Enigma 48

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A máquina

 

Algún día el recuerdo de estos tiempos resultará feliz.

-- Virgilio

Por Román Ceano

La historia de la criptografía es una historia secreta. La mayoría de episodios se ha perdido para siempre, porque el puñado de personas que los conocía murió sin revelarlos. En el caso de Enigma, algunos hechos pueden ser hoy conocidos al detalle porque de ellos se levantaron actas oficiales que se guardaron en secreto durante decenios. Desgraciadamente, hay otros de los que sólo se conservan los recuerdos de los supervivientes. En estos casos es común encontrar discrepancias enormes, ya que la mente de cada persona guarda las cosas en un adobo diferente.

Y nada hay tan personal como la percepción del tiempo. Al igual que las cronologías de la batalla de Waterloo nunca consiguen encajar las horas, cualquier explicación sobre la creación de la Bomba Criptográfica está sujeta a una gran incertidumbre temporal, que desgraciadamente no se mide en minutos -como en el caso de la batalla- sino en semanas o incluso meses. El entorno enloquecido en el que se llevaron a cabo las primeras fases del desarrollo, con el país en estado de shock por los continuos reveses militares y la amenaza de invasión, sumado a los treinta años que pasaron los testigos sin hablar de ello con nadie, han hundido todo el proceso en una niebla legendaria, en la que es díficil vislumbrar los contornos de lo que realmente pasó y completamente imposible saber cuándo pasó.

La primera mención fiable de que se había decidido realmente construir físicamente la máquina para descifrar Enigma, son algunas notas tomadas por Harold Keen y recopiladas por su hijo tras la muerte de éste, muchos años después. Al empezar la guerra, Harold Keen era el director de Ingeniería de la British Tabulating Machines (BTM), empresa seleccionada para llevar adelante el proyecto. Él estaba presente en la reunión inicial entre los responsables de la firma y Travis, que visitó la fábrica para comunicarles el encargo. Esas notas no tienen fecha, pero deben datar de poco después de comenzar la guerra, quizás tan pronto como Octubre de 1939. Recordemos que los polacos habían mostrado su Bomba a los ingleses el verano anterior.

Como continuación de la reunión en la fábrica, se sabe que poco después tuvo lugar una serie de contactos entre Keen y los criptoanalistas, que acontecían en pubs de los alrededores de Bletchley Park. Es más que probable que el lúpulo y el alcohol fueran invocados en abundancia como ayuda en el proceso de reflexión. Se sabe a ciencia cierta que muchos de esos intercambios de ideas tuvieron lugar en el White Hart Inn, en la localidad de Buckinham, relativamente cerca tanto de BP como de la sede central de la BTM. Se sabe que asistían Turing, Peter Twin y el propio Harold Keen, aunque no es seguro que fueran los únicos. Es probable que Whelchman asistiese más de una vez, ya que había sido un impulsor de la idea desde el principio, pero no lo menciona en sus memorias.

Aunque el pensamiento de Turing solía volar a una altura y velocidad difíciles de seguir para el resto de mortales, poco a poco en estas reuniones de pub se había ido configurando una idea básica común. Hacía falta construir Enigmas abiertas, que tuvieran dos caminos separados de entrada y salida. De esta forma era posible conectar varias para realizar pruebas simultáneas que implicaran configuraciones consecutivas, como las que se producían al operar Enigmas. Los polacos usaban su Bomba para comparar configuraciones que implicaban seis posiciones de los rotores (el indicador de tres letras repetido) pero Turing quería generalizar el concepto para usarla con implicaciones extraídas de palabras probables largas, y que por tanto necesitaban cadenas de muchas Enigmas para ser testeadas de forma simultánea. Peter Twin le dijo a Keen que cada Bomba debía contener por lo menos 40 Enigmas trabajando en línea. Keen no tomó notas en ese momento, pero en su mente quedó grabada la enormidad de la cifra.

Esto representaba un problema técnico bastante grande, pero es que además no estaba claro cómo configurar el resto de circuitos para esquivar la complejidad del panel de conexionado. La Bomba polaca había trabajado con las configuraciones hembra -que eran transparentes al panel- pero las palabras probables no lo eran en absoluto. Turing les planteó el problema a los polacos durante su visita a la estación de descifrado a orillas del Marne. De ahí sacó algunas ideas, pero que no acababan de cuadrar en un diseño de circuitos.

