Enigma 27

Enviado por Roman en

Movilización

Por Román Ceano

No se puede empujar a un hombre al río
sin inclinarse sobre la corriente.

(Proverbio Khamba)

La declaración formal de guerra produjo el colapso final en la débil organización del GC&CS. El día tres de Septiembre de 1939 una multitud abigarrada de catedráticos y estudiantes de postgrado vagaba por la mansión dándose empujones. Nigel de Grey anotó en su diario que más que un regimiento recibiendo reclutas aquello parecía el primer día de colegio en un parvulario. Por las esquinas del antiguo comedor de la mansión, los recién llegados repasaban diccionarios de italiano y alemán a la espera de algo mejor que hacer, siempre procurando no levantarse de la silla, porque no había ni la mitad de las necesarias.

Sin embargo, algunos de los que estaban llegando sí que sabían lo que tenían entre manos. Frank Birch había estado en la Sala 40 y era un buen amigo de Knox. Era un hombre bajo y calvo que después de la guerra había compaginado una carrera académica con un gran exito como actor de comedia en los teatros de Londres. Había sido nombrado responsable de la subsección naval alemana y desde el primer día logró organizar un pequeño grupo que funcionaba de forma eficiente en una esquina de la antigua biblioteca. Aunque no podían leer los mensajes codificados con Enigma, sí que podían leer otros y llevaban un registro de las últimas posiciones conocidas de cada barco alemán, que envíaban periódicamente por teléfono al Almirantazgo.

Birch tenía además un gran don de gentes, que le permitía servir de enlace entre los veteranos y los recién llegados. Durante las primeras semanas de la guerra, un grupo solía reunirse cada noche para jugar al billar y beber cerveza en el pub Duncombe Arms. Asistían el propio Birch, Knox, De Grey y todos los que estaban alojados en las cercanías. Uno de los que se hizo habitual era un treintañero, bigotudo y fumador en pipa llamado Gordon Whelchman, profesor de matemáticas en el Sidney Susex College de Cambridge.

Whelchman se había incoporado el día 5 y fue dirigido a un edificio en la parte trasera de la mansión conocido como La Granja. Este edificio era la antigua casa del cochero y estaba situada consecuentemente junto a los establos. Cuando abrió la puerta vió a John Jeffreys, del Downing College, a quien conocía bien por haber socializado en Cambridge. Éste le presentó a los otros dos: Dyllwin Knox, del King’s College, y Alan Turing, también del King’s. Knox le dijo que debía estudiar los “indicadores” de todos los mensajes interceptados y clasificarlos. Le explicó rápidamente que el indicador era un trozo al principio del mensaje en el que se detallaba la estación de radio que lo enviaba, la que debía recibirlo, fecha y hora del original, una indicación de si estaba completo o era una parte, el número de caracteres y las indicaciones necesarias para descifrarlo que, como sabemos, en el caso de Enigma eran dos grupos de tres letras. Le comentó que los mensajes no se podían descifrar, pero que era importante que averiguase qué información se podía extraer de estos indicadores, que se enviaban en claro. Knox ordenó a su ayudante Kendrix, también cojo como él y que solía vestir pantalones llenos de quemaduras de ceniza, que le acompañase al edificio conocido como La Escuela, situado a media milla de la mansión. Sin más le despidió y el grupo siguió con sus misteriosas deliberaciones.

La Escuela era el colegio Elmers, que había sido confiscado ante los problemas de espacio en la mansión. A causa del desorden reinante, los primeros días Kendrix y Whelchman estaban solos en el edificio, que además sólo disponía de mobiliario infantil. Whelchman agradecía la hora de la comida, en la que podía ir a la mansión, así como las noches en el Duncombe, para aliviarse de tanta y tan incómoda soledad. Pero las horas que se pasó allí, frente a la pila amorfa de documentos recién llegados de las estaciones de intercepción, resultaron extremadamente fructíferas.

Cuando un operador de una estación de intercepción captaba un mensaje enemigo, procedía a rellenar a mano una pequeña ficha, en la que indicaba la fecha y hora de la escucha y la frecuencia de transmisión en Kilociclos. Debajo estaba el cuerpo del mensaje, también a mano y en muchos casos con lagunas donde se había perdido durante unos segundos la señal. Los primeros caracteres del cuerpo del mensaje eran el indicador y allí aprendió a distinguir los caracteres que nombraban las estaciones de envío y recepción implicadas. Parecía como si hubiera cientos de estaciones, pero que cada día trabajaran unas diferentes.

