Enigma 04

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Por Román Ceano

El 28 de Junio de 1919, en un espléndido día de verano, se reunieron en la Sala de los Espejos del palacio de Versalles, todas las delegaciones para la firma de la paz. La sala estaba abarrotada y uno tras otro los jefes de delegación estamparon su firma. Cuando le tocó el turno a los alemanes se hizo el silencio, mientras dos ministros, llegados en tren durante la noche, estamparon su firma con gesto sereno pero mortalmente pálidos. Uno de ellos declaró años después que en ese momento sintió un dolor casi físico por el daño que estaba causando a su país y que su único empeño había sido que sus antiguos enemigos no pudieran percibir en su cara ese dolor. Una vez hubieron firmado, sonó una atronadora salva de artillería y el júbilo corrió por toda Francia.

En Alemania el efecto fue contrario, pero mucho menos instantáneo. Durante meses la sociedad alemana fue absorbiendo poco a poco la enormidad de lo que le había pasado. Leyó con estupor las cláusulas que reducían su ejército a apenas diez divisiones (p.ej. mucho menor que el de Polonia), que prohibían totalmente su marina y su aviación, que impedían incluso a ese ridículo ejército desplazarse por algunas zonas de su territorio; se dio cuenta que un 12% de su población ahora vivía en zonas de soberanía extranjera (la mayor parte en Polonia y Checoslovaquia) como ciudadanos non-gratos (sobre todo en la primera) y para colmo empezó a experimentar el derrumbe de su economía, atrapada en un maligno mecanismo inflacionario. Al año siguiente Francia ocupó el sur, alegando que Alemania no pagaba al ritmo correcto.

Los sucesivos gobiernos socialdemócratas moderados tuvieron que hacer frente a levantamientos y disturbios de todo tipo. Hindenburg, el general que había recomendado la rendición, compareció en el parlamento para decir que la guerra podría haberse ganado si los políticos no se hubieran rendido. Varios políticos de primera fila fueron asesinados a causa de esta declaración, y el país se arrastró por el caos. Los socialdemócratas, que habían arrasado en las primeras elecciones, nunca pudieron recuperarse de su asociación con esta época. Los comunistas les echaron en cara no haber favorecido una revolución a la russe y los sectores nostálgicos del Imperio les acusaron -junto a la propia democracia- de ser el fermento del desastre.

El año 1923 señaló el punto más alto de la marea. El marco se había devaluado hasta valer una millonésima parte de un marco de 1918. Los billetes impresos con cifras fabulosas no valían nada sólo unas horas después de salir de la casa de la moneda. Varios golpes de ultraderecha y entre ellos el más famoso, el pustch de Munich, amenazaron con terminar con la democracia. Pero de pronto pareció que escampaba. En Julio, se lanzó un nuevo marco, el Rentenmark, que se cambió a 3 trillones de marcos antiguos por cada uno nuevo. Todo el mundo que tuviera dinero en efectivo había quedado arruinado, pero por fin la inflación desapareció y en consecuencia el panorama político se estabilizó también. Como si aquella catarsis hubiera inmunizado a los alemanes contra el miedo al futuro, la economía empezó a crecer, débil pero firmemente.

 

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