Un problema lógico al que sí estaba encontrando solución -ante las protestas de Keen por el tamaño excesivo de la cadena de Enigmas- era buscar configuraciones características que no implicaran muchas posiciones. Buscando ciclos en el alfabeto determinado por la combinación de transposiciones que actuaban durante el cifrado de la palabra probable, podía limitar las pruebas a las posiciones que participaban en dichos ciclos. Pero esto hacía aparecer otro problema técnico, ya que había que crear circuitos que se activasen cuando esos ciclos se manifestaran. Este problema se sumaba al de cómo representar o neutralizar el panel para dar lugar a un rompecabezas lo bastante intrincado como para forzar mentes tan preparadas como las de los tres miembros fijos de la cofradía y las de sus eventuales acompañantes.

Harold KeenHarold Keen era la persona más indicada que existía en Inglaterra para acometer el diseño y la construcción de la Bomba. Su compañía, la BTM, se dedicaba a la construcción de máquinas para almacenar información, usando una patente que tenía ya cuarenta años. Se trataba de las Tarjetas de Holleritz, unos tarjetones de cartón de 7x15 en los que se dibujaban 80 columnas de 10 posiciones. Para grabar la información, se realizaban agujeros en el cartón. Cada columna representaba un valor alfanúmerico que dependía de la posición del agujero. Típicamente, algunas columnas se dedicaban a nombrar la naturaleza de la información, mientras otras guardaban el valor de ésta. Las máquinas que fabricaba BTM eran capaces de seleccionar todas las tarjetas que cumplían una condición o de ordenar las tarjetas siguiendo patrones determinados.

La compañía había sido fundada por el ex-director del censo estadounidense, emigrado a las Islas, que las había visto usar a la empresa antecesora de IBM en la elaboración del censo de 1895. Tras treinta años de actividad, aunque con diferentes razones sociales, BTM era líder en la fabricación de estas máquinas para todo el territorio del Imperio, excepto Canadá, que prefería abastecerse de la pionera IBM. Las instituciones del gobierno y las grandes compañías tenían una demanda siempre creciente de estos eficientes medios para manejar automáticamente información en cantidades masivas.

Harold Keen era la estrella de la compañía. Como niño vivió la eclosión tecnológica del cambio de siglo, con la generalización de muchas aplicaciones sorprendentes de la electricidad, que iban desde la bombilla eléctrica hasta el Morse. La fascinación por ese extraño fluido y sus inmensas posibilidades le hicieron estudiar ingeniería eléctrica. Durante la Gran Guerra estuvo destacado en Francia como personal de tierra en un aeropuerto militar, dando mantenimiento a los motores de los aviones que realizaban misiones en territorio enemigo. Allí adquirió una gran experiencia sobre mecánica en condiciones límite, que después pudo aplicar a su trabajo.

Como ingeniero de mantenimiento primero y como jefe de Ingeniería después, visitaba a los clientes resolviendo los problemas que surgían en las instalaciones. La perforación, manejo automático y lectura a alta velocidad de las tarjetas Holleritz representaba un desafío técnico de primera magnitud. Eran máquinas intrincadas, sometidas a un trabajo intensivo, y que en caso de fallo paralizaban procesos críticos para el cliente.

Cuando una de las máquinas se atascaba más de lo corriente, era común que los operadores recibieran la visita de Keen, apodado "el Doctor" ("Doc") por su costumbre de llevar un maletín flexible más propio de esa profesión. La exposición continua a las debilidades de la tecnología punta hizo de Keen un experto ingeniero, cuyos diseños aunaban la sofisticación con el uso de técnicas bien probadas, dando una importancia capital a la facilidad de mantenimiento y sustitución de piezas dañadas. Todo este bagaje hizo que Harold Doc Keen quedara horrorizado ante lo que le estaban pidiendo aquellos dos matemáticos, entre el ruido de las conversaciones de los parroquianos y el entrechocar de las jarras.

 

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