”

Este memorándum demostraba la ignorancia del Almirantazgo tanto sobre criptografía como sobre los esfuerzos que se estaban llevando a cabo en BP para descifrar la Enigma de cuatro ruedas. La más prometedora de las iniciativas era una super-Bomba que había sido encargada a Harold Keen de BTS y que supuestamente entrarían en acción en Febrero de 1943. Para ilustrar el grado de tensión que causó el memorándum, bastará decir que un día, mientras Herivel esperaba el tren en el andén de la estación, oyó a Turing y Alexander discutir a gritos en medio de la gente una estrategia para romper la Enigma de cuatro ruedas. Afortunadamente, el nivel técnico de la conversación era tan alto como el volumen al que tenía lugar. Herivel pensó que si él mismo no comprendía una sola palabra, cualquier espía alemán presente quedaría también in albis.

No se ha conservado un escandallo del contenido de los bolsones del Petard y la controversia continúa aún hoy. Con motivo del estreno de una película de Hollywood sobre la captura del U-559 en la que los que abordan el submarino son americanos, se desató una gran polémica en Inglaterra. Un periódico local protagonizó una campaña que culminó con la construcción de un monumento a Fasson y Grazier y con el levantamiento del secreto de las condecoraciones concedidas a éstos a título póstumo.

El interés del público británico por estos héroes secretos llevó a los periodistas hasta un anciano Eric Sellars –el hombre que había propuesto obturar las cargas con jabón de pastilla sesenta años antes- que accedió a hablar públicamente del episodio por primera vez en su vida. Sus declaraciones sorprendieron a todos los historiadores, ya que manifestó que una Enigma de cuatro ruedas formó parte del botín entregado a los oficiales del SIS en el muelle de Haifa.

El debate capturó la imaginación del público, pero resulta irrelevante desde un punto de vista criptográfico. En octubre de 1942 el cableado de todas las ruedas era conocido por BP y por tanto una Enigma de cuatro ruedas no marcaba la diferencia. Lo que realmente iluminó el espíritu de los miembros del Cobertizo 4 cuando a principios de diciembre de 1942 recibieron el material, fueron el libro de abreviaturas y el libro de códigos meteorológicos. Hasta tal punto recibieron atención diferencial, que estos dos documentos son los únicos del botín sobre los que hay certeza de su llegada a BP.

Ambos eran una fuente de palabras clave seguras. El libro de códigos meteorológicos se había revelado en el pasado como especialmente productivo, ya que las comunicaciones sobre el tema eran muy regulares y previsibles. Sin embargo nadie pensó en BP que los resultados fueran fulminantes. Sin las nuevas bombas, incluso con una palabra probable segura haría falta mucho trabajo y mucha suerte para descifrar algo de tanto en tanto.

Shawn Wylie era uno de los subordinados de Alexander con más experiencia. La noche del viernes 11 de diciembre de 1942 se incorporó al servicio en el Cobertizo 4 para cubrir el turno que empezaba a medianoche y terminaba a las ocho. Se pasó toda la noche tratando de relacionar códigos meteorológicos con mensajes cifrados en Enigmas de cuatro ruedas.

Una sección llamada Cobertizo 10 se había especializado en la cifra especial usada por los servicios meteorológicos alemanes. No era una cifra muy potente y la rompían rutinariamente. Utilizando el libro capturado por el Petard se obtenía la combinación de caracteres que debía buscarse en los mensajes de los submarinos, tras la cortina del cifrado con la Enigma de cuatro ruedas. Era una tarea tediosa y agotadora que ponía a prueba la tenacidad del criptoanalista, puesto que las probabilidades de éxito eran muy remotas.

Al finalizar el turno Wylie estaba exhausto, tanto física como psíquicamente. Se dirigió a la cantina a desayunar como tenía por costumbre, antes de tomar el autobús hacia su alojamiento. Mientras estaba sentado devorando el desayuno, apareció un compañero de turno haciendo muecas. Se sentó a su lado y le dijo en voz baja pero con gran excitación “Estamos descifrando submarinos otra vez”. Wylie le preguntó qué mensaje habían descifrado, creyendo que era el típico golpe de suerte que les proporcionaba un mensaje o dos al mes. Su compañero le dijo que eran todos, que la red Tiburón entera estaba otra vez en sus manos.

Esa noche se había descubierto un fallo garrafal en los procedimientos alemanes. Como quiera que sólo los submarinos y sus superiores en tierra disponían de Enigmas de cuatro ruedas, en sus comunicaciones con el resto de la flota alemana utilizaban sólo tres, colocando el rotor móvil en la posición A y su anillo en la posición Z. Por diseño, en esa posición la Enigma de cuatro ruedas se comportaba como una de tres. Recordemos que el reflector (la cuarta rueda) no se movía durante el cifrado.

Esto resultaba muy razonable y era conocido desde que se había empezado a estudiar la operación de la red Tiburón. Lo absurdo era que, para simplificar la gestión de claves, cuando los submarinos hablaban entre sí o con su base utilizaban una posición inicial cuyas tres primeras letras eran las mismas que usaban cuando se comunicaban con miembros de la flota externos a la red. Por tanto bastaba aplicar el método clásico (Banburismus, etc...) a una comunicación de un submarino utilizando su Enigma en modo simulación de tres ruedas y después probar la 26 posiciones del reflector con un mensaje en modo cuatro ruedas. Teniendo el libro de códigos meteorológicos, era trivial resolver la clave diaria cada amanecer, cuando los submarinos reportaban sus observaciones.