De su experiencia en investigación matemática antes de la guerra había sacado la conclusión de que, cuando uno no sabía qué hacer, lo mejor era empezar a trabajar sin pensar, así que él y Kendrix se lanzaron a elaborar listas interminables de mensajes que compartían estación de recepción o envío, detallando las frecuencias de intercepción. Al cabo de unos días Kendrix le dijo que le habían transferido a otra sección y se despidió, dejándole solo. Whelchman siguió por su cuenta. Muy pronto se dio cuenta de que las mismas estaciones emitían con diferentes nombres según el día. El estudio sistemático de mensajes rutinarios enviados a horas fijas le permitió identificar todos los nombres que cada estación podía usar, y pensó que debían seguir algún procedimiento para elegirlo cada mañana. En solo unos días tenía tan claros los patrones de transmisión que podía prever la frecuencia y horario de una gran parte de los mensajes.

Hay que hacer notar que era un estudio completamente abstracto y que, como no podía leer el cuerpo de los mensajes, no sabía si el que enviaba uno determinado era una regimiento acorazado o una cantina militar. Sin embargo sí que podía visualizar la topología de las redes alemanas, que mostraba claramente tres estructuras separadas, formadas por conjuntos de estaciones que sólo se comunicaban entre sí. Buscó por el colegio y encontró una caja de lápices de colores para marcar los mensajes pertenecientes a cada red con una línea roja, verde o azul. Cada color representaba una red, pero también un uso común de claves sobre Enigma. A las pocas semanas de trabajo ya tenía clasificados e indexados todos los mensajes antiguos y cada mañana hacía lo mismo con los que llegaban. Conocía las estaciones al dedillo y sabía cuáles eran principales y cuáles secundarias, así como las frecuencias y horarios favoritos de cada una.

Travis, el segundo de Denniston, tenía noticia de los progresos fulminantes de Whelchman y estaba muy contento de que alguien hubiese encontrado la forma de clasificar los mensajes a gran escala y con tanto detalle, puesto que uno de los problemas que tenía era la avalancha de mensajes, que llegaban desde las estaciones de intercepción a centenares. Whelchman tenía algunas quejas sobre la recepción, porque las operadoras a veces confundían los indicadores de una forma que demostraba falta de familiaridad con su estructura. Creía que una explicación clara sobre el tema mejoraría mucho la recepción, así que le pidió que le dejara visitar la estación de intercepción de la que venían los mensajes. Travis se mostró entusiasmado pero le ordenó la máxima discreción, ya que se debía trabajar sobre el principio de que cada uno sólo supiera lo imprescindible para hacer su parte del trabajo.

Al día siguiente Whelchman salió de su hotel en dirección sur, en un coche del servicio secreto conducido por un chófer y con otro agente en el asiento del acompañante. Era su primer día de ocio desde que había llegado a Bletchley Park y se dispuso a disfrutar de un viaje que duraría varias horas. Cruzaron el Támesis aguas abajo de Londres, cerca de donde Conrad situó el comienzo de su novela "Lord Jim". Se dirigían a Chatham, famosa por sus astilleros, que habían abastecido de barcos a la Marina inglesa desde tiempo inmemorial.

En el siglo XVIII, durante la guerra en la que Inglaterra arrebató definitivamente a Holanda el dominio del comercio mundial, una pequeña flota holandesa había remontado el río Medway a través de los bancos de cieno, y después de incendiar los astilleros se había retirado sin una sola baja. Después de este episodio se procedió a construir y reparar docenas de fuertes, para proteger la zona tanto de una incursión como de un desembarco en fuerza para tomar la llanura al sur de Londres. Durante siglos, los fuertes se fueron construyendo, ampliando o abandonando según los vaivenes de la guerra y la paz en Europa.

A mediados del siglo XIX, a causa de un incidente en África por la posesión del poblado de Fashoda, pareció que se iría a la guerra contra Francia, con la consiguiente tanda de construcciones y remodelaciones. Bridgewoods fue uno de los últimos que se construyó. En esos años, se empezaba a volver al patrón de construcción de fuertes conocido desde el Renacimiento como “traza italiana”, abandonando el manierismo hipergeometrista en que había degenerado durante el siglo XVIII. Se trataba de fuertes poligonales de paredes inclinadas, con una gran plaza central que permitía abastecer de munición a todo el perímetro y maniobrar para reforzar los puntos amenazados.

