Enigma 105

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Por Román Ceano

Donald Mitchie y Jack Good, los criptoanalistas asignados a la Newmanry, le dijeron a Newman que una vez la máquina funcionaba era el momento de recolectar evidencia. Su idea era utilizar todos los mensajes descifrados durante los meses anteriores para crear una enciclopedia de pérfiles estadísticos para cada tipo de mensajes que permitiera minimizar el tiempo de prueba en los ataques de fuerza bruta. A pesar de su insistencia, Newman se negó porque quería tener la máquina en producción el máximo tiempo posible. Por lo que contaba Good años después, la discusión alcanzó un tono muy enfático.

Ante la negativa radical de Newman, los dos criptoanalistas decidieron actuar a sus espaldas. Con la probable complicidad de Turing et al., crearon un turno fantasma que se alargaba toda la noche. En cuanto Newman abandonaba BP, ellos dos junto con varias WREN voluntarias y un ingeniero de mantenimiento, tomaban el control de la Robinson. Utilizando mensajes en claro suministrados por la Testería realizaban tandas sistemáticas de pruebas cuyos resultados almacenaban cuidadosamente.

En pocas semanas acumularon una base de evidencia que se probaría crucial. Utilizando el lenguaje estadístico inventado por Turing para las pruebas con las Bombas, podían determinar la probabilidad de que un conteo indicara una configuración inicial correcta de las ruedas Chi, teniendo en cuenta a qué enlace pertenecía un mensaje, su remitente, su longitud, etc... Manejando los banes y decibanes, calculaban con la precisión que quisieran la verosimilitud de cualquier hipótesis...

A medida que se acercaba la fecha para el desembarco en Sicilia, crecía el interés por descifrar los mensajes del enlace Brema entre Roma y Berlín. Sin embargo, la inmensa mayoría de intercepciones y descifrados de Pez llevados a cabo hasta ese momento, pertenecían a mensajes de los enlaces de teletipo que unían las ciudades del frente oriental con el centro de mando en Prusia o con Berlín.

Una vez descifrados, estos mensajes eran compilados en informes para ocultar la fuente y entregados a los rusos. El gobierno de Stalin no estaba satisfecho porque sospechaba que los ingleses manipulaban la información o directamente se la inventaban. El Centro de Moscú diseñó una complicada operación para implantar un topo en Kurort, el nombre clave con el que habían bautizado BP y sus organizaciones periféricas.

La estación del NKVD (después KGB) en Londres había sido cerrada poco antes de la guerra, en parte por el hostigamiento al que la sometía el MI6 y en parte porque varios sus responsables habían sido repatriados para enfrentar severos juicios como parte de las violentas purgas anti-trostkistas de finales de los años 30.

Anatoly Veniaminovitch Gorsky era un oscuro subordinado que resultó ser el último en partir hacia su incierto destino en Moscú. En 1940, todos sus superiores habían sido ejecutados o enviados a campos de trabajo y él era por tanto el único operativo con experiencia en Londres. Volvió a la capital británica convertido en Anatoly Borissovitch Gromov, flamante Segundo Secretario de la Embajada rusa que utilizaría el nombre clave Vadim en las comunicaciones cifradas con el Centro.

Los antecesores de Gorsky habían sido gente bohemia de vida disipada que entendían el espionaje como una actividad en el límite. Habían pagado con sus carreras o sus vidas la informalidad y la heterodoxia de que hacían gala durante las operaciones. Sin embargo, habían dejado una valiosa herencia que Gorsky y sus sucesores manejarían con legendaria habilidad.

Se trataba de cinco “agentes de penetración” reclutados en los círculos estudiantiles de izquierdas de la universidad de Cambridge. El Centro había dirigido sus carreras y ahora estaban incrustados en varias agencias y departamentos del gobierno, incluyendo los servicios secretos.

Gorsky eligió para penetrar Kurort a John Cairncross, llamado Lizt por los rusos y denominado el Quinto Hombre cuando los cinco topos fueron desenmascarados en plena Guerra Fría. El perfil de Cairncross era un poco diferente al de los otros cuatro. También se trataba de una persona con gran arraigo en la intelectualidad inglesa, pero carecía del glamour de clase alta de Philby o Burgess.

