Enigma 06

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Por Román Ceano

El uso del telégrafo, en el que un montón de empleados tenían acceso a los mensajes mientras los tecleaban, había provocado un boom de los libros de códigos. En 1923, Scherbius y Ritter presentaron su máquina en un stand del Congreso Internacional Postal que tuvo lugar en Suiza y repitieron al año siguiente en que el congreso tuvo lugar en Estocolmo. Era el modelo A de cuatro ruedas y capaz de imprimir a la vez que cifraba. Era una máquina muy voluminosa y sobre todo muy cara, por lo que las ventas fueron escasas a pesar de la campaña de publicidad con prospectos y anuncios en la que Scherbius usaba la frase comercial "Un solo secreto salvado ya paga el coste".

Muy pronto la compañía lanzó tres modelos más llamados B, C y D. El B era similar pero utilizaba ruedas de 26 contactos, eliminando por tanto las letras acentuadas para reducir un poco el tamaño. Parecía aún más una máquina de escribir, porque todo el mecanismo de cifrado estaba dentro de una pequeña protuberancia cuadrada en el costado, en la que se veían las ventanitas donde se seleccionaba la posición inicial.

Con el modelo C, Scherbius quiso dar al mercado un producto aún más compacto y económico. Para ello introdujo varias novedades. La primera es que desapareció todo el complicado mecanismo de impresión. Ahora al pulsar cada tecla se encendía una luz de las 26 que lucía el aparato, cada una con una letra pintada. El operador debía apuntar el resultado por su cuenta. También incorporó una idea, original de Hugo Koch, que eliminaba la necesidad de un mando para cambiar del modo de cifrado al de descifrado del que disponían los modelos A y B. En cada uno de estos dos modos la corriente debía pasar en dirección opuesta. La solución era convertir la cuarta rueda en un reflector, es decir que los contactos de una de las caras estaban conectados a pares entre sí. Esto hacía que la corriente pasase otra vez por las otras tres ruedas. Scherbius creyó erróneamente que eso también incrementaba la seguridad de la máquina y por ello pensó que con tres ruedas sería suficiente. En realidad el reflector la debilitaba, porque ahora la codificación era simétrica y si la A se convertía en U para una posición determinada, la U se convertiría en A. Además, una letra nunca podía ser imagen de sí misma. Finalmente, el modelo C eliminaba los engranajes independientes para hacer girar las ruedas y los incorporaba a éstas. Cada rueda tenía solidario con sus circuitos una pequeña muesca, y cuando esa muesca llegaba a una posición determinada hacía girar una vez la siguiente rueda, la distancia angular entre dos contactos, de forma análoga a como lo hace un cuentakilómetros.

Casi inmediatamente salió a la venta el modelo D, que sería la estrella de la empresa y el único que se vendió en cantidades razonables. Era casi igual al C, al que acabó sustituyendo, pero un poco más elegante de aspecto. El reflector no giraba, sino que el operador lo ponía en la posición deseada (que se adjuntaba a la clave) y permanecía así durante todo el cifrado/descifrado.

Antes de montar su empresa, Scherbius había ofrecido su invento a la marina alemana y al ministerio de asuntos exteriores. Tanto la marina como el ministerio habían sufrido la habilidad de los criptoanalistas ingleses de la Sala 40. Se habían perdido muchos barcos y se había hecho el ridículo con el telegrama Zimmerman, así que Scherbius pensó que tenía una oportunidad. Sin embargo, cuando los contactó, justo después de la guerra, en medio del impacto provocado por el tratado de Versalles y con el país arruinado, ambos le habían hecho saber que aunque su invento parecía muy seguro no tenían un tráfico que justificara su alto coste, sobre todo para la marina que prácticamente sólo podía disponer de lanchas guardacostas. En 1925, cuando varios gobiernos extranjeros adquirieron Enigmas para estudiarlas y alguno como el italiano la adoptó oficialmente para su marina, algunos oficiales pensaron que quizás sería una buena idea estudiar nuevamente el caso.

La marina alemana se estaba reconstruyendo dentro de la camisa de fuerza que representaba el tratado, pero sus oficiales ya trabajaban con la mirada puesta en el día en que pudiesen ignorarlo. Encontraron las nuevas versiones de Enigma muy compactas y de precio muy conveniente pero pidieron que se les hiciera un modelo especial que tuviese 29 contactos para soportar las letras acentuadas. Más tarde modificaron este modelo varias veces, incluyendo la ampliación a cuatro ruedas como las Enigmas modelos A y B.

Cuando el ejército tuvo noticia, envió también oficiales de inteligencia a evaluar Enigma. El ejército había sufrido a manos de los criptoanalistas franceses lo mismo que la marina con los ingleses. Ellos también pidieron un modelo especial. La Enigma del ejército de tierra tendría el reflector fijo para reducir el precio, 26 letras por rueda para reducir el tamaño, el gatillo que haría girar las ruedas sería solidario con el anillo exterior donde estaban las letras que nombraban las posiciones (en lugar de con los circuitos como en los modelos C y D) e hicieron añadir un panel de conexionado. Este panel permitía permutar pares de letras de forma que apretando la A pasase lo que habría pasado si hubiésemos pulsado la R y viceversa. Al tener el panel, la clave debía incluir la configuración de éste, pero la pequeña complicación añadida quedaba ampliamente justificada por la seguridad que daba. En 1928 el modelo G, que incorporaba todas estas mejoras, se usaba ampliamente en el ejército. En 1930 salió el modelo I, que se consideraba el definitivo y del que empezó una producción en masa.

Para entonces Alemania estaba reconstruyendo su ejército y su marina, a la vez que creaba un ejército del aire de forma disimulada. Gracias a tratados que había ido firmando y que modificaban el original de Versalles, las duras condiciones iniciales ya no existían, pero Alemania estaba haciendo muchísimo más de lo que permitían los nuevos tratados y tenía la firme intención de seguir en esa línea. Por ello, aunque formalmente estaba en paz, tenía la misma necesidad de secreto que un país en guerra. Enigma era justo lo que le hacía falta.

Los oficiales de inteligencia de los países que vigilaban el cumplimiento alemán pasaron informes muy pesimistas sobre la posibilidad de criptoanalizar los mensajes cifrados con Enigma. Lo consideraban inútil, porque a su juicio era un cifrado total y completamente invulnerable. El control de Alemania debía hacerse mediante visitas sorpresa y fotografía aérea. Los mensajes captados debían ser tirados a la basura porque nunca serían descifrados. Un ejército de miles de operadores que dispusieran todos ellos de copias de Enigma tardaría millones de años en encontrar la clave de... un solo mensaje. O lo que era lo mismo, para encontrar la clave en un tiempo en que pudiera ser útil leer ese único mensaje de los cientos que se radiaban diariamente (p.e. en el mismo decenio en que se había cifrado), hacían falta varios miles de millones de operadores cada uno con su Enigma. Ni comprometiendo a toda la humanidad durante una generación entera era posible leer un solo mensaje. Era una grado de imposibilidad más allá de lo imaginable. Si aquella máquina inventada por el demonio se vendía por todo el mundo, los días del criptoanalisis estarían contados.

 

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