Wylie en persona fue a decírselo a Travis y éste llamó al Almirantazgo. Mientras la noticia se extendía, iban llegando a la sala de seguimiento de submarinos en Whitehall mensajes descifrados a docenas. El Cobertizo 8 fue reforzado a toda prisa para hacer frente a la súbita oleada de información que recorría los canales de diseminación, como el agua recorre los cauces resecos de la sabana cuando llega la estación de las lluvias. Pocos días después, Rodger Winn –el responsable de la Sala de seguimiento de submarinos en Almirantazgo- se regodeaba mirando el enorme mapa en la pared con todas las banderas clavadas, señal de que no había ningún submarino perdido.

El fin del período en que no se podía leer la Enigma de cuatro ruedas -llamado por la historiografía inglesa El Apagón- coincidió en el tiempo con el nombramiento del almirante Horton como nuevo comandante del Control de los Accesos Occidentales. Esta estructura de mando de la Marina era la encargada de proteger los convoyes que cruzaban el Atlántico y su anterior titular fue víctima del desastroso balance de la campaña de 1942.

Max Horton había sido comandante de submarinos durante la Gran Guerra y toda su vida profesional estaba unida a ese arma. Al igual que el Mariscal Dowding tenía muy clara la táctica a aplicar durante la batalla de Inglaterra cuando fue nombrado, Horton sabía también qué hacer para neutralizar a los submarinos alemanes.

Bajo su mano experta se revisaron todas las tácticas de la lucha antisubmarina, buscando crear un sistema coherente que combinara los grandes avances técnicos con la creciente superioridad material. Horton se centró en lograr que el Control de Accesos Occidentales dispusiera de aviones y portaviones.

Los aviones eran un impedimento enorme para los submarinos, porque los obligaban a sumergirse, con lo que perdían el rastro de los convoyes. Una simple patrulla aérea barriendo el mar con su radar centimétrico inutilizaba durante horas cruciales a toda una manada de lobos. Un avión con un foco en la panza y algunas cargas, podía incluso destruir una porcentaje apreciable. El problema era que su mando era un mando de la Marina que no disponía de aviones modernos, y la aviación no quería facilitarlos. Horton batalló por los pasillos de Whitehall hasta que logró que le asignaran una docena de bombarderos pesados de largo alcance.

Estos aparatos estaban siendo fabricados a cientos para utilizarlos en el asesinato masivo de civiles alemanes, un proyecto criminal ideado por el profesor Frederik Lindemann y ejecutado con maniático celo por el mariscal Arthur Harris, gran admirador de las tácticas de la Legión Cóndor en España. Que a Horton le costara tanto que le dejaran unos pocos aviones para proteger los vitales accesos del Atlántico Norte, habla mucho del celo asesino de los implicados, y de cómo la guerra estaba brutalizando a Churchill, que pocos años antes consideraba el bombardeo de civiles un crimen de guerra atroz.

Con esos pocos aviones, Horton organizó patrullas sobre la zona del Atlántico norte que hasta ese momento no disponía de vigilancia. Su siguiente paso sería dotar a los convoyes de portaviones, pero debía esperar a que fueran construidos a partir de petroleros y cargueros modificados a toda prisa.

Mientras esperaba que llegaran estos portaviones, Horton se preparó para una auténtica ofensiva. En lugar de esquivar a las manadas de lobos, su plan era arremeter contra ellas y librar combates en torno a los convoyes, que estaba seguro de poder ganar. Los aviones combinados con los barcos pequeños erizados de armas antisubmarinas, tenían una ventaja táctica que a su juicio no se estaba aprovechando y era el momento de demostrarlo.

Donitz por su parte estaba feliz en su refugio de Bretaña. Por fin los submarinos estaban cosechando los resultados que merecían tanto el celo de sus tripulaciones como su ingeniería de primera calidad. Un año más hundiendo barcos a aquel ritmo y las flotas aliadas quedarían inermes. Era importante no detenerse y por ello, pensaba empezar la campaña de 1943 inmediatamente, sin solución de continuidad con la anterior.

El choque entre estos dos optimismos tuvo que ser aplazado por causa de fuerza mayor. Todos los inviernos de la guerra habían sido los más brutales del siglo, superando cada uno al anterior. Pero el invierno de 1942-43 superó cualquier cota de la que se tuviera memoria en el largo registro de la navegación en esas aguas. Los relatos de las tripulaciones de ambos bandos hablan de huracanes cuyo fragor ensordecía durante semanas cualquier otro sonido del buque y poblaba las agitadas duermevelas en los camastros de ominosos presagios, de guardias atisbando pavorosos paisajes infernales entre la espuma y los rociones, con montañas de agua en movimiento conjurándose a destruir cualquier vida humana que hubiera osado profanar su reino privado.

Y todo ello en medio de un frío glacial, que aunque no podía helar la marejada montañosa, sí que creaba una capa mortal sobre cubierta y rompía los obenques a base acumular hielo. Sobrevivir a una guardia en cubierta -y no digamos en la torreta de un submarino- era una proeza; entablar combate con algo que no fuera el clima, una quimera. Incluso las voluntades de hierro de Horton y Donitz debieron doblegarse ante la evidencia. A principios de enero de 1943 ambos bandos se replegaron a esperar que las galernas invernales amainasen. La batalla decisiva tendría que esperar.

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