Siguiendo las órdenes del Centro, Cairncross había cultivado la amistad del hijo de un ministro hasta que éste lo había recomendado a su padre como secretario personal. Desde ese puesto había tenido acceso a las deliberaciones del Consejo de Ministros. Ahora ese ministro iba a ser cesado y no requería por tanto de Cairncross. Éste corría el peligro de terminar asignado a una unidad militar de combate.

Un agente llamado en clave Paul y que nunca sería identificado, proporcionó a Gorsky el organigrama completo de Kurort. Así pudo saber que el Coronel Nicholls era una de las personas que dirigía el reclutamiento. Cairncross lo conocía y había tratado alguna vez con él. Como parte del plan del Centro de Moscú, empezó buscar formas de facilitarle la vida poniendo a su servicio la influencia que tenía sobre el ministro.

Cuando Cairncross se quedó finalmente sin trabajo, ya eran amigos. Una tarde, mientras cenaban en el Travellers Club en Saint James le comentó a Nicholls que lamentaba que su dominio de varias lenguas extranjeras no estuviera al servicio de la causa de Inglaterra y que de seguir las cosas igual, pronto estaría perdiendo el tiempo con un fusil en algún rincón del Imperio. Nicholls simpatizó con él y le prometió buscarle algún puesto donde sus habilidades pudieran ser aprovechadas.

Poco después Cairncross recibía una carta en la que se le invitaba recibir “instrucción especial” en una institución del gobierno en Bedford. Era un brillante intelectual que pasó con nota el curso y fue por tanto seleccionado para el mejor puesto posible. Tras firmar los papeles de rigor y jurar todas las cosas que no pensaba cumplir, Cairncross se encontró frente a la verja de BP con el sobre que debía "enseñar sin entregar”.

Una vez dentro y tras otra serie de entrevistas y juramentos, Cairncross fue asignado al Cobertizo 6. En el primer fin de semana libre viajó Londres y confirmó a Gorsky que estaba dentro. Aunque el MI6 no lo interceptó, con toda probabilidad esa misma tarde Vadim comunicó por radiofrecuencia al Centro de Moscú que Lizt estaba dentro de Kurort. El caso de Cairncross –así como el de los otros cuatro topos- muestra el problema de utilizar como criterio para juzgar a alguien preguntarse si “es uno de nosotros” y en caso afirmativo olvidar cualquier precaución.

Cairncross con la ayuda de los miembros de la residenzia londinense creo un procedimiento muy seguro para entregar la información. El resto de topos se veían obligados a hacer dos citas, una por la noche en la que entregaban los documentos y otra por la mañana a primera hora para que una vez fotografiados pudieran ser devueltos antes de que se notase su falta.

Cairncross en cambio trabajaba con copias de los documentos destinadas a ser destruidas. Se las ingeniaba para ocultarlas dentro de BP hasta que obtenía un permiso de fin de semana. Todos los viernes, la mayoría de los que estaban en esa situación se dirigía a toda prisa a tomar el tren de las 17.20 a Londres para llegar a tiempo a los cines y teatros.

Cairncross salía mezclado con ellos y con las copias de los mensajes escondidas en los pantalones. En el lavabo de la estación las pasaba a la pequeña maleta de fin de semana que portaba. En cuando llegaba a Londres acudía a la cita con su contacto y se deshacía de las copias. Aunque corría un riesgo, éste estaba circunscrito a muy pocas horas.

Sus controladores comprobaron con satisfacción que solo les traía mensajes completos descifrados. En esto se parecían a los receptores legítimos de la fuente Ultra que siempre pedían las transcripciones originales cuya circulación estaba muy restringida.

La infiltración en el Cobertizo 6 llegó en el momento ideal porque los alemanes estaban en plena preparación de la campaña de 1943, que comenzaría al final de la primavera cuando el barro del deshielo por fin se seca al terminar las lluvias estacionales.

