Enigma 24

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Por Román Ceano

Mientras el SIS se instalaba en Bletchley Park, Chamberlain viajó a Munich, a decirle a Hitler que podía quedarse con la región de los Sudetes si no invadía nada más. Hitler aceptó y Chamberlain volvió a Londres, haciendo una rueda de prensa al pie del avión en la que agitó la hoja de papel con la firma de Hitler como muestra de la paz para toda una generación que había conseguido.

Es dudoso que en caso de que Chamberlain no hubiese firmado, eso hubiese detenido a los alemanes y aún más dudoso que el ejército inglés hubiese podido hacer nada efectivo para impedirlo, ya que le era imposible proyectarse a tanta distancia, atravesando varios países para presentar batalla en la misma frontera de Alemania. Quizás planteado como una limitación práctica habría resultado menos doloroso que planteado como un trato, ya que Inglaterra estaba dejando que millones de personas cayeran bajo una dictadura que proclamaba su deseo de exterminarlos o esclavizarlos literalmente. Los criptógrafos en plantilla volvieron a Londres aliviados de que no hubiera guerra pero avergonzados por el método empleado para evitarla, mientras el ejército alemán invadía el norte de Checoslovaquia y procedía a su anexión.

Los que -como Turing- habían sido reclutados hacía poco tiempo, fueron enviados de vuelta a sus ocupaciones civiles. Se les dijo que debían tener siempre una maleta preparada y viajar con un billete de diez libras en el bolsillo. En caso de que un desconocido se les aproximase, o recibieran una llamada telefónica o una carta o por cualquier medio se les hiciese llegar la frase “La tia Flo ha empeorado”, debían dirigirse de forma inmediata a Bletchley para incorporarse a sus puestos de combate. Un combate en el que por lo que parecía tenían todas las de perder, ya que la máquina Enigma usada por el ejército era indescifrable.

Durante la primera mitad de 1939 la situación diplomática no dejó de empeorar y siguiendo órdenes de Sinclair, Denniston prosiguió sus rondas por las universidades. Los que aceptaban eran trasladados a Londres, donde se les impartía el mismo cursillo al que había asistido Turing, se les hacía firmar el Acta de Secretos Oficiales y eran devueltos a la vida civil a esperar noticias de la tía Flo.

En Enero, en medio de la más estricta discrección, Denniston y Knox habían acudido a París para entrevistarse con Langer, de los servicios secretos polacos. La reunión fue un fracaso total. Los franceses se empeñaron en enseñarle rodding (que creían haber inventado ellos) a Knox, que no se molestó en ocultar su displicencia. Langer asistió a las discusiones y en palabras de Knox, “lo poco que habló fue para demostrar que era aún más ignorante en rodding que los franceses”. Se hace difícil concebir por qué Langer no reveló al menos una parte de su secreto. La cuestión es que Denniston y Knox volvieron a Londres diciendo que los polacos no sabían nada útil.

En marzo de 1939, Chamberlain acusó a Hitler de incumplir el tratado de Munich, ya que acababa de invadir el resto de Checoslovaquia repartiéndosela con Hungría. Hitler respondió amenazando a Polonia si no le entregaba Danzig y le dejaba construir tres autopistas y una línea férrea a través del pasillo. Venía diciendo lo mismo desde hacía meses, pero esta vez acompañó las declaraciones con un desfile militar gigantesco para celebrar su cumpleaños. El gobierno polaco le contestó que sólo mediante la guerra les arrancaría esas concesiones. Inglaterra y Francia firmaron un pacto con Polonia e intentaron que se les uniera Rusia. En Agosto, Rusia y Alemania firmaron un pacto para repartirse Polonia.

En BP una brigada de operarios aprestaban la mansión, mientras el CQ&GS volvía a ocuparla. A medida que los servicios secretos daban a más y más personas las malas noticias sobre la tía Flo, los “dones” -como se llamaba a los profesores universitarios- fueron aterrizando “como palomas mensajeras”, a decir de De Grey, el veterano de la Sala 40 que había descifrado el telegrama Zimmerman más de 20 años antes.

El chef del Savoy había regresado y los criptógrafos paseaban por los jardines en el dorado final de ese segundo verano en la mansión. Por la tarde organizaban partidas de rounders, que es el verdadero antecedente del béisbol. Usaban como bate un palo de escoba y hacían gala de una gran deportividad, discutiendo con formalidad de debate académico las dudas del juego. “Yo creo que la pelota quedó más allá de la conífera”. “Pero fíjate que no ha llegado hasta la línea que forma con la caducifolia”. Los buenos tiempos del año anterior parecían haber regresado y la partida de caza del Capitán Ridley se disponía a disfrutar de otra falsa alarma, aunque esta vez todo el mundo estaba de acuerdo en que las nubes eran ciertamente mucho más negras.

A medida que el pulso diplomático entre Alemania y Polonia se hacía más tenso, los criptoanalistas empezaron a hacer turnos nocturnos, que consistían en dormir en hamacas en la propia mansión en lugar de volver a sus alojamientos. A pesar de que todos los periódicos daban la invasión de Polonia como inminente, los criptoanalistas no veían en los mensajes interceptados signos evidentes de que estuviera tan cerca. De hecho no veían nada. Una mañana, Josh Cooper, responsable de los mensajes de la fuerza aérea alemana (aunque no podía entender ni uno) estaba desayunando con Menzies, mano derecha de Sinclair, en el comedor de Bletchley Park. Con una sonrisa, le preguntó “¿Una noche tranquila?”. Menzies le miró sombríamente y le contestó : “Ha habido fuertes combates durante toda la noche en la frontera polaca”. Alguien dijo, “Venderemos a los polacos como vendimos a los checos” y todo el mundo siguió desayunando en silencio, sumido en negros pensamientos. Era el primero de Septiembre de 1939.

Chamberlain lanzó su ultimátum de tres días, Hitler lo ignoró y los criptógrafos escucharon por radio la alocución del primer ministro : “Es mi penoso deber informar que, habiendo expirado el ultimátum (dado a Alemania para que anuncie su retirada de Polonia) sin haber recibido noticia alguna de su gobierno, nos encontramos en guerra con ese país”. La hora había llegado, y a pesar de haber interceptado una inmensa cantidad de mensajes, no habían sido capaces de anticiparla ni en un minuto. No era un comienzo prometedor.

 

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