El toque de modernidad en Bridgewood eran unos bastiones experimentales mucho más bajos y abiertos por detrás. Pero antes de que se terminara, se firmó la paz y se dejó tal como estaba. Welchman contempló el aspecto poco airoso de las gruesas murallas distribuidas aparentemente al azar y los terraplenes desgastados por la lluvia, a medio camino entre Vauban y un atrincheramiento de la Gran Guerra, todo ello abandonado durante cincuenta años a su suerte.

Después de un breve intercambio con los centinelas, el coche cruzó varias series de bastiones medio derruidos y entraron en el patio central, donde se alzaba un bosque de antenas convenientemente protegidas de miradas indiscretas. Se detuvo frente a uno de los edificios adosados a los lados, donde le recibió el Comandante Ellingworth, muy contento de que alguien se dignara visitarle. Hasta ese momento, había estado metiendo los mensajes en sacas sin tener ni idea de a dónde iban. La visita le indicaba que era un trabajo importante y que el celo con el que lo estaban llevando a cabo estaba justificado, aunque sobre el destino geográfico de los mensajes ni le hablaron ni preguntó.

Ellingworth mostró a Whelchman las antenas, que tenían diferentes formas según la longitud de onda para la que habían sido construidas. Whelchman le preguntó el alcance que tenían y Ellingworth le contestó que podían captar mensajes de todo el planeta. La onda corta rebota en las capas altas de la atmósfera y permite recibir ondas de radio de las antípodas. Amplificar una señal débil no es en sí ningún problema, pero como la estática también se amplifica, si la señal es débil apenas se puede distinguir del ruido de fondo sin mucha práctica y buen oído.

En unos barracones se alineaban de cara a la pared una docena de operadoras con pesados auriculares. Con una mano escribían y con la otra manejaban el sintonizador. La frecuencia varía un poco con la distancia y las condiciones atmosféricas, por lo que más que basarse en ésta para identificar a las estaciones alemanas, se basaban en su conocimiento de los horarios y sobre todo de la forma de teclear morse de cada operador alemán. Esto les permitía seguirlos aunque a veces se superpusieran dos en la misma frecuencia por la deriva. Whelchman escuchó sus explicaciones y comprobó sus listas de recepción, constatando que algunas frecuencias marcadas como diferentes por él eran en realidad la misma, pero recibida con distintos corrimientos según el dia. Se dio cuenta de que el patrón era más sencillo de lo que pensaba y la previsión más fácil, máxime cuando las operadoras podían estar seguras de que era la estación correcta gracias a la “firma” de cada operador. Este sistema tenía el inconveniente de que las operadoras tendían a centrarse en las redes que conocían, a pesar que todas habían oído otros mensajes y pensaban que podía haber más redes.

Después se reunió otra vez con Ellingworth y acordaron algunos cambios en el procedimiento. Como los mensajes no se podían decodificar y los indicadores eran lo importante, estos últimos se enviarían por télex lo más rápido posible, mientras que no se enviarían las sacas hasta que hubiese una gran cantidad que justificase un camión. Cada día se enviaría un registro completo de todas, que serviría de índice y comprobación. Cada mañana, cuando recibiera los indicadores, Whelchman identificaría las estaciones y llamaría por teléfono para coordinar las escuchas prioritarias del día. Las operadoras tendrían estaciones fijas asignadas y algunas escuchas de las redes conocidas se sacrificarían para poder buscar nuevas redes. Mientras volvía a Bletchley Park a través de la noche, la mente de Whelchman diseñaba un plan a gran escala de recepción, clasificación e interpretación de toda la información que podían ofrecer los indicadores.

Gracias a las exploraciones de las operadoras de Chatham se descubrieron dos nuevas redes, que empezó a marcar con los colores marrón y naranja. Cada día enviaba un informe a la mansión, junto con un cuadro sinóptico de horas, frecuencias y estaciones. Con la gran cantidad de mensajes era un trabajo agotador. Travis tenía en gran estima su trabajo y le puso una ayudante, Patricia Newman, a la que pronto se sumó Peggy Taylor, con lo que el colegio pareció menos solitario. Esto también le dejó un poco de tiempo libre, que casi sin querer dedicó a estudiar el problema de Enigma como tal, aparte del análisis de tráfico en que se había concentrado hasta entonces.

 

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