El alto estado mayor germano preparaba una operación poco ambiciosa pero a la que pensaba dedicar medios excesivos para asegurar el resultado. La destrucción ese invierno del Sexto Ejército en Stalingrado había causado estupor en los alemanes. La rápida retirada de las unidades que no habían quedado atrapadas en la bolsa y un hábil y preciso contraataque antes del deshielo habían estabilizado el frente 700 Km al noroeste de la ruinas de la ciudad del Volga

Muchos oficiales alemanes habían aprendido la lección y abogaban por una guerra de movimiento en profundidad al estilo ruso. Tenían miles de tanques que podían maniobrar por planicie sin fin que cubre desde el mar Negro hasta el lago Ladoga. Los tanques rusos eran algo superiores técnicamente y su número era ligeramente mayor, pero la capacidad de maniobra germana unida a la libertad de retirarse o avanzar, aseguraría a juicio de estos oficiales una hegemonía estratégica que protegería la posesión de una amplia franja de territorio ruso.

Hitler y los oficiales que le tenían más admiración estaban de acuerdo en la ventaja táctica alemana pero querían aprovecharla para hacer retroceder el frente de forma que la zona ocupada fuera mucho mayor. Un rápido envolvimiento antes de que los rusos se movieran, haría el mismo efecto que esperar a que atacaran para efectuar el flanqueo. Sería el quinto año consecutivo en que el ejército alemán realizaría una gran ofensiva. Aunque no todas habían terminado bien ni mucho menos, jamás se las había podido detener hasta que habían recorrido miles de kilómetros.

Tras muchas discusiones se decidió comprometer tres cuartas partes del ejército de ocupación en una pinza que arrancase un gran trozo de territorio a los rusos. Se trataba de la región centrada en la ciudad de Kursk y como era probable que los rusos hubieran acumulado tropas allí, quizás se lograra crear una bolsa enorme como las que habían diezmado el ejército ruso en anteriores ofensivas.

La rendición en masa de un millón de hombres sería una buena imagen para borrar de las mentes de los civiles germanos el horroroso final del Sexto Ejército que poco a poco se filtraba por las rendijas de la censura militar. Hitler con su inveterado optimismo sugirió que también podrían ser utilizados como esclavos en las fábricas metropolitanas, sustituyendo al millón de hombres que debían ser reclutados con urgencia ante las pérdidas pavorosas sufridas en invierno anterior.

La operación implicaría a cuatro ejércitos completos y los alemanes planificaban los movimientos con la meticulosidad de rigor. Los mensajes filtrados por Cairncross mostraban al detalle los movimientos previstos para cada unidad así como todos los detalles sobre su fuerza y preparación.

En el extremo receptor de la diseminación espúria de los mensajes alemanes en Moscú, estaba el Mariscal de Campo Georgui Zhukov. Había dirigido con éxito la defensa de Moscú, la de Leningrado y la descomunal pinza sobre Stalingrado. Nadie era tan capaz como él era capaz de diseñar maniobras gigantescas en las que millones de hombres se movían por frentes de miles de kilómetros y después coordinar su ejecución.

Al igual que Kutuzov había discutido con el Zar, Zhukov estaba en lucha permanente con Stalin, y por los mismos motivos. Este último siempre quería atacar mientras que el primero percibía las grandes ventajas de entregar la iniciativa al enemigo. Zhukov con la ayuda de los oficiales del estado mayor convenció a Stalin que antes de atacar era posible destruir la fuerza alemana haciéndola chocar contra una defensa frontal.

El modelo de Zhukov eran las batallas de Alam Halfa y Medenine, pero a una escala incomparable mayor. Montgomery había sido atacado por seis divisones en la primera y por tres en la segunda mientras que los planes alemanes tal como le llegaban a Zhukov, indicaban que Kursk recibiría el impacto de más de 50 divisiones alemanas, la mitad de ellas acorazadas.

Por fortuna para los rusos, el estado mayor germano se fue obsesionando con la preparación de la batalla. La enorme responsabilidad que implicaba comprometer a la mayor parte de su ejército en una sola batalla, obligaba a una preparación tan exhaustiva que nunca se veía el momento de empezar.

Uno de los motivos de la espera era que estuvieran sobre el terreno suficientes unidades de los tres nuevos modelos de tanque, el Panther, el Tiger y el Elefant. Para poder digerir la derrota de Stalingrado, los militares alemanes la habían cargado sobre la incompetencia de los soldados no-alemanes presentees en la batalla (hungaros e italianos) y en la superioridad del carro ruso T-34 sobre los modelos Panzer III y Panzer IV, obsoletos tras varios años de evolución de sus equivalentes rusos. Ahora querían esos modelos sobre el terreno aunque solo fuera para dar moral a las tropas.

Mientras las fábricas de tanques en Alemania trabajaban a destajo, los mensajes descifrados en BP mostraban muchos detalles técnicos de esos tanques así como sus programas de producción y los batallones en que lucharían. Los rusos prepararon tácticas contra ellos –especialmente el Tiger- utilizando concentraciones de artillería antitanque que dispararían todos a la vez, y llevando al campo de batalla sus enormes caza-tanques con cañones de calibre naval.

Zhukov movilizó 300.000 civiles para construir una defensa en profundidad que constaría de siete líneas. Cada una de ellas, era una sucesión de campos de minas, fosos antitanques y dientes de dragón protegidos por boxes en los que se situaba la artillería así como una panoplia de armas automáticas que protegían el dispositivo de la infantería. Estos boxes estaban a la distancia justa para cubrirse unos a otros creando devastadoras zonas de fuego cruzado. 8000 tanques esperaban detrás para bloquear las posibles zonas de ruptura y contraatacar en cuando el ataque alemán se suspendiera.

El 5 de Julio de 1943, dos masas de maniobra blindadas separadas por más de 150 Kilómetros iniciaron su avance sobre la ciudad de Kursk, situada casi exactamente en el centro de la línea que las separaba. Unos años antes, habrían bastado un par de días para alcanzarla, incluso enfrentando a millones de enemigos. Pero ese tiempo había pasado y ahora los rusos sabían como detener el tipo de ofensiva panzer que había dado a Alemania la supremacía estratégica en todo el continente. Kursk fue a la batalla de tanques lo que Agincourt, Crezy o la batalla de las Espuelas Doradas fueron para las cargas de caballería.

Los relatos de la batalla son feos y poco precisos. No hubo más maniobras que las dos cargas frontales alemanas, una en cada extremo del saliente. Zhukov había preparado una guerra de atrición y sus tropas ejecutaron el plan con el feroz fatalismo suicida que el estereotipo adjudica a la infantería rusa desde que Federico el Grande aludiese a él tras la batalla de Zorndorf.

Como sucede en las batallas de atrición, la mayoría de episodios quedan para siempre en el olvido porque los que los protagonizaron no vivieron para contarlo. En este caso si hablaran sería un clamor de cientos de miles. El recuerdo que ha quedado es el del avance de las columnas alemanas a paso de caracol a través de un infierno desatado de la misma naturaleza que El Alamein pero de una densidad y tamaño superiores en varios ordenes de magnitud.

Los alemanes se las ingeniaban para forzar el avance una y otra vez, cada vez que parecía que quedaban estancados. El problema es que estos sobreesfuerzos requerían aceptar pérdidas inaceptables. Solo un ejército que contara con un suministro interminable de fuerzas podía mantener ese avance. Éste no era ciertamente el caso y tras una semana de avance, ya solo disponían de la mitad de la fuerza con la que habían empezado. Los rusos por el contrario, tenían ahora de más tanques que al empezar la batalla. Los militares de ambos bandos supieron que esa había sido la batalla decisiva de la guerra y que los alemanes la habían perdido de forma catastrófica.

El día 15 el ataque alemán fue suspendido y se empezaron a hacer planes de ponerse a la defensiva. Los rusos por su parte estaban tan exhaustos que tardaron dos semanas en realizar la transición de defensa a ataque. Pero cuando por fin se pusieron en marcha, el mundo dio un vuelco porque estaba claro que nada los detendría, ni siquiera el Elba, la frontera tradicional entre los eslavos y los teutones.

Mientras en la frontera oriental de Europa se desencadenaba la apocalíptica ofensiva soviética, Patton y Montgomery se entregaban en Sicilia a una especie de competición personal. El plan de Montgomery era tras el desembarco avanzar por la costa oriental de la isla para entrar triunfalmente en Messina. Patton debía cubrir su flanco y poco más. Sin embargo, este ambicioso general americano convenció a sus compatriotas a que forzaran un cambio de órdenes. Tras recibir permiso, conquistó toda la isla y entró en Messina mucho antes que los británicos. Montgomery montó en colera y las relaciones entre los dos aliados alcanzaron un punto aún más bajo.

Continuará....

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